El triunfo electoral de la extrema derecha israelí posibilitó a Netanyahu legalizar una coalición populista clerical ultranacionalista y, simultáneamente, provocar una crisis de legitimidad política por su proyecto autoritario de régimen antidemocrático. Además del desastre electoral, la izquierda es desafiada hoy en dos frentes simultáneos: la movilización cívica de la sociedad civil israelí para defender las instituciones liberales republicanas y la repulsa de los partidos árabes israelíes de apoyarla. Pero el apoyo de Ouded Bsharat a la jueza Esther Hayut resulta una bienvenida inflexión política que la ultra izquierda antisionista debiera aprender de este ex dirigente del sindicato de estudiantes árabes en la Universidad de Haifa. No por azar el lúcido escritor palestino reconoció el valor del Tribunal Supremo de Justicia. Es coherente con su trayectoria de ex activista en varios movimientos árabe-judíos y de ex secretario general del movimiento “Hadash” a principios de los años 2000. Al revés de la posición de ciertos dirigentes judíos de organizaciones de derechos humanos que subestiman el valor democrático de instituciones liberales como la Suprema Corte de Justicia a la que acusan de defender solo la “democracia judía”, Bsharat convoca a todos sus con-ciudadanos, judíos y árabes, a salir a la calle para defenderla. “A pesar de las duras críticas que yo y muchos como yo tenemos contra la Suprema Corte por haber confirmado casi todas las injusticias cometidas contra los palestinos en ambos lados de la frontera, (…) las manos de la Corte necesitan ser fortalecidas ya que en esta coyuntura crucial actúa como verdadera fortaleza que su investidura representa…” ( O. Bsharat, “Continua Esther Hayut, ellos les teman” Haaretz, 23.1.23). Por el contrario, Hagai El Ad, director ejecutivo de B’Selem, se resiste a defender a la Corte Suprema porque no puede olvidar que legalizó la destrucción de viviendas civiles y el saqueo de tierras palestinas. Además, El Ad también repudia la hipocresía de la justicia israelí ante el derecho internacional: "Aquí no existe un Tribunal Superior de Justicia que protege a los palestinos por la violación de sus derechos humanos sino funciona un tribunal israelí que en vez de juzgar a los violadores y represores israelíes los defiende para evitar que sean procesados por el tribunal de la Haya conforme el derecho internacional” (Hagai El Ad, “Baile de máscaras de la Israel liberal”, Haaretz, 22.1.23). Bsharat, por el contrario y pese a sus severas condenas, piensa que “precisamente la firme posición del Tribunal Superior de Justicia atará aún más las manos de los líderes del nuevo régimen” de extrema derecha israelí. La posición de Bsharat es totalmente opuesta también a la de la nacionalista activista social Haneen Majadele, educadora en la academia Al Qasemi. Porque a pesar de reconocer que en la gran manifestación ondearon algunas pocas banderas palestinas, y “que hay lugar para una asociación árabe-judía”, a Majadelele parece “demasiado judío luchar por la democracia judía y salvar al Tribunal Superior de Justicia”. Ella antepone la cuestión colonial palestina a la defensa de las instituciones democráticas israelíes amenazadas y acusa a los manifestantes judíos de no priorizar la lucha contra la ocupación. Majadele es contundente: “la democracia es para todos, si no para nadie.”. Tal contundencia de la activista social palestina es compartida por periodistas de izquierda como Guidon Levy, quien también se niegaa participar en manifestaciones contra el gobierno de ultra derecha porque “no quiero ser parte de una demostración que ignora a los palestinos" (Haaretz, 22.1.23). Ciertamente, los israelíes salen a manifestar para defender la democracia liberal amenazada aunque no priorizan el fin de la ocupación colonial y el apartheid del estado judío, pese que luchan por reivindicaciones cívicas democráticas. Pero tampoco los militantes de partidos políticos árabes israelíes salen a manifestar por sus derechos civiles, religiosos y etno-nacionales en tanto ciudadanos palestino-israelíes. A diferencia de Ouded Bsharat, quien asume ser palestino israelí y está convencido de que la resistente posición del Tribunal Superior de Justicia “atará aún más las manos de los líderes del nuevo régimen”, la inmensa mayoría de los dos pueblos enfrentados se niegan a salir juntos a la calle enarbolando ambas banderas, la palestina y la israelí. Una peligrosa esquizofrenia política parece cegar tanto al pensamiento sectario de la izquierda sionista como a la ira nacionalista de progresistas palestinos israelíes incapaces de enfrentar juntos a la amenazadora diagonal actual de actores fascistas que cabalgan de prisa para profundizar la crisis de legitimidad de la democracia hebrea, pretextando que harán el cambio de régimen político dentro de la democracia. Los primeros actúan como si la democracia judía amenazada ignorase el peligro que acecha no solo a las instituciones republicanas del estado judío: el sionismo fundamentalista de los fascistas kahanistas Ben Gvir, Smotrich y el populismo de derecha de Netanyahu se proponen atropellar a los derechos de ciudadanía de las minorías árabes sunitas, beduina (semi-nómadas y en aldeas no reconocidas), además de perjudicar derechos de las minorías drusas y cristianas. Por su parte, los nacionalistas progresistas palestinos, al enarbolar banderas únicamente palestinas, renuncian a sus derechos de ciudadanía israelí porque confían solamente que el imperio de la justicia recién los amparará en un futuro e imaginario Estado nacional palestino independiente. Mientras, en vez de resistir juntos por a injusticia que sufren como ciudadanos de segunda en la democracia liberal israelí, reprochan a los ciudadanos israelíes de izquierda negarse a sacrificar la identidad judía del Estado sionista. “La derecha hizo una elección clara: quiere ser judía, no quiere ser democrática. Pero la izquierda no quiere elegir, quiere ser ambas cosas, y por lo tanto pierde y está en minoría”, pontifica Haneen Majadele contra los sionistas de izquierda. La izquierda antisionista de los Gidon Levi comparte con Haneen Majadele la voluntad de desapegarse de las luchas democráticas en defensa del Tribunal Superior de Justicia porque cree viciada cualquier alianza posible entre sionistas de izquierda y árabes progresistas; en nombre de una neutral ciudadanía democrática, los primeros deberían dejar de ser judíos so pena de convertirse en derechistas; los ciudadanos palestinos israelíes, por su lado, creen que la suerte de las instituciones liberales democráticas del estado judío está echada, y confían en gozar de la justicia solamente en un futuro Estado-nación palestino. Entregar la democracia imperfecta En síntesis, ambos se resisten a convivir como ciudadanos judío y palestino de un mismo Estado democrático y binacional. Tanto unos como otros capitulan entregando la democracia imperfecta a los fascistas porque se niegan a reconocer la relevancia que tiene un sistema de reglas, procedimientos e instituciones democráticas para garantizar derechos y libertades ciudadanas en el Estado sionista. Ambos renuncian a defender la democracia israelí por su mal desempeño hacia la minoría árabe, su tolerancia del apartheid y la impunidad a prácticas coloniales y violaciones a los derechos humanos palestinos; peor aún; numerosos israelíes de izquierda que acusan de hipócrita a la democracia liberal sionista sospechan que es indistinto reemplazarla incluso con el “autoritarismo” antiliberal de la actual sexta coalición kahanista de Netanyahu. Es lo que se colige del citado artículo “Baile de máscaras del Israel liberal” de Hagai El Ad, también de las columnas semanales de Guidon Levi; el lector llega a la conclusión que les da lo mismo un régimen autoritario que la deficiente democracia sionista; a tal extremo de creer que “cuanto más peor, mejor”; nefasta lógica de que ciertas acciones peligrosas para las libertades individuales en la Línea Verde, ayudaría a apurar la toma de conciencia ciudadana de que el régimen colonial israelí no hace diferencia entre los territorios palestinos y la sociedad civil israelí. Ahora bien: esta lógica también es falsa históricamente en otros conflictos coloniales: así, la lucha anticolonial de la izquierda francesa no la hizo desapegarse de las instituciones liberales de la “deficiente democracia” de su metrópolis colonial francesa. Socialistas y comunistas en Francia durante su condena del colonialismo en Argelia no renunciaron a las instituciones democráticas liberales de la metrópolis. Cuando el gobernador general Lacoste decretó el estado de emergencia en Argelia y concedió al ejército y la policía poderes excepcionales para reprimir al FLN, algo de dudosa legalidad dentro de la ley francesa, la izquierda no abjuró de las instituciones y política liberales francesas. A diferencia de los comunistas, los socialistas de Pierre Mendés France no se opusieron al nombramiento en 1958 de De Gaulle como presidente del Consejo con la doble misión de crear una nueva Constitución, que daría lugar a la Quinta República, y poner fin al conflicto colonial argelino mediante la independencia en 1962 tras una cruenta guerra. Durante los siete años y medio que duró la Guerra de Argelia, se practicó todo tipo de "terrorismo" y practicas antiterroristas. Incluso el gobierno francés permitió la utilización de todos los medios a su alcance para reprimir la insurrección argelina. Fueron masacrados pueblos enteros con la sola sospecha de su connivencia con los rebeldes. Tanto para las autoridades francesas como para el FLN y la OAS, la violencia indiscriminada y la represión se convirtieron en el arma legal del combate. Pese a su condena, la izquierda no renegó de las instituciones liberales de la democracia colonialista francesa. Tanto para combatir la violación de los derechos humanos de la IV República de Francia en Argelia como para oponerse al autoritarismo bonapartista de la V República de De Gaulle, los socialistas e intelectuales progresistas independientes (Sartre, Merleau Ponty, Raimon Aron) no creyeron inviable una política liberal. Y pese al odio profundo entre franceses y argelinos, la izquierda democrática siguió confiando en la participación del pueblo como garante efectivo de una acción democrática que recree las instituciones republicanas. Colofón A pesar de las históricas diferencias entre la guerra de Argelia y el sangriento conflicto irresuelto palestino-israelí, es necesario que la izquierda israelí aprenda la lección de la izquierda francesa que luchó por el fin del colonialismo mediante la independencia estatal argelina sin renegar de las instituciones liberales republicanas para combatir el antiterrorismo metropolitano y, asimismo, para defenderse del terrorismo islámico y de la OAS. Al igual que la política colonial de la Francia de la IV y V República, Israel tampoco ha sido inmune a la pulsión antidemocrática durante 56 años de ocupación y apartheid en los territorios palestinos; vieja pulsión que la actual coalición ultra derechista y clerical de Netanyahu amaga transfigurarla en política mesiánica de anexión de facto por el nuevo Estado teológico político judío. La izquierda política israelí y palestina debería asumir el rol cívico de principal bastión de defensa de la democracia amenazada por el avance del autoritarismo antiliberal, local y mundial. El descredito de la democracia crece en republicas con históricas instituciones consolidadas en Europa, como Italia, Francia y Hungría. Un correlato de este giro está representado por el ascenso de líderes de extrema derecha, populistas y partidos o movimientos antisistema. Pero este escenario es aún mucho más peligroso en zonas de conflictos nacionales y religiosos no resueltos. Israel hace tiempo ha entrado en un escenario autoritario de alto riesgo en que la desconexión y el desapego de sus ciudadanos (incluso de la izquierda) hacia la democracia constituye el preludio de procesos no solo políticos anti democráticos. También procesos de clericalización de alto riesgo debido al desapego a valores e instituciones liberales en un país en que el 42% del público judío respondió en una encuesta del Instituto de Democracia de Israel en 2021, que los judíos deberían tener más derechos que los no judíos. Foa y Munck (2017 y 2016) han alertado del riesgo de que la desconexión y el desapego hacia la democracia constituya el preludio de procesos de “desconsolidación” de los regímenes democráticos, por más que estos parezcan firmemente establecidos.