Argentina, de cara al balotaje

“La libertad transa” vs “Todos unidos conservaremos”

Un largo y sinuoso camino condujo a nuestra sociedad a la encrucijada actual: las elecciones generales del domingo 22 de octubre devolvieron a un Sergio Massa ganador, quien deberá competir en segunda vuelta con Javier Milei. Aciertos y errores de una campaña virulenta, en la que el pacto democrático quedó guardado en el arcón de los recuerdos. El fracaso de Macri y Bullrich, y el posterior apoyo y condicionamiento de Juntos por el Cambio a La Libertad Avanza. Los desafíos para el presidente que vendrá, si quiere evitar una nueva frustración para las postergadas mayorías.
Por Mariano Szkolnik

Las elecciones generales de octubre trastocaron significativamente el panorama político tanto actual como en la perspectiva de un próximo periodo presidencial, al tiempo que pusieron en evidencia las percepciones del electorado. Hasta ese día, el «fenómeno Milei» era presentado como una fuerza arrolladora dirigida a terminar con la política tradicional desde una supuesta «antipolítica» extrema, paradójicamente reivindicadora de las más cruentas encarnaciones políticas del siglo XX argentino: el neoliberalismo de las dictaduras militares y el menemismo, el desprecio desembozado hacia las expresiones de las mayorías populares (desde el yrigoyenismo al peronismo, identificados alternativamente por Milei con el socialismo, el comunismo, o el fascismo); subrayemos también que el binomio Milei-Villarruel ha reivindicado el arco de masacres históricas que vinculan a Roca con Videla; y para coronar la función, el candidato despeinado y su troupe sumaron declaraciones que postulaban un conjunto de axiomas que, con notable arrojo, instalaron desde la urgente necesidad de sustraer al Estado de la vida social, pasando por la apertura de un mercado de compra y venta de niños, hasta la privatización de ballenas. Costaba entender los ejes de una propuesta centrada en elevar cada vez más el tenor de los dislates y el volumen de los insultos hacia quienes piensan de otra manera… o simplemente piensan.

Pero hacia la noche de ese domingo, los primeros cómputos arrojaron un resultado que despejaba la incertidumbre provocada tras las elecciones primarias de agosto: no sólo el candidato oficialista Sergio Massa se imponía por siete puntos porcentuales sobre la alianza de ultraderecha, sino que Juntos por el Cambio, la coalición integrada por el partido de Macri y la UCR, indiscutible ganadora del turno electoral de 2021, quedaba en tercer lugar con su deslucida y errática candidata Patricia Bullrich incapaz de disimular su desdicha. Millones de electores concurrieron a votar luego de la deserción durante las PASO, y otros tantos cambiaron sus preferencias electorales de uno a otro partido, burlando los pronósticos que daban por ganador –incluso en primera vuelta– a Milei.

Errores estratégicos

Patricia Bullrich ofreció al electorado la promesa de terminar –aunque no explicitó muy bien cómo– con el kirchnerismo “para siempre”. El resto de sus propuestas navegaron por aguas turbulentas que le provocaron a la experimentada candidata no pocos naufragios conceptuales. Tuvo que salir a su auxilio el tutor Carlos Melconian para intentar teñir de alguna coherencia y legibilidad su mensaje económico. Bullrich quedó atrapada en una telaraña tejida por ella misma mucho tiempo atrás: el antikirchnerismo, una dispersa fuerza política nacida en 2008 al calor del conflicto con las patronales agropecuarias, y luego articulada bajo su liderazgo en el Grupo A (embrión de lo que luego fue la Alianza Cambiemos), ha venido ofreciendo a sus feligreses una lectura errónea de la realidad.

Como quien transita a tientas por un laberinto de espejos cóncavos y convexos, devolvió a las confundidas fuerzas de la derecha una imagen multiplicada y deforme de las percepciones y aspiraciones de las mayorías. Allí ingresaron manifestando sus iras y sus más arraigados preconceptos acuñados y reproducidos en la dialéctica de su clase social.

Amplificadas por las usinas mediáticas, las ideas en torno a la economía, la política, la sociedad y la “batalla cultural” les impidió tener clara comprensión de las necesidades y aspiraciones de un pueblo al cual gobernaron entre 2015 y 2019. Luego del big bang electoral del domingo, quizás descubrieron que su amalgama ideológica no era más que un conjunto de vidrios dispuestos para su autoengaño. La desorientación y pases internos de factura, y la virtual implosión y fragmentación de Juntos por el Cambio (proceso aún no finalizado ni decantado), dan cuenta de ello. Sólo un núcleo sectario encabezado por Macri y una vencida y forzada Bullrich manifestaron su apoyo “incondicional” a Milei en el balotaje. Mientras tanto, acusaciones de traición cruzadas entre los ex socios de la coalición están provocando fracturas que difícilmente se sellen en el corto plazo.

La libertad transa

Todo lo que hizo el espacio liderado por Javier Milei, desde agosto hasta las generales, fue poco más que fidelizar los votos obtenidos en las PASO. Su otrora estrella en ascenso -impulsada por su caricaturesca imagen y la enunciación de propuestas de destrucción de los lazos que vinculan a las personas en sociedad y les otorgan identidad y sentido- fue celebrada, acompañada o directamente promovida en los sets de televisión a los cuales el ex empleado de Eurnekian concurría a toda hora. Con habilidad erigió sobre sí la imagen de un economista que “hablando en difícil” explicaba que la solución a todos los problemas que la sociedad viene atravesando requiere una profunda destrucción institucional: desde el Banco Central, la moneda nacional, las regulaciones estatales, los sistemas educativo, de salud y de previsión social públicos, y sobre todo la “casta” política, concepto tomado de la ultraderecha transnacional y utilizado para señalar a quienes “viven de los privilegios que otorga el Estado populista”.

Ese discurso “anticasta”, enunciado desde una “moralidad y estética superiores”, acusa explícitamente al funcionariado político en los niveles ejecutivo y legislativo, al sector científico y la universidad, a las organizaciones representativas de los trabajadores y desocupados –entre otros– de ser los actores reactivos al cambio en pos de mantener sus “privilegios”. En este sentido, la casta es señalada como el enemigo a combatir, a “hacer sufrir”, y a ajustar en un eventual gobierno libertario. Con esta infraestructura ideológica rayana con el delirio, y conminado por su perro que le ordenó “meterse en política”, Milei concitó tras de sí la adhesión de sectores desencantados con la política tradicional. El domingo por la noche los libertarios entraron en crisis, dado que su única chance para alcanzar la presidencia de la nación implicaría una alianza con… la casta. En los días subsiguientes, la estrella fugaz de Milei ingresó en una deriva de consecuencias imprevisibles, reafirmando aspectos que rechazaba, y desdiciéndose de afirmaciones a las que no iba a renunciar jamás. Cada nueva declaración lo distancia más del prepotente personaje que supo construir. Sólo parece quedar, como un residuo radiactivo, apenas un insultador serial obligado a moderarse para contener el éxodo de algunos sus espantados electores.

La apuesta conservadora

Ministro de economía de un gobierno que muchos consideran fracasado (incluso entre sus propios votantes), Sergio Massa fue el inesperado vencedor de la contienda. Su probabilidad de alcanzar la victoria en segunda vuelta dependerá de varios factores: por un lado, la propia licuación (seguramente para nada definitiva) de la derecha, con Macri y Bullrich intentando retener algunos de sus votos para Milei. Por otro lado, deberá incrementar el caudal de votos para que la diferencia con el segundo no deje lugar a dudas, ni a acusaciones de fraude. Aquí el voto de quienes ven en Milei un peligro para la vida en sociedad será fundamental: radicales ahora ex cambiemitas, peronistas que hace años vienen deambulando por afuera de la estructura partidaria, el larretismo que aún lame las heridas infringidas por su ex jefe, las fuerzas de izquierda social y partidaria (quienes, según el análisis post electoral de la candidata Myriam Bregman, ya habrían optado en un caudal nada desdeñable por Massa, comprendiendo los riesgos de la hora), el sector comprendido por el schiarettismo, así como aquellos que, por enojo, advertencia o esperanza, acompañaron con su voto a Milei, pero hoy lo ven como el loco capaz de presionar el botón nuclear tras una noche de insomnio. El voto a Massa es, en muchos sentidos, conservador: pretende un orden que se aprecia –al menos– predecible.

En un eventual gobierno, Massa no sólo tendrá el desafío de estabilizar algunas de las más críticas variables macroeconómicas, sino que estará obligado a responder a su base electoral si no quiere pasar a la historia como un nuevo presidente que “no pudo, no supo, no quiso». Además de impulsar los resortes del crecimiento, de redefinir el perfil productivo en un contexto de cambio en las relaciones internacionales, de renegociar la deuda externa y otorgar al Estado autonomía relativa sobre las apetencias del capital, su misión perentoria, para lo cual no cuenta con “luna de miel” alguna ni tiempo de gracia, será ofrecer alivio al bolsillo de las y los trabajadores. Desde la mirada de quien se levanta todos los días para ganar el sustento que permita una vida digna para sí y los suyos, los últimos ocho años han sido los del deterioro de su poder adquisitivo, primero con Macri que pulverizó los ingresos populares, y luego con el gobierno de Alberto Fernández, que a pesar del freno a la caída del producto bruto, la reactivación de la actividad, y de registrar bajos niveles de desempleo, desatendió la recuperación del salario real, contentándose con su congelamiento en los niveles de la prepandemia.

Massa también enfrenta el dilema del «cambio con continuidad». Es un hombre joven que representa un relevo generacional, y que deberá ampliar su legitimidad más allá del 37% que mayoritariamente le otorgó el núcleo panperonista. Deberá rescatar, con políticas efectivas y no con memes y apariciones televisivas, a aquellos que votaron a Milei pero que por su inserción territorial y de clase, pertenecen a la histórica base social del peronismo. Son mayoritariamente jóvenes cuya experiencia política se resume en el fracaso del tercer ciclo neoliberal, y que indignados buscaron una salida ya no por el «que se vayan todos» del año 2001, sino por el «ya fue, y que explote todo». Massa, en la eventualidad que fuera presidente, deberá también gobernar con una oposición que ha roto el pacto democrático, o tejer al menos los mínimos consensos que permitirían el reconocimiento y la negociación con el rival. Los discursos de Milei por un lado, y Bullrich por el otro la noche de sus sendas derrotas no sólo no incluyeron la clásica felicitación al vencedor, sino que plantearon que el objetivo de cara al balotaje será su destrucción y eliminación «para siempre» en la Argentina. Como si la democracia fuese apenas la mera continuación de la guerra, pero por otros medios…