Esquivel, en el 2006, no habla de Estado terrorista en relación a la República Islámica de Irán, cuyo Presidente niega que hubo Holocausto y aboga por el genocidio de Israel.
Esquivel no acusa al gobierno de Israel como supuesto operador de estrategias de terror; yendo directamente al grano, define a todo Israel como un Estado terrorista.
En este sentido, debemos agradecerle a Pérez Esquivel su absoluta claridad, porque no deja dudas sobre cómo reaccionar.
Así lo entendieron los que pintaron «suprimir al Estado Sionista» en las paredes de la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires; así lo entendieron, también, los ‘quebrachos’ que impidieron a jóvenes judíos manifestarse, frente a la Embajada de Irán, contra la violencia del Islam integrista.
Allí estuvo el «líder espiritual» Alí que se refirió a los judíos «sedientos de sangre» que buscan en El Líbano «su ración de carne»… ¡epa! don Alí, nos recuerda cómo elaboramos nuestro pan ácimo; también Alí es clarísimo.
Y todo esto sucede en el país y en la ciudad que fueron escenario de ataques financiados por el imperio del fanatismo religioso y el terror genocida de raíz islámica.
La matanza en Darfur, la tragedia de Somalia, son aprobadas por omisión: el siglo veintiuno parece extrañar al Medioevo, reviviendo al crimen ritual, estigmatizando a los judíos y al país de los judíos.
Eso sí: los cruzados e inquisidores de hoy adecuaron sus recursos discursivos al entorno político; el judío es demonizado como capitalista, los israelíes como colonialistas. El movimiento nacional judío, el Sionismo, se convierte, en boca del jeque Alí y los ‘quebrachos’, en sinónimo de racismo.
Pero lo más preocupante no son los delirios del fanatismo islámico y los dogmas antisemitas de la izquierda ultrista. Lo peor es la mirada apática, pasiva y silenciosa desde el grueso de la sociedad civil.
Probablemente, muchos sectores democráticos y lúcidos se sienten desamados frente a consignas que «suenan» progresistas, pacifistas y -muchas veces- pletóricas de inocente amor.