Hay una palabra que suele reiterarse en Europa en relación a la respuesta israelí a la declaración de guerra de Hezbollah: desproporción. Yo, sin duda, no soy ningún experto en asuntos militares. Y pienso, naturalmente, que cada una de las víctimas civiles que los estrategas califican como “daño colateral” constituye una tragedia. Pero, al mismo tiempo, me pregunto cómo reaccionarían quienes hablan de la desproporción israelí si vinieran comandos terroristas a nuestro territorio, con total desprecio por nuestras fronteras, para raptar soldados franceses. Si ciudades como Estrasburgo, Lille o Lyon se encontraran, como Sderot, Ashkelon y ahora Haifa, sometidas a una lluvia de cohetes Katiusha provocando no decenas, sino a escala francesa, centenares de víctimas, nuestra reacción, sin duda, no sería calma ni parsimoniosa. Y por supuesto seríamos más cautelosos en la crítica si la misma capital de nuestro país estuviera al alcance de misiles de alcance medio Zelsal-1 manejados por artilleros iraníes debidamente enviados por Ahmadineyad y si alguien dijera, como acaba de hacerlo, el Secretario General del Hezbollah, Hassan Nasrallah, que golpear a París no es una mera hipótesis teórica sino un objeto militar prioritario y una causa santa.
Me gustaría saber cuál es la desproporción sostenida por los autores de esta clase de declaraciones, cuando es de notoriedad pública que quienes disparan contra Israel están inspirados, financiados y armados por un país cuyo presidente nunca ha ocultado su doble determinación de obtener el arma atómica y de borrar del mapa del mundo, con o sin ella, a Israel, “intrínsecamente perverso y criminal”.
Yo quisiera preguntar a los críticos cómo es posible dar cualquier respuesta militar a un país que se ha convertido, para su desgracia, en el rehén de ideólogos y de militares irresponsables que no han dejado de construir, en flagrante contradicción con su cultura, su genio, sus tradiciones de tolerancia, de cosmopolitismo y de paz, un Estado en el Estado, que es en primer lugar, un Estado terrorista y que amenaza a toda la región, al mismo tiempo que a los mismos libaneses.
Yo quisiera preguntarles cómo era posible evitar una intervención en El Líbano considerando que dentro del gobierno hay varios ministros del Hezbollah; que su presidente, Emile Lahoud, manifiesta su solidaridad de principios con la causa y los objetivos de Hezbollah en cada oportunidad que se le brinda ; que las rutas del país sirven para trasladar cohetes, lanza-misiles y transportes de tropas hacia las líneas del frente y los fortines que están en manos de Hezbollah; y que es desde los radares de los aeropuertos desde donde se ataca a las embarcaciones israelíes enfrentadas a las baterías de Hezbollah. Pero desproporción por desproporción, cómo evitar, finalmente, la verdadera, única, cuestión que importa hoy: ¿dónde está el espíritu de moderación que podría permitir poner fin a la crisis?. Sin duda, los israelíes no son ángeles, pero hace seis años se retiraron de El Líbano y hace seis meses se retiraron de Gaza.
¿Es justo reclamarles que deben retirarse más para que estallen más bombas en sus aldeas y ciudades? ¿Es justo reclamar ahora la instalación de un Estado Palestino dirigido por los locos de Dios cuyo único objetivo nacional es la desaparición de Israel?
Es claro que aquí se dividen las aguas. Ahora hay un enfrentamiento radical, de una naturaleza que no tuvieron las guerras árabe-israelíes precedentes. Por una parte, están los partidarios de la coexistencia de dos pueblos, que aprenderán, con el tiempo, sin ilusiones, a negociar, a hacer la paz y quizás, algún día a comprenderse y amarse. Estos son en Palestina, los amigos de Mahmud Abbas ; en el mundo árabe un grupo creciente de dirigentes y de representantes de la opinión esclarecida. Y en Israel, la derecha y la izquierda se confunden en una población que terminó por comprender que no tiene otra salida que dividir la tierra. Del otro lado, están los partidarios recalcitrantes de una causa, cuya relación con la causa nacional palestina es muy dudosa y que se sostiene con el sufrimiento de la gente. Son en Gaza, el Hamas de Khaled Mashal y en El Líbano, el Hezbollah, los dos pilares de un fascismo islámico del que cabe repetir una y otra vez que sus patronos se esconden en Damasco y sobre todo en Teherán y cuyos responsables en el terreno están dispuestos a luchar hasta la victoria final con la sangre del último palestino, libanés y judío.