El jueves 1 de junio tuvo lugar la 21° edición de la Marcha del Orgullo en Jerusalén. El nombre completo de esta marcha, que es mucho más política y mucho más interesante que la de Tel Aviv, es Marcha del Orgullo y la Tolerancia, porque es todo un desafío poder hacerla. Según el reporte de los medios, fuimos aproximadamente treinta mil personas en las calles, bailando, cantando, protestando y, sobre todo, marcando presencia al decir que estamos orgullosos de ser quienes somos y que también podemos hacerlo en Jerusalén. Desde el comienzo, los grupos de la ultraderecha que se quieren arrogar el monopolio de lo judío se opusieron a su mera existencia. Si Jerusalén es la ciudad sagrada donde estaba el Templo de Salomón, si recordamos la destrucción de ese mismo templo en cada jupá, si miramos a Jerusalén cada viernes en cada sinagoga del mundo, no hay lugar para el pecado. “Vayan a Tel Aviv, quédense en sus casas, pero no manchen la santidad de este lugar”, vienen diciendo desde hace mucho tiempo. De hecho, presentaron pedidos para que la marcha se cancelara una y otra vez, y si al día de hoy se sigue haciendo, es porque la Corte Suprema garantizó ese derecho.
Por eso no fue casual que muchos y muchas de los manifestantes tuvieran remeras y pins con la frase I love Bagatz, yo amo a la Corte Suprema.
El encargado de velar por la seguridad de todas y todos fue el ministro de seguridad interior, Itamar Ben Gvir. Es la misma persona que en 2005 organizó una contra-marcha del orgullo. Él y un grupo de personas del sionismo religioso llevaron animales de granja a la calle, para hacer “la marcha del orgullo de las bestias”. El argumento, por así decir, de esta contra-marcha, era que las personas LGBT y las bestias somos lo mismo. En 2015, en medio de la marcha, una adolescente de dieciseis años, Shira Banki, fue asesinada por un judío ultraortodoxo que creía que ella era una pecadora. El asesino ya había estado preso por incitación al odio y acababa de ser liberado. Unos años después, el hermano de este tipo enfrentó denuncias por incitación al odio y el abogado fue nada más y nada menos que Ben Gvir.

Una de las respuestas vino, este año, en forma de disfraz. Algunos manifestantes se vistieron de dinosaurios, con carteles que decían “no somos bestias, en todo caso seremos dinosaurios”. Antes de saber qué decía el cartel, les saqué una foto porque mi primera lectura fue intutivamente argentina. Pensé la canción-himno de Charly y su mensaje anti dictatorial. “Si los pesados, mi amor/ llevan todo ese montón/ de equipaje en la mano/ oh, mi amor, yo quiero estar liviano”: la liviandad vino en este caso de la mano de la ironía.
El centro de Jerusalén estaba vallado. Un corralito separaba a la protesta del resto de la ciudad y había muy pocos puntos de acceso. Ese mediodía, yo había sido entrevistado en el programa en español de la radio pública sobre estos temas, y fui a la tarde con un grupo de argentinos a la marcha. Entramos por la calle Balfour, y mientras hacíamos la fila de ingreso, donde nos daban una pulsera azul que nos permitía circular por todos lados, vimos a un costadito, por fuera del cordón de seguridad, a un tipo poniéndose tefilim y a un grupo de turistas vestidos con la Cruz de Malta. “Bienvenido a Jerusalén”, me dijo una amiga.
Una vez adentro, vimos gente con carteles de todo tipo y un grito unánime: de-mo-cra-tia. Para algunas personas, ese canto puede ser visto como una intromisión, como una mezcla politizante que se mete dentro de una causa social que le es ajena. Para mí y para todos los que lo cantaban, es simplemente dar cuenta de que el reclamo por los derechos de la diversidad sexual y los derechos civiles están íntimamente conectados.
En el escenario central del acto, ubicado en el Parque de la Independencia de Jerusalén, se alternaban discursos con presentaciones musicales. A los argentinos nos parecía rarísimo ese esquema, para los israelíes estaba bien. Una de las oradoras fue Mindy Levine, una profesora ortodoxa que tiene un hijo trans de ocho años y que está buscando cambiar la jurisprudencia en las escuelas religiosas (la historia es fascinante y se puede leer, en inglés, en una nota de Haaretz). Otro fue el rabino Mike Moskovitz, que vino especialmente desde Nueva York para participar de esta marcha. Él está haciendo una residencia en la escuela de estudios trans y queer en la Congregación Beit Simjá Torá de Nueva York, y en su discurso dijo que nadie tiene que elegir entre ser religioso y ser queer. También remarcó que la tradición judía es una de inclusión y no de exclusión.
Con otros lenguajes, con otras demandas y con otros ritmos, las marchas del orgullo continuarán este mes en Israel: el 8 y el 9 de junio frente a la costa de Tel Aviv y el 15 en el centro de Haifa.
*Una versión ampliada de este texto fue publicada en el newsletter Gefilte Shiff, https://gefilteshiff.substack.com/p/los-carceleros-de-la-humanidad-no