Ideólogos y organizaciones en la historia argentina del siglo XX

La derecha, la “cuestión judía, el “enemigo interno” y Montoneros

En este texto se trazan algunas diagonales de análisis de tres libros recientemente publicados, todos ellos producto de años de investigación y centrados en los controvertidos y convulsionados años 60’ y ’70.
Por Facundo Milman

Es Hannah Arendt quien publica en 1951 por primera vez Los orígenes del totalitarismo, donde establece las condiciones de los Estados para hacer funcionar los totalitarismos. Ella, entre tantas entrevistas concedidas, cuenta que uno de sus títulos posibles era “Elementos del totalitarismo”. Entonces cabe preguntarnos: ¿este es un origen? ¿No era que cada origen es mítico? Es decir, que cada origen si bien puede que no sea verídico, se convierte en verdadero. Tres novedades editoriales nos ayudan a pensar esta misma idea arendtiana en un contexto local: La Argentina y el siglo del totalitarismo (2022) coordinado por Martín Vicente y Mercedes López Cantera, La represión militar en la Argentina (1955-1976) (2022) de Esteban Damián Pontoriero y La contraofensiva: el final de Montoneros (2021) de Hernán Confino. Si bien los tres libros estudian tres objetos diferentes (las derechas, la represión militar y Montoneros), comparten un núcleo en común: son producto de años de investigación. El primero nos da una idea del estado de cosas de las derechas durante el siglo XX en la Argentina, el segundo sobre la represión militar y cómo se establece la misma entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría, el tercero qué pasó con los Montoneros o, mejor dicho, qué llevó a Montoneros a terminar así. En otras palabras, los tres libros atraviesan los ’70 en la Argentina desde distintas ópticas porque estudian objetos diferentes que se trastocan entre sí.

Gustavo Francheschi y la “cuestión judía”

El primer libro, el que está coordinado por Vicente y López Cantera, aborda desde 1932 hasta el retorno de la democracia en la Argentina. Pero a nosotros, en específico, nos interesan dos artículos: el que está escrito por Miranda Lida y el de Olga Echeverría. El primero, “Entre el antisemitismo y la fundación del Estado de Israel. La cuestión judía en la reflexión sobre el totalitarismo de Monseñor Gustavo Franceschi”, trabaja la cuestión judía y la fundación del Estado de Israel y, precisamente, los matices en la visión totalitaria de Franceschi y su posterior mutación. El segundo, “Derroteros de un concepto: el totalitarismo en las retóricas y acciones de las extremas derechas argentinas del siglo XX”, se encarga de revisar los usos del totalitarismo en la extrema derecha argentina. En otras palabras, primero uno y después otro: revisan a la derecha, revisan sus matices; en uno, la cuestión judía y, en otro, las visiones del totalitarismo sea el nazismo o fascismo junto a sus traducciones en la Argentina.

El artículo de Lida se ocupa de estudiar a Monseñor Gustavo Franceschi, un sacerdote nacido en Francia, cuyas primeras intervenciones públicas planteaban la idea de una democracia cristiana. Podríamos decir que no hay democracia no-cristiana y, por cierto, que Franceschi provenga de Francia inaugura una serie de itinerarios en la Argentina relacionados con el laicismo. Franceschi consideraba a la democracia como un fenómeno social, que se definía por el hecho de que las sociedades del siglo XX tendían a la igualdad y, por ende, a la justicia social. Sin embargo, Franceschi se hizo cargo de la revista Criterio y producía textos vinculados no solo a la ideología eclesiástica, sino que también eran antiliberales. En algún sentido, la revista Criterio venía a reproducir la ideología de la Iglesia,  la misma que compartía Carl Schmitt, el jurista-ideólogo del nazismo. También podemos aportar que el Monseñor participaba en los espacios donde nació la Liga Patriótica Argentina, ya que se cumple un nuevo aniversario de la Semana Trágica. El antijudaísmo de la Iglesia se compartía en la ideología de la revista y también del sacerdote. Porque, por un lado, participaba en los espacios de la Liga Patriótica y, por otro, formaba parte de su formación como sacerdote. Si seguimos al artículo de Miranda Lida, podemos leer las ideas políticas a las que Franceschi adhería: el fascismo. Porque debido a las encíclicas papales, apoyó al franquismo en España y a Oliveira Salazar en Portugal. Pero esto debía a una idea en común: las ideas corporativistas.

Gustavo Francheschi

El problema de Franceschi es que sus ideas empezaron a mutar. Porque, si en Europa, el antisemitismo y el nazismo se radicalizaba, en la Argentina, el antisemitismo viraba para otro lado. El sacerdote no solo avaló, sino que también apoyó la creación del Estado de Israel. Su posición fue disidente porque gran parte del nacionalismo católico se encontraba en las antípodas. Si, por un lado, gran parte de la extrema derecha argentina rechazaba la creación de un Estado judío, otra parte, representada por Gustavo Franceschi, estaba a favor mientras aceptaba el antisemitismo dentro del país. No obstante, el antisemitismo de Franceschi va a cambiar con el transcurso de los años ya que no va a culpabilizar a los judíos y va a establecerlos como víctimas. Entonces estamos ante un sacerdote que pertenecía al ala derecha del catolicismo, pero que supo -y este es lo que podemos rescatar- admitir un cambio con respecto a “la cuestión judía” y avalar la creación de un nuevo Estado.

El “judío comunista”

El otro artículo que nos permite traer una realidad más inmediata para pensar las derechas es el escrito de Olga Echeverría titulado “Derroteros de un concepto: el totalitarismo en las retóricas y acciones de las extremas derechas argentinos del siglo XX”. Echeverría puntualiza que las derechas organizaron sus discursos a partir del caso soviético y su experiencia y, al mismo tiempo, minimizan el fascismo y sus desenvolturas. De hecho, en el principio, se utilizó la palabra “maximalismo” que comenzó a usarse luego de la revolución de 1917 y, en el ámbito local, durante la Semana Trágica. Una crónica que data y da testimonio es Koshmar (pesadilla) (2019) de Pinie Wald. La misma derecha argentina con todos sus matices hizo su recepción del ideólogo nazi-fascista Carl Schmitt con tres conceptos claves de su producción: el estado de excepción, que Walter Benjamin en 1940 advirtió que se convirtió en la regla, el amigo y el enemigo (político). Mas no los enunciados explícitos del fascismo. Como señala Echeverría, los primeros discursos de la derecha durante el siglo XX fueron la persecución de comunistas y/o judíos por “desestabilizar” el orden que había. Así como antes aparecían los judíos como parásitos que minan la sociedad -como con Franceschi en el artículo de Lida-, acá los judíos desordenan el país para gobernar a través de la izquierda más radicalizada. De hecho, Olga Echeverría se encarga de analizar la oratoria de Carlos Ibarguren, desde un profundo anticomunismo, donde se mantiene y estabiliza la violencia concreta a trabajadores, partidos políticos y sindicatos. Ocurre tanto en el golpe de Estado de 1930 como el del 1943 ya que no modifica su perspectiva, al contario, la sostiene. Entonces desde, por lo menos, 1919 hasta 1943, la violencia discursiva de la extrema derecha representada por Ibarguren condena a la izquierda y minimiza o elige callarse frente a otros sistemas totalitarios a nivel internacional; a nivel nacional, elige reprimir, censurar y encarcelar a dirigentes.

Ya en la segunda época de posguerra y la Doctrina de Seguridad Nacional, el totalitarismo -en la derecha- quedó solo asociado al comunismo. Entonces nos preguntamos, de nuevo, ¿y el fascismo italiano? ¿Y el nazismo? Esas forclusiones, esos salteos, esas eliminaciones, son lo propio de la extrema derecha. Porque, como decía David Viñas, no hay que subestimar la capacidad criminal de la derecha argentina. Primero

Tapa de Clarín anunciando el Plan Conintes

hablamos de minimizaciones, ahora de obliteraciones. En algún sentido, el discurso y la retórica de la derecha se radicaliza con el pasar del tiempo. Es en este sentido que en 1958, bajo la presidencia de Arturo Frondizi, aparece el CONINTES (Plan de Conmoción Interna del Estado) que permitía participar a las F.F.A.A. de la represión fronteras adentro. Entre la CONINTES y los ’70, las F.F.A.A prepararon cinco manuales para la represión. Porque si bien hubo experiencias represivas legales, también aparecieron formas represivas ilegales. Estos manuales antes mencionados respondían a una “forma particular de guerra” que necesitaba “respuestas integrales”. Es así cómo se implementa la Doctrina de Seguridad Nacional entre influencias franceses y estadounidenses adaptadas al uso local. Onganía, por ese entonces, ya adhería a la doctrina y, cuando llega al gobierno, añade discursos anticomunistas y antipopulares.

El “enemigo interno”

Hasta este momento, nosotros ya tenemos una idea de lo que se decía y los materiales que utilizaba la extrema derecha de ese entonces. Por tal motivo, deberíamos hablar de la represión en la Argentina y el libro de Esteban Damián Pontoriero nos sirve para adentrarnos en dicho terreno. Hablo de La represión en la Argentina (1955-1976) (2022), publicado por la Universidad Nacional de La Plata, la Universidad Nacional de Misiones y la Universidad Nacional de General Sarmiento.

Pontoriero escribe una de sus hipótesis alrededor de los hechos alrededor sobre la “Revolución Libertadora” porque el Ejército Argentino decide incorporar el enfoque antisubversivo francés y este es un acontecimiento crucial ya que se realiza entre el final de la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la Guerra Fría. El Ejército Argentino adopta los manuales franceses porque convive en un mismo período: a partir de la “Revolución Libertadora” (1955), pasa por el inicio de la presidencia de Arturo Frondizi (que termina en 1962) y termina por tomar la Doctrina de Seguridad Nacional con Onganía durante 1964.

El dato, que advierte Pontoriero en su libro, es que la defensa nacional cambia su paradigma con la “Revolución Libertadora”: aparece la figura del “enemigo interno” en el campo de las hipótesis de conflicto y la preparación teórico-práctica del Ejército para la realización de tareas de control y/o de represión. De hecho, en una entrevista que le realicé a Esteban Pontoriero por la publicación del libro, dijo que “hacia mediados de los años cincuenta, el Ejército tenía una dificultad importante para enfrentar una potencial amenaza interna: carecía de una doctrina contrainsurgente, es decir, de una teoría y una práctica para la guerra interna”. Por lo tanto, el Ejército estaba ante una dificultad: o adaptar manuales al uso local contra posibles “enemigos internos” o hacer un ajuste de cuentas con la situación actual.

Otro momento que debemos señalar es que, luego del derrocamiento de Juan Domingo Perón, empiezan a circular las primeras ideas sobre el “enemigo interno” -recomendamos el libro Un enemigo para la nación: orden interno, violencia y “subversión” (2012) de Marina Franco que se ha reeditado hace meses por el Fondo de Cultura Económica. Pontoriero advierte que el general retirado Benjamín Rattenbach recomendaba al Ejército que se estudiaran dos tipos de experiencias para enfrentarse a este nuevo “enemigo”: las guerras de Corea (1950-1953) e Indochina (1946-1954). Ocurre que estas dos experiencias tienen dos saldos, es decir, el involucramiento del ejército estadounidense y el ejército francés. El cambio de panorama del vínculo entre el ejército argentino y francés no solo se debió al intercambio de manuales, experiencias y suministros, sino también a razones institucionales. Si bien el punto de partida fue la necesidad de readaptar la doctrina militar al contexto de la Guerra Fría, el abandono de la influencia alemana se reemplaza por el alineamiento con Francia. Y, como dice Esteban Pontoriero, la colaboración entre ambos ejércitos excedía la contrainsurgencia: también incluía la búsqueda de financiación de la Argentina para obtener nuevos armamentos. Mientras un grupo de altos mandos intenta equilibrar las relaciones con Estados Unidos, Francia acepta gustosamente ya que le interesaba ingresar al mercado argentina de armamento -que estaba dominado por la industria nacional y las F.F.A.A. estadounidenses. Para resumirlo en forma tajante: hubo una mutación del pensamiento de guerra argentina porque si antes era una guerra convencional lo que aparecía, ahora había un “enemigo interno” ordenado por la “subversión”; esto es lo que llama Pontoriero a represión militar: la fusión de represión y guerra, de seguridad y defensa.

Montoneros y la contraofensiva “estratégica”

Si en la represión militar se hace foco, el último libro que emerge es el de Hernán Confino: La contraofensiva: el final de Montoneros (2021). Y, quizás, una casualidad: el libro que vamos a abordar es el primero publicado de los tres seleccionados. El libro de Confino nos introduce en el panorama nacional del final de Montoneros porque se inserta en una misma línea temporal. En 1978, la conducción nacional de Montoneros decide lanzar la Contraofensiva Estratégica. Hoy podríamos pensar qué tan estratégica fue. Digámoslo con un dato certero: los militantes de Montoneros que decidieron reingresar al país para conducir a los sindicatos no concretaron su objetivo. Al contrario, según nos cuenta Confino, cerca de 90 (noventa) fueron entre asesinados y desaparecidos.

La “contraofensiva” montonera, un frustrado regreso

Ahora bien, el libro está basado en la estrategia de Montoneros que se divide en tres sectores: TEA (Tropas Especiales de Agitación), TEI (Tropas Especiales de Infantería) y MPM (Movimiento Peronista Montonero). El primero operaba para producir interferencias en las señales de televisión controladas por la censura, el segundo realizaba una serie de atentados contra la cartera económica y el tercero se encargaba de realizar contactos con otras agrupaciones legales para generar nuevas articulaciones. Entonces, a partir de la estrategia de la Contraofensiva, podemos pensar la articulación con los otros libros: desde la derecha, la situación en la que se encontraba, el antisemitismo incipiente, la represión en la Argentina, las formas de vinculación entre el país y Francia junto a la competencia en el mercado interno de armas y las decisiones que tomó Montoneros al final en 1978. Pero que tenía su continuación en los ’80, cuando faltaban tres años para la finalización de la última dictadura militar argentina. Así como Pontoriero puntualiza que la Guerra Fría sirvió para que el Ejército Argentino decida incorporar el enfoque antisubversivo francés, la Guerra Fría para Confino en el caso de Montoneros sirve para inscribirse como una organización armada conformada en el Tercer Mundo. Por ende, es interesante cómo la Guerra Fría no solo sirve como disputa para pensar los dos tipos de sistemas imperantes en el mundo, sino también para ver cómo organizaciones -en este caso, armadas- se ordenaron a través de un conflicto. De hecho, podríamos incorporar la visión de Martin Buber al asunto. Él escribe que la disputa no es entre capitalismo y comunismo, sino de educación contra propaganda. Hoy en día, nos lo seguimos preguntando: ¿dónde está la contraposición y cuál es la propaganda del momento? Esa es una pregunta sin respuesta. Por este motivo, es importante incorporar la óptica, desde ya, del modo de leer de Confirmo porque Montoneros no es una organización armada excepcional del país; es una organización armada atravesada por los conflictos mundiales y, sobre todo, por la época ya que se alinea, por un lado, con la Revolución Cubana y, por otro, con la Guerra de Vietnam. Así como Martin Luther King y Abraham Joshua Heschel, en Estados Unidos y desde el lado de la religión, rechazaban la Guerra de Vietnam, Montoneros no podía ser indemne a las resoluciones que tomaba la sociedad.

Así, de esta manera, hemos pensado en estos títulos recientes que se han publicado en la Argentina, no solo porque atraviesan grandes editoriales como el Fondo de Cultura Económica, o Prometeo, sino porque son producto de investigaciones y, por sobre todas las cosas, dirigidos a un público lector específico. En ese sentido, la colección Entre los libros de la buena memoria, apuesta precisamente a una memoria que no solo nos haga ver los acontecimientos del pasado, sino que también nos permita apropiarnos de ese pasado como rayo en una tormenta. Porque, como decía el historiador franco-judío Marc Bloch, sin entender el presente resulta imposible comprender el pasado.