Los motivos de Stalin
Comencemos señalando que, caída la Unión Soviética y abiertos en parte sus archivos secretos, los historiadores pudieron confirmar lo que antes ya era una vehemente sospecha: que a fines del año 1947 Iosef Stalin había llegado a la conclusión de que un enfrentamiento armado con Occidente era muy factible, y que en su paranoica evaluación de los distintos grupos humanos que componían la URSS en busca de eventuales quintas columna en dicho conflicto (como amargamente le había sucedido con otros grupos étnicos durante la reciente Segunda Guerra Mundial), su mirada se había posado muy críticamente al respecto sobre los dos millones y medio de judíos que por entonces allí habitaban.
¿Qué lo llevaba a dudar tanto de su lealtad? No era unclásico antisemitismo, si bien esto seguramente no dejaba de influir. Pero probablemente lo que más lo perturbaba era esa empecinada actitud de los judíos soviéticos de considerarse vinculados con los de otras partes del planeta, una especie de “doble lealtad” con lo cual ponían, en su opinión, en peligro algo que él consideraba absolutamente fundamental: “la unidad indisoluble del pueblo soviético”. Y él yahabía expuesto reiteradamente su convicción respecto a tan indispensable unidad (centrada tan solo y excluyentemente en torno a supersona):”todo aquel que la ponga en peligro, con sus actos, con sus pensamientos, o con sus eventuales pensamientos, debe ser extirpado sin vacilar”. Los judíos en su empeño de relacionarse con otros del resto del mundo la ponían en su opinión en peligro, en consecuencia debía buscarse una solución a tal amenaza.
En el pasado con tártaros, alemanes del Volga, minorías polacas, Stalin había utilizado el método de implementar brutales traslados desde la Rusia europea a distantes regiones en Siberia, y no cabe ya duda que planificó igual destino para los judíos. Pero en este caso tenía en claro que debía ser mucho más cuidadoso: hacía poco menos de cuatro años de que el mundo con horror había conocido lo que significó el Holocausto, y un accionar de este tipo provocaría una reacción generalizada de repudio y desprestigio. Por otra parte millones de miembros del pueblo hebreo en todo el planeta eran comunistas o simpatizantes, y se arriesgaba a perder el apoyo de los mismos en forma masiva con una medida de tal violencia. Por ello todo indica, según los historiadores, que se decidió a aplicarla pero pausadamente, dando una serie de cuidadosos pasos sucesivos previos, bien extendidos en el tiempo,y que permitieran justificar la decisión final de un forzado exilio a la Siberia oriental.
El primer paso lo dio en el año 1948, aniquilando durante el mismo completamente y de raíz hasta el más mínimo vestigio de lo poco que quedaba de la otrora floreciente cultura judía en la URSS, una cultura en idioma idish, laica y progresista. Comenzó haciendo asesinar en Minsk en Enero a su figura más destacada, ShlomoMijoels, actor y director teatral de fama mundial, presidente del Comité Judío Antifascista que fuera tan fundamental para canalizar el apoyo de los judíos del mundo entero hacia la URSS durante la guerra, y renombrado director del famosísimo Teatro Nacional Judío de Moscú. Lo hizo pasar por un accidente, pero de una forma tan burda como para que todos tomaran nota de lo ocurrido. Luego en Marzo cerró Einikait, el último periódico en idish en todo el país. En Abril y Mayo hizo lo mismo con el Comité Antifascista y el Teatro Nacional, de Junio a Agosto fue clausurando una a una las poquísimas escuelas donde aún se enseñaba algo de idish. El golpe final se dio en Septiembre, cuando clausuró la editorial EMES, que agrupaba a poetas y escritores en idish y publicaba sus obras. En Octubre llegaron dos camiones y cargaron la imprenta de la editorial, cesó toda posibilidad de publicar algo en idish en la URSS (donde en el reciente censo seiscientos mil judíos lo habían declarado como su lengua materna) y todos aquellos vinculados a la cultura judía comprendieron que era el final. Efectivamente a partir de Noviembre decenas o centenares de poetas, novelistas, actores, pintores, músicos, críticos literarios, intelectuales en general, fueron cayendo presos. Pocos sobrevivieron.
Durante los años siguientes y en forma sistemática se fueron apartando a los judíos de cargos de responsabilidad, fueran en el Estado como en el Partido. Y hacia principios de 1950, cuando contrariando las esperanzas de Stalin Israel proclamó su voluntad de ser estrictamente neutral en el conflicto Este-Oeste, el antisionismo, que siempre había estado muy vigente en la URSS, tomó ahora características virulentas al insinuarse que todo contacto personal con las embajadas de ese país podía calificarse de espionaje. Desde ese año comenzaron las denuncias en tal sentido y por consiguiente los juicios por espionaje contra judíos en casi todos los países del este europeo en la órbita del comunismo. Lo que es más, la emigración a Israel hasta entonces permitida e incluso fomentada en dichas naciones (en la URSS siempre estuvo vedada) fue cada vez más difícil y peligrosa. Pero la culminación de esta campaña se dio en Noviembre de 1952 con los muy publicitados juicios de Praga. En Checoslovaquia antes de la guerra habitaban centenares de miles de judíos, pero para 1952 quedaban tan solo tres mil. Pero se ingeniaron para ubicar a trece entre ellos, todas figuras de relieve e importancia en el pasado inmediato en el comunismo checo (entre ellos el ex Primer Ministro Rudolf Slanski) y acusarlos, junto a otros tres no judíos, de traición, espionaje en complicidad con la Embajada de Israel, desviacionismo ideológico, etc. En el juicio posterior, efectuado con gran espectacularidad, el fiscal no intentó ocultar el carácter antisemita de la acusación; por el contrario recalcaba y enfatizaba abiertamente la condición de judíos de los acusados. Todos estos desde ya “confesaron” sus crímenes, y doce de los trece fueron condenados a muerte y ahorcados.
Culmina el terror
Pero lo peor, y punto de partida para la eventual deportación, llegó a continuación, cuando la agencia de noticias TASS a mediados de Enero de 1953 denunció un plan de médicos judíos para, mediante tratamientos ex profeso equivocados, eliminar a la cúpula del comunismo soviético y de sus fuerzas armadas. Los médicos denunciados fueron inicialmente seis, pero se estima que en Febrero ya eran más de cincuenta los detenidos, se iban obteniendo las respectivas “confesiones” y se preparaban espectaculares juicios públicos en Moscú. Es difícil describir el sufrimiento que atravesaron a partir de ese momento los judíos en la URSS, frente a una acusación que los retrotraía a las peores épocas de la Edad Media. Eran insultados y hasta golpeados en la calle al grito de “envenenadores”, nadie quería atenderse con médicos judíos, un clima de pogromo se vivía en todas partes. Circulaban los más horribles rumores, aparecían cartas firmadas por prestigiosas personalidades hebreas dirigidas a Stalin pidiendo el traslado a Siberia Oriental “para ponernos a salvo de la justa ira del pueblo soviético”. Ya quedan pocas dudas que se estaba planificando el transporte ferroviario al este, incluyendo los descarrilamientos en el camino y los “espontáneos” ataques contra esos trenes de los “camaradas indignados”. Y cuando parecía se desvanecían todas las esperanzas se produjo el milagro: el 5 de Marzo se anunció que Stalin había muerto. Es notable que lo primero que hizo el triunvirato que lo reemplazó fue anular totalmente el juicio, reponer a todos los acusados en sus anteriores posiciones, detener a los acusadores y fusilarlos expeditivamente. Está claro que no querían que pudiesen hablar demasiado.
Los años grises
Pero debemos tener presente que la muerte de Stalin tan solo detuvo el terror, el antisemitismo rojo prosiguió en la URSS, y como algún historiador ha dicho, “los años negros tan solo se volvieron grises”. Como punto de partida señalemos que la cultura judía siguió estando absolutamente prohibida. Era notable: minorías mucho más pequeñas en población que la judía como alemanes del Volga, tártaros, polacos, uzbecos, podían editar miles de libros en su idioma, diarios y periódicos, y podían tener escuelas en las que enseñaran sus lenguas a sus hijos. El UNICO pueblo que lo tenía prohibido era el judío. Además sus integrantes iban viendo como se les clausuraba cada vez más el acceso a posiciones de responsabilidad en el Estado y el Partido, y ciertas carreras universitarias ligadas a las Ciencias Sociales en la práctica les estaban vedadas. La discriminación ni se ocultaba. Cuando Kruschev inicia una violenta campaña contra el floreciente y tan extendido mercado negro en la URSS, llega a implantar pena de muerte como castigo excepcional en ciertos casos. De los dos centenares que llegaron a ser ejecutados hasta que cesó la campaña el 78% eran judíos, siendo que estos representaban el uno por ciento de la población. La diferencia entre ambos porcentajes es inexplicable si no acepta que se trataba de una nueva manifestación de antisemitismo, y que este perduró hasta la llegada de Gorbachov y su perestroika al poder.
Dos reflexiones para extraer las imprescindibles enseñanzas que nos deben arrojar estos recuerdos. En primer lugar el antisemitismo rojo quebraba una especie de pacto tácito que había atraído a millones de militantes judíos hacia el socialismo, y que sin duda era una de las causales determinantes, como lo fue para mis padres, de su altísima participación en los partidos comunistas en todo el planeta: la certeza de que tal tipo de conductas racistas y discriminatorias que humillaban no solo al pueblo hebreo sino a través del mismo a toda la humanidad sería en la nueva sociedad a crearse completamente imposible. De hecho, cuando leemos los intentos de explicación que los judíos comunistas dan en su prensa en Argentina sobre sus desmentidas primero y sobre su silencio absoluto durante ocho años después referente al destino de los escritores y poetas desaparecidos en la URSS (hasta que les fue imposible ocultar lo ocurrido) explicaban que “no podía tratarse de antisemitismo” ya que “la Unión Soviética es un país socialista, y en un país socialista, sabíamos, el antisemitismo es por definición imposible…” o más aventurado e insólito aún: “No podíamos concebir que si en un país socialista un grupo de gente era castigado esto no podía tener lugar sin una causa que lo justificara plenamente”. (Nuestro amargamente conocido en Argentina durante el infame Proceso Militar del “por algo será, algo habrán hecho”). Este dogmatismo, al que hemos calificado en nuestros estudios de un carácter absolutamente religioso, es cómo podemos apreciar de una peligrosidad y ceguera inauditas.
En segundo lugar, y quizá sea la lección fundamental a extraer, debe quedarnos absolutamente claro que por loable y maravilloso que sea el destino final que se pretende para una sociedad humana, si para alcanzarlo se violan en el procesoderechos humanos fundamentales como las imprescindibles libertades públicas, una justicia independiente y la absoluta igualdad ante la ley, la probabilidad de fracaso es enorme y los fines más nobles quedarán reducidos a un destino de dolor, angustia y frustración.