El cine entre el horror, sus restos y los destellos de su contracara

El 17° Festival Internacional de Cine Judío en la Argentina (FICJA), que tuvo lugar del 27 de octubre al 2 de noviembre en el complejo Cinemark Palermo, fue la oportunidad de acercarse a historias que intentan dar cuenta del horror, las resistencias al mismo y los efectos de las distintas vivencias en los tiempos posteriores. Películas como El hombre del corazón de hierro (The man with the iron heart, Cédric Jimenez, 2017), Resistencia (Resistance, Jonathan Jakubowicz, 2020), y Trautmann (The keeper, Marcus H. Rosenmüller, 2018), La canción de los nombres olvidados (The song of names, François Girard, 2019) y Las rosas de ayer (Die Blumen von gestern, Chris Kraus, 2016), componen, de alguna u otra manera, un muestrario representativo. (Advertencia: Pueden existir algunos adelantos de información de las distintas tramas).
Por Natalia Weiss

Me gustaría mucho pasar aquellos días con los paracaidistas en la cripta, reproducir sus discusiones, describir cómo organizan su vida cotidiana entre el frío y la humedad, lo que comen, lo que leen, qué ruidos de la ciudad escuchan, qué hacen con sus novias cuando van a visitarlos, sus proyectos, sus dudas, sus miedos, sus esperanzas, con qué sueñan, lo que piensan. Pero no es posible porque no tengo casi nada sobre eso. Ni siquiera sé cómo reaccionaron ante el anuncio de la muerte de Heydrich, cuando en realidad eso debería haber constituido uno de los momentos cumbres de mi libro.
Laurent Binet, HHhH

La guerra: el horror y lo otro que asoma
Algo que tienen en común el corpus de películas aquí mencionadas, es que todas articulan, de formas distintas, las historias del durante y el después de la guerra. Desde diferentes puntos de vista y épocas, estas ficciones históricas aluden a la Segunda Guerra Mundial. En el caso de El hombre del corazón de hierro, se trata de la transposición de la novela de Laurent Binet, “HHhH” (2009), merecedora del prestigioso premio Goncourt de la primera novela entre otros reconocimientos. El misterioso título del libro hace referencia a: Himmlers Hirn heisst Heydrich (el cerebro de Himmler se llama Reinhard Heydrich), frase que circulaba en las SS. En el título del film, en cambio, se basa en la expresión que, como se indica en el propio relato, usaba Hitler para referirse a este alto mando nazi. Con ecos temáticos con la película Operación Anthropoid (Sean Ellis, 2016) estrenada pocos meses antes, que narra (como mucho) el atentado que termina provocando la muerte de Heydrich perpetrado por dos miembros de la Resistencia checa. En este caso, se dedica también gran parte del metraje a la narración de la construcción y ascenso de este criminal, lo que permite bucear en la naturaleza del mal y sus inscripciones en la historia. De este modo, se muestra el ingreso al partido y su acercamiento a Himmler, para recién hacia el final dar cuenta de la elaboración y ejecución del atentado en su contra en Praga y las terribles represalias.

Lo que queda afuera de este relato más bien espectacular, es la capacidad que demostró el escritor del libro de dar cuenta del trabajo con la historia y la ficción histórica, eje que otorga relieve y espesor a la escritura literaria y hace trascender la reconstrucción del hecho histórico en sí mismo. Otro de los films del festival, Resistencia, también tiene como marco la guerra. En este caso, aunque pasa por Múnich y Estrasburgo, finalmente se busca Lyon, foco de la Resistencia francesa y lugar de acción del tristemente célebre “carnicero de Lyon”, Klaus Barbie (Matthias Schweighöfer). Además de las sesiones de tortura llevadas a cabo por el criminal (enjuiciado en 1987 en Lyon, murió en la cárcel luego de una larga, activa y protegida estadía en Bolivia), aparece una figura central para el relato: Marcel Marceau (expresivo y en rol Jesse Eisenberg). Este joven aprendiz de clown, de apellido de origen Mangel, inventa un lenguaje al que él mismo, años más tarde, denominó “el arte del silencio” para salvar niños y cruzarlos a pie por los Alpes. Con una reconstrucción de época (rodada en realidad en Praga), y con algún agregado inverosímil de un supuesto encuentro entre Marcel y Barbie, el film intenta reconstruir este trabajo infinito realizado por este grupo de jóvenes que escondió y salvó a decenas de niños de un destino marcado.

Lo que queda
La historia que se cuenta en Trautmann tiene lugar en la inmediata posguerra y es tanto personal como colectiva. Por un lado, se cuenta la exitosa carrera futbolística de Bert Trautmann (David Kross, El lector) como arquero en el Manchester City, de 1949 a 1964. Para ello, se utilizan imágenes de archivo que se entremezclan con las ficcionales del estadio y los partidos en los que participó en la liga profesional, haciendo hincapié, pero sin tornarlo como eje del relato, en el partido celebre en el que jugó con el cuello roto. Por el otro, se reconstruye su vida en el campo de prisioneros de Ashton-in-Markerfield, ubicado en Lancashire, Inglaterra, del que fue liberado, junto con los demás en 1948. Sin embargo, decidió quedarse viviendo en una granja del lugar y jugando al fútbol en un equipo local, en donde se enamora de Margaret (Freya Mavor), una joven inglesa con quien termina casándose. Es acá donde la película estable su construcción del drama romántico, con aires de melodrama en tanto que pone en escena las emociones y pasiones vividas por los personajes, tomando licencias poéticas para poder referirse a un amor absoluto y eterno, cuando en realidad él tuvo otros matrimonios y había tenido uno anterior a ella y una hija que abandona. Esto tiene un fin dramático concreto, que es alternar duros flashbacks en forma de imágenes mentales de la época del conflicto con las otras, sepia, que dan cuenta, a través de una vistosa reconstrucción, de la vida después.

Esta línea argumental personal se funde con su sentimiento de culpa dado que, luego de su temprana formación en la Jungvolk (rama infantil de las Juventudes Hitlerianas) y tras el estallido de la SGM, se ofrece como voluntario en la Luftwaffe, durante la que ejerció primero como operador de radio, luego como paracaidista para terminar como sargento y recibir varias condecoraciones, entre ellas la Cruz de Hierro. Pero al decidir quedarse y entrar al Manchester debe enfrentar las manifestaciones en su contra por parte de los que lógicamente se oponen a su incorporación por haber sido nazi, lo que incluye hasta una carta abierta del rabino del lugar, Alexander Altmann, que finalmente sale en su defensa. Al igual que el capitán del equipo Lee Westwood, que había formado parte del desembarco de Normandía como miembro del ejército inglés, que afirma: «La guerra no existe en nuestro vestuario». Lo que está en juego es la responsabilidad personal y la colectiva, pero también la necesidad de construcción de una historia de redención a través de un hombre que termina siendo reconocido como símbolo absoluto de reconciliación anglo-alemana.

La posguerra también recorre La canción de los nombres olvidados, una película donde es la música la forma de condensar los tiempos y los traumas del pasado. Un niño es dejado por su familia polaca al cuidado de otra, inglesa, que lo continuará formando, también específicamente en el aprendizaje del violín. Dovid (Clive Owen) crecerá con el amor de esta familia y el acompañamiento de Martin (Tim Roth). Tanto el libro sobre el que se basa, del especialista de música clásica Norman Lebrecht, como el director canadiense François Girard (El violín rojo, Sinfonía en soledad: un retrato de Glenn Gould) como el compositor Howard Shore (ganador del Oscar por la música de: El señor de los anillos, El silencio de los inocentes y Philadelphia) hacen que esta canción se vuelva una plegaria en homenaje a los que fueron asesinados, un acto de memoria que durante días recuerda cada nombre. Los caminos de cada uno de estos dos personajes también estarán atravesados por el trauma, y coloca a ese hombre que se “salvó” mientras su familia era arrasada en un difícil lugar de sobreviviente.

Finalmente, Las rosas de ayer nos coloca en una situación desconcertante. En una mezcla de drama y tonos cómicos, el joven historiador de la Shoá, Totila Blumen (Lars Eidinger, El profesor de persa), debe preparar un evento sobre esta temática junto con una pasante francesa, Zazie (Adèle Haenel, Retrato de una mujer en llamas). Ella es investigadora y nieta de una abuela asesinada en Auschwitz, él, descendiente de un criminal nazi y el encuentro va a dar lugar a un ida y vuelta “desparejo”. Más allá de los tonos, la anécdota argumental y los aires de romance, si hay algo que termina exudando la película es una sensación de historias arrasadas y cierta desolación. Esta película alemana parece mostrar, hasta casi más allá de sí misma, como la historia dejó, en muchos casos, heridas por generaciones. Se observan personajes rotos y esa desazón que transmite la película aun en sus momentos de tinte humorístico, parece traspasar el debate sobre las elecciones dramáticas a la hora de referirse a acontecimientos límite. Lo que se formula, en su indefinición, pareciera revelar un estallido heterogéneo de la experiencia traumática. El director, Chris Kraus (Cuatro minutos, Poll), historiador al igual que el protagonista, ha manifestado que siente a esta como la película más personal de su carrera. Siempre interesado en la historia de su país, descubrió tardíamente, junto con su familia, que su abuelo formó parte del cuerpo de las SS. En efecto, perteneció al Einsatzgruppe A, con el que participó de las matanzas de los bosques cercanos a Riga y en la destrucción del gueto de la ciudad. Este suceso es conocido como la masacre de Rumbula, tuvo lugar del 30 de noviembre de 1941 al 8 de diciembre de 1941, y fueron fusilados 25.000 judíos. Es considerada una de las peores matanzas llevada a cabo fuera de las inmediaciones de los campos de exterminio. Su abuelo había sido elegido además para asesinar a Stalin y espiaba para Heydrich.

Todo esto fue mucho, y llevó al director, en un primer momento, a sentir la necesidad de escribir su historia. Se trataba de un libro documental escrito entre tres primos, pero al no obtener la aprobación familiar fue transformado por él en una novela de ficción titulada “La fábrica de canallas”, y fue comparada por muchos con “Las benévolas” de Jonathan Littell. Luego de su excelente acogida (no exenta de polémica) en Alemania, obtuvo buenas críticas y un buen número de lectores en Francia. En España, fue editado por Sigrid Kraus, prima del director y escritor, que luego de haber fundado la editorial Salamandra es hoy editora de la firma. En la novela, el protagonista, formará parte también de la CIA y del Mossad. Nuevamente, las elaboraciones de la ficción plasman los caminos de la historia colectiva, pero también posibles alcances en las derivas de los relatos singulares.