Argentina:

Errores que se pagarán

Cuando se cometió el asesinato del duque de Enghien, primo de Luís XVI, Charles Maurice de Tayllerand le dijo a Napoleón: “Majestad, lo que usted ha hecho es peor que un crimen, es un error”. En la Argentina y en el mundo, se asiste a una devaluación de los partidos políticos que quedaron apresados por los sofismas neoliberales en la época del pensamiento único.

Por Hugo Presman

El poder económico que alentó los golpes militares, período en el que se suprimían los partidos políticos, ha terminado por actuar en la actualidad, en múltiples ocasiones, fundamentalmente por fuera de los mismos.
En una economía de mercado de un mundo globalizado, con concentración de las riquezas acentuadas, el poder económico se vuelve mucho más reducido y poderoso.
En nuestro país, el justicialismo llegó a las elecciones del 27 de abril del 2003, con tres candidatos que realizaron una interna abierta en elecciones generales, imposibilitados de ir a una confrontación previa para evitar la exteriorización de la fractura y la posibilidad cierta que en elecciones internas, Carlos Menem triunfara y fuera el candidato partidario.
Con la flexibilidad y seguidísimo extremo hacia el triunfador que caracteriza al Justicialismo, Néstor Kirchner alineó detrás de su figura en forma incondicional a la casi totalidad de los dirigentes y representantes partidarios. Eso le permite manejar con facilidad la aprobación de las leyes que considera necesarias.
El gobierno ha concretado una serie de medidas y hechos trascendentes que forman parte de sus méritos. Esto se enmarca en un contexto internacional altamente favorable que le permite al gobierno tener viento de cola que facilita sus desplazamientos por un tiempo imposible de vaticinar.
En ese escenario, son muchas las materias y asignaturas posibles de concretar que el gobierno gambetea lateralmente en un fulbito que no marca los goles necesarios para “salir del infierno”, expresión reiterada por el Presidente.
Néstor Kirchner representa en algunos aspectos importantes una ruptura con la década de los noventa y en otras materias vitales una continuidad. Cambiar aspectos relevantes de la estructura productiva para facilitar la reinserción social de los millones de personas que fueron las víctimas del fundamentalismo neoliberal debería ser uno de los objetivos centrales, que ningún superávit, ni acumulación de reservas, como expresiones macro económicas, podrán disimular de no concretarse, en la evaluación histórica de este período.
La oposición, con su fragmentación, su falta de alternativas hace tanto como el gobierno para afianzarlo en la inserción popular.
Dos figuras, dos ex presidentes, que han hecho sobrados méritos para gozar de la jubilación, como Alfonsín y Duhalde están detrás de la movida para levantar la figura del principal colaborador de Kirchner en buena parte de su actual gestión: el economista Roberto Lavagna. El ex Ministro de Economía ha hecho guiños al establishment norteamericano con su crítica a Chávez y al local con su preocupación por las privatizadas. Su intento es el de presentarse como el kirchnerismo sin Kirchner, o mejor dicho como su versión prolija y presentable, buscando seducir a la clase media y al electorado de centro derecha.
Su proyecto tropieza con la diáspora radical que abarca a más de ciento ochenta intendentes y a cinco de sus seis gobernadores. Su aproximación a Kirchner y su denominación de radicalismo K, pone al centenario partido en una situación de cisma de una envergadura similar al de la ruptura de Frondizi con Balbín.
Posiblemente se evite la formalización de la ruptura adoptando la forma justicialista de criticar a los réprobos y dejando la puerta abierta para su regreso.
El radicalismo, por otra parte, tiene una representación superior a su caudal de votos actual.
El resto de los referentes opositores, dudan sobre a que postularse. Mauricio Macri, no sabe si perder como aspirante presidencial de una coalición difusa que podría llevar como candidato a gobernador a Juan Carlos Blumberg, quién seguramente pagará un alto costo al dejar de ser el padre dolorido propulsor de la mano dura, y convertirse en una figura partidaria que recoge sus votos en la franja de la derecha tradicional representando sus convicciones y prejuicios. El gobierno nacional y el de la Ciudad, que le facilitó sus concentraciones para lograr que embistiera sólo contra el de la Provincia de Buenos Aires, le ha salido, en esta ocasión, con los tapones de punta, incluso propiciando actitudes patoteriles.
Las dudas de Mauricio Macri a que puesto postularse: presidente, jefe de gobierno de la ciudad o gobernador de la Provincia de Buenos Aires, alienta al desplazamiento de Ricardo López Murphy a la Capital, después de su penosa elección en territorio bonaerense. A su vez, el gobernador Jorge Sobisch, una versión neuquina de Carlos Menem, pretende postularse a Presidente, en una aspiración desmedida a sus posibilidades reales.
Elisa Carrió, sumida en un fundamentalismo verbal que la lleva a sostener que estamos bajo un régimen similar al nazismo, pero sin campos de concentración, realizó una maniobra táctica, más fruto de su desorientación que de su claridad anticipatoria. Se alejó del partido que fundó pero al mismo tiempo sigue siendo candidata presidencial del mismo. Parece una jugada tan endeble como la que protagonizó Carlos “Chacho” Álvarez, cuando renunció a la vicepresidencia y se propuso hacer política por Internet.
A su vez su discurso tiende a alejarse de la centroizquierda, el resbaloso campo del “progresismo”, coincidiendo con un lenguaje más florido e intelectualizado con los tópicos más caros de la derecha. Está en contra de las retenciones al campo, se preocupa no por la renta petrolera sino por los accionistas de Repsol, está en contra de la despenalización del aborto, se compadece de los militares criticados, tiende a coincidir con el discurso oficial de la Iglesia, ataca duramente a Hugo Chávez, se alarma por los controles estatales.
Carlos Menem es un fantasma que perdió en su provincia, incluso en el propio Anillaco. Eso también traduce la volatilidad y los virajes de la sociedad argentina. Hace apenas tres años fue la primera minoría. Hoy está sujeto a perder en su propia familia.
La izquierda bullanguera se enfrenta al cansancio y desgaste de los piquetes, la disminución de la desocupación y la mejoría en las expectativas de los desempleados.
Como se aprecia, la oposición está sumida en la desorientación más profunda. Inmersa en sus cavilaciones internistas, permanece con la guardia baja e incluso se le pasan algunas perlas gubernamentales como la renuncia de Alicia Kirchner a su banca en el Senado y su retorno al puesto de Ministra o su silenciamiento sobre el escandaloso manejo de los fondos de Santa Cruz.
Néstor Kirchner domina el centro de la escena y concentra el poder, proceso tal vez inevitable ante la fragmentación y vaciamiento de los partidos políticos y la concentración de los sectores económicos en el mercado.
La pregunta fundamental es si el fortalecimiento del poder ejecutivo es para cambiar a la Argentina, la única forma válida de salir del infierno, o si es meramente para usarlo en la continuidad política.
Si es para lo primero, encontrará una base popular de sustentación firme, para los embates poderosos que recibirá. Si es para lo segundo, más allá de algunos avances alcanzados, la historia no lo absolverá.
Los sectores concentrados de la economía están ganando como en los mejores tiempos. Pero no lo consideran a Kirchner tropa propia. Le desconfían, le temen a sus discursos frontales, a algunas acciones concretas, a los señalamientos con nombres, a la reivindicación de la presencia del Estado.
Mientras tanto el gobierno parece estancado e incapacitado de afrontar los temas centrales que permitan consolidar un modelo y ponerlo a resguardo de situaciones aleatorias.
No se atreve a encarar una profunda reforma impositiva, carece de planificación económica siempre acuciado por un eterno presente, no define un perfil industrial, no cambia la matriz de distribución de la década de los noventa, no intenta recuperar como Bolivia la renta petrolera que se ha convertido en una medida fundamental e imprescindible, no afronta realmente el tema de la vivienda, la inversión no mejora ni la salud ni la educación, el monocultivo sojero es una hipoteca a futuro ante un gobierno seducido por lo recaudado por las exportaciones en este concepto, y el hambre sigue siendo un crimen atroz e injustificable.
Habrá algún Tayllerand que le advierta al Presidente que estas omisiones son peor que un crimen, constituyen un gigantesco error que el futuro hará pagar con costos usurarios.