Publicación Haaretz. del 26-9-26, a partir de los sucesos de Tel Aviv en Iom Kipur

Ha comenzado la guerra por el futuro del judaísmo en Israel

El ataque iniciado por el gobierno judío fundamentalista de Netanyahu contra la democracia y contra todos los valores liberales de Israel trajo aparejado una guerra cultural en torno a la identidad judía de los israelíes, que promete ser excepcionalmente desagradable.
Por Angel Pfeffer. Traducción: Kevin Ary Levin

Hace exactamente tres años, en la tapa de Haaretz, aparecieron imágenes gloriosas de Neilá, las plegarias de cierre de Iom Kipur, que tuvieron lugar en la Plaza Dizengoff de Tel Aviv. Fue durante la segunda ola de COVID-19 en Israel, y miles de telavivim – religiosos, tradicionalistas y laicos, incluyendo a aquellos cuyas sinagogas habituales estaban cerradas por las órdenes de distanciamiento del Ministerio de Salud y aquellos que hacía años no pisaban una sinagoga – se mantenían juntos en la ceremonia al aire libre.

Era uno de esos momentos de unidad israelí que han sido tan infrecuentes en años recientes. Un momento en el que los valores de Israel, su democracia y su identidad judía no se encontraban en conflicto. En una parte pequeña de la plaza, las personas más religiosas rezaban con separación entre hombres y mujeres, pero eso no le molestaba a nadie. No había motivo alguno para que esto molestara a alguien en el Iom Kipur de 5781.

Un momento así ya no es posible en el Israel de hoy, de 5784. El ataque del gobierno judío fundamentalista de Binyamín Netanyahu contra la democracia israelí y contra cada valor del Israel liberal ha traído aparejada una guerra cultural. Una guerra de religión y de libertad religiosa. En retrospectiva, esta guerra siempre iba a surgir, quizás tenía que surgir. Pero no fue otra cosa que el golpe judicial del gobierno actual el que la detonó. Y cuando Tel Aviv está en guerra, no permitirá que se impongan barreras para separar géneros para rezar en la vía pública.

La guerra por la democracia no es solo por arreglos constitucionales y los poderes de la Corte Suprema (que, por cierto, fueron pisoteados este Iom Kipur en Tel Aviv, cuando la policía actuó en contra de la decisión de la Corte Suprema, que le dio la razón al pedido de la municipalidad y ordenó que no se impusieran barreras físicas en el rezo). Ante la insistencia de organizaciones religiosas de imponer estas barreras en la vía pública de Tel Aviv para que se rezara como en una sinagoga ortodoxa, toda la experiencia terminó en violencia y acusaciones cruzadas. Esto demuestra que la guerra que vivimos es también una guerra por los espacios públicos de Tel Aviv, ciudad que pensó que podía evitar el derrotero de Jerusalén, que ya cayó bajo el dominio de fundamentalistas. Se trata de una guerra por la identidad judía de cada judío israelí.

La guerra religiosa que empezó oficialmente en Israel el pasado Iom Kipur va a ser desagradable. En Tel Aviv, y tal vez en otras ciudades israelíes, la tolerancia por los puestos de avanzada del judaísmo intolerante se ha terminado. No hay forma ya de hacer un puente entre quienes, por un lado, vieron los acontecimientos de Iom Kipur en Tel Aviv y en otras ciudades de Israel como un intento por parte de fanáticos religiosos de desafiar la orden de la Corte Suprema e imponer segregación de género a una ciudad liberal y, por el otro lado, quienes vieron en lo sucedido el intento por parte de secularistas radicales de evitar que judíos no puedan conmemorar un evento sagrado. El tejido social de Israel está demasiado rasgado. Este es el legado de Netanyahu, y su gobierno intenta seguir tirando de la tela.

Una vez terminado el día de ayuno, Netanyahu apresuradamente emitió un comunicado condenando a los “manifestantes de izquierda que atacaron a judíos durante sus rezos”. Su mensaje era claro: hay zurdos y hay judíos.

Ya en 1997, Netanyahu susurró a los oídos de un famoso kabalista, el rabino Itzjak Kaduri, que “la izquierda se olvidó de lo que es ser judío”. Hoy, simplemente ya no son judíos para él.

Casi no tiene sentido mencionar que, durante muchos años, cuando la familia Netanyahu vivía en Estados Unidos, asistían a una sinagoga conservadora en Iom Kipur, donde los hombres y mujeres rezaban juntos. En estas últimas tres décadas, desde que entró al liderazgo del Likud, Netanyahu viene explotando la división artificial entre “judíos” e “israelíes” para construir su base política.

Netanyahu es ahora indistinguible de su ministro kahanista, Itamar Ben-Gvir, quien también emitió un comunicado apenas finalizó Iom Kipur. Ben-Gvir prometió visitar Tel Aviv para realizar plegarias en la vía pública. Ambos toman ahora el nombre del judaísmo en vano para ganar puntos políticos. Es una táctica que les sirvió a ambos en el pasado. Mientras tanto, los manifestantes que pertenecen al movimiento democrático israelí se ven obligados a trabajar para evitar ser llamados “antisemitas”, como ya los han llamado los voceros extraoficiales del gobierno.

Tal vez haya sido este el momento en el que el movimiento de protesta finalmente se dio cuenta de que la lucha por la frágil democracia israelí y sus vidas cómodas en Tel Aviv y un par más de refugios laicos del país debe ser también una lucha por la definición y el futuro de la identidad judía de Israel.

La gran mayoría de los judíos israelíes no son fundamentalistas. Eso incluye una parte significativa (y la línea clásica) de la comunidad religiosa sionista, que no comparte los valores de los políticos de extrema derecha que se han apropiado de la etiqueta de “sionismo religioso”. Sin embargo, han aceptado que sean los fundamentalistas quienes definan el judaísmo en Israel, porque la Israel liberal hace tiempo que renunció al tema.

Abandonaron así a las mujeres que no pueden divorciarse y que se hallan a la merced de las cortes rabínicas. No se han unido a las Mujeres del Muro (Neshot Hakotel) que luchan por acceso igualitario y la posibilidad de rezar en el sitio central del judaísmo en Israel. Se han rendido sin presentar batalla en muchas de las luchas por el carácter judío de Israel.

Este año, Iom Kipur 5784, escuchamos las sirenas de una Guerra de Iom Kipur distinta. El grito de batalla de esta guerra puede ser encontrado en el majzor de Iom Kipur: “remuévase al gobierno de maldad de la tierra”. Pero reemplazar al gobierno de Netanyahu e impedir su golpe constitucional no será suficiente. Para defender la democracia israelí, los israelíes deben pelear también por la identidad judía del país.