La Vanguardia -5 de agosto de 2006-:

Beirut, avanzada de la historia

El Líbano vuelve a ser, en su inestable equilibrio entre Oriente y Occidente, la tierra propicia de profundos conflictos bélicos que se imponen a su población. No son, tan solo, las "guerras de los otros", en la afortunada frase acuñada por Ghasan Tueni, propietario y director del diario An Nahar, las que se dirimen en su suelo, sino las emprendidas por los mismos libaneses al servicio o, al menos, el interés de poderes situados más allá de sus frágiles y mal definidas fronteras.

Por Tomás Alcoverro

En sus décadas de existencia, El Líbano participó y padeció de los impulsos nacionalistas árabes, de ideologías árabes sunitas, encarnadas por el egipcio Gamal Abdel Nasser, o por el partido sirio Baas, que combatieron las secuelas del colonialismo europeo, soñaron con modernizar su sociedad y se enfrentaron con las armas desde 1948 a Israel. Después llegaron los previsibles tiempos de la revolución palestina, con la fuerza de la resistencia de los guerrilleros en sus bases del sur, y de su poderosa influencia política, a través de la comunidad musulmana sunitas, sobre un Líbano dominado por una clase dirigente cristiana maronita.
Desde 1979 con el triunfo del imán Jomeini y la fundación de la República Islámica de Irán, se fortalecieron las tendencias religiosas e ideológicas de los chiítas, que apenas habían contado en el anterior cuarto de siglo de la independencia de esta república mercantil del Levante, y su comunidad, empujada por los vientos de la historia, avanzó a través de esta sociedad multiconfesional que había estado guiada por maronitas y sunitas.
La invasión israelí de 1982 acabó con la palestinización de El Líbano y tras un breve periodo en el que el Estado judío creyó remodelar el gobierno de Beirut, propició la entrada con fuerza de Siria, bajo el beneplácito de Estados Unidos. La sirianización concluyó de manera humillante parea el régimen de Damasco con la evacuación de sus tropas el año pasado en cumplimiento de la polémica resolución 1.559 del Consejo de Seguridad de la ONU, que establecía el desarme de las milicias, es decir, de Hezbollah. La actual guerra ha hecho patente el indiscutible protagonismo iraní en este Líbano de los espejismos de afirmación nacional y de reconstrucción salvaje.
«Esta es nuestra guerra», ha descrito con desparpajo el editorialista del diario conservador Kayhan de Teherán. Dos factores primordiales hay que tener presentes al interpretar un conflicto tan complejo y profundo como el enfrentamiento entre Hezbollah e Israel: el final de la influencia tutelar siria y el apogeo del nuevo régimen radical iraní, presidido por el populista Ahmadineyad, que ha renovado el ímpetu de la república islámica fundada por el imán Jomeini.
Si Siria hubiese continuado su estabilizadora política en el interior de Líbano, como durante tantos años, la organización chiíta de Hezbollah no se hubiese arrojado a esta aventurada y desafiante acción, ni el nuevo gobierno de Teherán, implicado en su forcejeo con Estados Unidos y con Occidente por su programa nuclear, hubiera podido llevarla a cabo hasta el final, pese a todas sus incalculables consecuencias.
Pase lo que pase, Hezbollah ya puede presumir, a expensas de tantas víctimas y de tanta devastación, de que ha plantado cara con coraje durante tres semanas al poderoso ejército de Israel, apenas ha conseguido importantes objetivos estratégicos- que ha seguido disparando sus cohetes al interior de Israel, y que ha movilizado a los chiítas a respaldar su causa. Es un hecho importante en esta latente lucha entre sunitas y chiítas del Medio Oriente.
Si bien el régimen de Irán sufre el asedio de Estados Unidos y de algunos gobiernos de Occidente, su influencia se expande sobre la descoyuntada república iraquí en plena guerra civil, y sobre el maltrecho y desnortado Estado libanés.
Este conflicto contiene los explosivos gérmenes de un conflicto regional en el que no sólo se enfrentan sus más destacados protagonistas, Irán y sus aliados contra Israel y sus valedores incondicionales estadounidenses, sino que como ha advertido el ministro francés de Asuntos Exteriores, puede desencadenar el anunciado choque de civilizaciones entre el mundo musulmán y Occidente. No es Sarajevo, como creía Huntingthon en su polémica teoría, sino quizá sea Beirut su punto de fricción más inflamable.
Los libaneses aspiran a hacer de su tierra un mensaje, un ejemplo de coexistencia cotidiana, pero las poderosas fuerzas que tras sus fronteras le acechan se empeñan en convertirla en palestra de interminables combates. Beirut sigue siendo una avanzadilla de la historia.