Emmanuel Levinas

Una nueva entrega de nuestro colaborador Luis Morgenstern Korenblit, desde Chile, aborda la vida, obra y pensamiento de este filósofo fundamental de la cultura judía contemporáneo
Por Luis Morgenstern Korenblit

Emmanuelis Levinas (más tarde adaptado a la ortografía francesa como Emmanuel Levinas) nació en 1906 en una familia judeo-lituana de clase media en Kaunas, en el extremo occidental del Imperio ruso y falleció el 25 de diciembre de 1995 en París.
Fue un filósofo y escritor lituano de origen judío. Fue el mayor de los tres hijos de Jehiel Lévinas y de Débora Gurvic, y sus hermanos fueron Boris-Fadec y Aminadab. Sus padres eran judíos tradicionalistas, practicantes. Desde pequeño aprendió el hebreo y el arameo, y estudió el Talmud. Esta circunstancia marcará toda su obra. Según Lévinas, Lituania «es el país en el que el judaísmo crítico conoció el desenvolvimiento espiritual más elevado de Europa».
Desarrolló su trabajo en Francia, Italia y Austria. Consagró además su vida y su obra a la reconstrucción del pensamiento ético después de la Segunda Guerra Mundial. La guerra la pasó confinado en un campo de concentración alemán y parte de su familia fue asesinada. Es conocido por sus trabajos relacionados con la fenomenología, el existencialismo, la ética, la ontología y la filosofía judía. Sus clases y lecciones permitieron la difusión de la fenomenología alemana en Francia.
Estudió en la Universidad de Estrasburgo, Friburgo y La Sorbona filosofía, psicología y sociología. Algunos de sus profesores fueron Husserl, Heidegger y León Brunschvicg.
Publicó en 1930 la tesis con la que obtuvo el doctorado del tercer ciclo de estudios con el título de Teoría de la intuición en la Fenomenología de Husserl, recibiendo un premio del Instituto de Francia. En el mismo año se casa con Raïssa Levi. Se nacionalizó francés en 1931 y rompe su relación con Heidegger por su cercanía al nazismo. En 1935 nació su hija Simonne. En esa época lee “La estrella de la redención”, de Franz Rosenzweig, que influyó decisivamente en su pensamiento como filósofo judío.
En 1940, durante la Segunda Guerra Mundial, fue reclutado para el servicio militar como intérprete de ruso y alemán para los aliados. Al año siguiente fue hecho prisionero en Rennes, permaneciendo durante toda la guerra en un campo de concentración en Hannover, Alemania. Su condición de militar francés lo salvó del trato que recibieron otros judíos. Leyó a Hegel, Rousseau, Dumond, Rabelais y otros. Durante ese período, prácticamente toda su familia, que había quedado en Lituania, fue masacrada por los nazis. Su esposa y su hija se salvaron. Las ayudó el escritor Maurice Blanchot que las alojó un mes en un apartamento suyo en París y después las hizo quedar escondidas en un monasterio en Orleans que era un foco de la resistencia. La experiencia de la guerra y la conciencia de la Shoah le hacen reafirmar su conciencia judía y asumir responsabilidades en la restauración y normalización de su comunidad en la posguerra. Después de la guerra dirige la Alianza Israelita Universal de París y su Escuela Normal Oriental, comenzando sus estudios del Talmud.

Su obra
El trabajo de Lévinas se basa en la ética del otro, dónde propone a la ética como filosofía primera. Para Lévinas, el Otro no es capaz de ser conocido y no debe ser objetivado o realizado, como lo hace la ontología. Lévinas prefiere pensar en la filosofía como “sabiduría que nace del amor” en vez de “Amor a la sabiduría”, que es el significado etimológico de filosofía. Lévinas deriva el principio de su ética de la experiencia del encuentro con el Otro. El encuentro cara-a-cara es la relación inevitable en la que la cercanía y la distancia de la otra persona logran sentirse y tener un efecto.

Dios y la Shoah
Después de Auschwitz, la idea de Dios surgió como una forma diferente, incluso una «segunda religión», de presentar a Dios y el significado del sufrimiento humano. En respuesta a la afirmación totalitaria del odio y su arraigo en lo más profundo del ser, Levinas, al final de la guerra, trabaja para desplegar una ética que prevea el sufrimiento en una perspectiva interhumana, es decir, en una no indiferencia mutua. Para Lévinas el tener el rostro del Otro frente a uno mismo genera un sentimiento de compromiso, ya que se tiene noción de la existencia del Otro que forma parte del Mismo y sus experiencias, por eso nace la necesidad de prever por el Otro. A su vez, la revelación del rostro hace que se reconozca la trascendencia y heteronomía del Otro.

La Sociedad interesada
Levinas señala que la humanidad que entra en la totalidad del orden económico solo por el interés se condena a un sistema totalitario. La totalidad de un orden económico conlleva un conjunto donde los hombres portadores de dinero, y a la vez compradores, se integran ellos mismos en la mercancía, pero al mismo tiempo se sofocan –pierden sus almas– al poseer y al pertenecer.
El interés de las transacciones se vuelve odio: emulaciones entre hombres, acumulación, rivalidad y competencia hasta las crueldades y la tiranía del dinero, que conlleva la violencia sangrienta de las guerras. Más allá de la escala de valores del interés, más allá del apetito de ser, el humano tiene la oportunidad de ceder su lugar, de sacrificarse por el otro, de morir por el desconocido. No se trata de abstracción nihilista de la negación pura del valor del ser ni el primer paso de la síntesis constructiva de los dialécticos, sino la bondad de dar sin interés amor, misericordia y responsabilidad y, de este modo, la positividad de una adhesión al ser propio como al ser del otro.

Las raíces judías de su humanismo
En su pensamiento, Lévinas distingue dos actitudes frente a la Biblia: la del fiel judío que lee el versículo basándose en la tradición, y la del filósofo fenomenológico que lo lee buscando una justificación, una razón. En la segunda se da una profunda relación entre la religión y la filosofía, que se explica porque la Biblia, para Lévinas, es esencial al pensamiento pues enseña que el hombre es el ser que ama a su prójimo. En este sentido, Lévinas expone la tesis que la tradición hebrea es, en su dimensión talmúdica, un ejercicio reflexivo de comprensión de la realidad y, por lo tanto, actividad filosófica. Si bien es cierto que el interés levinasiano por el judaísmo es previo a la Shoah, también lo es que su reflexión se desarrolla especialmente tras este acontecimiento que marcó su existencia.
A raíz de ello, Lévinas dirige su atención a resolver la pregunta que se encuentra en el fondo: ¿es posible ser judío y europeo? La respuesta requiere, según él, por un lado, una crítica de una determinada noción de Europa, de esa que la identifica con Grecia y más concretamente con Ulises; y, por otra, una indagación sobre el judaísmo. La respuesta de Lévinas supone una unión de filosofía y religión, una comprensión de qué es la filosofía y qué es el judaísmo, que se podrán unir si la filosofía primera es realmente la ética y el sentido del judaísmo es precisamente ético. Solo así se logrará que la filosofía se supere a sí misma sin dejar de ser lo que es y que el judaísmo, sin perder su particularidad, pueda ser expresado de forma universal y comprensible para todos los seres humanos. Una lectura atenta de las llamadas obras filosóficas nos pone ante la presencia del judaísmo.
Lévinas es el filósofo que parte de una contraposición de dos figuras, una griega y otra judía, para explicar qué es Europa, y cuál es la salida de la filosofía tradicional que él está buscando: «se trata de salir del ser por una vía nueva con el riesgo de invertir ciertas nociones que al sentido común y a la sabiduría de las naciones les parecen las más evidentes». La filosofía occidental, según el lituano, ha otorgado una preeminencia a la victoria. En cambio, ante el rico en astucias, ante el político y estratega, Lévinas reivindica la locura mesiánica, la escatología profética tal como se presenta en Abraham. El patriarca judío instalado en una tierra que, ya de entrada no era la originaria de su familia, recibe una orden y una promesa: el Otro le pique salga de su tierra y la deje atrás para siempre para dirigirse a una nueva tierra que, de hecho, él no habitará, no poseerá. Abraham escucha la voz y se pone en marcha y en su largo decurso salva su vida gracias a la acogida, a la hospitalidad, de los otros. Además, como padre de Ismael y de Isaac se convierte en el patriarca de diversas naciones, de las tres grandes religiones monoteístas.
En suma, Abraham no tiene una casa a la que volver para encontrar su identidad, no sale de su tierra para conquistar ni para reparar una ofensa política, sino que es sacado, es hecho salir de sí mismo por una apelación del otro que pide una respuesta. Su identidad es esa misma respuesta, esa responsabilidad que hace pasar al otro antes que al yo.
La relación de la filosofía y el judaísmo en la obra de Levinas es temática y metódica. El estudio de la presencia de temas hebreos en las obras filosóficas de Lévinas ha sido realizado magníficamente por Alberto Sucasas. La primera noción bíblica presente en la obra filosófica de Lévinas es la de criatura. Para Lévinas la creación ex nihilo, la absoluta novedad, no puede ser pensada desde las categorías de la filosofía griega, que siempre apela a una materia preexistente y a la acción de un demiurgo. El ser humano es un ser creado de la nada, que recibe como don todo lo que es, y, por ello, es apertura o exposición al otro. Esta pasividad característica de la criatura es uno de los rasgos más destacados de la descripción del hombre como vulnerabilidad y rehén presentes en su obra De otro modo que ser como lo propio del humanismo del otro, del humanismo que se opone al yo autónomo y autosuficiente.

La noción de Responsabilidad y el Método
Otro de los puntos de referencia de la filosofía de Lévinas marcado por una profunda huella hebrea, e íntimamente unido a esta comprensión de la criatura, es la noción de responsabilidad. Este pensador destaca en sus obras filosóficas que, tras lo acontecido en el siglo XX, es necesario rehabilitar el humanismo en su verdadero significado, lo que supone definir adecuadamente el sentido del ser humano. Lo propio del hombre no es su poder, tal como habría sido señalado por la tradición occidental, sino su pasividad, su vulnerabilidad que es apertura al otro que se hace presente-ausente en el mismo sin perder su exterioridad y le pide cara a cara responder, no de las acciones que ha realizado desde su autonomía, sino de su derecho a existir, de su culpabilidad originaria: ocupar un lugar bajo el sol que usurpa el lugar de otro.
Para Lévinas, esta visión del ser humano es la esencia del judaísmo, tal como se expresa en la obra de Haim de la Volozine en la que se describe al hombre como imagen de Hashem. Ésta es una religión exigente, para adultos, que enseña al ser humano el sentido de una libertad difícil, la libertad de una criatura capaz de negarse a reconocer su carácter creado y su relación fraterna con los otros seres humanos, pero que no puede borrar la huella de Hashem en el rostro del otro, por lo que su máximo principio, “no matarás”, es profundamente ético y afecta directamente a la comprensión del ser humano.
La otra gran presencia del judaísmo en la obra filosófica de Lévinas tiene que ver con el método. Para el lituano la filosofía ha de ser capaz de decir lo que no es griego sin desvirtuarlo, ha de decir con otro decir las posibilidades del decir. Esto supone abrir la filosofía a la hermenéutica hebrea, a la lectura siempre abierta de nuevas posibilidades, de acepciones y sentidos implícitos que han de ser encontrados e interpretados. Lévinas aplica este método no solo en sus obras talmúdicas, en las que lleva a cabo una lectura que pone el Libro en relación con los problemas actuales, sino también en su obra filosófica. La lectura del Talmud es un diálogo necesario que rompe con el pensamiento conceptual y con el pensamiento de la presencia en el que todo se puede pensar al mismo tiempo. La lectura interpretativa siempre va más allá de la letra, del texto, y se abre a la trascendencia, no a lo no dicho, sino al mismo Decir.
Las múltiples interpretaciones salen de la lógica binaria verdadero-falso y abren a la lógica del sentido, a la lógica de la presencia-ausencia. Debido a esta influencia clave, la obra de Lévinas tiene un carácter hermenéutico, tanto en sus obras sobre el judaísmo como en sus escritos filosóficos. En su interpretación del Talmud siempre parte de la consideración que los textos han de ser interpretados teniendo en cuenta la totalidad del libro. Además, la lectura o interpretación plantea una nueva pregunta que exige otra vez la interpretación, ya que el texto contiene más sentido, es lenguaje profético o inspirado, pensar originario, y reclama una relación que es siempre interpretativa. En materia filosófica, especialmente en De otro modo que ser, Lévinas rompe el lenguaje de la filosofía griega y lo hace tomando como referencia, no solo las nociones hebreas, sino el método hermenéutico de leer y decir.
El filósofo hebreo busca lo de otro modo que ser y no ser de otro modo, trata de superar la lógica propia de la filosofía occidental. La tarea de la filosofía es enunciar en proposiciones, dicho, lo indecible o an-árquico, el Decir. La filosofía es decir desdiciéndose, que señala hacia «todo lo que un lenguaje lógico —nuestra lengua— puede expresar, al decirse y desdecirse». Así pues, su forma de entender la filosofía coincide con su manera de comprender el judaísmo. En ambos casos pretende alcanzar una universalidad que no está basada en el acuerdo en una verdad. La ética ofrece una universalidad de otro tipo y por ello requiere un discurso diferente, reclama una transformación de la filosofía y de su lenguaje o discurso para dar cabida a lo que ha sido excluido siempre y que Lévinas denomina religión. Lévinas quiere, como él mismo ha señalado, decir en griego lo no heleno. No quiere invalidar la sabiduría de las naciones, sino ampliarla. En este punto no ha de olvidarse que el lituano no es un teólogo, sino un filósofo que escucha y recibe la verdad, o las verdades de la Revelación, como inspiración. Al dedicarse a la filosofía lo que toma de su religión son las verdades universales y compartibles, y entonces las trata y estudia desde el punto de vista de la razón.
Por una parte, Lévinas afirma que todo puede ser traducido en griego, lengua de la filosofía y de Europa. Pero por otra, señala que, a pesar de la legitimidad de la traducción de la Biblia al griego, hay algo que permanece intraducible, como el libro de Esther, ya que «el dolor de la persecución antisemita no se cuenta más que en la lengua de la víctima». Esta última matización vuelve a abrir la cuestión del carácter particular del pueblo hebreo, su condición de pueblo elegido, que no puede ser universalizable. En muchas de sus lecturas talmúdicas, Lévinas afirma que él entiende Israel no como una comunidad política, sino en un sentido ético. Una de las dimensiones de tal papel ético sería estar entre las naciones para recordar lo que rompe con la sabiduría de éstas y señala hacia la promesa escatológica, hacia el infinito, y no hacia la totalidad y el Estado. Es decir, la filosofía judía o la unión de Atenas y Jerusalén no se ha de hacer a costa de Israel, no puede significar la pérdida del infinito o su conversión en totalidad.

El humanismo del otro
Lévinas siente la necesidad de pensar y profundizar en los temas enunciados en las obras juveniles de crítica a la filosofía occidental. Considera que hay que centrarse en el otro y decir algo sobre él para romper el predominio de lo mismo y el olvido del otro. De ahí que, en sus obras posteriores, abandone el estudio y reflexión sobre el ‘hay’ impersonal y se centre en el otro, que es la salida de ese horror y desolación de lo impersonal. La noción clave en este debate es, sin duda, la de rostro. La otra categoría central es la de responsabilidad hacia el otro: siempre hay que considerar la repercusión de la acción que uno realiza, ya que actuar como si uno estuviera solo y los otros solo existieran para recibir la acción propia supone ejercer violencia sobre ellos.
Su gran obra, Totalité et infini (1969), se presenta como una dura crítica a toda la filosofía occidental. Frente a esta filosofía de la totalidad, Lévinas propone que el sentido está en el cara-a-cara, en las relaciones humanas, en la ética. De ahí que afirme que «la filosofía primera es una ética». Totalité et infini es la primera obra en la que, además de criticar la totalidad, se lleva a cabo —y esto es lo más importante— un análisis y descripción de las relaciones intersubjetivas, de lo social y lo político, cuya relación podría ser sintetizada así: «la política debe ser siempre controlada y criticada a partir de la ética».
El libro está dividido en cinco secciones en las que el pensador judío profundiza en las ideas ya esbozadas en sus obras anteriores y abre nuevos ámbitos de estudio. En la presentación de la edición castellana, Lévinas define el objetivo de tal obra con las siguientes palabras: «busca una salida a esta referencia al ser; referencia en la que uno no está seguro de que se rompa el encantamiento, que el hombre, en su conocer, no quede encerrado en su conciencia subjetiva, que su impulso de transcendencia no permanezca encallado, dejando al yo cautivo de sí mismo». Se trata de buscar la transcendencia o, como se expresa en el subtítulo, la exterioridad, que se plasma o es, en el fondo, un acto de responsabilidad por el otro.
Esto es así porque esta exterioridad o transcendencia se hace patente por sí misma como una experiencia que se da en el ámbito de la totalidad, pero que no es reducible a ella. Éste es el par o binomio en torno al cual gira toda la obra: totalidad e infinito, al que se asocian otros: política y ética, libertad y responsabilidad, tiranía y justicia. Esta toma de contacto con el infinito se presenta como una experiencia no objetiva, que muestra que el yo contiene en sí lo que no puede contener y lo presenta como hospitalidad o recepción del otro. De ahí se sigue que esto tenga lugar en la oscuridad y no sea objeto de la fenomenología, de la iluminación del aparecer. Es decir, la obra es una fenomenología de la ausencia o de la inaparición, que es lo que fundamenta lo presente o fenómeno. El filósofo judío ofrece, en esta obra, un buen ejemplo de proceder fenomenológico y avanza a lo largo de las diferentes secciones paso a paso poniendo de relieve mediante descripciones magistrales las tesis ya defendidas en el prefacio.
En la primera sección, “El Mismo y lo Otro”, trata de describir el modo en el que lo Otro, la exterioridad, está presente en lo Mismo, sin desgarrarlo ni deteriorarse a sí mismo. Esa relación entre el Mismo y el Otro, en la que no se anulan ninguno de los dos, es el lenguaje, el discurso en el que el Mismo sale de sí mismo para dirigirse al Otro. A esto Lévinas lo denomina metafísica, religión y ética, en función de qué aspecto de dicha relación desee evidenciar: a la oposición a la totalidad ontológica que absorbe lo Otro en lo Mismo le corresponde el término “metafísica”, al rechazo de la inmanencia y la absorción del absoluto en la totalidad le corresponde el vocablo “religión”, y a la afirmación de la exigencia y responsabilidad implicada en tal reconocimiento le corresponde el de “ética”.
Para Lévinas la presencia de lo Otro es la bondad, que se expresa en el rostro. Este rostro que llama a la responsabilidad se hace patente en el discurso que no es violencia, ni retórica, sino encuentro con la verdad y la justicia. Por ello este discurso es ético: «la idea de la totalidad y la idea de lo infinito difieren en esto: la primera es puramente teórica, la otra es moral». Lévinas busca decir eso que la filosofía tradicional ha olvidado o perdido en el discurso ontológico y, por ello, ha de decir y desdecirse, ha de partir de lo dicho para mostrar el Decir.
Por ello concluye que es posible y necesario pensar de nuevo el sentido del ser humano, de la realidad y de Hashem, aunque para ello hay que acudir al lenguaje griego u ontológico, sabiendo que hay que desdecirse. De este modo no hay que perder de vista que el Decir supera a lo dicho, pero se muestra en lo dicho. Por eso Lévinas se sirve de la fenomenología para comprender lo dicho, la ontología, y para mostrar en lo dicho la huella del Decir, del otro y de Hashem. Es el momento de pensar de una vez más allá de la filosofía tradicional para encontrar el verdadero sentido de la realidad: pensar lo uno y lo otro.
Fue un escritor muy prolífico desde 1930 a 2006 cerca de 42 obras de filosofía.

Nota del autor: La recopilación y bibliografía fue extraída de las siguientes páginas:
https://www.philosophica.info/voces/levinas/Levinas.html#toc1
https://www.redalyc.org/jatsRepo/3798/379853583009/html/index.html
https://plato.stanford.edu/archives/sum2015/entries/levinas/
http://ve.scielo.org/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0798-43242010000200003
https://en.wikipedia.org/wiki/Emmanuel_Levinas