En un llamado a «las fuerzas democráticas, populares y progresistas» por la paz en Medio Oriente -que adjunto abajo- se cuelan unas frases que no guardan coherencia con el texto:
«Es preciso detenerla [la guerra] para que judío y masacrador no se vuelven sinónimos»
«…que la victoria militar sobre el pueblo palestino tiene un nombre inequívoco: genocidio»
Que «judío y masacrador no se vuelvan sinónimos»? ¿Hay personas, que no estén enemistadas con lo judío por lo que fuera, para quienes existe el riesgo de que judío y masacrador se vuelvan sinónimos, y es ello lo que los preocupados redactores del texto quieren evitar?
No. No existe tal cosa. La frase es retórica y asocia -y los redactores sabrán porqué lo hacen- las palabras judío y masacrador.
Que «la victoria militar sobre el pueblo palestino … genocidio»?
No hay ninguna victoria militar posible sobre el pueblo palestino. Hay victoria militar posible contra algunos grupos fundamentalistas que amenazan si no la existencia de Israel -porque por ahora es fuerte- sí la vida en Israel.
Esas amenazas, que se materializan en las bombas en mercados, escuelas y terminales de ómnibus, y que se hacen explícitamente en nombre de eliminar a Israel, ¿no son genocidio, y la represalia sí?
No. No se puede poner un nombre de connotación negativa: «genocidio», a cualquier cosa que a uno no le gusta. Y si su preocupación realmente es el ataque a inocentes por pertenecer a una nacionalidad, grupo étnico, etc…, habría debido esperarse una condena en el texto a los bárbaros y numerosos atentados a israelíes en Israel, por ser israelíes, y eso no está en el texto.
Qué hay entonces? La intención -y los redactores sabrán porqué lo hacen- de identificar a Israel con genocidio. En manos de nuestros intelectuales, los términos más caros se denigran para la propaganda de apoyo a un lado en el conflicto.
Por motivos variados puede cada uno -y se desprende de ésta mi apoyo a la supervivencia de Israel- apoyar a un bando en un conflicto. Pero enoja, a mi me enoja, un texto engañoso para fundamentar el apoyo sobre premisas que comparto, y por si fuera poco, invocando la paz como objetivo. Engaño que tiene por objeto buscar la simpatía de la intelectualidad de izquierda. Más con el objeto de caer simpático ayudándola en el discurso, que requiriendo su adhesión. La izquierda ocal ya tiene la posición antiisraelí sin que estos redactores la discurseen. Lo que no tienen son buenos argumentos para esa posición -difícil apoyar al integrismo islámico en el camino hacia la construcción del hombre nuevo; o, menos que eso, apoyar la guerra santa en el camino hacia un mundo más justo… en todo caso, un retroceso- y es lo que ese texto pretende ofrecer.
El engaño arranca en tono melancólico evocando la época en que «las palabras judío y oprimido se cruzaban con alguna adecuación».
Curiosamente no se trata de la época de los pogroms en la Rusia zarista, ni de cuando fuimos esclavos en Egipto, ni del mas reciente genocidio nazi que figura -claro- entre los causales de la creación del Estado de Israel para que no vuelva a ocurrir que el pueblo sea masacrado desprotegido de, y frecuentemente por, los mismos Estados donde residían. Decía, no se trata de aquello sino de «la época en que Albert Memmi y su categoría de colonizado gozaban de inusitado prestigio, en que Jean Paul Sartre promovía el diálogo entre la izquierda árabe y la israelí, en que la paz en Medio Oriente se vinculaba al avance de las fuerzas progresistas y revolucionarias del mundo entero.»
¿De dónde proviene la melancolía? Esa época, señores redactores del texto, probablemente fue la última época en que sentían ustedes tranquilas vuestras conciencias con la propuesta de la paz revolucionaria en medio oriente. Como tantas justas propuestas de aquel tiempo tampoco ésta hizo pie en la realidad. Los actores jugaban un juego que estaba lejos de vuestras (y nuestras) pretensiones. Los países árabes alentados al conflicto por la URSS, que de tal modo expandía su presencia como protectora y proveedora de armas, y pasándose además unos a otros el problema de los refugiados palestinos -la identidad palestina como actor político era aún incipiente-. Los israelíes a subsistir como fuera -y para ello apoyados en EEUU-.
Probablemente fue la última época -estamos hablando de los ’60- en que Israel podía verse como débil (oprimida?) en el escenario del MO. Y como era débil –supongo– ponen ustedes: «…resultaba exigible que el nacionalismo palestino aceptara el derecho a la existencia del Estado de Israel».
Después de la guerra del 67 dejó de ser débil. Pregunto: ¿Ya no resulta más exigible que el nacionalismo palestino acepte el derecho a la existencia del Estado de Israel? Aceptarán ustedes que sí. ¿No lo pueden decir, molesta a vuestras conciencias porque ya no es un país oprimido?
Sigue el relato con cuando Arafat y Rabin avanzaron en las tratativas de paz. Voy a completar vuestros recuerdos: Rabin era el halcón entre los halcones del Laborismo, partido que dominó la política israelí casi sin interrupciones hasta ese momento. Fue protagonista de la guerra del ´67 que ustedes calificaron de colonialista. ¿No se acuerdan cómo lo denostaba la izquierda -también la izquierda israelí- hasta que avanzó en la paz? ¿Y ahora se acuerdan melancólicamente de él?
Sigue:
«Pero Rabin fue asesinado por un complot teológico – fascista, primero, y los responsables del crimen ganaron las elecciones nacionales, después.»
Quien ganó después las elecciones fue Sharon, que era tan fascista como Rabin antes de que ustedes lo recuerden como mártir de la paz, y que estuvo a punto de seguir -sorprendentemente- el camino de Rabin en el cambio de territorios por paz. Recuerdo en el repaso, que el primer paso en ese sentido lo dió Begin entregando la península de Sinaí a Egipto en prenda de paz. Begin era la extrema derecha en Israel.
La fácil conclusión de todo esto no es que los fascistas son buenos, es que, alejado de vuestra elemental imagen de pacifista progresista bueno asesinado por fascista malo que conduce genocidio, todo el espectro político israelí -dejando afuera tal vez un 5-10% de grupos marginales- prioriza la seguridad de su subsistencia. Cuando es forzado, por la guerra; y cuando ve la posibilidad, estableciendo reglas de convivencia. No le interesa la conquista a largo plazo, y sí la paz con los vecinos si la seguridad está garantizada. El hecho de que los avances más visibles los hicieran halcones se debe a que sólo ellos podían hacerlo sin la oposición a que el juego político interno dio lugar cada vez que lo intentaban las palomas, peor los pacifistas, peor la izquierda.
Lo que muestra que en Israel se cuecen habas parecidas a las del resto del mundo, que ocurren las mismas trapizondas políticas que en otros lados, que hay -por supuesto- quienes al amparo de la situación tienen delirios de expansión, y que cuando las circunstancias dan lugar intentan ponerlos en marcha. Pero vuestro relato, completado por el mío, demuestra que no hay interés colonizador de largo plazo, y que lo prioritario es la seguridad de su población que cuando está amenazada provoca respuestas militares fuertes.
Señores, ¿están en contra de la guerra? Yo también. Pero no hace falta para ello llamar a Israel genocida, y mucho menos el disparate -ofensivo- de sugerir o alertar contra la amenaza de identificar judío con masacrador!
Estoy en contra de la guerra porque creo que es una guerra de elección, y los costos de una guerra son muy altos para todos -y una tragedia para el más débil- como para justificar reclamar al más fuerte -hoy Israel- el uso de todas las alternativas a su disposición, y, en todo caso, demorar el uso de la fuerza lo que sea posible. El mundo occidental se quiere deshacer del Hezbollah por motivos variados, y se aprovecha de Israel para que haga el trabajo sucio. Israel, como damnificado directo, está interesado en su destrucción si no puede neutralizar los ataques contra ciudades y centros civiles, pero debiera intentar esta variante aceptando una fuerza de paz internacional, en el sur de El Líbano para no exponerse ni cargar con la responsabilidad de una guerra.
Todas estas medidas que tal vez son fáciles de proponer cuando no se está en el lugar de los hechos, podrían -además de tener valores propios- ayudar a ganar opinión en el mundo, que es también un factor de seguridad. Opinión que, lamentablemente, no siempre está relacionada con lo que ocurre; como la de los redactores de la declaración para quienes lo que hagan los actores no tiene ninguna importancia frente al odio inducido por una realidad que no se comporta como sus artificios ideológicos para mostrar «buena conciencia» lo hubieran deseado.