Aparecido en ‘Haaretz’ -7 de septiembre de 2006-:

Las bases de la beligerancia de Irán

El acercamiento de Israel al conflicto con sus vecinos ha sido frecuentemente caracterizado como fijación mental: generalmente ha girado en derredor de vías diplomáticas a favor de combatirlos y "explicar" cuán peligroso son estos enemigos, para el mundo y para Israel.

Por Shlomo Ben-Ami

Israel fue el último en entender que la OLP, con todas sus fallas, era el único socio alrededor; mientras los Estados Unidos no reconocían a la organización, Israel seguía obsesionado. Hoy, es el turno del Hamas. ¿Aquí, también, el intento por librarse de la organización golpeándola militarmente? ¿después que, debido a nuestra fijación, ayudamos a crearlo? Ello no prosperará.
Antiguamente, Israel también estaba fijado en la presunción que el régimen de Baath, en Damasco, debía y podía ser derrocado. Este régimen está hoy vivo y coleando, 40 años después de su establecimiento.
El «síndrome Iraní» es la presente fijación de Israel. Durante años, Israel ha estado haciendo saber al mundo sobre el peligro iraní, exigiendo que la comunidad internacional condene al ostracismo al régimen de los ayatolaes y alistándola para combatir el programa nuclear de Irán. Pero, como las estrategias preventivas anteriores, ésta es una que es probable que tampoco tenga éxito.
En cuanto se puso en claro que el Irak de Saddam Hussein estaba camino a volverse una potencia nuclear, y una vez que Pakistán se hizo de semejante poder, empezó la cuenta regresiva para que Irán se vuelva un poder nuclear. Las limitaciones de la disuasión de Israel, como fue expuesta en la guerra en El Líbano, no ayuda a detener la carrera iraní hacia la obtención de ese poder. No hay tampoco ninguna oportunidad que la comunidad internacional siga a Estados Unidos en una confrontación extrema con Teherán, o incluso le imponga sanciones. Norteamérica perdió su habilidad de formar coaliciones internacionales en Irak, y también perdió su legitimidad por la acción independiente.
La pregunta, hoy, no es cuando Irán tendrá el poder nuclear, sino cómo integrarlo en una política de estabilidad regional antes de que obtenga tal poder. Irán no está manejado por una obsesión para destruir a Israel, sino por su determinación para conservar su régimen y establecerse como un poder regional estratégico, cara a cara con Israel y los estados árabes sunnitas.
Los sunnitas son el enemigo natural de Irán, no Israel. La respuesta a la amenaza iraní es una política de «detente», que podría cambiar el patrón de conducta de la elite iraní.
Pero la «detente», como la estrategia de conflicto con Irán, no es una cuestión que Israel pueda tratar por su cuenta. Es, por encima de todo, un problema norteamericano. Desgraciadamente, la Norteamérica de George Bush no está interesada en la resolución del conflicto; en lugar de eso, como Israel, está peleando batallas en la retaguardia contra estados y organizaciones malignos. Qué pasa cuando este colapso está en exhibición en Irak: nunca el Medio Oriente ha sido más peligroso y volátil de lo que ha sido desde que Saddam Hussein fue destronado. Los Estados Unidos, destruyendo a Irak como un contrapeso para Irán, son directamente responsables por la arista estratégica actual de Irán, así como por su audacia.
Estados Unidos posen la llave para hacer retornar a Irán a un camino de negociaciones y cooperación internacional. Pero para hacer esto, deben tomar una decisión que puede ser dificultosa para sí mismos y para Israel: deben dirigir un diálogo abierto que pueda reconocer la importancia regional de Irán. Esto moderaría su conducta y, finalmente, llevaría a un cambio gradual en su régimen.
El sable que sacuden Israel e Irán es conveniente para ambos. Para Israel, presentándose como la línea de avanzada democrática de Occidente en la guerra contra el terror fundamentalista y el régimen de los ayatolas, es provechoso movilizar al mundo contra las aspiraciones nucleares de Irán. Pero la capitulación de la comunidad internacional ante la determinación de Irán simplemente ha demostrado cuan dudosa es esta metodología.
En cuanto a Irán, sus ataques venenosos contra Israel y los judíos son su manera de movilizar al mundo islámico para apoyar el régimen iraní y sus aspiraciones regionales. Para el «mundo árabe,» Irán es un enemigo. Pero en el mundo islámico que Ahmedineyad está impulsando, Irán tiene una posición de liderazgo. Teherán no es tanto un enemigo de Israel como un enemigo de cualquier proceso de conciliación árabe-israelí, que le permitiría al mundo árabe sunnita, finalmente, dirigir todas sus fuerzas contra el enemigo real: el Irán shiíta y sus pretensiones hegemónicas.
Una paz árabe-israelí y la neutralización de la amenaza iraní podrían, por consiguiente, ser mutuamente afianzadas. Una política de «detente» con Irán tendría implicaciones de largo alcance para las chances de paz entre Israel y sus vecinos árabes. Igualmente, sin embargo, una conferencia de paz internacional que podría renovar el dinamismo adquirido por haber acabado el conflicto árabe-israelí quitaría las bases para la beligerancia de Irán.
Ni sanciones, ni aún la acción militar pueden dispersar la nube del día del juicio final que pesa sobre la región. Sólo desposeyendo a Irán de armas nucleares como parte de un acuerdo integral árabe-israelí lo podría hacer.