El pasado 15 de mayo, el Secretario de Derechos Humanos de la Nación, Horacio Pietragalla Corti, tuiteó sobre la inauguración de una muestra fotográfica titulada “Memorias de una catástrofe continua”, ubicada en el Salón Julio López de la Secretaría que dirige. La muestra -aclaró Pietragalla en su tuit- tenía lugar “a 75 años del proceso de colonización, ocupación y despalestinización conocido como la Nakba”. El problema es que la Nakba es también, desde otra perspectiva de los hechos, la fecha en la que se conmemora la Declaración de Independencia del Estado de Israel, país reconocido internacionalmente, creado bajo mandato de la ONU y con el cual Argentina -ese país donde Pietragalla es funcionario- cuenta con relaciones diplomáticas desde 1949.
Los comentarios de Pietragalla rápidamente provocaron una reacción de comunicados y condenas desde diferentes sectores de la comunidad judía. La DAIA advirtió que el secretario de DDHH “criminalizó al Estado de Israel y deslegitimó su derecho a la existencia”, apuntando a la definición de antisemitismo de la International Holocaust Remembrance Alliance (IHRA) para advertir que la “demonización y deslegitimación de Israel son ejemplos de antisemitismo”. En efecto, la controvertida definición de IHRA -que distintas organizaciones señalan, puede ser utilizada en ocasiones para tapar la crítica legítima al Estado de Israel- incluye, dentro de sus ejemplos de actividad antisemita, “negar al pueblo judío su derecho a la autodeterminación, por ejemplo, argumentando que la existencia del Estado de Israel es un proyecto racista”. Desde Meretz Argentina también emitimos un comunicado de condena, que advirtió que “debemos esperar [de Pietragalla] una postura que no atente contra los principios democráticos y el respeto a la autodeterminación de los pueblos” y que es necesario “solidarizarse con el pueblo palestino sin retroceder décadas en el conflicto y caer en definiciones maniqueístas del pasado”. El comunicado entero puede leerse en las redes sociales de Meretz Argentina.
La respuesta del funcionario llegó efectivamente, unas 6 horas después del comunicado de DAIA y en la forma de respuesta a los tuits de la entidad judía: Pietragalla comentó que “la Secretaría está llevando adelante una conmemoración decretada por Naciones Unidas… por primera vez Naciones Unidas conmemora oficialmente el aniversario del desplazamiento de palestinos conocido como ‘la Nakba’” y procedió a compartir un link del sistema de información de la ONU que da cuenta de la aprobación, el pasado 30 de noviembre vía Asamblea General, de una resolución que llamó a la División de Derechos Palestinos de la Secretaría de la ONU a organizar eventos conmemorativos por la Nakba. Más allá del hecho de que cada país tiene la autoridad soberana de definir si elige acompañar esta resolución con sus propias actividades, convirtiendo así a la respuesta del secretario de DDHH en un caso un tanto ineficaz de desvío de responsabilidades, todo el episodio genera -en la humilde opinión de quien escribe- una situación un tanto incómoda para quienes buscamos, al mismo tiempo, defender el derecho de Israel a su existencia y sus relaciones plenas con los países con los que vivimos y, al mismo tiempo, que nuestro sionismo esté basado en el apego a los derechos humanos, la solidaridad entre los pueblos y un horizonte que incluya una paz justa con los palestinos basada en el mismo principio de autodeterminación que buscamos se aplique para el pueblo judío.
Una mirada progresista a los acontecimientos de mayo de 1948
Aunque la historia es archireconocida, tal vez conviene repasarla en forma mínima: el 14 de mayo de 1948, David Ben-Gurion, basándose principalmente en la aprobación del Plan de Partición en la Asamblea General en la ONU (noviembre de 1947) y su rechazo por parte del mundo árabe como precedentes, declaró en Tel Aviv la fundación del Estado de Israel. La subsiguiente invasión de los ejércitos vecinos y las campañas militares que siguieron -que concluyeron en su mayoría en armisticios en 1949- llevó a nivel internacional un conflicto que ya de antemano era violento y que, incluso antes de mayo de 1948, había comenzado a provocar un éxodo masivo de población palestina. Para cuando terminó la guerra, más de 400 localidades palestinas fueron borradas -muchas de ellas, reemplazadas por bosques o por nuevas localidades judías, con nuevos nombres y construidas para abastecer la necesidad de vivienda de nuevos inmigrantes judíos que llegaron masivamente en las décadas de 1940 y 1950-. Aunque hay discusión sobre los números, la figura de 700.000 palestinos expulsado/huidos ha ganado cierto consenso. Comenzó rápidamente el reclamo de retorno y la discusión sobre la responsabilidad por estas figuras: ¿habían sido la negación palestina a aceptar un Estado judío y las acciones de los líderes árabes durante la guerra el principal factor que explicaba el éxodo palestino? ¿O era esta nueva realidad, por el contrario, el resultado de un plan israelí para finalmente transformar el equilibrio demográfico entre ambas comunidades en uno que pudiera sostener un Estado judío? En otras palabras, ¿los palestinos se fueron por voluntad propia o fueron expulsados? ¿Y cuáles son las consecuencias políticas del mismo?

Como si de esto dependiera la legitimidad del nuevo Estado -y no de principios que llegaban de antes, como el de autodeterminación o la aprobación de la comunidad internacional- buena parte del movimiento sionista se dedicó a negar la narrativa de expulsión palestina y las consecuencias políticas del mismo. No fue hasta la década de 1980, con la emergencia de los Nuevos Historiadores, como Avi Shlaim, Benny Morris y Simja Flapan -los últimos dos, al menos, nunca dejaron de definirse como sionistas, por cierto- que se abrió una ventana dentro de la sociedad mainstream israelí para discutir otras narrativas posibles sobre 1948 que no incluían la total victimización y justificación de los hechos. Este artículo no constituye para nada un trabajo de historia -y, a quien le interese, debería leer a esos autores- sino una reflexión sobre las consecuencias políticas de la negación de la Nakba en la actividad sionista hoy. Simja Flapan -exdirector del Departamento de Asuntos Árabes de Mapam, predecesor de Meretz- lo escribió en términos que difícilmente podrían ser más claros en el prefacio de su obra “El sionismo y los palestinos”, de 1979: “Para evitar malentendidos, quiero aclarar que mi creencia en la justificación moral y la necesidad histórica del sionismo permanece inafectada por esta evaluación crítica del liderazgo sionista. La historia del sionismo demuestra hasta qué punto el impulso por crear una nueva sociedad, atravesada por los valores universales de democracia y justicia social, era parte central del movimiento sionista y responsable de su progreso en condiciones adversas. El problema de Israel hoy yace en la desintegración de estos valores, debido en gran parte a la intoxicación con el éxito militar y la creencia en la superioridad militar como sustituto para la paz. A menos que los valores liberales y progresistas del sionismo sean restaurados y los derechos palestinos a la autodeterminación dentro de un marco de coexistencia pacífica sean reconocidos, la búsqueda israelí por la paz está condenada al fracaso. Creo firmemente que estas tendencias se convertirán en última instancia en la fuerza decisiva en Israel”.
El sionismo del cual Flapan hablaba en 1979, era un sionismo en crisis, como lo está hoy. ¿Será que la búsqueda de narrativas de blanco y negro, donde nosotros somos siempre los buenos y ellos siempre los malos, contribuyen a esta crisis? En este sentido, el reconocimiento y la asunción de responsabilidades por el pasado no es el fin del debate, pero es un buen comienzo.
La Nakba y la sociedad civil israelí
En la entrega de un reconocimiento a la organización “Rompiendo el silencio” (“Shovrim Shtiká”), el recordado Amós Oz hizo una observación humana y aguda sobre las organizaciones de izquierda dentro de la sociedad israelí y la reacción de buena parte de la sociedad hacia ellas: “las personas se quieren sentir bien… quieren que su país se vea bien”. En efecto, es incómodo y doloroso para muchas personas pedir que se tengan presentes los actos degradantes y violentos a través de los cuales se creó su país. Pero en el mismo discurso, Amós Oz habló de la fortaleza moral como una necesidad existencial por encima de la capacidad de autodefensa y el control sobre la narrativa. Esa fortaleza moral la construyen hoy, para el fallecido escritor, los rompedores de silencio, quienes ejercen actos de resistencia, quienes llaman al diálogo a través de barreras que hoy parecen impenetrables y, sí, también quienes exigen de su Estado un comportamiento basado en la justicia y los derechos humanos. Esto incluye también el reconocimiento del pasado y la apertura a pensar cómo las injusticias del pasado continúan teniendo un impacto en la realidad de hoy.
En el marco de la sociedad israelí, diversas organizaciones activan por la consciencia de la Nakba, o al menos el reconocimiento de la existencia de dos narrativas diferentes sobre 1948 y la creación del Estado de Israel. Así, por ejemplo, la ONG Zojrot organiza visitas guiadas a través de ex aldeas y ciudades palestinas, a veces con la presencia de sus antiguos residentes dispuestos a dar testimonio. La organización israelí Shorashim (Raíces, también llamada en árabe Judur), formada por discípulos del rabino ortodoxo Menajem Froman, organiza distintos talleres y espacios de diálogo dirigidos a “un reconocimiento mutuo del vínculo de cada pueblo con la Tierra”, incluyendo charlas para que israelíes conozcan la narrativa palestina sobre la Nakba y sus consecuencias al día de hoy. Desde el lado de la familia de Hashomer Hatzair, Guivat Javiva organiza programas educativos y talleres para pensar cómo se ve una “sociedad compartida” entre judíos y árabes, “basada en la responsabilidad mutua, igualdad cívica y una visión compartida del futuro”.
A pesar de estos y más esfuerzos dentro de la sociedad judía israelí para reflexionar e integrar la narrativa de la Nakba y llegar a una visión sobre 1948 más compleja y basada en los hechos, debemos dar cuenta de cierta reacción diaspórica, quizás propia del conservadurismo de ser una minoría, de rechazar acusaciones que manchen el pasado de Israel, como si sobre estos hechos descansara toda la legitimidad del Estado. En su lugar, sería mucho más productivo acompañar estos procesos, apoyar los esfuerzos de la sociedad civil israelí en su exploración del pasado y fortalecer los esfuerzos por construir un Estado de Israel más inclusivo, tanto en lo que respecta a las condiciones de vida de la ciudadanía actual como en términos de narrativas identitarias.
Conclusiones
En 2008, el cantante israelí Muki publicó la canción “Todos hablan de paz”, que concluye con las siguientes palabras: “Seguimos hablando y hablando de paz, pero no prevalecerá la paz sin justicia”. A tal fin, no representa ninguna solución o avance la negación -reacción ya instintiva de distintos sectores de la comunidad judía- a los acontecimientos de mayo de 1948 y el período conocido como la Nakba palestina. El problema de Pietragalla fue reconocerlos sólo a través de la lente de la Nakba, cuando esos mismos acontecimientos llevaron a la creación de un Estado soberano con quien Argentina tiene relaciones diplomáticas plenas. La negación del sufrimiento palestino y del derecho judío a la autodeterminación sientan, cada uno por separado, las bases de un terreno estéril a partir del cual jamás podremos avanzar hacia el fin de la ocupación, la normalización de las fronteras del Estado de Israel y una paz basada en la diplomacia y el reconocimiento del otro.
En el 2023, afirmar que el Estado de Israel -como tantos otros- se creó sobre la base de un “pecado original” y que, sobre ese pecado, se justifica la destrucción de un Estado que se acerca a los 10 millones de ciudadanos, es contraproducente y cierra el camino al debate. Al mismo tiempo, luego de 75 años, es momento de que cierto sionismo infantil que requiere de un Israel perfecto para poder defenderlo avance hacia su etapa adolescente -esa que incluye el cuestionamiento a los padres y a la generación anterior- para aceptar que se han cometido errores e injusticias históricas desde la creación del Estado, como ocurre con todos los demás países, y que estos actos pueden y deben ser reparados o atendidos a través de políticas públicas, como lo han hecho otras naciones del mundo.