Setiembre-octubre del 73'. La izquierda, el sionismo e Israel

Una oportunidad perdida

"Esta vez los judíos estuvieron muy bien!". Estas palabras, en boca de un militante del PRT-ERP (Partido Revolucionario de los Trabajadores- Ejercito Revolucionario de Pueblo"), en la noche del 11/9/1973, son mi recuerdo -y quizás fantasía- de que las cosas podrían haber sido diferentes. Y aunque comparto el análisis del maestro y hoy amigo Leonardo Senkman, en este mismo envío, no quiero dejarme llevar por un pesimismo ilustrado, pensando que no había otra, y que no hay nada qué hacer, y que el sionismo socialista es para la izquierda argentina -y quizás latinoamericana- en el mejor de los casos, un hueso en la garganta.
Por Shlomo Slutzky

Con apenas 16 años, el 73 encuentra a quien escribe en una remolino de sensaciones que compartían miles de jóvenes judíos en aquellos días: Por una parte, el compromiso con la conclusión práctica de Dov Ber Borojov: que la posibilidad del judío de participar efectivamente en la construcción de un “mundo nuevo”, y de la revolución socialista que lo lograría, pasa por la concentración territorial en Israel.
Es así como considerábamos que, a la larga, cuando termináramos la secundaria o unos aňos después, emigraríamos a Israel a sumarnos a las luchas locales por la paz y la igualdad, dejando de ser minoría nacional en la diáspora, eventual y común chivo emisario y víctima de persecuciones. Todo esto en Israel –así creíamos- desde donde podríamos participar integralmente y como iguales, en la revolución internacional.
Pero, por otra parte, hasta que pudiera materializarse este plan de acción personal guiado por libros como «La cuestión Nacional» o «Nuestra Plataforma», del nombrado D.B.Borojov, la realidad argentina nos llamaba a gritos y nos tentaba a la acción en nuestro derredor: a participar en las movilizaciones sociales, en las elecciones de marzo del 73, de las manifestaciones por la liberación de los presos políticos con el arribo del gobierno de Cámpora, que nos recordaba las protestas en las que participamos después de la Masacre de Trelew en agosto del 72, cuando fueron asesinados 16 presos políticos que participaran en el intento de fuga unos días antes, entre ellos un ex miembro de un movimiento juvenil sionista, como lo éramos nosotros en el 73.
Como juventud con experiencia comunitaria, en trabajo en grupos y como instructores de grupos (Madrijim) sobresalíamos en la capacidad de organización en los marcos estudiantiles no judíós en los que nos movíamos día a día –universidades, escuelas secundarias , etc.- y muchas veces nos convertíamos en líderes naturales o asesores en organización de los activistas sin formación previa, con la que nosotros llegábamos a la acción política.
Y en más de una ocasión entramos en conflicto cuando teníamos que explicar a los compañeros en la escuela por qué el fin de semana no podíamos sumarnos a una reunión para organizar la actividad, sin extendernos respecto a que teníamos que llegar al «Ken», el local del movimiento juvenil sionista socialista, en mi caso Hashomer Hatzair; en el caso de cientos y miles de jóvenes judíos argentinos en aquellos días, Dror, Ijud Habonim, Hejalutz y otros, para educar y educarnos en el sionismo, el socialismo y la confraternidad entre los pueblos, consignas de Nueva Sion durante décadas.
Vivíamos en una virtual doble militancia, aunque no doble fidelidad. Un torbellino de sensaciones enfrentadas, pero que devenían del compromiso judío antes que socialista o de izquierda: «Lo taamod Bifnei Dam Reeja» (esa ordenanza que obliga a no quedarse impasible ante la sangre y el sufrimiento del prójimo), aquel mandamiento que heredamos de nuestros escritos judíos y nos obligaba a pensar en futuras batallas por la justicia en Israel, pero nos prohibía cerrar los ojos a nuestro derredor, obligándonos -de una manera u otra- a tomar posición y actuar.
Quienes estábamos en la dirección del movimiento que congregaba a Hashomer Hatzair y Baderej, pero también a los integrantes de varios centros juveniles judíos en Buenos Aires y el interior (algunos de nosotros de 17 aňos en el 73 y algunos apenas unos años mayores), veíamos con claridad el fenómeno de compañeros sionistas socialistas que participaban de manifestaciones y actividades de movimientos de izquierda nacional y del peronismo de base.
Estos movimientos y estas actividades señalaban una alternativa de acción concreta en respuesta a la realidad, frente a la propuesta sionista socialista de «terminar la secundaria sin complicarse con la realidad nacional y luego realizar la «Aliá'», el compromiso sionista de emigración a Israel y al kibutz, desde donde encarar –en hebreo y en una realidad desconocida- la batalla socialista.

De los “planes de acción” a la “acción directa”

Es en esta realidad signada por el término de la Dictadura militar Onganía- Levinsgston-Lanusse, en las vísperas de las elecciones del 23 de setiembre del 73 en las que Perón volvería a ser Presidente de la Nación, a meses del Golpe Militar en Uruguay de junio del 73, en medio de una efervescencia política de la juventud argentina y judía, que decidimos dar un cauce organizado a esta fidelidad judía con el prójimo. Pero una alternativa propia, sionista socialista, acompañado por el símbolo judío del Escudo de David, la Juventud Sionista Socialista la JSS.
Mucho había para pensar, discutir y decidir acerca de los límites de acción de esta organización, sobre el papel que habíamos ideado. Mucho había que organizar y eso era lo que estábamos haciendo en los días anteriores al 11/9/73. Pero los hechos no nos permitieron seguir planeando cuando escuchamos la maňana de ese día las trágicas noticias de Chile. Chile que era para nosotros -con Salvador Allende a la cabeza- el ejemplo de la viabilidad del camino democrático al socialismo en América Latina.

 

El 11 de setiembre del 73 fue para muchos jóvenes en Latinoamérica la señal que los envió a la lucha armada, ante el fracaso de la vía democrática. Y a nosotros, en la sede de Junín 265 donde estaba la sala de TZAVTA y las oficinas del periódico Nueva Sión, a nosotros nos hizo decidir que esa misma tarde nuestra Juventud Sionista Socialista pasaría del borrador sobre el papel a una bandera gigante, y que nos plegaríamos a la manifestación de repudio al golpe que escuchamos que se estaba organizando frente al Congreso Nacional.
Ya no planes de acción y límites predeterminados, sino acción directa.
En setiembre del 73, sin celulares, internet, redes sociales u otros medios de diseminación de la noticia y nuestra propuesta, más y más jóvenes judíos se fueron sumando a la organización, sin poner nosotros –como promotores- ninguna condición a quienes pedían participar.
Cuando unas horas después arribábamos entre 700 y 1000 compañeros (Javerim) a la Plaza Congreso, que ya estaba prácticamente llena, percibíamos que estábamos viviendo un momento histórico para Latinoamérica. Pero cuando el conductor del acto pidió por los parlantes instalados en las escaleras del Congreso «Les pedimos a los compañeros del PRT que den unos pasos atrás para permitir incorporarse a los compañeros de la Juventud Sionista Socialista», entendimos que estábamos haciendo historia, de Latinoamérica, de Argentina y del sionismo socialista en particular.
Gritábamos al ritmo de los compañeros de las organizaciones políticas y militarizadas, repitiendo sus cánticos y consignas, nos sentíamos parte a nivel del piso, pero también parte en la bandera y el escudo de David legitimado por la plaza. Contestábamos a preguntas de los militantes que apuntaban a la bandera y el escudo y también ellos querían saber de qué se trata. Veíamos acercarse a compañeros que sabíamos que habían pasado por movimientos sionistas y se habían alejado, como buscando conocidos, como buscando no estar solos, como buscando cobijo. Y cobijamos.
Estábamos conmovidos por las puertas abiertas al diálogo -que nos imaginábamos- con la izquierda local, enseguida después de que se calme el clima de las elecciones del 23 de setiembre.
Y fue esa noche del 11/9/73, volviendo en el colectivo a mi casa en Almagro, cuando me descubrí siguiendo la conversación de dos militantes del PRT, probablemente estudiantes universitarios, que comentaban la magnitud y potencia de la manifestación en la que habían y habíamos participado. Fue entonces que escuché esa frase de admiración que me hizo creer que sería posible: «Esta vez los judíos estuvieron muy bien!».
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El punto de inflexión, donde todo eso que imaginábamos cambió

Y hubo después varios días de movilización por Chile, pero ya entendiendo que estaba todo perdido ahí por aňos. Y hubo unos días después elecciones en las que Perón fue elegido con el 62% de los votos, y pasó el Aňo Nuevo judío (Rosh Hashaná), en el que hasta los más laicos festejaban con sus familias. Y antes que nos diéramos cuenta y pudiéramos entablar las conversaciones con las organizaciones de la izquierda local -como habíamos nosotros y yo mismo programado-, llegó el golpe.
El golpe de la Guerra de Yom Kipur, aquella que costó la vida de decenas de miles de soldados y civiles árabes e israelíes, que mantuvo por semanas a millones de judíos en el mundo en tensión respecto a las posibilidades de Israel de sobrevivir al ataque sorpresa, aquella guerra que depondría a posteriori al gobierno de Golda Mayer y años después pusiera fin a la serie de gobiernos laboristas en Israel. Aquella guerra de la que una víctima más fueron los sueños del diálogo del sionismo socialista con la izquierda argentina planeadas para «Después de Yom Kipur«.
Miles fuimos los judíos que salimos a manifestar con la bandera de «Solo la paz es revolucionaria en el Medio Oriente» y nuevamente con las siglas JSS (Juventud Sionista Socialista) al frente. Pero estaba claro que en esta guerra nosotros no somos de la ONU y que si bien queremos la paz la queremos para Israel.
Y aquellos que unas semanas atrás nos recibieron curiosos y hasta atentos, haciéndonos lugar en la plaza llena de bronca por Chile, por Uruguay meses atrás y por lo que se venía en unos años en la Argentina, aquellos compañeros de Plaza Congreso, estaban ahora del otro lado, festejando y glorificando a los países que habían logrado sorprender y golpear al «antro imperialista norteamericano en el Medio Oriente», dispuestos a que la guerra finalizara con la eliminación física del Estado de Israel.
Ahora, a partir del 6 de octubre del 73, estábamos enfrentados.
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Perdimos la oportunidad.
Y no supimos encontrar otras.
Con el tiempo, los gobiernos israelíes dejaron de ver la importancia de buscar contactos y apoyos en gobiernos progresistas, Israel se hizo más dependiente internacionalmente de los EEUU, encontrándose varias veces al año en el puñado de votos a favor de mantener el bloqueo a Cuba u otras causas imposibles de justificar o aún entender.
Y las dirigencias comunitarias, autoproclamadas portavoces del sionismo y de Israel, responden como soldados obedientes a todos los mandatos de cada uno de los gobiernos de Israel, contestando en nombre de Israel cuando se critica una decisión del gobierno de Jerusalén en cada una de las acciones militares en las que se ve complicado en Gaza o Cisjordania, olvidando que son representantes de los judíos que viven en otro continente y tienen también otros intereses.
Y andá a explicarles en estos días a aquellos trotzkistas que están dispuestos a sumarse -desde la izquierda- a manifestaciones antiisraelíes de organizaciones fundamentalistas islámicas, que nosotros somos sionistas, pero diferentes…
O andá a convencer a organizaciones de los que se llama el campo nacional y popular, cuando el mero intento de diálogo con estos sectores te cuesta en sanciones de la dirigencia comunitaria judía, que te acusa de romper el frente interno; cuando te cernis como judío que expresa su afecto por Israel, pero sin estar dispuesto a apoyar automáticamente todas las decisiones de su gobierno de turno. Cuando decís: «No en nuestro nombre» ante decisiones del gobierno israelí que van en contra de valores y principios humanos y judíos, que son los nuestros y los míos.
Pero no cabe otra. La nostalgia de los setenta no es un programa de acción. Y si perdimos una oportunidad por las circunstancias, y si fuimos otra víctima de la guerra de Yom Kipur, eso no dice que no podamos y debamos seguir buscando el diálogo con la izquierda y los sectores progresistas de los lugares donde habitamos.
No para ser con ellos simpáticos o serviles, sino porque los necesitamos y ellos nos necesitan.
Y porque vale la pena el intento