Israel después de la guerra:

¿Paz armada o guerra santa?

Israel alberga en su interior diferentes tendencias y organizaciones políticas que van desde un minoritario pacifismo extremo, pasando por un centro-izquierda y un centro-derecha fundamentalista religioso-militarista. Este último confunde los límites geográficos-políticos con los límites bíblicos de la Nación. Israel se enfrenta a la decisión de caminar hacia la paz o hacia una guerra santa.

Por Alberto Mazor (Desde Israel)

Paradójicamente, las constelaciones políticas que se iban desarrollando en el marco del escenario nacional, cuando estalló la guerra de El Líbano, se caracterizaban por un consenso que había neutralizado a los defensores de esos límites bíblicos. El partido Likud sufrió reveses importantes durante el 2005, antes, durante y después de la desconexión de Gaza; el tema de los asentamientos más allá de los límites geográficos, defendido por la corriente encabezada por ‘Bibi’ Netanyahu, tuvo como consecuencias desgarradoras las rupturas producidas dentro de la política israelí, desde las cuales emergió el nuevo partido Kadima de Sharón (y luego de Olmert) que en coalición con el laborismo, los religiosos sefardíes y el partido de los jubilados, gobiernan actualmente Israel.

Definiciones

A partir de la sobrecarga del centro político con sus ramificaciones hacia la izquierda y algo más hacia la derecha, existe en Israel un consenso político que apunta en dos direcciones:
1) La determinación precisa de los límites geográficos, particularmente en Líbano, en la Franja de Gaza y en un posible repliegue en Cisjordania.

2) Un endurecimiento de las relaciones con todas aquellas naciones u organizaciones militaristas, fundamentalistas islámicas, o simplemente árabes, que ven en el abandono de territorios ocupados un signo de debilidad militar de Israel.

Sin embargo, y eso lo saben los dirigentes israelíes, los límites entre Israel y el mundo islámico no son sólo geográficos sino que también -y quizás sobre todo- culturales.
Es evidente que los segundos pueden ser fijados si es que los primeros están claramente establecidos, pero sería un error pensar que con eso se resolverían los principales problemas. No hay que olvidar que el gobierno islámico más enemigo de Israel es -actualmente- el de Irán, que no tiene ningún límite geográfico con Israel; además, y aunque parezca mentira, la relación entre la República Islámica de Irán y el gobierno palestino es muy débil a causa de las radicales diferencias entre el chiísmo persa y la mayoría sunnita que impera en los territorios de la AP. En ese sentido, las relaciones entre el grupo chiíta Hezbollah y el sunnita Hamas, determinan que sólo en condiciones muy puntuales puedan ser realmente aliados. Sería un error muy grande pasar por alto tales diferencias que desde lejos no parecen importantes, pero que en el terreno, son decisivas.

La posibilidad de una alianza no concertada pero objetiva entre chiítas y sunitas contra Israel puede darse, y en parte se ha dado, frente a lo que ambos movimientos ven como una trasgresión de límites culturales. En ese sentido, la tensión más grande del mundo islámico -con respecto a Israel- no reside en que en el Estado judío impere otra religión, sino en el peligro que implica que un país como Israel proclame la libertad religiosa e inclusive la libertad de no ser religioso.
Aquello que representa a Israel, aquello que los fundamentalistas de todos los colores jamás le perdonarán a este país (incluso los fundamentalistas judíos), es ser un enclave político occidental en medio de un espacio donde tienden a imperar posiciones antioccidentales. Eso explica por qué, para fanáticos como el líder iraní Ahmadineyad, Israel debe ser erradicado del mapa.

Herejías

Para Ahmadineyad, la existencia de Israel es una herejía y una blasfemia a la vez.
El fundamentalismo islámico siente dentro de sí la presencia de un tumor político sentimental, sobre todo aquellos musulmanes que no sólo son admiradores de la tecnología occidental (como el propio Ahmadineyad) sino que también observan cómo el estilo de vida occidental va penetrando, lento pero seguro, hasta el mismo corazón del mundo islámico. Especialmente la noción de libertad, de la libertad política por supuesto; no de cualquier libertad.

Israel, es decir, lo que simboliza Israel para una parte considerable de la población islámica es, antes que nada, un enemigo interno que como suele ocurrir en situaciones límites, se lo presenta como enemigo externo.
Israel es el objeto geográfico de agresión, pero visto a través de una crisis de identidad que existe en el interior del mundo islámico; eso lleva a entender que si el problema de la limitación geográfica puede ser resuelto con un poco de buena voluntad, la solución de los límites culturales es un problema mucho más complicado.
Será interesante ver si la entrada de Turquía al espacio europeo agravará las tensiones con un Medio Oriente que teme, muchas veces con razón, una modernización que además de económica, pueda ser muy destructiva desde una perspectiva cultural.

Compatibilidades

En Occidente ya es perfectamente compatible que al lado del edificio de una iglesia pueda existir un cabaret; en el Medio Oriente todavía no es así. Israel es para el fundamentalismo islámico una suerte de cabaret situado en medio de una tierra santa. La evidente superioridad militar y económica de Israel en la zona no debe ir acompañada, si es que se busca una paz duradera, de signos que reflejen una supuesta superioridad cultural.
Es evidente que la política internacional de Israel no podrá prescindir en el futuro de armamentos; pero tampoco deberá prescindir de tacto, respeto y tolerancia. Un enemigo es peligro suficiente; un enemigo humillado puede ser un peligro mortal.
Si es que a corto, mediano o largo plazo se alcanza algún tipo de paz, ésta deberá ser -seamos realistas- una paz armada, es decir, muy frágil; para una paz política falta aún mucho tiempo. O sea que en primer lugar, a lo largo de esa paz armada, habrá que medirse con muchos obstáculos. De lo que se trata, por lo tanto, es de impedir que los obstáculos se transformen en batallas y las batallas en otra guerra. Eso significa que, en segundo lugar, no hay que desarrollar grandes expectativas de que los vecinos de Israel sean dentro de poco tiempo sus amigos; ni siquiera hay que esperar que se saluden; basta con que no se agredan mutuamente; y eso, teniendo en cuenta la situación reinante, ya es mucho pedir.