Israel a los 75 años: los dilemas no resueltos

La entrada de Israel al último cuarto del siglo la sorprende en el curso de una de las crisis más profundas de su historia, que amenaza los cimientos de su régimen político y requiere un análisis de las causas que generaron una profunda división en la sociedad israelí.
Por Jack Drassinower

Los partidos políticos israelíes, que fueron creados en base a corrientes ideológicas provenientes de la época anterior a la creación del Estado, deben hoy revisar su ubicación en el espectro político y sus propuestas para responder a los temas que ocupan la agenda política israelí. Los términos izquierda y derecha reflejaron una realidad creada en Europa pero que al aplicarse en Israel requieren tomar en consideración la peculiar característica del sionismo como expresión de la clase media judía en el siglo XIX y su división en base a temas que reflejaron la realidad en la Israel anterior a la creación del Estado.

El sionismo, desde su aparición en el escenario político, permitió la concretización del proceso de autodeterminación del pueblo judío luego del fracaso de las alternativas ofrecidas por otros movimientos ideológicos como el Liberalismo, el Socialismo, el Bund y el Autonomismo.

A pesar de haber rechazado las soluciones planteadas por estas ideologías, adoptó gran parte de sus premisas creando marcos específicos como el sionismo socialista, el sionismo liberal, y el movimiento sionista religioso que se ubicó como puente entre la ortodoxia no sionista y el sionismo secular, además de la expresión nacionalista en diversos grupos que se formaron en base al rechazo a la legitimidad del mandato británico y que  después se desarrollaron en partidos políticos ubicados en el sector de la derecha del espectro político israelí.

El movimiento sionista no pudo prever tres acontecimientos de importante magnitud y que tienen un impacto decisivo en la Israel de hoy: en primer lugar, el holocausto, que es parte importante de su identidad; en segundo lugar, el conflicto con el movimiento nacional árabe, que sigue estando presente por más de cien años. Y finalmente, el tercer punto, la absorción de la ola inmigratoria de los países del norte de África, proceso que por las condiciones existentes en la Israel de los años cincuenta se tradujo en la dificultad del establishment político israelí de entender las características y necesidades específicas de esta inmigración.  El encuentro conflictivo de estos olim con el nuevo país -con una dirigencia pionera, secular y socialista, muy distinta a la motivación y a la realidad política que precipitó la inmigración masiva y el inicio del conflicto social que durante los siguientes años- se expresó en el voto étnico de protesta social, sin que el componente del programa económico de los partidos políticos sea el determinante en la decisión al depositar el voto en la urna.

El paso del Ishuv al Estado en 1948 generó la necesidad de dejar de lado algunas premisas ideológicas condicionadas por la necesidad de enfrentar el conflicto con los árabes, tema al que se dedicó gran parte de los recursos, además de la empresa de absorción de los inmigrantes, que en menos de quince años triplicó la población y determinó que la minoría judía se convierta en mayoría frente a la población árabe que quedó dentro de los límites del nuevo Estado, y que luego, como consecuencia de la Guerra de Independencia, originó el fenómeno de los refugiados y sobre todo, la desintegración de la dirigencia política de esa población y la necesidad de actuar en el medio de una nueva realidad política que exigió la necesidad de definir su identidad, crear una nueva dirigencia y además enfrentarse al fenómeno del régimen militar que Israel impuso y perduró hasta 1966.

Israel en sus primeros años de existencia tuvo que enfrentarse a las consecuencias de la guerra de Independencia, que aseguró su existencia a costa de haber sufrido un altísimo número de víctimas, casi el 1% de su población.

Habiendo escogido pertenecer a los países de la órbita occidental, Ben Gurion definió una estrategia política pragmática, adaptando el bagaje ideológico que acompañó la creación del sionismo socialista a una visión en la cual el factor de seguridad fue predominante, y condicionó las prioridades en el desarrollo social frente a la visión original que el sionismo definió en Europa.

La brecha social

El sentimiento de alienación de sectores de la población provenientes de los países de África del norte y del Medio Oriente en 1959, fue solo el inicio de un movimiento de rechazo al establishment político proveniente de Europa Oriental; la protesta se basó en la exigencia de una mayor participación en la toma de decisiones de la élite económica y política que constituyó el liderazgo del nuevo Estado.

Esta primera manifestación de protesta tuvo un impacto importante en la vida política de Israel, con la aparición del movimiento Panteras Negras, creado en 1971 en Jerusalén por hijos de inmigrantes de países del Norte de África que, a diferencia de los participantes en la protesta de Wadi Salib en 1959 que exigieron elevar su nivel de vida, intentó crear un movimiento político que puso el tema de las diferencias sociales y la discriminación étnica en la escena política de Israel. Su acción sirvió de precedente a la aparición del partido político Shas, creado en 1984, con una dirigencia ultraortodoxa sefaradí, encabezada por el rabino Ovadia Yosef, que con el tiempo enfatizó la identidad religiosa a la social y adoptó una relación compleja con el sionismo.

Durante su existencia política, salvo en el período de la participación en el gobierno de Yitzhak Rabin, Shas adoptó una visión nacionalista que lo convirtió en socio natural en la coalición de partidos considerados como representantes de la derecha israelí, rechazando toda posibilidad de alianza con sectores del Laborismo. Este proceso se acentuó luego del fallecimiento del rabino Ovadia Yosef y la presencia y control casi absoluto de Arie Deri que tuvo y tiene un rol fundamental en el gobierno de Netanyahu, su influencia trasciende al peso de Shas convirtiéndose en un factor de cohesión en el actual gobierno.

La expresión política de sectores importantes en la sociedad israelí orientados en forma  masiva a partidos definidos como nacionalistas, sirvió de orientación política para que las agrupaciones políticas de centro izquierda renunciaran a buscar el apoyo de los votantes de la periferia y de las ciudades en desarrollo, en las cuales se concentra la población ubicada en los estratos socioeconómicos de menor poder económico y además en las que se concentraron gran parte de los  inmigrantes de los países del Norte de África y el Medio Oriente. Los partidos de izquierda se concentraron en atraer el voto de los sectores urbanos y de los kibutzim, la mayoría votantes de clase media, que constituyen el caudal electoral con cuyo apoyo pueden contar en el proceso electoral.

La radicalización de Shas y de los partidos ultraortodoxos ashkenazíes nos ofrece una nueva versión del conflicto social que reemplaza en intensidad a los conflictos de los que fuimos testigos en los primeros años de la existencia del Estado.

Los temas que dividen a la sociedad israelí hoy están menos relacionados con las diferencias económicas entre sectores autodefinidos como izquierda y derecha que en ese tema se encuentran menos diferenciados, que con el conflicto entre laicos y religiosos y con lo referente a las propuestas frente al conflicto con los palestinos.

La discusión si Israel debe ser un Estado moderno creado sobre valores universales o un Estado tradicional donde las cortes rabínicas tengan un peso definido, se produce en el marco de la tensión entre una Israel judía y una Israel democrática que definió su identidad, sin exigir la adopción de sólo una de las características; esta disyuntiva sigue estando vigente hasta hoy.

La pregunta central es ¿en qué medida se puede aspirar a la integración del sector ortodoxo no sionista en la vida cotidiana del Estado? no solamente en la representación en la Knesset, sino en las diversas facetas de la vida cotidiana: en la economía, defensa, academia, etc.

El intento de modificar la Ley del Retorno de 1950, aumentando el control del Rabinato, y el querer ser el único factor que determine “quien es judío¨, es uno de los mecanismos de radicalización religiosa, junto con la cerrada oposición a igualar el status de las corrientes conservadora y reformistas con la corriente ortodoxa, sin tomar en consideración la existencia de un judaísmo secular, basado en valores universales, que destaca los aspectos culturales y nacionales del judaísmo.

Ovadía Yosef, líder del Shas.

Shas otorgó al sector sefaradí de la población un marco de identidad, tratando de revertir el bagaje secular y uniforme que la empresa sionista aspiró, a través del concepto “Crisol de Diásporas”, con la intención de crear una visión uniforme del nuevo Israel, desconectado del bagaje cultural con el que llegaron de sus países de origen y adoptando una nueva identidad, la del israelí, producto de la realidad creada en la nueva sociedad.

Esta política, aunque con una intención basada en la propia experiencia por la que los olim de Europa pasaron, generó una sensación de alienación y sentimiento de falta de pertenencia a todo lo que la clase dirigente representaba.

Los partidos que representan a la ortodoxia askenazi se enfrentaron al dilema de ver al establishment político sionista como marco de obtención de presupuestos y al mismo tiempo defender en forma absoluta su independencia y autonomía en los programas de estudios de su red educativa, el poder decidir si van a permitir o no el estudio de materias seculares que los prepare para una mayor integración a las fuerzas productivas. El desarrollo demográfico ubica a este sector, askenazi y sefaradí, en alrededor del 17% de la población judía, quedando abierta la disyuntiva entre la integración o la desconexión de toda relación y compromiso con los programas del Ministerio de Educación.

La participación de Shas en la directiva de la Organización Sionista Mundial desde el año 2010, y la adopción del Programa de Jerusalén que reconoce la centralidad de Israel en la vida judía de la Diáspora, es una decisión que debe ser vista con mucha atención, y que puede definir la particularidad de este partido frente a la ultraortodoxa ashkenazíes.

En todo caso, la acción política de Shas se orienta a una mayor apertura a otros grupos políticos, aunque esto no afecta por el momento la decisión de integración en todo bloque de coalición con el Likud, siempre y cuando siga teniendo este la prioridad en la formación de coalición de gobierno.

La sociedad israelí evolucionó sobre el trasfondo de un desarrollo económico basado en la  alta tecnología, atrajo una fuerza laboral, civil y militar, que impulsó los índices económicos y la creación de un segmento importante de la sociedad que durante muchos años se mantuvo ausente de expresión política y solo hoy ocupa una posición de participación masiva en el marco de protesta que se formó como reacción a la crisis constitucional que la propuesta del Gobierno de reformar el poder judicial generó.

Es importante destacar la inmigración de casi un millón de personas provenientes de los países que integraron la Unión Soviética en la década de los años noventa, y que tuvo un aporte decisivo en la ciencia, la alta tecnología, los deportes y la cultura.

De la participación política de este segmento de la población en la vida política de Israel surgió una dirigencia repartida entre partidos políticos como el Likud y el partido Israel Beitenu, que en sus inicios se destacó por basarse casi exclusivamente en el voto de los inmigrantes de la Unión Soviética.

El proceso de evolución social de Israel se expresó en el marco de un conflicto militar que está presente a través de todos los años de existencia. Esta situación tuvo una influencia decisiva en la toma de decisiones de todos los gobiernos de Israel desde su creación.

Podemos destacar, junto con la Guerra de Independencia, la  Guerra de los 6 días en 1967, que dejó la sensación que se trataba de la última guerra, ya que, como pensó el entonces comandante de la Fuerza Aérea y después Presidente de Israel Ezer Weizman, en las condiciones en que finalizó era claro que si los países árabes no lograron un victoria militar, y por el contrario Israel logró en seis días una decisiva victoria, se acercaba la época en la cual los árabes renunciarían al intento de enfrentar otro conflicto militar.

Una de las consecuencias más importantes de esta contienda fue la aparición política de la identidad palestina, producto del fenómeno de los refugiados de la Guerra de 1948, pero que solo en 1967, sobre el trasfondo del control de Israel de los territorios de la Ribera Occidental del río Jordán y de la Franja de Gaza, evolucionó creando una identidad de conciencia política sobre la idea de la creación de un Estado Palestino independiente.

Israel se encontró con la necesidad de tomar una decisión con respecto al destino de los territorios que controla desde entonces hasta hoy, y tuvo que escoger entre la alternativa de convertirlos en una carta que pudiera servir en la eventual negociación de paz, aunque no pareciera encontrar quien estuviera en ese momento dispuesto a reconocer a Israel sobre los límites anteriores al inicio de la guerra.

La otra alternativa era la de la anexión de esos territorios, el otorgamiento de ciudadanía israelí a los habitantes palestinos, en ese entonces poco más de 954,000 habitantes, situación que podría modificar su demografía.

Israel decidió no tomar una decisión salvo en el caso de la Jerusalén oriental, reunificada con la parte occidental, y luego en 1981 anexó el Golán, antes parte de Siria.

A partir de ese momento, aún sin anexar los territorios, Israel impuso un régimen de gobierno militar, permitió y en muchos casos estimuló el asentamiento de población de colonos judíos, inicialmente como parte de una estrategia que respondía a criterios de seguridad y más adelante por razones ideológicas; hoy habitan 500,000 colonos en los territorios y constituyen un sector de peso; y en la medida en que se inicie un proceso de negociación, será un factor a considerar.

La consolidación de la identidad palestina a partir del control de los territorios acerca a Israel a la necesidad de tomar una decisión. Israel intentó “manejar” el conflicto en vez de adoptar una política de definición y solución, aun cuando no dependía únicamente de su política. El factor palestino se enfrenta hoy a una etapa de su vida política crucial; es claro que después del liderazgo de Mahmoud Abbas se desatará una lucha política entre no pocos candidatos a sucederlo; quedará por ver si la nueva dirigencia podrá afrontar una política que logre una disponibilidad al diálogo.

Es claro que debe ser Israel el factor que debe tomar la iniciativa al respecto y adoptar la iniciativa de reestablecer el diálogo con la dirigencia palestina.

El inicio del proceso de paz

El trauma de la guerra de Yom Kippur de 1973, por un lado, provocó en la sociedad israelí el resquebrajamiento del sentimiento de fortaleza y casi invencibilidad. El final de la misma creó las condiciones en las que Begin y Sadat lograron un acuerdo que cambió el escenario del Medio Oriente.

La decisión de hacer concesiones, como el reconocimiento de Israel por parte de Egipto y la devolución de todo el Sinaí bajo control israelí desde 1967, determinaron un reordenamiento de las fuerzas políticas en el Medio Oriente, pero no dieron una solución a la demanda de exigencia palestina de expresión política.

Se creó en los territorios un status para los colonos judíos y otro muy distinto para los habitantes palestinos, sin nacionalidad y sin derechos políticos. Esta situación perpetuada hasta hoy, constituye un peligro para la Democracia y convierte a Israel en objeto de crítica e inclusive la acusación de mantener un régimen de apartheid en los territorios.

Es claro que no se puede exonerar a la dirigencia palestina, hoy dividida entre la Autoridad Palestina con sede en Ramallah y el Hamas, movimiento radical, fundamentalista religioso en la Franja de Gaza, que niega toda posibilidad de reconocimiento de Israel y únicamente está dispuesto a una tregua militar con un plazo determinado y no pocas condiciones de limitación.

El movimiento nacional palestino se debate entre un nacionalismo secular y una versión fundamentalista religiosa, intolerante y antiliberal, que dificulta la posibilidad de un diálogo.

El fenómeno del extremismo religioso, xenofóbico e intolerante, no es propio de un solo factor en el conflicto. En Israel se han desarrollado grupos que rechazan toda posibilidad de dialogo con la dirigencia palestina, impulsan una visión irredentista que va acompañada de una identificación religiosa y aspira a una solución mesiánica del conflicto, expresando una superioridad judía, muy alejada de los principios en los que se basó la creación de Israel y se reflejó en la Declaración de Independencia.

La guerra de Yom Kippur tuvo un efecto detonante en el escenario político israelí que se expresó en 1977 con el cambio de gobierno en Israel.

La llegada al poder del líder de la derecha Menachem Begin puso fin al gobierno laborista, que en sus diversas manifestaciones controló el poder desde 1948 y aún antes desde la década de los años treinta del siglo pasado con el control de los organismos políticos del Ishuv durante el Mandato Británico.

Precisamente Begin, líder del sector nacionalista en el mapa político que durante su larga trayectoria de liderazgo defendió la tesis de no hacer ninguna concesión territorial a los países árabes aún a cambio de un proceso de paz, tuvo que enfrentarse al dilema más importante de su vida política como estadista.

Begin tuvo que decidir entre optar por la ideología nacionalista o por  la oportunidad de la firma del primer tratado de paz con un país árabe, el de mayor fuerza militar en el Medio Oriente, escenario de la visión panarabista que Nasser sostuvo, la que no dejaba lugar a la presencia de Israel, considerado como factor extraño, producto de intereses  imperialistas y además considerado ilegítimo en el Medio Oriente; la aspiración de Nasser de unificación de todos los países árabes en base a un nacionalismo secular y la participación de Egipto en el marco de los países no alineados anuló la posibilidad de diálogo.

Camp David, acuerdo de Paz con Egipto, en 1978

El acuerdo de Camp David, firmado en 1978, tuvo un impacto importante en la realidad geopolítica del Medio Oriente, tanto en la relación de Israel con los países árabes como en cuanto a la posición de liderazgo de Egipto.

Los acuerdos de Abraham fueron firmados en el 2020 entre Israel, Baréin y los Emiratos Árabes Unidos con la mediación del Presidente de los Estados Unidos Donald Trump que aceptó la visión de Netanyahu. Se concretaron sobre la base que la presencia de la amenaza de Irán genera un acercamiento entre países que encuentran intereses estratégicos comunes.

La política israelí que intentó demostrar que se podían crear nuevas alianzas en el Medio Oriente sin tomar en cuenta al factor palestino, no logró dejarlo de lado; la postergación de la visita del Primer Ministro Netanyahu, uno de los artífices del acuerdo, a los Emiratos, demostró que el tema de la identidad palestina sigue estando vigente en la política del Medio Oriente. La sensibilidad mostrada por Arabia Saudita a la presencia de Israel en la escena palestina, y su acercamiento a Irán, son determinantes en la decisión de acelerar o congelar la política de establecer relaciones diplomáticas con Israel.

La reacción fundamentalista y su antecedente nacionalista.

El proceso de paz con Egipto generó profundos cambios; no solo obligó a reconsiderar por parte de Israel su política de defensa, sino también la coordinación frente a grupos extremistas y fundamentalistas islámicos y a tomar en consideración el papel que Egipto cumple frente a la presencia islámica en el Sinaí y la Franja de Gaza.

El asesinato del Presidente Sadat fue perpetrado por fuerzas fundamentalistas islámicas queriendo hacerse eco de la fuerte oposición de grupos extremistas a la firma del Tratado de paz con Israel, promoviendo la idea de la creación de un régimen islámico en Egipto, contrario al basado en un nacionalismo laico.

El Acuerdo de Camp David generó en Israel una escisión en el Likud con la aparición del partido Tjia (Renacimiento), que estuvo en contra de toda concesión territorial, como la retirada del Sinaí, reafirmó su creencia en la Israel indivisa y la colonización masiva en todos los territorios y por supuesto la oposición a la creación de un marco político palestino soberano.

Aunque el partido se disolvió y no presentó candidatura a las elecciones a la Knesset en 1996, su importancia estuvo presente en la creación posterior de movimientos políticos que presentaron programas de acción similares.

Si bien es cierto que el partido Tjia en Israel fue fundamentalmente secular, desprovisto de una visión mística; en el marco del sionismo religioso se produjo, desde 1967, una radicalización en su referencia ideológica; este sector incluyó segmentos que apoyaron    una política ultranacionalista que destacó la visión mística de los territorios, negando la posibilidad de utilizarlos como opción de negociación. Esta ideología transformó totalmente al Partido Nacional Religioso, parte del movimiento Mizraji desde 1902, bajo la influencia del rabino Abraham Kook.

La reducción del peso político del sector moderado como el Kibutz Hadati, además del de líderes como Yosef Burg y  Moshe Shapira entre otros, que tenían la facultad de ver la realidad con la complejidad que era requerida; la toma del control político de una nueva generación de líderes como Hanan Porat y Yehuda Ben Meir ampliaron la influencia del movimiento Gush Emunim que promovió y exigió una masiva colonización en los territorios en toda la Eretz Israel indivisa, en lugares como la Margen Occidental, la Franja de Gaza, y la península del Sinaí.

Este movimiento creado después de la Guerra de Yom Kippur captó el apoyo de no pocos sectores de la juventud secular, que lo vieron como heredero de la empresa del sionismo jalutziano producto de las primeras Aliot que ocuparon la dirigencia de la empresa sionista y su decisiva acción en el desarrollo del Ishuv y del Estado de Israel.

La oposición de estos sectores a toda renuncia territorial tuvo su punto culminante en la tragedia producida por el asesinato del Primer Ministro Itzjak Rabin en 1995, y la firma de los Tratados de paz de Oslo en 1993 y 1995 entre Rabin y Arafat, con el auspicio del Presidente americano Clinton. Rabin aceptó finalmente la negociación iniciada por Shimon Peres y Yossi Beilin, que vieron la necesidad de establecer un marco de negociación.

Este último estuvo absolutamente convencido de que la solución del conflicto con los palestinos pasaba por la negociación con la Autoridad Nacional Palestina que veía con preocupación la creciente influencia del movimiento Hamas en el movimiento nacional palestino.

La Conferencia de Madrid, en 1991, fue el primer eslabón en la política de apertura a las negociaciones con la dirigencia palestina generada en el primer Tratado de Oslo.

Acuerdo de Oslo, en 1995. Rabín, Arafat y Clinton. El Rey Hussein aplaude

El segundo Tratado de Oslo en 1995, determinó la división del territorio en zonas de control palestino, israelí y control mixto, acercando la búsqueda de una solución en la expresión de la identidad palestina, aun cuando Rabin pensó que la solución a la exigencia de soberanía palestina no incluía la creación de una identidad política soberana.

Yigal Amir, el asesino de Itzjak Rabin, al cometer el magnicidio, cambió el curso de la historia y contribuyó a la crisis de dirigencia política en la izquierda israelí de la cual no se recuperó hasta hoy, creando, luego de la ola de terror generada durante el período del gobierno de Shimon Peres en 1995-1996, la sensación de desconfianza frente al liderazgo de Arafat.

El Tratado generó una división irreconciliable en la sociedad israelí, similar fue la discusión acerca de la retirada unilateral del Primer Ministro Sharon en el año 2005, que impulsó la entrega del control de la Franja de Gaza a la Autoridad Palestina y la evacuación de 8,600 habitantes judíos del Gush Katif, además de cuatro asentamientos en el norte de la Margen Occidental, sin que eso lo comprometiera a una negociación con Yasser Arafat.

Es importante anotar que la marcada división de la opinión política originada por los dos acontecimientos mencionados sigue, con alguna modificación, vigente hasta hoy. Esta división estuvo presente en las últimas cinco elecciones. Quizás sólo en la próxima elección probablemente podrá ser reemplazada por el apoyo o rechazo a la Reforma Judicial, entre aquellos que piensan que se trata de una transformación radical y una alteración del equilibrio entre los tres poderes del Estado, base de todo régimen democrático, y quienes piensan que un gobierno elegido por el voto democrático puede legislar medidas necesarias para equilibrar la relación entre los poderes del Estado.

La evolución del sionismo religioso generó la aparición de políticos con una ideología que responde a una visión de pensamiento mesiánico y nacionalismo irredentista, como Bezalel Smotrich, líder del Habit Hayeudit e Itamar Ben Gvir de Otzma Yehudit, quienes se atribuyen el ser los auténticos representantes de del sector , y tendrán un decisivo impacto en esa expresión política.

En los últimos años somos testigos de la desaparición de sectores moderados en el movimiento político que fue parte de un sector aliado con el Laborismo y que siempre expresó una política moderada frente a los asuntos de seguridad y fronteras.

La atomización producida en el sionismo religioso dio origen a la aparición de corrientes extremistas que se convirtieron en el factor central que expresó su prioridad especialmente en el tema del status de los territorios, la exigencia de anexión de los mismos, y una fuerte inclinación a ampliar la influencia de la legislación religiosa en Israel, es más, acentuó la oposición a la diversidad y la  aceptación de otras corrientes en el judaísmo que amenaza el concepto Status Quo creado por Ben Gurion en 1950 y que a pesar de la constante tensión sigue rigiendo hasta hoy las relaciones entre Religión y Estado en Israel.

Los límites del poder

La formación del actual gobierno de Israel por Netanyahu, tras las últimas elecciones, vino después de cuatro fallidos intentos de alcanzar una mayoría, incluyendo la firma de un acuerdo entre Benjamín Netanyahu y Benny Gantz en el año 2020. Este acuerdo estaba basado en la rotación en el cargo de Primer Ministro, pero ésta fue bloqueada por Netanyahu al no poder aprobar el Presupuesto lo que generó disolución de la Knesset.

El anterior gobierno al mando de Naftali Bennett, surgió a partir de una situación coyuntural que le permitió -con solamente 6 mandatos- convertirse en el único político que pudo lograr la mayoría en base a 8 partidos de una característica totalmente heterogénea, sin temas en que los partidos pudieran adoptar una política de acción común. El único tema en el que estaban de acuerdo era impedir la vuelta de Netanyahu al poder.

Las otras iniciativas, como la posibilidad de promover un proceso de negociación con la dirigencia palestina, fueron dejadas de lado por cuanto partidos con posiciones opuestas en la mayoría de temas tuvieron una reducida capacidad de maniobra y finalmente se desintegró por pérdida de la mayoría parlamentaria, luego de establecer una rotación con Yair Lapid, que pudo mantenerse en el poder solo un año.

Si la debilidad de los gobiernos de Bennett y Lapid fue consecuencia de su falta de homogeneidad, el gobierno de Netanyahu actual, con 64 mandatos, sufre de inestabilidad precisamente por su homogeneidad, habiendo formado una coalición de 6 partidos, parte de los cuales se presentaron en una lista conjunta que incluía los 3 partidos de orientación sionista religiosa: Hazionut Hadatit, Otzma Yehudit y Noam.

De estos partidos, marginales en el mapa político, probablemente 2 de ellos no hubieran alcanzado el mínimo de votos requeridos para entrar a la Knesset si se hubieran presentado en listas separadas.

La competencia y disputa por los votos del mismo electorado, arrastró a varios grupos a radicalizar sus posiciones políticas, impidiendo en muchos casos la adopción de una política viable.

Smotrich y Ben Gvir se convirtieron en pilares del nuevo gobierno, concentrando sus demandas en exigencias sectoriales alejadas de los temas que fueron presentados como de urgencia en la campaña electoral como la carestía de la vida, la seguridad interna, etc.

Itamar Ben Gvir, nombrado Ministro de Seguridad Nacional y Betzalel Smotrich, Ministro de Finanzas, impulsan una política que a veces tiende a no entender la diferencia entre ser políticos de la oposición y ser miembros del gobierno con responsabilidad y necesidad de tomar en cuenta la trascendencia de las medidas adoptadas.

La declaración del ministro Smotrich, que la aldea palestina Hawara, escenario de ataques terroristas constantes, debe ser “borrada”, generó una protesta generalizada y la negativa de los Estados Unidos de recibir a Smotrich durante su visita a Nueva York, y la del gobierno francés a recibirlo oficialmente durante su visita a Paris.

El proyecto de ley que se discute en estos días es casi el único en la agenda del gobierno de Israel. Todos los esfuerzos del gobierno, especialmente los del del Ministro de Justicia Yariv Levin y los del Presidente de la Comisión de Legislación de la Knesset, impulsan el proyecto en forma acelerada, y ven en él la única forma de poner en práctica los resultados de la última elección a la Knesset.

En realidad, se trata de un intento de alterar la separación de poderes, base de la concepción de Montesquieu, que puso límites a la concentración del poder, tiene en Israel una importancia sustancial ya que, no teniendo Constitución y solamente leyes básicas, el mecanismo de regulación y supervisión que ejerce el Poder Judicial frente a los poderes Legislativo y Ejecutivo es fundamental.

Como consecuencia de la protesta masiva de sectores de la población, la mayoría parlamentaria redujo los alcances de estas medidas y permitió la mediación del Presidente Herzog para intentar crear un marco de negociaciones entre las partes para lograr una política de consenso, el Presidente tomó la iniciativa de mediador como último recurso para evitar una confrontación violenta interna en la población israelí.

Protestas masivas contra la reforma judicial

El principal tema de discordia es el intento de Netanyahu de dominar el proceso de elección de los jueces, especialmente la designación del Presidente de la Corte Suprema a través de aumentar el número de representantes políticos en la Comisión, que era designado hasta hoy por el criterio de veteranía, y reducir la facultad de vetar leyes dictaminadas por el gobierno por considerarlas que son contrarias al espíritu constitucional de las leyes básicas. En realidad, desde 1950 la Corte Suprema ha vetado únicamente 22 leyes.

Este intento tiene tres motivaciones: el proceso judicial que Netanyahu afronta; el impedimento del Ministro Deri, a quién la Consejera jurídica del gobierno obligó a su destitución; y la eliminación de la facultad de los jueces de vetar los nombramientos de Ministros, lo que permitiría a Deri el retorno a la mesa de gobierno y la demanda del sector ultraortodoxo de conservar autonomía sin intervención de la Corte Suprema.

La intención es permitir que las leyes vetadas por la Corte Suprema puedan ser revertidas por la Knesset, únicamente con una mayoría de 61 miembros.

El intento de transformación del Poder Judicial tiene el respaldo del Fórum Kohelet, institución que defiende una política conservadora con énfasis en el respeto absoluto a la libertad individual y apoyo a la teoría del mercado libre, que proporcionó el marco ideológico para poner en práctica esta legislación.

La reducción de la autonomía del Poder Legislativo en una realidad como la de Israel, en la que de por sí el Poder Ejecutivo domina al Poder Legislativo por su mayoría en la Knesset, elimina la función de supervisión y resguardo de los derechos individuales, bastión fundamental en todo sistema democrático.

El efecto del intento de legislación de este proyecto produjo una serie de efectos en la escena política israelí, algunos sin precedentes.

La protesta es generalizada e incluye distintos sectores de la sociedad, como empresas de alta tecnología, trabajadores de la salud pública, intelectuales, sindicatos y empresarios, la acción de la Histadrut y otros representantes de la opinión pública, que, en forma masiva, durante más de 13 semanas, salen a la calle a expresar su preocupación por el futuro de la Democracia en Israel.

El efecto más impactante fue el de soldados y oficiales que amenazan no presentarse al servicio de reserva militar, especialmente en la aviación y la rama tecnológica, aduciendo que estas medidas gubernamentales nos acercan a una dictadura.

Ellos expresaron también el temor que, si el Poder Judicial y los tribunales de Justicia pierden su independencia, oficiales del ejército pudieran verse enfrentados a demandas judiciales en el Tribunal de Justicia de La Haya por su presencia y acción en los territorios, esto no se produjo hasta hoy por la independencia y prestigio de las Corte de Justicia y por la confianza en el poder que tiene de investigar actos que lo requieran.

Netanyahu se enfrenta a dos frentes: el de su base política que lo presiona a no hacer ninguna concesión y la protesta popular que se incrementó luego que informara que despedirá al ministro de Defensa, que en forma pública abogó por la suspensión del proyecto.

La tardía acción de apoyo de grupos organizados que están a favor de la transformación del Poder Judicial, eleva la tensión y hace necesario todo intento de evitar un enfrentamiento entre las dos partes, que puede tener consecuencias imprevisibles.

La coalición de gobierno de 64 parlamentarios, que parecía muy sólida en su inicio, empieza a presentar grietas. Las voces que exigen una política de amplio consenso para aprobar el proyecto de ley amenazan a dejar sin mayoría al gobierno; es más, las encuestas demuestran que aproximadamente un tercio de los votantes del Likud critican la forma en que se intenta aprobar la reforma.

El factor de presión de mayor peso que el Gobierno debe tomar en consideración es el de la política de los Estados Unidos, que no ha abandonado su apoyo a una solución del conflicto que incluya la creación de un Estado palestino independiente.

Joe Biden con el presidente israelí Isaac Herzog, en octubre de 2022. Otro clima político

El presidente estadounidense Joe Biden ha mencionado en varias declaraciones su preocupación por las medidas adoptadas por Israel, incluyendo la opinión que Israel debe dejar de lado el intento de modificación jurídica, además de su negativa de invitar a Netanyahu a la Casa Blanca. Las abiertas críticas que el Presidente de Francia y el Canciller alemán hicieran durante las visitas que el Primer Ministro hizo a esos países, y la negativa del Primer Ministro británico a una declaración conjunta con Netanyahu, pusieron de manifiesto la forma en que este proceso afecta la imagen de Israel.

Los temas en la agenda.

En los próximos años Israel deberá tomar una serie de decisiones con respecto a dilemas que aún no han sido resueltos: la necesidad de una Constitución que resguarde los Derechos del Ciudadano, que se ha postergado desde 1948, y que establezca la mayoría necesaria en la Knesset para modificarla.

Este marco legal se hace necesario para impedir la discriminación de género, defender los derechos de las minorías, que hoy tienen como única plataforma las leyes básicas, que pueden ser alteradas con una mayoría menor que la que requiere la modificación de una Constitución.

El intento del Gobierno de reducir la independencia de la asesoría jurídica del país y de los asesores jurídicos de la administración pública, hace aún más necesaria la independencia del Poder Judicial.

La Constitución debe estar basada en la Declaración de Independencia del Estado de Israel, especialmente en su contenido, referido a la obligación de asegurar la completa igualdad de derechos políticos y sociales a todos sus habitantes, sin diferencias.

Los próximos años seguirá urgiendo la necesidad de establecer un mecanismo de diálogo con la dirigencia política palestina que tendrá que neutralizar a los elementos radicales islámicos que impiden este diálogo, e intentar salir del estancamiento en que este proceso se encuentra.

El mismo desafío tiene Israel, que debe conformar una política viable, exenta de factores que impulsan una política xenofóbica, misógina y mesiánica, y debe adoptar la real política como estrategia de acción.

La presencia de desafíos como la imagen internacional, sobre el trasfondo de la capacidad nuclear de Irán, expresan la urgente necesidad de tener un diálogo abierto en la esfera internacional.

Es posible que en la próxima contienda electoral seamos testigos de un reordenamiento de los partidos políticos y sus posibles alianzas.

El Likud se verá en la necesidad de analizar el fenómeno de abandono del componente liberal que lo distinguió en la época de Menajem Begin, hoy basta observar el peso cada vez mayor de los factores nacionalistas y religiosos en su militancia.

La izquierda en toda su gama deberá contrarrestar la exitosa campaña de Netanyahu de demonizarla, a tal grado que dejaron, con muy pocas excepciones, de autodefinirse como partidos de izquierda, adoptando la denominación de centro.

Deberá además ampliar su base política, intentando llegar a sectores que dejaron de recibir respuestas a sus inquietudes: ciudades en desarrollo, personas tradicionalistas y por supuesto la población árabe israelí, cuya ausencia en las manifestaciones de protesta ha generado una sensación de marginalidad en la escena política israelí.

El movimiento de protesta logró la participación de una inmensa pero heterogénea masa de participantes que, en forma espontánea, sin estar dirigida por la dirigencia política tradicional, expresó demandas muy claras sobre la base de una Israel liberal y democrática, que quizás en las próximas elecciones se convierta en una opción política.

Por último, el desafío más importante de Israel seguirá siendo el de las relaciones con la diáspora, tema no siempre discutido, y que debe tomar en consideración que su aporte a la identidad sionista de Israel es importante.

Es necesario revisar los valores que alguna vez fueron los que atrajeron a la juventud judía liberal de la Diáspora y hoy se aleja, y no tiene impedimento a manifestar una abierta crítica a la política de Israel.

Es importante volver a ser un componente central en la identidad del judío de la Diáspora que ve con preocupación las consecuencias de las medidas que se quieren implementar.

Quizás la mediación iniciada por el Presidente Herzog, a pesar de las dificultades que presenta, pueda crear el marco en el cual las fuerzas democráticas en Israel puedan exponer su ideario político, y sea relevante a la realidad en la que vivimos. La alternativa es un proceso de reorganización de los partidos políticos y quizás el adelanto del próximo proceso electoral; al fin y al cabo, está en juego el futuro de la Democracia en Israel.

* La foto de portada corresponde a la celebración de los 5 años de la Independencia de Israel, en 1953, en Haifa. En el centro del escenario, David Ben Gurion