La alteración de la supuesta secuencia temporal dice de lo vivido la noche del sábado 6 de agosto. Despedir a Mario de su y nuestra vida, reencontrarme estremecido con mi historia de casi 30 años en esa pequeña secta de amigos entrañables que vivimos tan juntos cuando aún no sabíamos lo jóvenes que éramos y el tiempo todavía no había llegado a ser un bien escaso
El mismo día cumplían sus años mis hijas y una de ellas abría una muestra de juguetes e infancias en, precisamente, el parque de la Memoria
Demasiado para un día, mucho más para una noche
Y ahí estaba la gente, estaba Mario tan presente en su iniciada ausencia.
Un Mario, entre los diversos que cada uno conoce, para mí el More, aquel que nunca debió dejar de serlo, que tuvo que mostrar y mostrarse en su imposibilidad de ser y hacer negocios para reencontrarse en el camino con su vocación nunca perdida de hacer y contar historias, que es la más potente forma de enseñar que conocen los buenos maestros
Tal vez la literatura fue para él ese mundo ficcional donde todo es posible y merece ser contado Mi duda siempre fue: ¿Leía para sí o leía para contarle a los otros?
La literatura fue, posiblemente, su Jeder, su pizarrón donde donar palabras a quienes podían y querían escucharlo
Era el narrador y personaje de sus historias porque al contarlas las reescribía con su acento, sus ampliaciones de humor e ironía y su fuente inagotable de expresiones del ídish, su real lengua madre o la madre de su lengua
Lengua tan filosofa como irremediablemente filosa, huérfana de todo filtro y represión, gozada, sufrida y consentida
Mario era o podía ser el personaje judío de un cuento escrito por Scholem Aleijem si viviera, de esos personajes irrepetibles pero que al mismo tiempo dan el tono de una veta de la cultura que habitan. Como dijera Ariel, su hijo: ¿dónde se conoce otro Mario como este Mario? Allí donde su anecdotario pleno de giros, sorpresas y desatinos camina delante suyo
En absoluta y solitaria rebelión con el tiempo y la practicidad, Mario atravesó también el dolor y el sufrimiento de no saber ser para un mundo apurado, material y sediento de productividad,
Para ese viaje tuvo red y sostén: su familia.
Perteneció, creo yo, a esa minúscula, ardiente y cuasi extinguida tribu de idischistas de izquierda, liberales, ateos practicantes y lectores a tiempo completo cuyo cacique indiscutido me parece, fue Eliahu Toker, poeta, viajero temprano de esta vida desatenta, que vivían el ardor de debates de letras interminables alrededor de alguna mesa de un bar del once
Eran, tal vez, los “hombres sensibles del Once”, Dolina dixit, en franca oposición a los refutadores de leyenda del Country, que siguen militantemente convencidos que lo que no se toca no existe.
Abel, nuestro amigo, dijo en esa noche que Mario siempre llegaba tarde y eso le salvo la vida, 28 años atrás. Cierto, me permito seguir su hilo, la enfermedad llego demasiado temprano y la Parca no perdió el tiempo
Mario hubiera tenido muchas más historias que contarnos, nos van a faltar, nos va a faltar
Una muestra mas que si Hay Dios, no conoce la justicia.
Bernardo