La formación del Estado-nación en la modernidad resulta inimaginable sin fronteras y sin conflictos limítrofes. La descolonización en el Tercer Mundo parió estados nacionales cuyos límites anteriores habían sido arbitrariamente trazados por potencias coloniales y dirimidas en organizaciones internacionales. Su historia estuvo llena de conflictos fronterizos en territorios en los que las fronteras nacionales oficiales eran difíciles de establecer y conservar, ya que se yuxtaponían con los límites de grupos étnicos, clánicos, tribales u otros. Si el conflicto fronterizo nacional solía no coincidir con las fronteras en algunas comunidades del Medio Oriente, el caso israelí es mucho más complejo: las representaciones del espacio nacional de las elites están formateadas por su imaginario bíblico además de la logística de seguridad de un país en beligerancia permanente.
La paradoja geopolítica de Israel a los 75 años de su creación es que sigue siendo un país sin fronteras completamente reconocidas en la arena internacional, cuestionadas por sus países limítrofes, y que procura borrar las fronteras del “Estado Fallido” de la nación palestina. Desde su nacimiento, también Israel comparte el régimen fronterizo decolonial que implica sojuzgamiento de pueblos originarios y compartir con otros estados multi-étnicos y pluri religiosos en el Medio Oriente negarse a reconocer los derechos a la autodeterminación de sus minorías nacionales.
Una peculiaridad territorial de Israel a 75 años de su fundación es el hecho de que sus actuales fronteras aún siguen indefinidas y no reconocidas por unanimidad en la comunidad internacional. Mucho más que con fronteras, Israel se acostumbró a existir dentro de límites territoriales. Desde la proclamación de su soberanía estatal en 1948, la cual no ha sido otorgada ni negociada sino conquistada tras la victoria en la guerra defensiva de 1948 contra los países de la Liga Árabe, siempre las fronteras de Israel fueron móviles. A diferencia de proyectos coloniales de asentamientos europeos en África y Asia, cuyas metrópolis colonialistas aseguraban las fronteras territoriales de sus colonias, los asentamientos sionistas, antes y después de la creación del Estado judío, carecieron de límites precisos. Entre otros motivos históricos, porque esos asentamientos no eran colonias de poblamiento de una metrópoli europea.
Es necesario volver a recordar que las reivindicaciones en disputa por la autodeterminación de ambos movimientos nacionales, el sionismo judío y el nacionalismo palestino, fueron originadas en promesas de potencias coloniales hechas a ambos pueblos, así como en los intentos de la comunidad internacional de resolver el conflicto mediante diversos planes de partición territorial.
Tales planes de partición -el más conocido, la resolución 181 de la ONU del 29 de noviembre 1947-, se basaron en el supuesto de que ambas partes tenían reclamos estatales legítimos dentro del territorio de la Tierra de Israel/Palestina que administraba el Mandato colonial de Gran Bretaña.
Los acuerdos del armisticio de 1949 fueron concebidos solo como acuerdos provisorios con países árabes dictados por líneas de alto el fuego de la guerra de 1948-49, hasta que fuesen sustituidos por tratados permanentes de paz. Sin embargo, no fue negociado ningún tratado de paz con Egipto ni con Jordania hasta varias décadas más tarde. Los armisticios firmados con Jordania, Egipto, Líbano y Siria, pero con ninguna organización nacional palestina, advertían que la línea de demarcación firmada en cada uno de ellos «no debe ser considerada de ningún modo como una frontera política o territorial”; además, subrayaba que tales líneas eran demarcadas sin perjuicio de los derechos, reivindicaciones y posturas de ambas partes en el momento del armisticio en cuanto se refiere al arreglo definitivo de la cuestión palestina”.
Líneas de demarcación en vez de fronteras
Las líneas de demarcación (no fronteras) según los acuerdos del armisticio, abarcaron cerca del 78% del territorio del Mandato Británico de Palestina en la situación que se encontraba el Emirato de Transjordania después de su independencia de los ingleses en 1946. Considerando que la superficie del futuro reino de Jordania estaba incluida en el territorio colonial mandatario original de 1921, (excluida de las previsiones para el prometido Hogar Nacional Judío), Israel fue creado solo en el 18% del área total de Palestina y de Transjordania. Los territorios de Palestina en la Franja de Gaza y Cisjordania fueron ocupados por Egipto y Jordania, respectivamente, hasta 1967.
Tras la victoria en la guerra árabe-israelí de 1948, las fronteras de Israel con Egipto se fijaron de hecho según las líneas de armisticio de 1949. Del lado egipcio, los limites se marcaron principalmente en las fronteras del mandato de Palestina, excepto en el norte, donde Egipto tenía control sobre lo que será la Franja de Gaza.
Igualmente, las fronteras con el reino Haschemita de Jordania -sucesor en 1952 del ex Emirato de Transjordania, colonia británica hasta 1946-, fueron negociadas tardíamente en 1994 en el Tratado de Paz con el Estado de Israel. El acuerdo normalizó las relaciones entre ambos países, resolviendo sus disputas territoriales iniciadas en la Guerra árabe-israelí de 1948 y agravadas desde la Guerra de los Seis Días. La firma, negociada con intervención del presidente Clinton de EE.UU, se realizó en el contexto de los esfuerzos por llegar a un acuerdo de paz entre Israel y la OLP.
Resulta innegable que las guerras de Israel básicamente han formateado sus fronteras, en particular la Guerra de Independencia en 1948 y la Guerra de los Seis Días en 1967; la intervención norteamericana posibilitó acuerdos diplomáticos, algunos de los cuales lograron la paz de Israel con Egipto en 1979 y con Jordania en 1994; recordemos que los acuerdos internacionales Oslo I y II, formatearon líneas territoriales móviles cuyo incumplimiento por parte de Israel perjudicó aún más las relaciones conflictivas con la Autoridad para la Autonomía de Palestina (AAP) e incrementó el terrorismo de organizaciones palestinas.
Ahora bien, pese a que Israel disfrutó desde el principio de su existencia estatal de legitimidad internacional, sus móviles líneas fronterizas carecen de legalidad conforme el derecho internacional. Todas las líneas de demarcación fronteriza fueron siempre provisorias, algunas más precarias que otras, nunca permanentes, y hasta 1993 ninguna frontera fue negociada con representantes del movimiento nacional palestino.
Las negociaciones fronterizas entre Israel y la Autoridad Palestina en 2007-2008
El conflicto Israel-Palestina no es un conflicto territorial más de la descolonización en el Tercer Mundo. La causa del pleito es la falta de voluntad de la dirigencia de ambos movimientos nacionales de reconocer mutuamente su derecho a la autodeterminación estatal. Los boicots de los gobiernos israelíes y de la Autoridad Palestina para cumplimentar los acuerdo de paz de Oslo I, II y Camp David afectaron también las posibilidades de arreglos fronterizos. Una excepción fueron las interrumpidas negociaciones israelí-palestinas y valiosos avances alcanzados en la Conferencia de Annapolis (27 al 28 de noviembre de 2007-2008) en la Academia Naval de Annapolis, Maryland. A la conferencia asistieron representantes de Israel, de la OLP, el “Cuarteto” (la UE, EE. UU., la ONU y Rusia) y representantes de la mayor parte de la Liga Árabe. A diferencia de los Acuerdos de Oslo, pero de forma similar al Acuerdo de la Conferencia de Madrid, Annapolis no buscó resumir las discusiones precedentes, sino más bien abrir una nueva página en las negociaciones y reflotar el proceso de paz que estaba congelado desde 2001. La delegación israelí estuvo encabezada por el Primer Ministro Ehud Olmert y la Ministra de Relaciones Exteriores Tzipi Livni, y la delegación palestina fue encabezada por el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas.
Las discusiones sobre fronteras se basaron en la idea de los intercambios de tierras entre Israel y AAP. Abbas subrayó la Resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU del 22 de noviembre de 1967 y llamó a la partes para alcanzar tratados de paz basados en una retirada israelí de los territorios que había ocupado en la guerra. Desde la perspectiva palestina, esto se aplica a todos los territorios de Cisjordania y de la Franja de Gaza, que representan el 22 por ciento del territorio de Palestina. Israel argumentó que la consideración debía garantizar fronteras defendibles y los hechos demográficos creados en el terreno desde la guerra de 1967. En consecuencia, las permutas de tierras tenían por objeto, por un lado, mantener el tamaño total del Estado palestino de acuerdo con el área de los territorios ocupados en 1967, mientras que al mismo tiempo alentó a reducir el número de asentamientos israelíes que tendrían que abandonar Cisjordania. El 16 de septiembre de 2008, luego de culminadas las rondas de negociación, Olmert propuso que Israel anexe el 6,5% de Cisjordania (380 km2). Esta área incluía 43 de los 138 asentamientos judíos y barrios de la zona, y el 84% de los 486.000 israelíes que vivían entonces detrás de la Línea Verde. A cambio, Olmert propuso transferir áreas dentro de Israel equivalentes al 5,8% del área de Cisjordania, junto con un corredor terrestre entre la Franja de Gaza y Cisjordania, que calculó en un 0,7% en función de su importancia para los palestinos. Israel insistió en que ese corredor debe permanecer bajo su soberanía con el argumento de que antes de junio de 1967 no había habido territorios de conexión entre Cisjordania y la Franja de Gaza. Olmert creía que estas fórmulas territoriales permitirían a Abbas reclamar al público palestino que había asegurado intercambios paritarios de tierras. A diferencia de las propuestas de Camp David, pero de manera similar al proceso de Taba en 2001, las propuestas fronterizas de Israel en 2008 priorizaron consideraciones etno-demográficas y políticas sobre las de seguridad. Esto se reflejó en un intento de anexar asentamientos israelíes como sea posible sin población palestina adicional. Los palestinos, a su vez, propusieron oficialmente intercambios de territorios de hasta el 1,9% de Cisjordania, incluido el 63% de israelíes que viven más allá de la Línea Verde. Sin embargo, quedó claro en varias ocasiones que estaban dispuestos a acordar una anexión de hasta el 4%, siempre que el acuerdo fuera aprobado en un referéndum palestino. Los palestinos rechazaron rotundamente cualquier posibilidad de que los asentamientos judíos y ciudadanos israelíes pudieran permanecer dentro del Estado palestino y asimismo se opusieron a cualquier evacuación de palestinos de los bloques de asentamientos que serían anexados por Israel. En una columna publicada en el New York Times en septiembre de 2011, Olmert resumió su propuesta afirmado que los parámetros de negociación se basaban en las fronteras del 4 de junio de 1967, con permutas territoriales pactadas para fijar los nuevos límites. Sin embargo, la renuncia obligada por delitos de corrupción del premier Olmert congeló todo intento de continuar negociando con Mahmud Abbas (véase Shaul Arieli, Atlas of Israel-Palestine conflict Truman Institute, Jerusalén, 2020).
Ahora bien, resulta obvio que la negativa de retomar las negociaciones interrumpidas de Annapolis, tanto por los recientes gobiernos israelíes de centro y la actual extrema derecha con ministros racistas y kahanistas , irremediablemente va a colaborar a la liquidación de la precaria administración gubernamental de la Autoridad Palestina.
Pero tal absurda hostilidad israelí contra la autodeterminación nacional palestina, ambicionada por su adversaria Hamas, provocará dos efectos íntimamente perjudiciales para las perspectivas democráticas del Estado judío, 75 años después. Porque el colapso de la AP, por una parte, reemplazará a Abbas con el próximo cacique terrorista de un Estado Fallido. Las amenazas al orden internacional que acechan esos espectros de Estados pos mortem son conocidas en distintas zonas del mundo. El concepto de Estado Fallido refiere a aquellos países cuyo vulnerable aparato estatal ha perdido la capacidad de controlar el monopolio de la fuerza y la eficacia en proveer a su población los bienes públicos imprescindibles (R.Rotberg, 2003). Pero en el caso que Israel deba hacerse cargo de la gobernabilidad de la fallida AP, la situación será muchísimo peor: el proyecto de Estado judío desaparece junto con el abortado embrión del Estado palestino, con cuyos líderes Israel debiera haber negociado fronteras acordadas para dos Estados nacionales soberanos. Irremisiblemente, Israel deberá vérselas con las ruinas de la AP, cuya implosión será semejante a la de un Estado Fallido como Somalia, asolado por décadas de guerra civil y conflictos de límites territoriales que hicieron trizas la institucionalidad y la confiabilidad de sus ciudadanos. Otros ejemplos de Estados fallidos son Yemen, Camboya, y Liberia; asimismo, ciertos Estados fallidos, más próximos a la fallida AAP, son aquellos en proceso reciente de creación o independencia, o con una institucionalidad incipiente, particularmente algunos países que emergieron tras la desaparición de la URSS y de la desintegración de Yugoslavia.
En resumen, en vez de fronteras negociadas entre dos Estados nacionales soberanos y reconciliados, la Israel aún sin fronteras reconocidas (pese a sus 75 años de haber nacido como Estado judío), se verá obligada a negociar los límites de su poderoso Estado tecnológico start up y bi-nacional con un Estado palestino fallido y apartheid.