Sé de qué hablo. Durante seis años fui el editor literario de ‘Tikkun’, una voz de avanzada en la política judía progresista que nunca evitó poner sobre Israel el escrutinio moral. También enseño derechos humanos en una universidad jesuita, impartiendo lecciones cuyo objetivo son el reconocimiento de la aflicción recíproca y la necesidad moral de ver a la gente con dignidad y respeto mutuo. Y me toca hondamente el dolor palestino y me siento mortificado cuando civiles inocentes son usados como escudos humanos y después martirizados cínicamente como víctimas de guerra.
Sin embargo, desde el 11 de septiembre y la segunda intifada, cuando los bombardeos suicidas y las decapitaciones se transformaron en las cartas de la diplomacia árabe y con Hamas y Hezbollah emergidos como entidades elegidas que, paradójicamente, rechazaban los principios fundamentales de la democracia liberal, siento una enorme angustia moral.
Tal vez fui ingenuo todo el tiempo.
Y no estoy solo. Muchos judíos en mi posición -hijos y nietos de dirigentes laborales, socialistas, pacifistas, humanistas, opositores antibélicos- se apoyaron en la izquierda, se opusieron a la guerra no queriendo demonizar e insistieron en que la violencia solo genera más violencia. Compartimos sobretodo la profunda creencia de que el asesinato, la humillación y el ocasionar dolores innecesarios no son atributos judíos.
Sin embargo, el mundo de hoy -post Holocausto, post 11 de septiembre, post cordura- no está cooperando. Dadas las realidades del nuevo Medio Oriente, tal vez llegó el momento de una revisión de la realidad.
Por ello, muchos judíos liberales se están rindiendo a la idea de que no hay otra solución que la auto defensa de Israel con los medios que sean precisos. Desgraciadamente, la inevitabilidad de Israel coincide con la inevitabilidad del antisemitismo.
Es más que lo que los judíos políticamente conservadores y los sionistas más duros, mantuvieron desde el principio. Y fue la pesadilla que la izquierda judía siempre rehusó imaginar. Entonces, nos quedamos despiertos toda la noche, temerosos de dormir. Seguramente los árabes también estaban cansados. Seguramente habrían querido mejorar sus sociedades y educar a sus hijos más que atarles bombas al cuerpo.
Si los palestinos no querían eso para sí mismos, si construir una nación no era su prioridad, en consecuencia, paz por territorios era sólo un sueño ilusorio. Era la realización de un deseo, necesario moral y prácticamente, pero motivado en el cansancio de la sociedad israelí ante la realidad de la aguda animosidad árabe y el peaje espiritual que, con la ocupación, cayó sobre el estado judío golpeado por la opinión mundial negativa.
A pesar del hondo cinismo, sin embargo, Israel sabía que debía intentarlo. Debería dejar a un lado casi 60 años de una experiencia duramente conquistada que comenzó con los primeros días de su independencia en la creencia de que el mundo árabe se suavizaría, se haría más receptivo a sus vecinos y dejaría de cantar: «No en nuestro patio trasero, el Medio Oriente es sólo para los árabes».
Es verdad que Israel pactó acuerdos de paz con Egipto y Jordania que trajeron alguna estabilidad en la región. Pero con Israel retirándose de El Líbano y Gaza, con la opinión pública israelí virtualmente unida en favor de la casi total retirada de la margen occidental, ¿cuál es el mensaje que está siendo enviado a las voces moderadas, qué incentivos hay para negociar y cómo puede algunas de estas evidencias ser planteada con una luz más favorable? ¿por qué se están enviando misiles y cohetes hacia Israel ahora?, ¿por qué sus soldados están siendo secuestrados si las aspiraciones del pueblo palestino y las intenciones de Hamas y Hezbollah son otras que la total destrucción de Israel?
La izquierda judía está vacilante. Los abogados de Paz Ahora han perdido su momento y, en algún sentido, su claridad moral. Las encuestas de opinión en Israel muestran un apoyo casi unánime para incursiones más fuertes en Líbano. Y hasta que los soldados secuestrados no estén de regreso y los actos de terror se detengan, cualquier posibilidad de conversaciones sobre el futuro de la Margen Occidental se han hecho a un lado.
No del todo diferente que las divisiones profundas entre los valores de los estados azules y rojos de USA (demócratas y republicanos), el judaísmo mundial se ve forzado a reconsiderar sus anteriores y subyacentes ideas sobre la paz en el Medio Oriente. Los recientes eventos desastrosos de El Líbano y Gaza han creado, inadvertidamente, una nueva conciencia unificada judía uniendo a la izquierda y a la derecha en un profundo estado cínico rojo.