El sociólogo Adrián Krupnik define “La identidad judía a partir de tres marcos: Las tradiciones religiosas, identificación con el Estado de Israel, e interesarse e identificarse con la historia del pueblo judío”. Los dos primeros se manifiestan en forma institucionalizada: el primero como comunidades religiosas y el segundo como movimientos sionistas en general. Para éstas la tercera opción -el judaísmo no institucionalizado- no es un judaísmo verdadero.
Así se abren dos grandes judaísmos: el institucionalizado y el no institucionalizado. En el primero, se incluye a los religiosos y los laicos-sionistas, la derecha y la izquierda. En ellos es la continuidad de la Institución la que garantiza la continuidad judía.
Entonces, las instituciones (judías) buscan que el individuo no se aleje de ellas porque de otro modo desaparecerían.
Para lograr esto, dice Iakobson, “forman un discurso que mueve a la gente desde la culpa y el miedo y no desde la autoafirmación”. Estas son las que subordinan lo Humano para fortalecer lo judío.
Iakobson agrega, a su juicio, las premisas institucionales de religiosos y sionistas:
– Los intereses entre la comunidad judía y el Estado de Israel son monolíticamente los mismos, la solidaridad es absoluta y sin fisuras ideológicas.
– La aliá es el único futuro: «Los judíos en Argentina no tienen futuro», Abraham Kaul.
– El mito sionista de una fundación del Estado de Israel en una tierra donde «había pocas familias» árabes.
– El problema de la colectividad judía es la conservación de su identidad y su lucha por la identidad.
– La asimilación pone en peligro al judaísmo. Un discurso institucional que busca la afirmación identitaria a través del miedo.
– Todo aquel que critica o propone algo diferente es un antisemita o un judío que se auto odia.
¿Judío o humano?: la falsa dicotomía.
La guerra hizo resurgir premisas y prejuicios. Pero ya hace tiempo que las instituciones de la comunidad judía no logran mantener bajo sus alas a todos los judíos.
Patricia Kolesnicov, editora de Cultura del diario ‘Clarín’, cuenta que su alejamiento de la comunidad comenzó “cuando fui a Tapuz (un plan de viaje a Israel para jóvenes) y conocí al primer socialista de mi vida. Con una idea de Estado Palestino y de Jerusalem internacional que significó, también, empezar a pensar las cosas de una muy distinta de como se veían las cosas en la comunidad argentina”.
“Una vez me plantearon si yo era más judía, o humana”, recuerda Kolesnicov, “y esa pregunta es ridícula”. ¿Hay que elegir? Sendos entrevistados coinciden en que la tensión entre judío y humano -como si hubiera un divorcio ente ellas- no tiene sentido.
Defensa acrítica
Krupnik resalta que “existen intereses de fondo que son indiscutiblemente compartidos por cualquier judío que se reconozca como tal”. No obstante afirma que “las comunidades defienden a Israel desde el discurso ingenuo, apolítico y carente de todo tipo de debate. Una cosa es defender la existencia del Estado y otra es defender sus políticas o gobiernos de turno”.
Defender ciegamente las políticas israelíes es olvidar que no solo tenemos que ver con las personas que tienen apellido judío, sino que también hay cuestiones humanas que defender.
“El sufrimiento del otro nunca debe olvidarse, pero tampoco debe olvidarse quién es responsable de cada grupo. Cada Estado sigue su lógica y los conflictos regionales no son achacables sólo a uno de los involucrados”, advierte Krupnik.
“Pareciera -dice Kolesnicov- que todos son antisemitas y nosotros somos buenísimos. Es por eso que me siento más identificada con el judaísmo de Barenboim y de Amos Oz que con el judaísmo del Presidente de la DAIA. Ellos me caen más simpáticos que la gente que cree que los árabes nacen con una daga bajo los dientes. Yo me siento parte del conflicto, viéndolo con una mirada crítica”.
Otra mirada
Cuando deja de existir la tensión judío-Humano, cuando ser judío es una de las facetas del Humano, es cuando no se permite la relativización: si está mal que un Estado cualquiera haga algo, que lo haga Israel también está mal. Es ahí cuando se puede defender la existencia de Israel desde el debate crítico.
Cuando lo judío es una de las facetas de lo Humano, no solo cambia la percepción sobre el conflicto de Medio Oriente. Permite identificarse y repudiar los padecimientos de la sociedad y no solo de los judíos: “todo muy bien con ir al acto por el atentado a la AMIA -dice Krupnik- pero si no te calentás por el hambre de los desocupados, queda un poco hipócrita”.
Iakobson, por su parte, considera que “la cultura judía debe ser un aporte y debe estar abierta a la mezcla y contaminación con las otras culturas en vez de refugiarse en la identidad y la pertenencia”.
Kolesnicov ratifica esta postura: “Yo estoy a favor de la asimilación. Estoy a favor del casamiento mixto. Eso no quiere decir desaparecer. A tus hijos les contarás, les enseñarás, les mostrarás tus libros…y no ese falsete de tanta gente que hace el Bar Mitzvá como quien hace el saludo a la bandera”.
Una vez alejados de la institucionalidad aparece una nueva forma de entender al judaísmo, donde la mirada crítica y la asimilación dejan de ser elementos de autodestrucción. Es ahí cuando nuestra identidad particular no subordina nuestra condición Humana genérica.