Presenciamos una transformación peligrosa en Cisjordania

Durante años, la estrategia de los colonos ultranacionalistas se enfocó principalmente en operaciones de venganza ante el terrorismo palestino y en mantener sus puestos de avanzada ilegales, construidos sin aprobación gubernamental y en violación del propio derecho israelí. Los ataques de los colonos extremistas hacia palestinos eran una forma de mantener estos puestos de avanzada. Pero en los años recientes, políticos israelíes han comenzado a hablar abiertamente sobre su deseo de anexar la mayoría de Cisjordania. Hoy, con un gobierno que se presenta como mucho más alineado a ellos, los colonos extremistas parecen creer que el burro blanco está a la vista.
Por Ori Nir * . Traducción: Kevin Ary Levin

Publicado originalmente como columna de Opinión en New York Times (26/06/23)

En abril de 1988, como periodista de Haaretz, asistí al funeral de una joven colona de 15 años que vivía en Cisjordania llamada Tirza Porat. Había recibido un disparo accidental de otro colono. Ella era parte de un grupo de jóvenes en una caminata por la naturaleza, que salió de un asentamiento cerca de la ciudad palestina de Nablus cuando, luego de una confrontación con palestinos de una aldea vecina que les tiraron piedras, un joven colono comenzó a disparar, matando por error a Porat.

En su funeral, líderes del movimiento de los colonos exigieron venganza. Uno de ellos, flacucho, se sentaba sobre una roca a pocos metros detrás de mi ubicación y gritaba reiteradamente “¡Guerush! ¡Guerush!” (¡Expulsión) en un marcado acento norteamericano. Cuando la multitud se dispersó, el colono me relató que había migrado recientemente desde Nueva York y que su sueño era expulsar a los árabes de la Tierra Prometida.

Sus gritos estuvieron resonando en mi cabeza mientras seguía los últimos acontecimientos en Cisjordania.

La semana pasada, dos terroristas palestinos mataron a cuatro israelíes y dañaron a otros cuatro cerca del asentamiento de Eli, en la última escalada dentro de una oleada de meses de violencia entre palestinos e israelíes en Cisjordania. Al día siguiente, unos 400 colonos descendieron a varias aldeas palestinas, incluyendo Turmus Aya (una localidad próspera cerca de Ramallah) donde aparentemente quemaron vehículos y hogares. Este ataque se suma a otros este año, dentro de lo que el New York Times denominó en febrero “uno de los capítulos más intensos de violencia liderada por colonos en nuestra memoria”. Desde enero, hubo más de 440 ataques de colonos a palestinos en Cisjordania.

Me resulta más claro que nunca que los colonos ultranacionalistas de Cisjordania persiguen hoy el mismo objetivo que tenía el colono estadounidense en 1988: expulsar a los palestinos. Sin dudas se sienten envalentonados por el nuevo gobierno israelí (el más pro-asentamiento y antipalestinos de la historia) y posiblemente hasta crean que su aparente sueño de una vida sin vecinos palestinos se ha convertido en política oficial israelí. ¡Guerush ahora!

No es difícil entender cómo llegamos hasta este punto.

Durante el último cuarto de siglo, el cruce de constantes proyectos de construcción en los territorios ocupados y una mayor permisividad frente a la violencia de los colonos ha creado una combinación tóxica de indulgencia e irresponsabilidad. En el proceso, más y más israelíes han aceptado la idea de que las áreas de Cisjordania habitadas por colon0s judíos se han convertido en parte soberana de Israel.

Por supuesto, no todos los colonos en Cisjordania son ultranacionalistas que creen que es un precepto religioso habitar la totalidad de las tierras bíblicas. La mayoría de los colonos, de hecho, incluyendo a cientos de miles de judíos ultraortodoxos, se mudaron ahí buscando viviendas económicas. Mientras que es difícil identificar la ideología de los colonos involucrados en la última oleada de ataques, es probable que muchos, si no la mayoría, pertenezcan al primer grupo.

Aunque los territorios ocupados se han convertido gradualmente en más y más ocupados desde comienzos de la década de 1990, la idea de liberar la tierra de sus palestinos era vista por todos los israelíes, incluyendo por los colonos, como algo tan viable como el Mesías llegando sobre un burro blanco. Durante muchos años, la estrategia de los colonos ultranacionalistas se enfocaba principalmente en operaciones de venganza ante el terrorismo palestino y en mantener sus puestos de avanzada ilegales, protoasentamientos construidos sin aprobación gubernamental y en violación del propio derecho israelí. Los ataques de los colonos extremistas hacia palestinos eran una forma de mantener estos puestos de avanzada: ayudaban a disuadir a funcionarios israelíes, que buscaban evitar una escalada de violencia entre los dos grupos, de avanzar con cualquier intento de desmantelar asentamientos ilegales.

En varias oportunidades luego de la firma en 1993 de los Acuerdos de Oslo, cuando parecía que un acuerdo entre israelíes y palestinos estaba al alcance de la mano, pregunté a líderes ultranacionalistas del movimiento de los colonos cuál era su visión alternativa a la idea de Dos Estados o a algún otro tipo de acuerdo de concesiones con los palestinos. Más de una vez la respuesta fue: “Esta es una tierra de milagros. Rezamos por un milagro”. Entendía que por “milagro” se referían a la posibilidad de que, a través de la intervención divina, Israel podría anexar Cisjordania sin sus residentes palestinos.

En ese momento, una aspiración de ese estilo no podía ser expresada o formulada debido al clima político imperante, por lo que los líderes extremistas recurrían a eufemismos. Pero en los años recientes, políticos israelíes han comenzado a hablar abiertamente sobre su deseo de anexar la mayoría de Cisjordania, incluyendo, en una época, a Naftali Bennet antes de que asumiera como Primer Ministro. Hoy, con un gobierno que se presenta como mucho más alineado a ellos, los colonos extremistas parecen creer que el burro blanco está a la vista.

El ministro de gobierno ultraderechista Betzalel Smotrich, veterano en la militancia por los asentamientos, es ahora de facto ministro a cargo de Cisjordania. El nuevo gobierno israelí ha declarado su compromiso con una política que apunta a aumentar la presencia israelí y reducir el porcentaje de palestinos en el área C. Esta zona estaba pensada, bajo los Acuerdos de Oslo, bajo un plan de cesión gradual a la Autoridad Palestina, pero permanece hoy bajo control israelí. Cubre 60% de Cisjordania e incluye todos los asentamientos judíos. El gobierno actual acaba de aprobar una nueva política que recortará el proceso de autorización de construcción de asentamientos y adelantó planes de construir más de 4.000 nuevas viviendas en la zona.

La administración Biden emitió declaraciones de condena ante la violencia de los colonos y la falta de confrontación ante el problema por parte de Israel, así como ante la política de expansión de asentamientos. Juzgando por estos anuncios públicos, puede no ser del todo consciente de la importancia que tiene esta peligrosa transformación en la motivación detrás de los ataques y la postura del gobierno. Washington reacciona a la violencia de los colonos principalmente como si fuesen fruto del fracaso de las autoridades israelíes de implementar la ley en los asentamientos y piensa en las políticas de asentamiento como un impedimento a un futuro acuerdo de paz. Aunque ambas ideas son correctas, no contemplan que el objetivo de estas políticas y prácticas es hoy, en última instancia, la expulsión de los palestinos de Cisjordania.

Ya en mayo, la población total de Ein Samiya, una pequeña comunidad palestina de 200 personas al noreste de Ramallah, guardó sus modestas pertenencias y abandonó sus hogares luego de incesantes ataques de colonos vecinos. “Decidimos irnos por miedo a los colonos”, le dijo Jader, padre de nueve hijos, a Hagar Shezaf, periodista de Haaretz. “Me fui por mis hijos. El menor me dijo: ‘No quiero vivir más acá, los colonos vienen y nos tiran piedras. Mañana me podrían matar’”.

Aunque los colonos aterrorizan a sus vecinos palestinos con cada vez más frecuencia y agresividad, sus actos han tenido pocas consecuencias: las autoridades israelíes raramente los imputan o condenan. En algunos ataques recientes, el ejército y la policía israelí fueron vistos documentando de forma pasiva la situación mientras colonos atacaban y prendían fuego aldeas palestinas.

La semana pasada, luego de llamar a los colonos a acatar las leyes nacionales, el Primer Ministro Biniamín Netanyahu, anunció que avanzaría de forma inmediata con planes de construir 1.000 nuevas viviendas en el asentamiento donde terroristas palestinos mataron a cuatro israelíes, a modo de respuesta ante el atentado. Esto constituye un abandono total de las promesas hechas por Israel cuando colonos quemaban y destruían viviendas en aldeas palestinas en febrero. En el acuerdo de Aqaba, firmado como resultado de una cumbre en Jordania organizada por EEUU, Egipto y Jordania, que reunió a palestinos e israelíes para conversaciones por primera vez en más de 10 años, ambos lados “reafirmaron la necesidad de comprometerse a disminuir las hostilidades sobre el terreno y evitar más violencia”.

Construir mil nuevos hogares para colonos difícilmente contribuya a disminuir nada. La administración Biden y los vecinos árabes de Israel no deberían permitir al gobierno israelí incumplir sus promesas de contener la violencia ejercida por sus propios ciudadanos. A 35 años de la muerte de Tirza Porat, la justicia por mano propia al estilo vigilante, cruelmente exigida por el colono en su funeral, está convirtiéndose en un fenómeno peligrosamente normalizado.

* Vicepresidente de Asuntos Públicos de la ONG Americans for Peace Now y excorrespondal de Haaretz en Cisjordania.