Para describir el cambio de dirección que experimenta Israel en la actualidad se requiere un libro, no un artículo. En el prólogo haría constar: Se puede imaginar a Israel como quien en este momento se ve afectada por dos catástrofes naturales: un terremoto que sacude en la superficie a todas las estructuras del régimen, y una sequía extrema del océano democrático que deja al descubierto las problemáticas bases subyacentes de tales estructuras.
En la superficie, como Polonia y Hungría, el próximo gobierno pretende debilitar o sustituir todas las garantías tradicionales. El sistema judicial amenazado, la policía politizada, los medios de comunicación atacados y la educación en manos del dogmatismo religioso y extremista. Desde abajo, emergen hacia las ruinas de la democracia tres fuerzas oscuras: la superioridad étnica judía, los objetivos religiosos y mesiánicos de los elementos que componen la coalición, y el requerimiento de salvar de sentencia procesal a Benjamin Netanyahu.
Esto no aconteció de un día para el otro. Se trata de una acumulación de poderosos factores y circunstancias significativas. Desde su nacimiento, se dan en Israel tres guerras frías: la lucha entre la Independencia judía y la Naqba palestina, la tensión estructural entre la autoridad rabínica y la democracia que pertenece a todos los ciudadanos, y la batalla entre la encerrona conservadora y la apertura liberal. Durante muchos años permanecen estos conflictos sin ser resueltos, deliberadamente, pero nunca se produjo acá un intento de socavar la esencia democrática interna. Los gobernantes de derecha evitaron recorrer todo el camino hacia la cima de la cristalización de su ideología por aquella sabia premisa formulada por Molière en cuanto a que «Una lógica total evita todo extremismo».
Hasta ahora, en las últimas elecciones, el raciocinio lógico israelí perdió en las urnas y toda forma de extremismo fundamentalista resultó asociado a un canibalismo desatado; atraído por Netanyahu para morder jugosos trozos de la carne de la democracia malherida. Todo vale con tal de salvarlo de una sentencia condenatoria que lo ponga tras las rejas.
Todos los ingredientes están aquí desde hace mucho tiempo, pero nunca se habían reunido en un todo significativo. Hasta ahora, todos son una especie de Martin Niemöller – negadores de la realidad que no toman en serio las perversiones de los demás mientras su zona de comodidad permanezca resguardada y protegida. La conquista negada, así como el progresivo dominio de la teocracia sobre la democracia, la discriminación, la violencia callejera y la corrupción del régimen. Todo negado, ya que la negación es condición necesaria para la comodidad.
Pero, de pronto, finalmente la negación se estrella contra la realidad que sale a la luz. Es horrible, es vergonzoso, y es maravilloso. Por fin podemos medirnos con la pura verdad. Sin mirar para el costado y sin hipocresía. Hay acá una teoría de superioridad étnica, una conquista corrupta, una religión judía que no acierta a enfrentar la soberanía de judíos y el principio de «elegido» del pueblo judío que se contradice absolutamente con el principio de la democracia que otorga igual valor al voto de todos y cada uno.
A no ser por la defensa incondicional de Alemania y de los EEUU, hace tiempo ya se hubieran condenado las desviaciones israelíes. Sólo en virtud del veto automático de que goza, puede Israel ser el único país del mundo occidental que durante décadas niega los derechos democráticos a millones de palestinos, se comporta en los territorios ocupados como Rusia en Ucrania, y no entiende por qué todos lo reprueban; tiene un arsenal de bombas atómicas (obviamente, negadas) y exige el monopolio de la negativa, que sólo nosotros tengamos armas de exterminio masivo; permite a la religión dictarle limitaciones a la ciudadanía y a los derechos de la civilidad, convencido de que eso es «apertura». Ni más ni menos.
Con la derecha en el gobierno se aclararán por lo menos dos cosas: 1. Si la derecha realmente es capaz de concretar su política – desarticular el gobierno palestino, anexar los territorios ocupados, establecer la pena de muerte a los terroristas; convertir a Israel en un Estado regido por la Halajá de modo de fundar una república judía religiosa. 2. Cómo reacciona el mundo si la red de seguridad absoluta tendida a Israel sigue impertérrita para con un gobierno no liberal y no democrático; si sigue hipócritamente desentendiéndose de un Israel que cada vez se parece más a Turquía o por lo menos a Hungría, o si finalmente alguien se despierta y dice: ¡Basta! Hay judíos racistas, se implementa una conquista corrupta y se llevan a cabo crímenes nacionalistas que no podemos seguir tolerando.
Entre unos y otros, entre el nacionalismo israelí que flirtea con el racismo y el fascismo ,y el mundo occidental que tal vez se vea obligado a abrir los ojos fuertemente cerrados, la tarea gruesa nos incumbe a nosotros. Los israelíes democráticos y liberales que no estamos dispuestos a someternos y no aceptamos la desazón como proyecto de vida. En estos días, estamos fundando las bases de una nueva política israelí. Donde la idea organizadora es constitucional y civil, y no nacionalista ni étnica. Es un accionar desde la creencia que la democracia pertenece a todos sus ciudadanos y que donde sea que rija la soberanía israelí – a todo individuo y todo colectivo – nos cabe el derecho a los mismos derechos. Todavía somos una minoría. Pero el futuro nos pertenece. La maldad rige el presente. Y ya basta.