Sion y los leones: las derechas argentinas ante la “cuestión judía”

El actual contexto de crecimiento y radicalización de nuevas expresiones derechistas permite reconsiderar el lugar del antisemitismo entre sus contrapartes argentinas a partir de dos ejes: la consolidación de una tendencia gubernamental claramente afincada en las derechas en la política israelí y el impacto que ello ha tenido en sectores afines a nivel internacional.
Por Matías Grinchpun y Martín Vicente*

Una escena reiteradamente citada pareciera resumir el lugar del antisemitismo en la Argentina: el acto masivo que en abril de 1938 congregó 20.000 personas en el Luna Park bajo banderas nazis, celebrando la anexión de Austria por Alemania. Cruces gamadas, camisas pardas, la presencia de notorios simpatizantes del fascismo y de políticos nacionales como el gobernador de Buenos Aires, Manuel Fresco, atestiguarían el pasado antisemita del país. La gravitación de grupos nacionalistas en los años ’30 y ’40, las ambivalencias del peronismo y la dureza de un integrismo católico en parte modulado por un antijudaísmo a la vez teológico y político vertebrarían esa aparente constante.

Frente a esa idea, se suele blandir otra, enfrentada, que destaca el impacto de esas posiciones en Estados Unidos, detractor y referente mundial, con los encuentros de similar tenor en el Madison Square Garden junto al éxito de El judío internacional de Henry Ford, la negativa a recibir masivamente a los judíos perseguidos, y la posterior recepción a refugiados ligados al nazismo, por no mencionar reciprocidades entre el racismo norteamericano y el nacional-socialista.

Ambas lecturas son parte de un remanido juego de contrapuntos que, antes que buscar analizar el fenómeno, se entrega a un interesado juego de espejos sobre el peronismo o, incluso, la misma Argentina y sus presuntos otros, sean estos países vistos como acusadores, antítesis regionales o incluso narrativas internacionales introyectadas al debate local. Su éxito puede verse en su recurrencia en discursos políticos de distinto nivel, desde militantes a políticos, en publicaciones de grandes editoriales y en una amplia pero relativamente marginal literatura conspirativa, en múltiples notas periodísticas. Pero, más densamente, se lo percibe en cómo esas perspectivas se articulan con debates mayores de la vida político-cultural del país, conectados con el tablero global.

El lugar del antisemitismo

En tal sentido, el actual contexto de crecimiento y radicalización de nuevas expresiones derechistas permite reconsiderar el lugar del antisemitismo entre sus contrapartes argentinas a partir de dos ejes: el primero, la consolidación de una tendencia gubernamental claramente afincada en las derechas en la política israelí; el segundo, el impacto que ello ha tenido en sectores afines a nivel internacional. Si históricamente las derechas argentinas, como ha ocurrido en gran parte de la política occidental, se dividieron en una familia liberal-conservadora y otra nacionalista-reaccionaria, entre las diferencias que las separaron (y también acercaron de modo esporádico e irregular) estuvo la “cuestión judía”. Por un lado, enmarcadas en su perspectiva occidentalista y pluralista, las derechas liberal-conservadoras entendieron al judaísmo como la base para una ética sucesivamente católica, moderna y liberal, así como al Estado de Israel como cuña occidental y democrática en el Oriente; por otro, las nacionalistas-reaccionarias enfatizaron una concepción que se centró en la tradición como extensión de la religión, en el hispanismo como defensa ante el cosmopolitismo y en la crítica del ecumenismo, sumados a la adopción expresa de teorías conspirativas como los ubicuos Protocolos de los Sabios de Sion. Donde las primeras graficaban el liderazgo de David Ben-Gurión y la mentalidad de Baruch Spinoza, las segundas anteponían la figura disgregadora del Judío Errante y las ideas de Karl Marx, que no serían sino el opuesto complementario del capitalismo apátrida. Mientras unas enfatizaban la culpa occidental ante los siglos de represión, exacerbada por la barbarie nazi, las otras se atrincheraron en estereotipos añosos y tacharon las concesiones de ingenuas o directamente serviles a los intereses de Israel y el “imperialismo financiero”.

Esas diferencias no impidieron que muchas veces referentes liberales utilizaran un vocabulario de escasa sutileza o presentaran a miembros de la comunidad judía como distorsiones en la asimilación étnico-identitaria del país, algo especialmente visible una vez fundado el Estado de Israel y mientras el diálogo ecuménico no ofrecía los resultados esperados, lo que quedó marcado para mediados de los setenta, cuando la perspectiva occidentalista se endureció y se acercó a parte de la gramática nacionalista. El sonado “caso Timerman” fue elocuente de ello. En el mismo ciclo, las falanges nacionalistas-reaccionarias permanecieron bajo la influencia de decanos del antisemitismo como Julio Meinvielle y Jordán Bruno Genta, al tiempo que surgían nuevas agrupaciones y figuras que, en no pocos casos, desembocaron en los sectores duros de la “ortodoxia” peronista y en las organizaciones paraestatales represivas, que reprodujeron el discurso y las prácticas violentas desplegadas a principios de los ’60 por la experiencia de Tacuara.

El retorno democrático no cortó la dinámica de los decenios previos, pero sí la remozó: el liberalismo-conservador, hegemonizado por ideas neoliberales, se impuso sobre las vertientes nacionalistas-reaccionarias, que desde la periferia mantuvieron y actualizaron su viejo credo, incluso tras el impacto de los atentados a la Embajada de Israel y la AMIA, interpretados como “autogolpes”. Publicaciones señeras como Cabildo, Verbo y Gladius persistieron hasta los ‘90 y más allá, sumándose otras como Alerta Nacional, de Alejandro Biondini, popularizado por reivindicar a Adolf Hitler en el prime time televisivo. Alejado del justicialismo por la “Renovación Peronista” y el proceso menemista, fue la cara visible de un neonazismo vernáculo residual pero activo, con ramificaciones en el mundo de la música alternativa, el esoterismo y ciertas culturas alternativas minoritarias pero extendidas.

El siguiente capítulo de una historia compleja

La dinámica convergente de derechización de los gobiernos de Israel y el lugar que las nuevas derechas a nivel internacional han dado a la “cuestión judía” implica un nuevo contexto que, muy probablemente, marque un hito histórico para este siglo. A una xenofobia con rostros mainstream en Europa, que coloca en primer plano a la inmigración subsahariana musulmana y se despreocupa de la temática judía, debe agregarse el reconocimiento de Donald Trump primero y Jair Bolsonaro después de la ciudad de Jerusalén como capital de Israel, idea a la que ha suscrito Javier Milei. Ello coloca al referente libertario en diálogo directo con las nuevas derechas internacionales, antes que con la más moderada tradición liberal-conservadora. Iría incluso más allá con su aspiración de ser “el primer presidente judío (espiritual) de la historia argentina”, una de las peores pesadillas del nacionalismo reaccionario vernáculo.

La capacidad de las derechas radicalizadas de fusionarse con este nuevo libertarianismo posiblemente condicione el nuevo enfoque de la “cuestión judía”: una aproximación a Israel entendido desde la admiración a su desarrollo capitalista, su capacidad técnico-militar y su tradición religiosa. En las fronteras que ello erija al interior de las derechas argentinas se jugará el siguiente capítulo de una historia compleja, pudiendo no sólo reescribir el lugar de esta problemática en su derrotero sino fundamentalmente más allá de ellas. En ese sentido su impacto, como en las perspectivas que marcamos al inicio, no será cultural y políticamente de significado único, sino a la manera del Libro, una historia en un friso mayor y de significados y reinterpretaciones más complejas.

* Matías Grinchpun es Doctor en Historia por la UBA y becario posdoctoral del CONICET y Martín Vicente es Doctor en Ciencias Sociales por la UBA e investigador del CONICET.