El Kohelet bíblico se centra en lo más importante: en el buen nombre, que vale más que cualquier buen aceite (Eclesiastés 7:1), y en los desafíos que la vida les presenta a los seres humanos para que sean merecedores del renombre en tanto honorables y sabios, de buen corazón y conducta honesta, ya que, al final de cuentas, “La sabiduría dará vida a quien la posee” (Eclesiastés 7:12) y vale diez veces más que los placeres corporales, la acumulación de bienes materiales y las ambiciones como “dinero, respeto y fuerza”. Por el contrario, el Kohelet Forum, como se ha dado en llamar la organización ideológica de derecha conservadora, un falso Kohelet, abreva en el capitalismo neoliberal, el darwinismo social, la política populista, la privatización de los servicios públicos, el desentenderse de los grupos débiles de la sociedad y el resto de las características que desde el punto de vista humanista se equiparan con el mal nombre y el pésimo renombre.
La recomendación del Kohelet bíblico en cuanto a labrarse un buen nombre es preciosa precisamente para estos alborotados días. Y eso, porque la clara línea divisoria entre los campos enfrentados hoy en Israel no es entre derechas e izquierdas ni entre religiosos y laicos, sino entre líderes de dudosa índole y mal renombre público –cuyo accionar corroe las normas de la moral, de la justicia y de la democracia– y líderes que pretenden preservar y hasta elevar los estándares de una moral humanista, del Estado de derecho, de cultura democrática y de justicia social.
No es bueno generalizar, pero los hechos demuestran que entre los líderes de la actual coalición de gobierno, que actúa en consonancia con la organización denominada Kohelet Forum, son muchos los de mal nombre y pésimo renombre. Hay entre ellos transgresores condenados por soborno y apoyo a organizaciones terroristas y hay quienes han sido demandados legalmente por soborno y prevaricato, y esos son los que exigen tener el poder de designar a los jueces en Israel.
Hay entre ellos racistas que odian a los árabes, les conceden una ciudadanía de segunda en Israel y establecen el apartheid en los territorios, así como hay entre ellos fundamentalistas religiosos deseosos de establecer un gobierno halájico, de imponer contenidos religiosos en la educación oficial y marginar a mujeres y a personas LGTBQ del espacio público. El común denominador que los abarca a todos ellos es el desprecio por el valor de la civilidad, enarbolando intereses sectoriales y ambición ilimitada por agenciarse lo más posible en lo que hace a un nepotismo en la designación para las funciones ejecutivas, en vez de regirse por el valor del profesionalismo, alejándose del bien público y desinteresándose por un futuro de crecimiento sustentable.
En el bando opuesto, el rebelde, el ciudadano y democrático, tal como en el bando gobernante, somos todos humanos, para bien y para mal, pero ansiamos conformar una democracia racional y decente, con un liderazgo de buen nombre y renombre de excelencia. Creo que todavía no se había dado nada igual aquí: la constitución ciudadana en un frente común de personas de diversas extracciones, profesiones e identidades, desde galardonados con el premio Nobel, pasando por altos grados militares y de los servicios de inteligencia, hasta ejecutivos y destacados de los ámbitos de la economía y la alta tecnología, las ciencias y los claustros académicos, educativos, judiciales, administrativos, ambientalistas y comunicadores, por nombrar sólo a los que se han pronunciado sin dobleces por escrito.
Es una coalición incomparable, de mujeres y hombres, laicos y religiosos, de amplio espectro ocupacional, todos destacados y mancomunados por su buen nombre y por su desvelo en defensa del bien común: la cultura democrática, el estado de derecho, la solidez económica y la responsabilidad social.
Seguramente habrá quienes critiquen este frente de excelencia, atribuyéndoles a sus miembros la pertenencia a elites autoconvencidas, pero si nos sometemos a la prueba de la realidad, la arrogancia nacionalista de los del mal nombre y peor renombre sólo conducirá a la desgracia, y hará que Israel descienda a pique del ámbito de primer mundo al seno del tercer mundo. En otras palabras, todos aquellos a quienes les importa el respeto por el ser humano, la justicia social, un Estado de derecho, de solidez económica y cultura democrática deben prestar atención a las enseñanzas del Kohelet original y apegarse a los que sustenten un buen nombre y un renombre de excelencia y buena ciudadanía.
El Bien al que debemos elevar la mirada se encuentra en los valores de la moral y la justicia de los Profetas de Israel, en la visión plasmada en la Declaración de la Independencia, en los objetivos de la educación general y en la inspiración de sociedades decentes y libres como las de Escandinavia, que integran una democracia liberal, mercado libre, justicia social, salud y bienestar, altos estudios, igualdad de géneros y honestidad política.
El Mal que propaga el falso Kohelet es dable encontrar hoy en la derecha norteamericana, cuya idea rectora aspira a que los de mayores ingresos festejen, la clase media subsista y las grandes mayorías se vean marginadas de una existencia humana digna. En una realidad donde los sistemas de salud y de educación son privados y las diferencias sociales son abismales, donde todo se mercantiliza y la cultura seria es derrotada por la industria pasatista, casi no quedan sindicatos obreros que puedan defenderlos de condiciones de esclavitud, y jueces, senadores y sheriffs tienen que «venderse» para ser elegidos. Eso es mucho más Trump que Kohelet.
* El Profesor Aloni tiene a su cargo la Cátedra Unesco de Educación Humanista en Mijlelet Seminar Hakibutzim.