En abril 1996 Tzahal creyó que su advertencia a la población civil de la fronteriza aldea de Qana iba a intimidarla al punto que abandonaría sus hogares. Las 100 víctimas inocentes libanesas, entonces, pusieron fin al operativo militar: muchos se preguntaron en Israel si fue un castigo colectivo infligido por Tzahal o un trágico error logístico. Diez años después, la tragedia sufrida por la misma aldea, vuelve a revelar en toda su abyección moral la estrategia ofensiva de los guerrilleros de Alá al chantajear a Israel con una población cautiva de niños, mujeres, ancianos y enfermos impedidos de huir para cubrir su lanzamiento de katiushas.
Pero también esta tragedia reiterada ha provocado que israelíes angustiados por la ética en tiempos de guerra, volvieran a hacer la misma pregunta de hace diez años. Impactado por tantas víctimas inocentes en la aldea Qaná, el ex lider de la izquierda sionista Yossi Sarid escribió indignado, al día siguiente, que la lógica excusativa de Tzahal a la población civil, ”Pero les advertimos que se fueran”, resulta tan irracional y éticamente condenable como la advertencia de Nasrallah a la población del norte israelí para que abandone sus viviendas: ”En vez de abandonar inmediatamente sus hogares, permanecieron decenas de miles de ciudadanos en el frente civil, entre Haifa y Kiryat Schmoná. Por propia decisión, o a pesar de ellos mismos, los civiles no quisieron o no pudieron sino permanecer en los refugios antiaéreos. “¿Acaso porque fueron advertidos, y no abandonaron inmediatamente sus hogares, por eso vamos a eximirle a Nasrallah de la responsabilidad de haber perpetrado crímenes de guerra contra inocentes?”, se pregunta Sarid (‘Haaretz’, 31.7.06).
Su impecable lógica y juicio moral son los mismos con los cuales Sarid razona para impugnar una idéntica excusa simétrica, pero a la inversa, utilizada por ambos contendientes, aunque Hezbollah la esgrima como estrategia ofensiva mientras Tzahal advierta, en ella, una táctica defensiva.
En la historia del colonialismo de Occidente fue importante que se inventaran sistemas de dominación de una extrema racionalidad. Pero en Medio Oriente la dinámica del neocolonialismo, y también de la descolonización, mostraron la irracionalidad de un poder sangriento que aborta la esperanza de paz en la zona. La lógica de la guerra ha secuestrado la política, tanto en el campo de los ocupantes como de los ocupados, de las victimas y de los victimarios. Desgraciadamente, esta lógica blindada ganó también la opinión pública internacional. Muy pocos recuerdan ya la trágica confrontación política entre dos movimientos nacionales que primero fue internacionalizado por el panarabismo y la bipolaridad, y después cayó rehén del terrorismo y el contraterrorismo. Quién se acuerda de que el combate ideológico para lograr el reconocimiento mutuo entre los pueblos de Israel y Palestina, así como la separación de ambas comunidades nacionales en el territorio común, no fue librada únicamente en el campo de batalla? Y a quién le importa hoy que sus diversas posibilidades de diálogo se tornaran cautivas de la lógica bélica, con su sucesión de victorias y derrotas de las respectivas poblaciones civiles?
La actual guerra impuesta a los civiles en Israel, El Líbano y en Gaza es cubierta por los medios a través de una bochornosa competencia de imágenes del horror que se desentiende de cualquier crítica ética al desplazamiento radical provocada por el secuestro de la política entre los contendientes.
Por empezar, los medios y solicitadas maniqueas silencian el hecho incontrastable de que en El Líbano la política ya había sido secuestrada durante la devastadora guerra civil (1975-1990) entre facciones comunales cristianas maronitas, sunitas y grupos periféricos chiítas que disputaban el botín de un estado debilitado. Las facciones conservadoras libanesas buscaron aliados en EE.UU, Francia, Siria e Israel, y la oposición recibía apoyo de la OLP, Libia, Irak. En vez de ser parte del conflicto, el estado libanés fue el objetivo del botín de la guerra civil que costó el desplazamiento forzado de enormes masas de la población civil y la muerte de aproximadamente ciento cincuenta mil personas. Este trasfondo histórico no procura justificar los centenares de muertos y casi 900 mil desplazados de la segunda guerra en El Líbano: pero hoy muchos prefieren olvidarlo . Así mismo, se olvida que el Acuerdo de Ta’if de 1989 invistió de renovada legitimidad al Estado de El Líbano y estableció un compromiso para asegurar la integridad del país en base al principio de construir un pluralismo multiétnico e intercomunitario, con representación en el parlamento bajo una identidad nacional supra-etnica. Desde entonces, el fundamentalista Hizbollah, (Partido de Dios) sostenido y armado por los revolucionarios islámicos de Irán, procuró políticamente capitalizar el descontento de los chiítas al tiempo que sus guerrillas reemplazaron a la OLP en el sur de El Líbano para combatir a Israel. Sin embargo, los medios no informan que a pesar de que Hezbollah durante veinte años ha sido catalogada de organización terrorista, la administración norteamericana no dijo ni hizo nada para impedir su participación en las elecciones parlamentarias libanesas y ocupar ministerios en el gabinete de Siniora. Hasta julio 2006 , aparentemente el Partido de Dios se beneficio de la doctrina norteamericana de “paz democrática” según la cual Washington aceptaría con callada aprobación la integración de organizaciones terroristas al sistema político, aunque no hayan depuesto las armas. No debería sorprender que, muy probablemente, Bush se contentaría de que los lideres guerrilleros proclamasen el cese temporal de fuego: la Hudná que también fue aceptada por los palestinos.
Tampoco los medios subrayan que Nasrallah provocó a Israel lanzando una guerra cuyo objeto no es combatir la ocupación territorial libanesa finalizada en el año 2000, sino ensayar el bombardeo exitoso de misiles contra la población civil israelí. Tras la retórica del fundamentalismo irredentista del Partido de Dios, las motivaciones el líder islámico suenan racionales. Están basadas en consideraciones de política interna en El Líbano, además de consideraciones estrategias en la disputa simultanea Inter. islámica que enfrenta hoy a chiítas y sunitas. No casualmente, un mes antes de las anunciadas elecciones parlamentarias de agosto en Beirut, Nasrallah lanza su provocación bélica, muy posiblemente porque Hezbollah cree que gracias a sus éxitos militares, podría lograr 30 escaños chiítas en el parlamento y consolidar su fuerza política asociada a Siria en el País de los Cedros. Y no casualmente dos Sheiks sunnitas firmaron sendas fatuas anatematizando a Hezbollah, tal como proclamaron hace unas semanas el sheik wahabi de Arabia Saudita y el kuwaití Hamid al Alí, con el beneplácito de los gobiernos de los emiratos del Golfo, Egipto y Jordania.
La lógica teocrática de la Yihad Islámica, que desplazó a la otrora estrategia revolucionaria de acción de masas, provoca estragos entre las víctimas civiles de ambos lados en la guerra de El Líbano. Pero también los medios silencian los estragos sufridos por los civiles en Irak a consecuencia de la actual guerra fratricida religiosa: en Bagdad no sólo se lucha contra los invasores anglo-americanos sino se libra una despiadada guerra civil intra-Islámica entre fundamentalistas chiítas y sunitas.
Nasrallah ha logrado que el fundamentalismo islámico chiíta de su Partido de Dios gane legitimidad en los medios occidentales, para los cuales son más importante las imágenes que las peligrosas palabras del discurso Yihad. Para la opinión publica progresista latinoamericana, las víctimas de los bombardeos israelíes constituyen un “potencial revolucionario” a explotar: no la prueba siniestra de una lógica perversa de guerra. Los medios guardan silencio ante los dilemas humanos y éticos que imponen las nuevas reglas bélicas del fundamentalismo que promueve el secuestro de la política por la teología de la guerra santa. Pocos años antes, esa misma opinión pública aceptaba el “potencial revolucionario” de los sh’ihades suicidas, considerados como mártires expiatorios de la resistencia palestina que asesinaban civiles israelíes para terminar con la ocupación militar. Esa opinión pública legitimaba también las normas éticas de las nuevas victimas de la indefinición, cuya obligatoriedad no podía regir para todos los civiles ya que diferenciaban a víctimas “buenas” y “malas”, distinguiendo a los “inmolados milicianos” de los asesinados “judíos imperialistas”. En otras épocas, Nietzsche creyó que el pequeño crimen individual era una rebelión contra el poder establecido. Después del siglo XIX los criminales habían perdido toda clase de dinamismo revolucionario, pensaba Foucault En la era del fundamentalismo criminal del Jihad, pareciera que la ética gana estatuto teológico según una concepción sacrificial de la resistencia de los oprimidos : esa ética rige sólo para las víctimas propiciatorias de la guerra santa, los sha’dim y la población civil chiíta cautiva del Partido de Dios. Las víctimas civiles judías no son consideradas victimas cautivas del terrorismo islámico, ni su asesinato en casas, hospitales y calles tampoco le plantea un dilema ético: ellas están condenadas por formar parte del “enemigo sionista” . Más aún: los guerrilleros de Ala pretenden convencer a la opinión publica que solo debería compadecer a las víctimas del campo de los débiles y oprimidos chiítas, y ver únicamente en ellos al nuevo sujeto histórico de la revolución Islámica. Estas no son meras palabras del manual militar de Hezbollah para caracterizar a su vanguardia y demonizar al enemigo: forman parte del discurso fundamentalista teológico islámico que adopta una inequívoca semántica genocida. En su discurso, las víctimas civiles chiítas de los bombardeos israelíes detrás de las cuales Hezbollah se acoraza para librar el Jihad simbolizan un sacrificio tan necesario para su imaginario de guerra fundamentalista como necesarias son las bajas civiles de los “opresores” judíos, a quienes se les niega su condición de víctimas. La victimización de la política a través de su secuestro simbólico, una vez más, se complementa con la politización del potencial revolucionarios de las víctimas civiles chiítas para permitirle inmoralmente a Hezbollah sacar réditos hegemónicos en aras de la revolución de los Ayattollahs en el País de los Cedros.
Leyendo las recientes solicitadas y declaraciones sobre la guerra de El Líbano en la prensa argentina, muy pocos logran descifrar claves accionales en este discurso fundamentalista; más bien se encandilan con fáciles reduccionismos y oposiciones maniqueas de Nasrallah y se abstienen de explicar los complejos y contradictorios procesos actuales de terror y contra-terror de los pueblos que buscan descolonizarse en Medio Oriente. Escandalosamente, en una solicitada firmada por intelectuales judíos argentinos, se ha llegado hasta adoptar la semántica fundamentalista porque los firmantes creen que ya habría pasado la hora en que “las palabras judío y oprimido se cruzaban con alguna adecuación”, mientras que ahora sostienen la necesidad de abogar “para que judío y masacrador no se vuelvan sinónimos”. (sic)
Esos intelectuales no solo le niegan al judío israelí la posibilidad de ser víctima en esta guerra santa; además lo acusan de “masacrador” Los firmantes de la solicitada deberían leer la reciente opinión del escritor árabe israelí Salman Matzalja sobre el modo en que la guerra actual esta pervirtiendo el lenguaje de ambos bandos enfrentados. El escritor condena los ataques aéreos de Tzahal, pero denuncia además que las palabras bastardeadas con las que metaforizan a la guerra ambos contendientes, pervierten a su vez la imagen humana del Otro. No por casualidad, afirma Matzalja, el actual presidente de Irán cree que la palabra, el espíritu y la sangre del Ayattollah Jomeini se reencarnaron en Nasrallah. E inmediatamente desenmascara que tras la retórica bélica del nuevo héroe de la izquierda antiimperialista se oculta su estrategia de “guerra global del Islam contra el Satán mayor y el Satán menor, el condenado mundo de los infieles judeo-cristianos”.(‘Haaretz’, 4.8.06).
Parte de la opinión publica mundial se abstiene de denunciar la inmoralidad de esta estrategia política y militar de Nasrallah por solidaridad con las victimas libanesas. Lamentablemente, intelectuales judíos latinoamericanos prefieren desconocer que el fundamentalismo del Yihad no diferencia a los judíos de Israel de los judíos de la diáspora. Muchos de ellos conocieron en carne propia los alcances de la guerra santa de Hezbollah en las masacres perpetradas en Buenos Aires en marzo 1992 y julio 1994.
Sin embargo, procuran diferenciar entre el ‘lugar del mal’, reservado a los israelíes en la actual guerra de El Líbano, del “lugar del bien”, donde habitarían su condición judía extra territorial y el judaísmo diaspórico. A los firmantes argentinos de izquierda no les interesa dialogar o criticar a la izquierda israelí, como suelen hacerlo con el campo pacifista norteamericano. Sus verdaderos interlocutores indudablemente son los fundamentalistas de Hezbollah y del Hamas, ante quienes desean presentarse con sus impolutas credenciales judías de respetabilidad ética de izquierda , sin despertar sospecha alguna de contactos con sionistas israelíes, aun militantes de izquierda. Ahora prefieren olvidarse de las lecturas de Lenín, Sartre y Memmi sobre las emboscadas de la liberación nacional, tal vez muy ocupados con los slogans anti globalización y contra el Imperio que difunde el ventrílocuo Chávez.
Muy probablemente el reciente llamado del escritor pacifista israelí David Grossman, (‘El País’, 2.8.06) para que Israel negocie inmediatamente con los palestinos una solución política, a diferencia de la intransigencia radical de Hezbollah, tampoco encontrará apoyo entre esos intelectuales. Ojalá que halle eco entre los más lúcidos.
Porque a semejanza de David Grossman, muchos israelíes están comprendiendo tardíamente que el fin de la ocupación (y las quimeras de desconexión unilateral) de los territorios palestinos hay que negociarlos con los palestinos, y que el sistema de dominación violento implantado con altísima tecnología es incapaz de defender a la propia población civil israelí. En otras palabras, el sistema de defensa y capacidad disuasiva basado en una extrema racionalidad funcional esta mostrando a los israelíes signos de irracionalidad e impotencia Por primera vez el frente de batalla se viene librando en la retaguardia , inseguridad que provoca pánico y éxodo entre la población civil que teme realmente por su propia existencia
En esta segunda guerra de El Líbano, ha estallado con toda su tragedia el insoportable dilema de la tragedia griega de matar o morir, muchas veces formulado por intelectuales pacifistas durante otras guerras de Israel, y muy mal comprendido por los intelectuales críticos anti sionistas. Este dilema ético, que no ha dejado de corroer la conciencia de los israelíes, no podrán desplazarlo un frágil alto el fuego, ni armisticios provisorios, ni fuerzas multinacionales, ni franjas de seguridad.
Sólo la paz, -y una reconciliación a ser nuevamente negociada entre enemigos,- reemplazará el dilema trágico griego de matar o morir por el legado judío de santificar la vida.