Teatro

El Dibuk, recargado

“Las Moiras”, primera parte de “El Dibuk, dos covers”, es una obra fantástica y fascinante que se acerca y aleja de sus fuentes en la medida que necesita movilizar temas actuales más allá de lo anecdótico, en el marco de una vida atravesada por los dogmas, no sólo en las religiones, sino en distintos ámbitos de la vida cotidiana. La libertad y lo forzado, aceptar o rebelarse, la búsqueda de lo sagrado en un mundo cada vez más mercantilizado.
Por Laura Haimovichi

La capacidad de desmoronar la realidad y la seguridad cotidiana con un estallido de risas es una de las claves del humor. Y encontrarlo en una comedia teatral, lograr mantener al público en un estado de carcajada durante una hora, no es frecuente. Eso es lo que logra “Las Moiras”, la pieza escénica con dramaturgia de la licenciada en Filosofía, ensayista y escritora Tamara Tenembaum.

Inspirada en la obra más popular del teatro en idish, “El Dibuk o Entre dos mundos”, del escritor de seudónimo Shloime An-Ski, y en el mito griego que le da título al espectáculo, la narración oral clásica sobre las tres repartidoras del futuro cuyo rol metafórico es controlar el hilo vital de cada persona, cruza dos genealogías y las actualiza. Aquí, Tenembaum muestra un conocimiento profundo de sus fuentes, las moderniza y las observa con una perspectiva afectuosa y crítica.

La representación inaugural de “El Dibuk” ocurrió en Varsovia en 1920, al cumplirse los Shloshim, los treinta días reglamentarios de luto por la muerte de su autor, cuyo nombre era Salomón Zanvil Rapoport. Se trata de la leyenda del muchacho que fue separado de su amada, no ha terminado su misión en la Tierra, y no puede llegar al gehinom, la versión judía del purgatorio. Mucho tiempo antes, Shakespeare tomó el mito de la doncella, la matrona y la anciana hilanderas del inframundo (Las Moiras) para crear las tres brujas que determinan el destino de Macbeth.

En el caso de “El Dibuk”, la historia se difundió en diferentes lenguas, tuvo adaptaciones al cine, la literatura, expresiones performáticas, la música y la danza. En nuestro país, desde el Instituto de Artes del Espectáculo y Judeidad de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, Susana Skura y Merlina Di Miro han compilado y editado Un siglo de metáforas, textos fundamentales para comprender esta figura del género gótico judío.

En la propuesta de Tenembaum, dirigida por la prestigiosa Mariana Chaud, con producción de la Compañía Teatro Futuro, las actrices Analía Couceyro (como Zippe y la madre de Zippe), Luciana Mastromauro (Ruth), y Flor Piterman (Tamar), ofrecen interpretaciones hilarantes en sus roles de esposas de rabinos y casamenteras de la comunidad del barrio de Once. Son una monstrua de tres cabezas o Las Chicas Superpoderosas, como las definió Chaud. La función de Celestinas, los aciertos y errores que ellas llevan adelante y hoy cumplen las aplicaciones de citas, llevan a pensar en los agujeros de cualquier sistema de adición no matemático que intenta establecer vínculos humanos duraderos. Por su parte, la veinteañera meidele que encarna Fiamma Carranza Macchi (Mushki/Moira), tiene un papel que sorprende por su amplio arco emocional. Es quien aporta el conflicto a la trama.

Se trata de la primera parte del díptico “El Dibuk, dos covers”, que continuará con “El día más largo del mundo”. Ambas obras toman distintos elementos de la obra de Ansky para resignificarlos y ubicarlos en el judaísmo ortodoxo argentino de la segunda mitad del siglo veinte. A su vez, se preguntan: ¿Puede el judaísmo recuperar la potencia vanguardista y subversiva de su teatro de otras épocas? ¿Puede ser una tradición que nos sirva para hablar de las grandes preguntas de la vida, e incluso de los grandes temas de la actualidad como el género, el poder y la moral?  Las artistas creen que sus covers pueden hacerlo.

En “El Dibuk” tradicional se entrelazan el fantástico, la mística popular, la cábala y el folclore judío. Pero ¿quién es el dibuk? Se trata del alma en pena de un joven pobre que “vuelve” de la muerte para trastornar y poseer el cuerpo de la mujer amada, que fue obligada a casarse con un hombre rico. La letra y la puesta argentina contemporánea son una recreación del original.

Couceyro anima a la lererque o morá (maestra de escuela, en idish o hebreo) que con un trabajo corporal y vocal impecable abre una clase en la platea que sitúa al público en la historia y lo hace partícipe de sus enseñanzas. Ella integra el trío de mujeres que dictamina quienes formarán pareja dentro de la comunidad. La docente explica que los judíos no tienen un infierno como el cristiano. Por lo tanto, la percepción del pecado es otra, de modo que la obra permite indagar entre lo sagrado y lo demoníaco. El ritmo con que sucede es dinámico, casi vertiginoso.

Tras el comienzo, Florencia Piterman toma un cepillo de pelo a modo de micrófono y entona de manera deliciosa Sunset, Sunrise, el vals de “El Violinista sobre el Tejado”. Quiebra toda expectativa de pompa o formalismo mientras suena su voz.

Las Moiras se sitúan en una escenografía que remite a una casa-sinagoga, en la que comparten juegos de mesa e intentan merendar un té con leicaj que el personaje de Couceyro retacea. Ella es ahora quien lleva la voz cantante del grupo con un estilo de suave impostura, habilidosa y ocurrente. La dama que interpreta Luciana Mastromaura es pacífica y amorosa, y la de Piterman, la más joven, es irritante y recelosa.  Son las payasas irreverentes de un circo disparatado.

El desembarco de Mushki, interpretada por Carranza Macchi, rompe la extraña y conservadora armonía del trío. Llega desesperada a verlas con su mochila y su angustia con la intención de resolver su problema: ella no encaja en los mandatos de su comunidad y la impulsa el deseo de un amor verdadero, con su computadora, los algoritmos y la demanda de transformaciones en el sistema de enlace de parejas que Las Moiras tienen muy bien aceitado. Al detectar que sus pedidos de innovación son ineficaces, avisa que los jóvenes están dispuestos a hacer una huelga de casamientos. La nueva generación que está lista para desposarse reclama a través suyo el derecho a romper con el statu quo. El registro de Mushki tiene un arco emocional muy amplio, su código de actuación se diferencia del resto y es quien más se acerca al lenguaje del espectador.

El trío de mujeres con pañuelo o peluca y una indumentaria demodeé no está dispuesto a que se cuestione su autoridad ni a precipitarse en la abulia. No están dispuestas a perder la tarea que les da sentido como consecuencia de la eventual falta de trabajo. La tirantez entre tradición y cambio da lugar a inquisiciones sobre el alcance de la felicidad en las bodas que surgen del amor versus las que impone el mundo adulto.

El Dibuk se manifiesta apoderándose del cuerpo de Carranza Macchi, produciendo un erotismo cómico, caótico y radical en ella, que contagia su locura a las testigos recatadas y torsiona su ortodoxia.

Un plus valioso es la inclusión de un glosario en el programa, que revela para quienes no hablan idish (la obra no lo pide, de todos modos), qué significa Raruj hashem: bendito sea Dios; Bashert: destino pero, sobre todo, la persona que estamos destinados a encontrar, Gehinom: la versión judía del infierno. Meidele: apelativo cariñoso para una chica joven, Potz: literalmente, pene. Figurativamente, tonto o pobre tipo, Shidduj: matrimonio arreglado u organizado.

“Las Moiras” es una obra fantástica y fascinante que se acerca y aleja de sus fuentes en la medida que necesita movilizar temas actuales más allá de lo anecdótico, en el marco de una vida atravesada por los dogmas, no sólo en las religiones, sino en distintos ámbitos de la vida cotidiana. La libertad y lo forzado, aceptar o rebelarse, la búsqueda de lo sagrado en un mundo cada vez más mercantilizado, esas son las cuestiones subyacentes.

La obra puede disfrutarse en El Galpón de Guevara, Guevara 326, Chacarita, los lunes a las 20 y los sábados a las 21 horas.