1º Encuentro de Jóvenes Intelectuales en AMIA

Nuevas voces para una nueva tribu

Organizar un encuentro de jóvenes intelectuales judíos exige un trabajo de definición de términos que genera no pocas ansiedades. En primer lugar: ¿Qué es ser joven? ¿Hasta cuándo se es joven? ¿Quiénes participan: los jóvenes o los que hablan sobre ellos? ¿Hay temáticas jóvenes? En segundo lugar: ¿Qué es ser un intelectual? ¿Cualquier ejercicio de reflexión es un ejercicio intelectual? ¿Desde qué lugar un sujeto enuncia que es un intelectual? ¿Un artista es un intelectual? ¿Un moré, un madrij, un rabino…, son intelectuales?

Por Laura Kitzis

Elevando la duda a niveles paroxísticos… ¿cómo juega lo judío en todo esto? Porque también había participantes no judíos… ¿Quién tiene que ser judío? ¿El tema? ¿El expositor? ¿El público? ¿O puede entrar cualquiera?
Quién tiene que estar, quien no tiene que estar…, qué decir, qué callar… Quién va primero, quién va último, “no podés no invitar a…”, favores, deudas, narcisismos.
Viejas ansiedades comunitarias…

Lo fundante

Muchos (casi todos) lo saben. El término “intelectual” es un término de origen judío.
Y al igual que lo judío, es un término de difícil precisión.
Existe un momento que es, podríamos decir, fundante, un momento que sella las nupcias entre el intelectual y la “cosa pública”. Ese momento es el “Affaire Dreyfus”.
El “Manifiesto de los intelectuales” fue publicado en el periódico “La Aurora” el 14 de mayo de 1898. En ese momento se configuró, tomó forma, un sector, una voz, un espacio, un ámbito: los intelectuales. Y quien fuera, tal vez, su figura representativa y paradigmática: Émile Zola.
Por supuesto que no eran los primeros. Uno podría pensar que los sofistas eran intelectuales, que los copistas benedictinos eran intelectuales, que los imprenteros judíos de Italia -que nos dejaron la Biblia de Soncino- eran intelectuales. Sin embargo, la novedad de ese momento crucial de fines del siglo XIX fue que los intelectuales se configuraron como un poder. Un poder capaz de cuestionar al Estado, al aparato judicial, un poder capaz de generar opinión. Un poder capaz de cambiar -sino la Historia- un aspecto de la misma. No es poco. De hecho, es mucho. Lo suficiente como para que todos se reivindiquen como intelectuales. Lo suficiente como para que todos les tengan verdadero terror.

Estamos jodidos

¿Por qué me pongo a contar la historia de los intelectuales? Decididamente no para reivindicar una presunta esencia intelectual judía (si cada dirigente comunitario que se regodea diciendo que somos el pueblo del Libro, por lo menos ¡fuera y leyera algún libro! -como una especie de impuesto por tener el descaro y la falta de imaginación de seguir usando esa frase- nuestros últimos veinte años de vida comunitaria, y sobre todo nuestros últimos meses de perplejidad y amargura hubieran sido muy distintos).
Me pongo a contar la historia de los intelectuales, porque por esos años también surgió el sionismo… (cuenta la ‘morá’ Shoshana que Herzl fue a cubrir la destitución de Dreyfus y entonces escribió “El Estado de los Judíos”).
Me pongo a contar la historia de los intelectuales porque ser judío en Argentina (o sea: ser minoría) y ser un judío intelectual (o sea: ser una minoría dentro de otra minoría) y tener una relación de afinidad, afecto y empatía con un remoto Estado, o con su idioma, su comida o su música (o sea: participar y apasionarse de la cosa pública acá, pero también mirar y sufrir lo que pasa allá), contribuye a que uno esté total y definitivamente jodido.
Y si sos idishista (me enteré de que hay idishistas menores de treinta años) bueno… eso ya entra en el registro de la heroicidad. Y si sos judío, intelectual y de izquierda… si sos judío intelectual y de izquierda, en estos tiempos, hay que acudir -sin dudarlo- a medicación neurológica.

Juventud, divino tesoro (comunitario)

Hasta acá, las desventuras en orden creciente de ser judío e intelectual (con una pequeña digresión sobre ser de izquierda).
¿Qué pasa con ser joven? ¿Qué es exactamente ser joven para las instituciones de la comunidad judía?
“Todo lo que estamos haciendo lo hacemos para la juventud”, “hay que escuchar a la juventud”, “la juventud es el futuro, la juventud es nuestra fuerza vital, son los que van a transmitir nuestro legado milenario con renovados bríos a las generaciones venideras, son los que encarnan la luz del judaísmo, nuestro recurso humano más valioso”. Nuestra garantía de continuidad…
Ser joven para las instituciones comunitarias… por supuesto, sería muy simplista decir que es todo mentira.
Porque ser joven es continuidad, pero ser joven es también ruptura. Ser joven es la garantía de la transmisión, y por ende de la inmortalidad, pero también es la amenaza del recambio inexorable. Es Layo frente a Edipo, sabiendo que lo matará (y sabiendo que así debe ser, que así estaba escrito). Es Moisés dejándose sostener los brazos cansados por un Josué joven y fuerte y sabiendo que Josué entrará a la tierra prometida y él morirá del otro lado. Es la angustiosa necesidad del parricidio y la tentación atroz del filicidio. Es la lucha por el poder.
Todo esto marca la relación ambivalente entre las instituciones comunitarias y los jóvenes que permanentemente somos convocados a las mismas.
Conviene saberlo cuando hay que organizar un encuentro de jóvenes intelectuales judíos.

Un raye judío cualesquiera

Se habló de todo: laicos y religiosos, nueva pobreza comunitaria, los judíos y la cuestión de izquierda, lo judío en la literatura, en el cine, en las artes plásticas y en el comic, se abordó el judaísmo con cuestiones de sexualidad y género. Se habló de la proliferación de nuevos marcos comunitarios, de la asimilación, de las nuevas formas de la identidad judía, de la necesidad imperiosa de encarar lo judío desde un abordaje académico. Se habló de los distintos usos y abusos de la Shoá, de la mediocridad de nuestra dirigencia comunitaria, de la falta de rigor conceptual y valentía en el abordaje del conflicto en Medio Oriente. Se habló de cómo interactúa la comunidad judía con otras comunidades, cómo lo hacía en el siglo I con los helenos y cómo lo hace ahora con los coreanos y los bolivianos. Se leyeron cuentos judíos de autores inéditos que van a dar que hablar. Se expuso sobre lo judío en Shakespeare y en Borges. Se habló de Paul Celan y de Lévinas, pero también se habló de lo judío en Tolkien, los Babasónicos y X-Men… y los que no estuvieron, realmente se perdieron algo muy interesante.

Menos solos

Los intelectuales estamos acostumbrados a hablar demasiado con nosotros mismos. A veces sirve para preservar la autonomía. A veces agobia y confunde. Durante un largo fin de semana nos hemos sentido menos solos… creamos un espacio para compartir una opinión, un autor favorito, una lealtad, un odio, un raye judío cualesquiera con alguien.
Durante un largo fin de semana nos sentimos acompañados y pudimos confrontar con otros el pequeño resultado de muchas horas de trabajo solitario. Porque curiosamente, mientras nuestros dirigentes se rasgan las vestiduras ante el monstruo terrorífico de la asimilación, setenta intelectuales prestaron sus reflexiones, su tiempo, su esfuerzo y su cuerpo a lo que fue “Nuevas Voces para una Nueva Tribu. 1º Encuentro de Jóvenes Intelectuales”, judíos y no judíos también, en AMIA; con todos los defectos que en calidad de organizadora me corresponden y con toda la profundidad, el rigor, el asombro, la maravilla y la magia que les pertenece a los que verdaderamente le pusieron la voz.
A todos ellos mi admiración, mi reconocimiento, mi gratitud y el deseo de volvernos a encontrar.