Los excesos del vacío

Son inacabables los ensayos y artículos escritos sobre el vacío, sea éste existencial, físico o de cualquier otra índole. Mucho se ha dicho sobre él. Casi todo. Y digo casi porque es un tema inabarcable más que nada por la riqueza que podemos extraer de un concepto que en su definición no aparenta gran cosa. Vacio viene del vocablo latino “vacivus”, que hace referencia a aquello carente de contenido. Definición desabrida si las hay y a la que, para hacerla “existencial” la transformaremos en algo carente de vida, de realidad, de deseo. Nadie dudaría en admitir que el vacío es algo cuando menos feo, oscuro, que a todos les huele mal, que no tiene forma y que ni siquiera sabe expresarse apropiadamente.
Por Mario Hamburg Piekar

Lo primero que podríamos preguntarnos es ¿Vacío de qué? ¿Vacio de deseos, de energía, de memorias, de afectos?  Los animales ¿Sienten vacío? ¿Será una cuestión absolutamente humana?  Si es así  ¿Todos los humanos son alcanzados por su largo y despiadado brazo? ¿Acaso solo estamos a merced del vacío aquellos que pensamos en él, en su sentido, en “el” sentido o es que nos ha tocado por poseer alguna sensibilidad especial para las carencias o las pérdidas?  ¿Es el vacío existencial como lo cuentan aquellos que lo padecen un agujero negro que se lo traga todo? ¿Se puede llenar hasta la mitad, hasta el borde?  ¿Hay un vacio distinto en cada ser humano? ¿Es el propio vacío como una huella digital?  ¿Somos únicos e irrepetibles hasta el infinito o hasta el vacío?

A esta lluvia de preguntas los sufridos sapiens orquestaron, para alcanzar algún acuerdo sobre tamaña criatura, una catarata de respuestas: que el vacío proviene de carencias afectivas no escuchadas, que viene después del placer cuando éste es solo una forma de anestesiar el sufrimiento, que es solamente el producto de una crisis de seguridad y certidumbres, que es consecuencia del fracaso en encontrar un sentido a la vida, que es consecuencia de la abismal distancia entre nuestras expectativas y la realidad, que acaso sea el haber dejado de lado las cosas esenciales para hacer solo las urgentes, las que nos esmeramos en cumplir para sentir que existimos.

Tentador apearse en alguna de estas respuestas que seguramente tienen algo o mucho de verdad en sus afirmaciones. Pero no lo haré. Expondré una alternativa si quieren contradictoria: el vacío es un exceso, su causa y su consecuencia. Mejor dicho, el vacío son muchos excesos, un menú a la carta para cada una de nuestras individualidades.

En primer lugar, se podría afirmar que el vacío es un exceso de control.  ¿A quién no le espanta la falta de sentido que acompaña a un accidente? Que eventualmente puede tomar la forma un acontecimiento, dejándonos en una sensación de indefensión frente a situaciones dolorosas que solemos compensar con un aumento exponencial del control. Control que como todos sabemos jamás será suficiente.  Presos del control gastamos ingentes cantidades de energía que pagarán su precio con más vacío.

También se explica el vacío como un exceso de egoísmo.  Me refiero a aquel supremo egoísmo de quererlo todo, querer un hijo, seguir saliendo con amigos varias noches en la semana, viajar, el éxito profesional, ser buen ciudadano, cónyuge, alumno y profesor.  Ansiar todo eso y mucho más supone una combinación explosiva que derivará en la histeria que ostenta en la actualidad buena parte del mundo.  Lo contrario al egoísmo se transforma en súbita epifanía: Una persona que piensa constantemente en los demás jamás se sentirá vacía.

Por lo tanto, también al vacío podríamos llamarlo exceso de individualismo, conquista sostenida en diluir el lugar del otro en nuestras vidas.  Vaciarnos de los otros para llenarnos de nosotros mismos es un exceso que, ya pueden imaginar, se paga con vacio.

Asimismo, aseveraré que el vacio es un exceso de necesidades. Actualmente llamamos necesidad a casi todo.  ¡Qué pocos de nosotros nos detenemos a identificar cuáles son nuestras verdaderas necesidades!  Si algo podemos admirar de nuestro denostado, pero aun irremplazable sistema capitalista es haber sabido imponernos ajenas necesidades para transformarnos de ciudadanos en “necesitados” o, lo que es lo mismo, en meros consumidores, primero de cosas y luego por la magia de la cosificación postmoderna, en consumidores de sensaciones y sujetos.  Si se me permite denominar exceso a todo aquello que sobrepasa las necesidades básicas para la vida de un individuo, llegaremos inequívocamente a la ecuación perfecta: más necesidades, más exceso, más vacío.  Me dirán que para ello fue necesario adormecer nuestra conciencia crítica. Si, tal vez, se dicen tantas cosas…

El psicoanálisis viene ahora a darme una mano o tal vez una zancadilla.

Nos cuenta la historia de los primeros tiempos de cada uno de nosotres.  Es la historia de una pérdida, de la derrota que sentimos al dejar de ser “su majestad el bebé” y de las desventuras que nos provoca no poseer una ilusoria autosuficiencia, que jamás tuvimos ni tendremos, en sucesivas acciones que provocan nuestro odio hacia el objeto de amor que necesitamos, en tanto nos muestra nuestra insuficiencia, nuestra carencia.  Nos dice que el Yo humano aspira a concebirse como omnisciente, omnipotente, autosuficiente, y que sufre cuando estas aspiraciones no se cumplen. El fracaso de la ilusión del Yo, su indefensión, provoca una nueva carencia, “radical”, que necesariamente será vivenciada como un exceso.  Porque no será sólo la repetición de una necesidad, sino también de la necesidad de repetir; tratar de alcanzar una y otra vez algo que no se podrá obtener.  Se abre así la comprensión de un “exceso” imposible de saldar debido a la separación, discontinuidad o desilusión que necesariamente se instala dentro del yo, entre el yo y el ideal que nos proponemos o entre el yo y el otro.

La tesis psicoanalítica nos conducirá concienzudamente a afirmar que vacío es también un exceso de deseo.  Posición fácilmente comprobable cuando se siente que siempre nos “falta algo”.  Algo que no logramos completar, algo que nos llena de inestabilidad y frustración. Y aparece entonces, funcional al sistema, la tan mentada “escena de seducción”, usada en ámbitos académicos y que aquí aplicaremos para explicar la posibilidad, al alcance de la mano, o del celular, o de cualquier recurso del que dispongamos, de hacerse con un producto nuevo y mejor, una emoción nueva o mejor, una pareja nueva o mejor.  Y como corolario de esto podremos decir que, como existe la posibilidad de alcanzar cualquier cosa, existe también el deseo. Un deseo que nos dirán, luego de quitarnos el velo consumista (velo que inevitablemente caerá porque no está hecho a prueba de desasosiegos) que es un deseo instalado por otros.  Me dirán que llenar el vacío con placeres, consumistas o no (comidas, viajes, peligros, sexo) es mejor que nada, pero al hacerlo olvidarán que al llenar el vacío de esa manera subvierten una conducta placentera normal en algo susceptible de producir un comportamiento adictivo. Así se obstaculiza la fecundidad que conllevaría permitirle desarrollar al vacío su mensaje.

Seguramente la sexología dirá otro tanto al explicar que en los seres humanos un factor fundamental en el sujeto es el encuentro sexual y en él lo decisivo es el intercambio verbal sobre lo imaginado.  Sin embargo, cuando esta comunicación en la pareja no se ha logrado de forma adecuada en los terrenos afectivos se produce un vacío que se busca paliar mediante una compensación desenfrenada en otras áreas dando así otra abierta bienvenida al exceso.  

El vacío bien puede ser algo más simple. Tal vez sea producto de la distracción en el sentido básico.  Deambulamos distraídos y sin rumbo por no conocernos a nosotros mismos.

He leído de otro vacío que se produce por un exceso de adhesión social. Cuando la unión de un individuo con el grupo de referencia al cual desea pertenecer es tal que termina por diluir a la persona en él.  El vacío es llenado al sentir que se ha logrado ser parte de una comunidad. Tarde o temprano, si el afectado tiene suerte, logrará vivir algún desasosiego que le permita despertar.

Dijimos que el vacío no huele bien, no tiene forma y falto es también de un lenguaje entendible pero seguro podemos felicitar su forma de vestirse.  Tanto es así que puede utilizar un ropaje apropiado para cada individuo que visite.  Por eso puedo preguntarte ¿Cuál es el tuyo?