Ya el 70% del público norteamericano está convencido o acepta que Irak no tenía armas de destrucción masiva y no era una amenaza para su país, aunque ahora han tomado el argumento de que al derrocar a Saddam Hussein se va a instalar allí la democracia, que esta forma de gobierno se va a extender por el Medio Oriente y que la paz va a llegar a Israel y a los palestinos y junto con ella -¿por qué no?- la democracia para ellos.
Todo indica, sin embargo, que la paz será difícil, con partes tan reluctantes como Hamás y demás movimientos y grupos que rechazan la existencia del Estado judío y la ultraderecha israelí que, por su parte, ocupa posiciones del terreno en el que debería constituirse el futuro estado árabe (de donde se niega absolutamente a retirarse) y con la reivindicación inamovible sobre el “Israel completo”.
Por su parte, la propuesta -promesa, pretexto o excusa- de llevar la democracia al Medio Oriente se va revelando una falsedad en Irak y ya lo es en Afganistán: el imperio norteamericano busca, como ya es evidente, imponer gobiernos “amigos”, y está dispuesto a permanecer como ocupante hasta lograrlo en Irak, contra la voluntad de sus pueblos, tal como hasta ahora lo ha logrado en Afganistán, aunque afrontando resistencias armadas y la presencia de señores de la guerra semidependientes.
Estados Unidos lo que busca es implantar, de modo abierto -como hasta ahora- o algo más disimulado, verdaderas semicolonias, manteniendo tropas en el terreno, quizá bajo la forma de bases, pero probablemente manteniendo presencia en todo el territorio. Se da término -de este modo- a una etapa marcada por el triunfo de movimientos de liberación nacional, que se inició al finalizar la Segunda Guerra Mundial.
La toma de “el patio trasero”
La nueva etapa, en realidad, se abrió en menor escala con invasiones militares en pequeños países de su “patio exclusivo”, el Caribe, señaladamente en Granada y Panamá, pero ha aparecido en gran escala en la escena ahora, al producirse un hecho político de proporciones gigantescas, el colapso de la ex Unión Soviética y de los países del “socialismo real” del oriente de Europa, y con el triunfo de la llamada neoliberalización tanto allí como en el Tercer y Cuarto Mundo.
Esto, más la apertura a formas capitalistas de los países de socialismo real que restan, ha creado nuevas condiciones para que no sólo aparezca Estados Unidos como la única súperpotencia, con un poder militar mucho mayor que todas las otras potencias juntas, sino también para que se ejerza un neocolonialismo en forma abierta. No sólo las condiciones, sino la necesidad: al expandirse los intereses del gran capital por todo el globo, aparece la necesidad de defenderlos. Y es más: de usar la fuerza militar para abrir nuevas regiones a esos intereses. No sólo Estados Unidos buscó apoderarse del subsuelo petrolífero iraquí -hecho que explica la diferencia de trato con Corea del Norte-, sino que ha abierto un mercado para la “reconstrucción” del país, lo que implica el ingreso de las corporaciones gigantes, que se instalan para quedarse.
La mentira de la Administración
La polémica que se ha abierto en la prensa mundial sobre si los miembros de la administración Bush mintieron al pueblo norteamericano, al Congreso y a las Naciones Unidas, aunque basada en hechos reales, y aún siendo importante, sirve como una oportuna cortina de humo (de la que los periodistas son cómplices, aunque tal vez de manera inconsciente) para tapar los hechos de fondo: que se ha abierto una nueva etapa en el imperialismo y en la política exterior de los monopolios.
Eso indicaría que el gobierno de Bush (y casi seguramente el de cualquier sucesor) no estaría dispuesto a arriesgar tropas para cooperar en la solución del conflicto israelí-palestino, dado que en esos territorios no hay ningún beneficio que puedan esperar las corporaciones. A pesar de los réditos secundarios que podrían derivarse para la política del imperio en el caso de que ese conflicto se solucionara.