Difícil hablar cuando muchos gritan, imposible pensar -concibiendo el pensar como un acto ‘buberiano’, de cambio de ideas y diálogo- cuando las imágenes de Gaza y El Líbano golpean la pantalla.
Imágenes de guerra y terror, de muerte y ‘jurbán’ (ruina, destrucción).
Imágenes que se superponen o borran otras, de otros tiempos pero de los mismos lugares: cuando, por ejemplo, nos encontramos con líderes políticos palestinos en Gaza.
Esta guerra no comenzó en Kerem Shalom con el secuestro de un soldado y el asesinato de otros. Esta guerra se venía vislumbrando desde mucho antes. Y empezó, también, en Kerem Shalom.
Nosotros, militantes de la paz, nos enfrentamos -precisamente hace un año- en las carreteras de Israel, con otros ciudadanos: opusimos nuestra bandera azul al color naranja de los colonos que se negaban a abandonar sus casas en Gaza. Ellos hablaban de una guerra civil; nosotros respondíamos reclamando el respeto a la democracia. No hubo guerra civil.
Pero estalló otra guerra, al poco tiempo; no era un combate abierto y total como ahora, pero la pólvora comenzó a mezclarse con el aroma de los campos.
Proyectiles Kassam disparados desde Gaza, administrada ya por la Autoridad Nacional Palestina (ANP), cayeron sobre nuestras casas en Kerem Shalom, Nir Itzjak, los poblados fronterizos en el Neguev Occidental.
El Islam en armas no apuntaba contra nuestros soldados; lo hacía, como ahora, desde El Líbano, contra los civiles, sobre los jardines de infantes, los hogares de ancianos, los campesinos de Nir Oz, los obreros de Sderot.
Hoy, cuando contestan los cañones, las voces de paz y diálogo no se ahogan bajo su tronar.
La izquierda, los intelectuales, el movimiento israelí por la paz, discuten públicamente.
Lo mismo no se puede decir de nuestros adversarios; ellos no lamentan la pérdida de vidas
humanas, siguen disparando sus proyectiles, de modo deliberado y no accidental, sobre
ciudades y kibutzim.
El terror islámico no lucha contra el Ejército de Defensa de Israel: lo hace contra civiles; lo hace desde casas libanesas pobladas por familias.
En Irán no hay un movimiento como ‘Paz Ahora’. En Irán, que niega al Holocausto, que proclama el exterminio de Israel, danzan sobre la sangre.
¿Estamos solos los hombres de fe, los que creemos en el hombre, en la palabra?
Posiblemente. Difícil esta soledad ante alguna prensa hostil y un progresismo más antisemita que anti israelí.
Difícil sostener este credo laico y humanista en tiempos de guerra.
Pero esta es nuestra hora de prueba.
Es hora de prueba, también aquí, en Argentina: no renunciar a la solidaridad. Con Israel y por la Paz.