"El mejor país del mundo", editado por Tzavta Usina Cultural. 2023

El valor de la aflicción

En su ultimo libro, de reciente aparición, Mauricio Goldberg narra las errancias del protagonista entre el amor y la pérdida, entre el kibutz y la tnuá, entre Argentina e Israel. Una desgracia personal hace que la vida de David recobre sentido: la agitada Argentina de la dictadura militar lo lleva a intrincarse en una nueva tarea: que los judíos argentinos hagan aliá y que abandonen, de una vez y para siempre, la diáspora. El otro marco político de la trama es su labor en la realidad argentina para que las instituciones no sean cómplices del terrorismo de Estado. Por lo tanto, estos dos polos de la novela nos llevan al próximo: la tarea comunitaria.
Por Facundo Milman

«El hombre necesita gente afectuosa toda su vida. La necesitamos en un período de aflicción; dependemos de su asistencia material e épocas de debilidad física; y en épocas de salud y fortuna, nos deleita relacionarnos con ella».
Maimónides, Moré Nevujim.

“No deseo nada más que habitar mi aflicción”.
Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso.

¿Cómo construir una ficción? ¿Cómo hacer una ficción? ¿Y si esa ficción es una forma de hablar de la realidad? Estas y más preguntas son las que se vierten en «El mejor país del mundo», la nueva novela de Mauricio Goldberg. Si la pregunta es por la ficción, la respuesta no es por la realidad fáctica. En lo personal, no me interesa tanto la realidad empírica sino más bien la ficción. Qué se narra, en qué modo y qué artificios puedo reconocer al respecto. En esta novela, la trama es fundamental; la trama narra lo fundamental de una vivencia porteña e israelí. Pero ¿cómo lo hace? Esa es mi indagación al respecto.

Si bien la narración cuenta la historia de un judío y una infidelidad, lo importante es cómo se sobrepone. No mencioné los artificios porque sí o porque es un recurso literario, sino más bien porque ese artificio nos detalla las peripecias de un protagonista y qué hace con su vida. David, el protagonista, estaba con Jana; Jana le “metía los cuernos”, para decirlo en criollo, mientras él no estaba. Esa es una peripecia. Sin embargo, la ficción tiene otro poder sobre nuestra vida: que nosotros podamos no sólo leer esta vida, sino esta vida intensificada y que nos ayuda a suspender el mundo en el que vivimos. David se intenta sobreponer, pero no de cualquier forma. Lo interesante a subrayar es que impone una distancia con sus compañeros del kibutz porque esos mismos compañeros no sólo no le advirtieron lo que sucedía, sino que también eran indiferentes y se reían a sus espaldas. Entonces la pregunta por la ficción cobra otro sentido: ¿qué hacer con esos compañeros? ¿Cómo reaccionar ante tales conductas contra un compañero? ¿Y el dolor de David?

David, en el mientras tanto, tenía que soportar las burlas de sus compañeros. Tenía que soportar a Jana que estaba ahí, que se burlaba de él en el silencio. Sus compañeros lo miraban de forma altanera. ¿Y qué hacer con el amor? ¿Con la complicidad? Porque el amor es darse, el amor es complaciente, el amor es exigente. El amor, en lo fundamental, pide mucho de la persona y del otro. Es una demanda. Pero cuando esa demanda se ve acotada, limitada y, sobre todo, traicionada, el amor se vuelve inocuo y dañino. David se ve en esa lucha, en la lucha de combatir un amor que era suyo pero abandonado. Lo llamativo es que David no abandona su filiación tanto a su compromiso como a su kibutz. Él se siente parte, él sabe que su centro material y espiritual está ahí, pero se tiene que ir por un tiempo. Goldberg, por tanto, narra las errancias de David entre un tiempo y el otro: entre el amor y la pérdida, entre el kibutz y la tnuá, entre Argentina e Israel.

Una desgracia personal hace que la vida de David recobre sentido: de Argentina hacia Israel y de Israel hacia Argentina. La situación agitada del país lo hace intrincarse en una nueva tarea: traer a judíos argentinos (¿o argentinos judíos?) a Israel. Que los judíos hagan aliá y que abandonen, de una vez y para siempre, la diáspora. Esta circunstancia y también, por qué no, esta coincidencia se sintetiza en lo que dice Dov: a veces el hambre se encuentra con las ganas de comer. El desamor de David se encuentra con la situación de emergencia de los judíos de Argentina.

El otro polo político de la novela ya no sólo se juega en salvar vidas y llevarlas a Israel, sino también en reaccionar. La realidad argentina y la situación de las instituciones apuesta a no ser indiferentes frente a lo que ocurre. En la situación de la dictadura militar argentina no se puede ser indiferentes porque eso los convertiría en cómplices. El objeto ideal de la dominación de la dictadura militar argentina no era el represor convencido o el muchacho “cooptado” por algún partido de izquierda, sino las personas para quienes ya no existe la distinción entre el hecho y la ficción y entre lo verdadero y lo falso. Podría leer y cerciorar la novela en esta doble injerencia: por un lado, la tarea que tiene David por haber solicitado el puesto para escaparse de su Jana que le era infiel y, por otro lado, su hacer en la realidad argentina para que las instituciones no sean cómplices de la dictadura militar. Por lo tanto, estos dos polos de la novela nos llevan al próximo: la tarea comunitaria. Ya no es tiempo de encender el pánico social dentro de la comunidad judía, sino más bien alertar. Alertar a los padres del peligro que podría ocurrir y, sobre todo, que los judíos jóvenes de izquierda pueden convertirse en un chivo expiatorio del poder autoritario.

En conclusión, la novela de Mauricio Goldberg narra una vida. Una vida llena de encuentros, desencuentros, fallos, fracasos, pero vueltos a iniciar. El mejor país del mundo parece interpretar como fórmula perfectible aquel proverbio: “porque siete veces cae el justo y siete se vuelve a levantar”. Por más veces que se caiga, David se vuelve a levantar: Jana le es infiel, sus compañeros se burlan, le ocultan información, pide un cambio de puesto y no se lo dan, le hacen un ofrecimiento y lo devuelven a la Argentina pero él vuelve a intentarlo. Goldberg retrata esto: una ética judía que aguanta el golpe sin importar de dónde viene. Porque, como dice otro proverbio, “mejor son las heridas del amigo que los besos del enemigo”.