Los Fabelman: lo nuevo de Spielberg

En la boca del león

Es temporada de premios y –por Los Fabelman– Spielberg está nominado al Oscar como Mejor Director, Mejor Guión Original y Mejor Película. Bajo el seudónimo de Samuel Fabelman, Steven nos cuenta su infancia y su adolescencia enmarcada en una típica familia judía estadounidense de los años 50 y 60. El divorcio de sus padres que tanto lo marcó y el origen de su amor por el cine.
Por Andrés Pascaner*

“Origen” es la palabra clave. Los Fabelman es, ante todo, una historia de origen. Una “origin story”, como se conoce en el cine de superhéroes a esas películas que narran la iniciación –a veces desconocida– de un ídolo popular aclamado por todos. Los padres de Bruce Wayne siendo asesinados a la salida de la ópera, marcando el nacimiento de Batman. El tío Ben diciéndole a Peter Parker que un gran poder conlleva una gran responsabilidad, para que pueda convertirse en Spider-Man. Y en el caso de Spielberg (o de su alter ego, Sam Fabelman, “el hombre fábula”) la primera vez que sus padres lo llevan al cine.

Corre el año 1952. El pequeño Sammy tiene siete, y no se anima a entrar a la sala oscura. Su padre, un ingeniero en sistemas, lo intenta motivar, explicándole la ciencia que hay detrás de cada fotograma. Pero es su madre quien lo convence, una pianista frustrada (interpretada por Michelle Williams y nominada al Oscar como Mejor Actriz). Le dice que ir al cine es como estar en un sueño. La técnica versus el arte. La racionalidad y la magia. Van cinco minutos de película y ya nos presentaron las dos fuerzas que van a tironear del joven Steven durante todo su crecimiento, al borde de despedazarlo. Pero que, bien equilibradas, lo van a transformar en el cineasta más importante del último medio siglo. Y para mí personalmente, en un superhéroe de la vida real.

¿Controlar o reparar?

El día del estreno, invité a mi mamá al cine. No se me ocurre hoy mejor manera de haberla disfrutado. Quizá porque, en una escena, el padre de Sam le pregunta cuándo va a largar ese hobby. ¿Cuándo vas a estudiar algo serio, algo que sirva para algo? El ingeniero ya estaba arrepintiéndose de la cámara que le regaló por Jánuca, para filmar en Súper 8. Sin embargo, más adelante, su esposa cae en una profunda depresión, y el Señor Fabelman le ruega a su hijo que haga una de sus películas: “Es lo único que puede servir para levantarle el ánimo a tu madre”.

De chico, Sammy hace sus primeros films caseros, con el afán de controlar lo incontrolable. Lo aterroriza un choque de trenes que ve en el cine, y sólo vuelve a dormir tranquilo cuando lo imita con su cámara y un tren de juguete. Esas peliculitas son las mismas que de verdad grabó Spielberg hace sesenta años, recreadas toma por toma. O casi. El propio Steven reconoce que corrigió algunos planos. “Cuando veo un mejor ángulo, no puedo evitarlo”.

En los sesenta, la familia se muda a California y Sam descubre que hay cosas que no puede controlar. Es el único adolescente judío en un colegio antisemita. Y con su cámara, a veces capta secretos de los que preferiría no enterarse. Luego, con la magia de la edición, Sammy puede dejar afuera las partes dolorosas. O ridiculizar a sus enemigos. O hacer emocionar a todos en el colegio para lograr que lo acepten. A través del cine, el superhéroe descubre su súper poder: el de reparar la realidad.

Arte y familia

El divorcio de sus padres –el mismo que inspiraría clásicos como E. T.– hace que Sam considere abandonar el cine. Es entonces que recuerda las palabras de su tío Boris. Interpretado por Judd Hirsch, sólo aparece en una escena y eso alcanzó para que lo nominaran al Oscar como Mejor Actor de Reparto. El tío Boris trabajó domando leones. Y le dice a Sam que los artistas como ellos siempre deben ser un poco egoístas, cuando la elección entre familia y arte los tironee y amenace con partirlos en dos.

“¿Meter la cabeza en la boca de un león es arte?” pregunta Sam con ironía. “¡No, meter la cabeza adentro del león es tener pelotas!” contesta Boris. “Que el león no te coma… eso es arte”.

De reojo, podía sentir a mi vieja en la oscuridad mirándome. Tal vez entendiendo, gracias a Spielberg, por qué yo nunca había largado este hobby ni había estudiado algo serio. Cuando salimos, me dijo: “Gracias por invitarme. Estaba en un mal día y necesitaba levantar el ánimo”. El cine, siempre, sirve para algo.

* Guionista de cine y televisión. Escribió la serie El Marginal y la biopic de Maradona.