La imagen del Judío en el sainete criollo

En las primeras décadas del siglo pasado, cuando ingresó el mayor número de inmigrantes al país, su presencia se reflejó no solo en las estadísticas, sino también en la música, la literatura, el teatro. Y aunque el número de judíos que vino es insignificante, comparado con las oleadas de inmigrantes españoles e italianos, su presencia protagónica ya se advierte en un sainete porteño de 1906. ¡Hay por lo menos seis obras que se ocupan de ellos, solo hasta 1923! (1). ¡Y seguramente hay más! Es un extraño fenómeno, considerando su exigua presencia. Además, estos seis, tomados en bloque, ofrecen una curiosa coincidencia: con pequeños cambios, todos desarrollan una misma anécdota.
Por Ricardo Halac

¿Cuál es esta anécdota? Un judío, de personalidad inquietante, que siempre habla mal el castellano, tiene un negocio de compraventa. Se caracteriza por comprar barato y vender caro. Todo tiene un precio para él, incluso las personas. No se le conocen sentimientos, a menos que se trate de sus seres más íntimos. Precisamente, este es un aspecto importante en las historias. Porque justamente una hija o hijo, causándole un punzante dolor, dejará su familia, sus creencias, para huir con alguien nacido acá.

Pero ¿qué pasa, los autores de esa época carecían de imaginación? No, porque la mostraban desbordante en otras obras. ¿Entonces? Entonces esta historia, que viene de mucho, mucho tiempo atrás, que tal vez podríamos llamar un mito, reúne características inmejorables para denigrar al judío, como veremos aquí. ¡Cuando Shakespeare la usó en El Mercader de Venecia ya era un mito antiguo! Porque, cuando Shakespeare escribió la historia del prestamista Shylock, que no tiene sentimientos salvo para su hija Jessica, la que al final lo abandona para irse con un joven pendenciero, hacía siglos que a los judíos los habían echado de Inglaterra. Shakespeare no conocía judíos, pero si el mito. Y como pasa muchas veces, el mito es más fuerte que la realidad.

Anatomía de seis piezas

En la primera obra que analizaremos, Compra y venta, la variante es que Rebecca no es hija natural de Salomón. La recogieron de la calle y la criaron como propia, pero ella nunca se sintió de “la raza”. Cuando está en edad de casarse, él la quiere unir a un candidato judío pudiente; pero ella ya tiene su novio: un cristiano pobre. Rebecca se escapa de la casa y termina cantando en un cabaret de mala muerte.

En la segunda, El patio de Don Simón, el protagonista alquila el conventillo y subalquila piezas.  Acá aparece un personaje nuevo: su hijo, “el ruso” que es un judío rufián. Cuando su hermana se casa con un buen criollo, a espaldas del padre, el hijo rufián hace beber a Simón en la fiesta de casamiento. Cuando el alcohol lo afloja y añora su juventud en Rusia, “el ruso”, con unos compinches, le roba un dinero que tenía bien guardado.

Cuadros porteños, el siguiente sainete, comienza con un conmovedor tema cantado por un coro de inmigrantes:
“Por fin hemos llegado, gracias al cielo,
Al fin pisamos este bendito suelo
Que grande que es esto. ¡Qué grande es!
¡Y qué lejos de nuestro pueblo!
¡Por fin hemos llegado, gracias al cielo!”

Esta es una obra con muchos cuadros. En una escena un inmigrante turco prueba una estrategia para impedir que su hija se vaya de la casa. En otra aparece el inevitable judío desagradable, que en su negocio de compraventa retacea el precio de un vestido. No hay nada original. 

En El barrio de los judíos, que por las calles que se mencionan estaba en Buenos Aires alrededor de Lavalle y Ayacucho, aparecen novedades que se van a repetir. El personaje central, Don Samuel, tiene un negocio de compraventa y es una especie de judío rico rufián: maneja plata y maneja un revólver. A su lado, Mauricio, es un ruso “argentinizado”. Habla mal el castellano, pero es bueno, tiene sentimientos, y se comporta como un criollo hecho y derecho cuando ayuda a la hija de Samuel, que no aguanta más el clima de su casa, a que se escape con un cristiano.

¿Cómo es el novio? No tiene trabajo, pero es bueno, ético. Cuando se roba a Olga, la hija, la lleva a casa de sus padres. No convive con ella hasta que se casan. Obvio, por iglesia. ¡El viejo avariento sufre mucho la pérdida de su hija! Pero curiosamente en su momento de mayor dolor, el texto muestra ribetes de humor, como se puede ver acá:

“Tú sabes muy bien, Mauricio,
La trabajo y la desvelo
Qui mi costaba criarla-
Di chica con mamadero;
Cuando no quiría qui chupo,
Yo tocaba la cencerro
Y la cambiaba il ropita…
Despois mandó la colegio
¿Y todo esto para qué?
Para que despois del tiempo
Qui estu hecha un papiruso
Ti venga cualquier malevo
Qui ti canta tres milongas
Y ti levanta la voelo,
Como si está golondrino
Que poide ser qui ti voelvo,
Pero que no voilve más”.

¡En su expresión, el lamento encuentra sonidos de tango! Al final don Samuel perdona a su hija y avala su boda con este buen criollo “de profesión desconocida”, como dice la obra. Impera la comedia y por lo tanto todo termina bien.

Alberto Novión, autor de «El cambalache de Petroff»

En El cambalache de Petroff, el autor define ya desde el título el carácter del negocio del inmigrante judío. Acá también el protagonista está desdoblado; Isaac se llama el bueno que ayuda a la hija a huir. Y cuando Petroff le echa en cara que la haya ayudado a irse con un “compadrito arjintino”, Isaac le responde: “No te aflijas Petroff… Ellos se quieren… y más vale que se haya ido con un compadrito y no con un cafishio…” Y le recuerda que él la quería casar con un “desgraciado que tiene cuatro mujeres”.

Y por último tenemos Ropa vieja. Llama la atención que en la descripción de los personajes el autor ya toma partido. Así, Ruth, hija del cambalachero Abraham, “ha heredado su nariz y su alma”. ¡Por lo menos Shakespeare, en algunos momentos, intenta comprender a su personaje de El Mercader de Venecia!  Recordemos el comienzo del famoso monólogo…

“Soy un judío. ¿Y? ¿Un judío no tiene ojos? ¿No tiene manos, órganos, proporciones, sentidos, afectos, pasiones? ¿No come los mismos alimentos, no es herido por las mismas armas, sufre las mismas enfermedades… que un cristiano?”

Volvamos a Ropa vieja. ¡Para el final de su obra, el autor nos reserva nada menos que un milagro!

Acá Abraham, que por su dicción y su manera de ver la vida aparece como un judío detestable, tiene hijas e hijos que son semejantes a él. Salvo uno, Samuel, que le sale médico. Samuel atiende en un hospital y es admirable la forma en que se ocupa de los enfermos. Pero es una persona triste y solitaria. ¡Porque desde su infancia carga con un mote que le han puesto los demás: “ropa vieja”! ¡Todos lo llaman Ropa Vieja! Pero una monja (interpretada en el estreno por Eva Franco) lo comprende y se apiada de él. Y cuando le dice que para vivir tranquilo va a huir al interior, adonde nadie lo llame más así, ella le da una estampita, para que le dé suerte, y le pide que piense en Jesús.

¡La estampita opera un milagro en él! Llega a un pueblo donde de pronto todos lo admiran por su devoción. Atiende a ricos y pobres, y a estos no solo no les cobra, ¡sino que también les da plata para vivir! Se vincula con una familia de alcurnia y se compromete con una muchacha de apellido. Modifica su apellido y se casa con ella. Por iglesia.

Su padre Abraham lo busca. Lleva una vida muy desgraciada porque sus hijos, que han salido como él, lo han engañado y ha quedado en la calle. Cuando entra a la casa preguntando por Samuel, el señor de la casa toma un garrote para aporrear a eso que parece un mendigo, pero en ese momento entra el médico. Todo se aclara, y Samuel abraza a su padre que termina aceptándolo como es.

Una diferencia importante

Estamos ante un mito, y conocemos la fuerza de los mitos: se imponen a la realidad. ¿Hoy los llamaríamos fake news, esas noticias que se desparraman por los medios y toman categoría de verdad? No sé. Pero antes de analizar el posible sentido de esta repetida historia que hemos llamado mito, tenemos que marcar un cambio importante. El mito del judío ruin que pierde a su buena hija se desarrolla en la Argentina de principios del siglo XX, con características locales, diferentes a las de otras partes del mundo.

Contamos con un trabajo, Teoría del género chico criollo, que es un clásico estudio sobre el sainete de esa época (2). Ahí se lee que las familias que trataban de salir de la pobreza, constituidas por un padre, una madre e hijos varones y mujeres, donde el jefe de familia trabajaba y la madre se ocupaba del hogar y de los hijos, debían enfrentar tres peligros. Esos peligros alejaban a los hijos de la buena senda, que era estudiar para los varones y ser buenas amas de casa para las mujeres. Eran, la “mala vida”, la prostitución, sobre todo para las hijas, y la política y la bohemia para los hijos varones. No podemos detenernos aquí a analizar este riquísimo cuadro, pero estos peligros los enfrentaban las familias inmigrantes que se esforzaban por llegar a lo que hoy llamaríamos la clase media.

En estos seis sainetes vemos que el mito del judío avaro con su hija pura se desarrolla en barrios pobres. Nos damos cuenta de eso porque por la puerta de los negocios de compraventa pasan ladrones, malandrines, estafadores de poca monta. Se trata de un mundo marginal que grandes saineteros argentinos han desarrollado con profundidad.

¡Es un mundo diferente al que pinta Shakespeare en El mercader de Venecia! Aquí, Shylock, el prestamista, se mueve entre nobles ricos. Antonio, que le pide un préstamo para satisfacer los placeres de su amigo Bassanio, lo hace no porque carezca de medios sino porque tiene todo su dinero puesto en cargamentos de mercaderías que navegan los mares en importantes buques. Y Jessica, la hija de Shylock, no se escapa para irse con un compadrito de barrio sino con Lorenzo, un amigo de Bassanio.

Podemos aplicar el esquema a Relojero, de la producción tardía del genial Armando Discépolo. Aquí la familia, por su lenguaje y sus costumbres, ya es de clase media. Incluso el hijo mayor del protagonista es un importante médico. Pero su hermana Nené se sale de la buena senda y se enamora de un niño bien. Como se sabe, las familias de apellido aceptaban que los hijos varones tuvieran asuntos de polleras, siempre y cuando al final se casaran con una señorita de su nivel. Nené se enamora de uno, que la goza y la abandona. Despechada, ella termina envenenándose. 

Que el judío sufra y la hija se salve

Voy a permitirme la transgresión de trabajar con los personajes de estos saineteros. Yo deduzco que los judíos cambalacheros de estas obras, ingresaban al país con hábitos adquiridos donde habían nacido y los habían perseguido. Pero querían cambiar; si no, no hubieran emigrado ni saludado a la Argentina como una tierra prometida, como se percibe en los conmovedores versos de Cuadros porteños que transcribimos.

Un canal de la BBC pasa a veces una versión de El Mercader de Venecia hecha en Londres, en el teatro donde trabajó Shakespeare hace cinco siglos, hoy transformado en un museo viviente. En esta versión, excelente por otra parte, al principio se ve a gente paseando por el Rialto, la parte de Venecia donde se hacían transacciones comerciales, y se observa cómo se empuja al suelo al mercader Shylock y se lo escupe, sin ninguna razón. Esta escena, que no está en la obra, ayuda a entender los versos agresivos que Shylock profiere ante Antonio en el primer encuentro, desnudando el dolor que se esconde en su alma.

Podemos suponer que tanto el Salomón de Compra y venta, como el Simón de El patio de don Simón y así sucesivamente hasta llegar al Abraham de Ropa vieja, vivieron situaciones parecidas o peores a las que vivió Shylock en Venecia. ¡Aspiraban a otra vida cuando llegaron a Argentina! Pero se encontraron con que no había un plan gubernamental para darles tierras (que sobraban) para que pudieran trabajarlas, y -como los inmigrantes que vinieron de otras latitudes- tuvieron que hacinarse en decrépitos edificios, llamados conventillos. Pero la historia argentina demuestra que con su esfuerzo salieron adelante, y que en la mayoría de los casos sus hijos progresaron y sus descendientes constituyen hoy una importante parte de la comunidad activa y pensante de este país.  

¿Por qué entonces estos saineteros usaron y exprimieron el mito de judío avaro, intransigente, y la hija buena y pura que lo deja, abandona “la raza”, para meterse con un muchacho cristiano, que no le ofrece ninguna garantía de que va a tener un hogar, donde poder criar hijos con amor?

Veamos posibles razones. ¿Era porque los judíos constituían un grupo que se vinculaba con el país, pero sin perder su identidad? No eran los únicos. Podemos decir lo mismo de los inmigrantes armenios, chinos, japoneses y gitanos, y nadie escribe sobre ellos cuestionándoles esa actitud. Tampoco se cuestiona hoy a las minorías cristianas que viven en países árabes, en China u otros lugares, donde se las presiona para que dejen de ser grupos cerrados, diferentes. ¡Al contario, se aplaude su valentía! Se dice: ¡quieren sobrevivir como son y tienen derecho!          

Entonces nos queda una última posible razón para explicar el tema de estas obras. A principios del siglo XX, la religión dominante en estas tierras era el cristianismo. Esta fe había sido implantada por España durante la conquista, aquí como en el resto de América Latina. El cristianismo desembarcó en el nuevo continente con sus ritos, ceremonias y creencias, que incluían la historia de su rechazo a los judíos. Esta historia, que arranca siglos atrás, se nutre con lo sucedido en España, que en 1492 los expulsó de su territorio, curiosamente en el mismo momento en que las tres carabelas salieron en busca de un nuevo mundo. Los judíos que se quedaron en esa tierra fueron obligados a convertirse, y jamás se les permitió ir al nuevo continente. Para sostener esa política se trasladó hasta aquí al brazo armado de la iglesia, la Inquisición.

Pasaron los siglos, se crearon repúblicas ahí donde hubo colonias, y España se alejó del continente. Pero la iglesia se quedó. Con sus credos y sus rechazos. Su actitud hacia los judíos se evidenció políticamente en el nacionalismo católico, fuerte en ese entonces, y en ciertos gobiernos.

Caricatura de Vacarezza, autor de «El barrio de los judíos»

¿Y en el arte? Los autores de estos seis sainetes criollos fueron, consciente o inconscientemente, vehículos de esta doctrina. En Compra y venta, Rebecca elige un novio cristiano pobre, y trabajar en un cabaret, antes de seguir viviendo con un padre obcecado en su fe. En El patio de don Simón, la hija no solo se casa con un cristiano, sino que aparece también el ensañamiento contra el jefe de la familia. Su hermano, que se ha convertido en un rufián, termina robándole a su padre. En El barrio de los judíos, se fuerza un final para que el judío sufriente se rinda y acepte la conversión de su hija.  En El cambalache de Petroff, como vimos, se opta por un final cínico. Isaac, el pariente “lúcido” de Petroff, le dice “No te aflijas… es mejor que tu hija se haya ido con un compadrito que con un cafishio”. En Ropa vieja, por último, el hijo del combalachero, llamado Samuel, carga con ese apodo como si fuera una cruz. Es una especie de judío errante hasta que, en un hospital, una monja le da una estampita y opera en él un milagro. Se casa con una cristiana de apellido y buena posición, deja de ser avaro como su padre y es generoso al punto de donar plata a los enfermos pobres que atiende. ¡Y al final su padre, agraviado por la familia que él mismo ha criado, viene a rendirse a sus pies! Moraleja: lo mejor que puede hacer un judío es desaparecer.     

Una conclusión, es que una religión es una institución compleja con muchas opiniones en su seno. Como en todas las instituciones, en ella a veces predomina una tendencia, a veces otra. La religión dominante de Argentina, que en su dogma expone una actitud terminante hacia los judíos, quizá ha cambiado. Eso explicaría por qué después de 1923 no se encuentran obras como estas. Pero, la verdad, a ciencia cierta no lo sabemos.¿Cómo comprobarlo?                                                                                                                                      

* Artículo aparecido en 2021, en el n° 68 de la revista Florencio de Argentores. Autorizada su reproducción por el autor.

(1) Compra y Venta de Pedro Pico y Carlos Pacheco (1906); El patio de don Simón de Carlos Pacheco (1908); Cuadros porteños de Carlos Pacheco (1916); El barrio de los judíos de Alberto Vacarezza (1919); El cambalache de Petroff, de Alberto Novión (1920) y Ropa Vieja de Carlos Pacheco (1923).

(2) Teoría del género chico criollo, de Susana Marco, Abel Posadas, Marta Speroni y Griselda Vignolo. EUDEBA, Buenos Aires, 1974.