Después de la guerra:

¿El honor o la tierra?

"Los sucesos lo dirán todo Sancho -respodió Don Quijote- ya que el tiempo, descubridor de todas las cosas, no deja ninguna que no la saque a la luz del sol, aunque el honor esté escondido en los senos de la tierra". Miguel de Cervantes; Don Quijote de la Mancha.

Por Alberto Mazor (Desde Israel)

A pesar de las afirmaciones de las organizaciones terroristas y de las airadas objeciones de muchos foros pseudo progresistas, la presente guerra de dos frentes de Israel no tiene que ver exclusivamente con los territorios en conflicto. Después de todo, Hezbollah y Hamas dispararon misiles desde El Líbano y Gaza, asesinaron y secuestraron soldados, mucho después de que Israel se hubiera retirado de ambos lugares y sabiendo que el Primer Ministro, Ehud Olmert, iba en camino de ejecutar su plan de desconexión unilateral en Cisjordania.
En realidad, si el sagrado suelo árabe fuera realmente la fuerza motriz de la actual crisis de Medio Oriente, tal vez Siria estaría dispuesta a aprovechar la situación para arriesgarse a un enfrentamiento a causa de las Alturas del Golán. Además, Egipto y Arabia Saudita son hoy, quizá, los núcleos más centrales del antisemitismo árabe, a pesar de que Israel entregó el Sinaí a Egipto en 1982 y Arabia Saudita mantiene relaciones más que fraternales con Estados Unidos, fiel aliado de Israel y principal interlocutor en todos sus acuerdos de paz en la región.
El mundo añoraba que, después de la salida unilateral de Israel de El Líbano en el 2000 y de Gaza en el 2005, y luego de los resultados de las últimas elecciones en Beirut, Palestina e Israel, pudiera ser testigos de una evolución creciente hacia un proceso de paz sólido y duradero entre estados democráticos racionales.
Gradualmente, Israel volvía a sus fronteras de 1967. En respuesta se esperaba que, también gradualmente, entre sus vecinos musulmanes sobresalieran hombres de Estado que renunciasen al terror y se volcasen a la empresa de diseňar economías y gobiernos funcionales. Pero todo este optimismo presuponía un cambio radical en la mentalidad de Medio Oriente y, desafortunadamente, eso no ha ocurrido.

La pregunta

Entonces la pregunta vigente sería: si esta última guerra en El Líbano y en Gaza no tiene únicamente que ver con los territorios propiamente dichos, ¿en dónde y en qué se fundamenta ese deseo elemental de desestabilizar o destruir a Israel?
La respuesta se reduce a que los islamistas radicales -desde Teherán hasta Riad, desde Gaza, Damasco o Beirut hasta Afganistán y Sudán- sienten que su reputación está en juego.
Palabras como «honor» u «orgullo» son evocadas -en el sentido de que necesitan conservarse- por todo fundamentalista inseguro del mundo islámico, sea el jefe de Al Qaeda, Osama Bin Laden, o el de Hezbollah, Hassan Nasrallah, pasando por el Presidente iraní Mahmud Ahmadinayad.
Multitudes con el puño en alto, jeques, mulás, ayatolas y terroristas, todos se jactan de no ceder ni un sólo centímetro ante los infieles y prometen la restauración del honor deteriorado del pueblo islámico.

¿Qué los lleva a sentirse tan agraviados?
Durante el último medio siglo, la globalización ha pasado de largo por este convulsionado Medio Oriente, económica, social y políticamente. El resultado a la vista es que en el mundo islámico de hoy en día hay muy pocas innovaciones y ningún adelanto científico; pero eso sí, a pesar de sus grandes riquezas, produce una enorme cantidad de pobreza, marginación, tiranía y violencia.
En lugar de llevar a cabo las reformas estructurales necesarias que podrían significar el fin de los obstáculos culturales al progreso y la modernidad -obstáculos como el tribalismo, el patriarcado, la sumisión de la mujer, la persecución a la homosexualidad, la poligamia, la autocracia, el estatismo y el fundamentalismo- demasiados dirigentes y habitantes de esta zona en conflicto han preferido abrazar el pasado reaccionario y el culto al victimismo.
Vale la pena recordar que en algún momento u otro han adoptado todas las ideologías en bancarrota que culpan a los demás de los fracasos propios: el fascismo, el comunismo, el panarabismo y, más recientemente, el fundamentalismo islámico.

La victimización

Cuando hay una desocupación elevada, corrupción, crecimiento económico nulo, analfabetismo y ningún tipo de libertad, estos jeques, mulás, ayatolas, dictadores y jihadistas del Medio Oriente siempren intentan culpar, no sin bases, a todas las potencias coloniales, antiguas o actuales; aunque muy raramente a la Turquía islámica -que presuntamente los hicieron retroceder más de un siglo-.
Pero, por encima de todo, los líderes árabes han convertido a Israel en el chivo expiatorio de sus fracasos.
Al parecer, el éxito económico israelí, su sistema político, social o jurídico y su desarrollo científico y tecnológico son una fuente de constante irritación para muchos musulmanes vecinos, pues representa la capacidad de los infieles de dar lugar a una sociedad próspera en Medio Oriente a pesar de sus serios problemas, dificultades y errores, pero sin la necesidad del dinero del petróleo y anclada fuertemente en sistemas democráticos.
El victimismo resulta ser la única religión real de esta zona, capaz de unir a chiítas, sunnitas, dictadores, teócratas y terroristas: «La culpa es de ellos», es la explicación fácil de por qué los estados islámicos son ahora débiles, aunque sea un argumento que ofrezca poca esperanza a los millares de marginados que habitan en ellos y que, irónicamente, emigran por millones hacia el Occidente infiel.
Las constantes ayudas americanas y europeas, las devoluciones territoriales israelíes, los beneficios del petróleo, y por encima de todo, el momentáneo apaciguamiento de los islamistas radicales -en Arabia Saudita, por ejemplo- nada pueden hacer a la hora de aliviar estos presuntos agravios. Y es que no habrá paz en Oriente Medio, y talvez en el mundo, hasta que iraníes y árabes no establezcan verdaderos gobiernos constitucionales, instituciones libres, mercados abiertos, sistemas de seguridad que controlen a milicias disidentes con armas de destrucción masiva y se rijan por el mandato de la ley.
Sin estas reformas continuarán fracasando, buscando un refugio fácil en el petróleo, en el armamento nuclear, en su insignificante y mitológico honor ancestral y en su patética neurosis de culpar a Israel por la pérdida del mismo.