Poética de incrustación idish en Héctor Libertella

“Ponele que trabajás en Mundo Israelita” (1)

En esta presentación atravieso de algún modo el dilema de lo llamamos literatura judía: siempre pensé, sentí, entendí que el idish era una lengua de figuras, de palabras-valija (portmanteau), de imágenes. En esta lectura propongo como esas figuras extendían el castellano de un goy, como Héctor Libertella mismo se nombraba risueño a veces.
Por Laura Estrin *

Libertella construyó su obra desarmándola: frases que en otros libros son capítulos, capítulos que se le vuelven libros.  A ese movimiento (mucho más que un procedimiento) constituyente lo llamaba “desvío”. Como la confusión de nuestra tradición nacional la Biblioteca del Obispo de Orellana en la Librería de Marcos Sastre. Y cuando conoce el idish por su suegro dispone dos o tres términos estratégicos para nombrar especificidades de su concepción literaria.

Libertella ya había inventado palabras-frases como “el corte argentino”, “patografía”, etc. En esa forma literaria informe, híbrida, el autor imbrica idish. Así para Libertella el mercado vuelve shvitzer al escritor, incluso lo vuelve cuentenik. Y, más extensamente, en su mundo literario supone un ghetto y una Torá negra (visible/invisible). El idish trae cuando aparece emoción y un plus de sentido. No es un devenir, es una extensión, una sobre-vivencia.

Héctor Libertella agujereó la literatura argentina confundiendo ficción, relato, crítica y biografía. Perforó la corriente letrada con sus metáforas y su humor. Construyó un laberinto donde situó lecturas, genealogías críticas latinoamericanas y argentinas. Puede considerárselo un saltimbanqui de la escritura, caballero que pudo entrar y salir de las academias y del mercado literario con buenas maneras: pudo ir de la UNAM – en sus años de exilio como editor- a destilar solito-su-alma sus reescrituras en los últimos diez años porteños.

Libertella inventó figuras construyendo una obra unitaria, un sistema –como le dijo alguna vez Jitrik, una frecuencia, un aparato –como afirmaba Nicolás Rosa refiriéndose al aparato de la corte pero también señalando algo de lo artificial del mundo moderno. Connatural a los tiempos del imperio del signo (Meschonnic, Para salir de lo Posmoderno), Libertella pensaba en términos de forma, bien material, y se inventaba una jerga propia muy precisa: patografía, el corte argentino, la librería argentina, etc. En ese mundo lingüístico incrustó un idish referido y familiar que trajo de su suegro. Aquí situamos entonces el encuentro y la reflexión de esta propuesta sobre un autor goy –así se decía a sí mismo a veces risueño- que trama y piensa movimientos literarios de su hacer usando algunas figuras lingüísticas idish (2).

Implícitamente, además, tensamos esta singular inscripción de una lengua menor (Deleuze, “Por una literatura menor”, Mil mesetas) frente a los que no pueden/quieren pronunciar el idish, titubean frente a un nombre o apellido judío, esa pronunciación informe que irrita al id -como el zid frente al hebrei que recuerda Brodsky . Libertella usa términos precisos, elocuentes, justos para su obra que podrían enfrentarse al reiterado “como se dice”, “cómo dicen Uds” o “qué se dice…” que ensaya nuestro entorno gentil frente a alguna festividad judía. Quizá sea el caso de referir un grado más de este uso del idish que ahí presentamos cuando Shklovski cuenta en su biografía de Maiakovski que el poeta frente a un público georgiano que en esa lengua sin traducción lo saludaba en una lectura, respondió en un idish sin traducción (Shklovski, Maiakovski). Shklovski era judío, Maiakovski, no.

Cito Libertella: «En ciertos ¿sus más ciertos? momentos, la literatura no parece la comunicación generalizada entre yo y mi público, o entre yo y los hábitos de lectura de mi público, sino apenas la práctica del cuchicheo de dos en un palacio; el diálogo cortés entre un escritor y las expectativas sintácticas y dispositivas de quien deseó amoldarse a él- Ese molde deseante -llámese Mamá, Mecenas, Papa, Rey, Papá, cacique, Editor, Emperador- viene a dar con otra forma de escribir totalmente ignorante de las ansiedades que genera el mercado, ésas que obligan a muchos escritores a comportarse como shvitzers». Un shvitzer es un transpirador, si sigo una traducción literal propia y quizá algo ad-hoc, alguien que consigue cosas no por capacidad sino por insistencia, por esfuerzo reiterado, un apelativo amañado a crítica negativa en mi idish familiar. Considero, además, que no hay traducción exacta para esta lengua múltiple y de intensivo uso doméstico-hogareño pero evidentemente Libertella invierte ese posible signo negativo en su apropiación. El escritor está obligado a comportarse como un shvitzer y Libertella nos lo da a leer sin comillas ni cursivas. ¿Apropiación formalizada así?

Libertella incrustaba un idish oído de su familia política, lo hacía de vez en cuando en sus escritos, concretamente dijo y escribió que le venía de su suegro, Tevie Kamenzsain (3). Tomo un segundo ejemplo: “Tú, Laszlas, profesor. Yo, Cudemo, cuentenik… No sé. Pero desde aquella tarde, y hasta el día de la muerte de este viajante, así empecé a denominar yo y bajo ese rubro general de cuentenik decidí agrupar el variado conjunto de mis actividades en el mundo” (Memorias de un semidiós). Allí también Libertella mediante el término idish caracteriza justo una perspectiva fragmentaria y de movimiento que constituye su obra. Alguna vez afirmé que Héctor Libertella reescribió durante toda su vida sus primeros cuatro libros, repitiendo, cortando, recortando sintagmas, frases, escenas de ellas que literal o reformuladas las hacía aparecer en otros contextos y en nuevas obras. O, más contundente, una escena, una afirmación, un relato se le transformaba en libro entero, como el relato de La librería Argentina, originalmente ensayo de Las sagradas escrituras independizado más tarde en libro autónomo. Un autor-cuentenik que reescribe y repasa sus libros-clientes con las mismas telas, las mismas sábanas e hilos-sintagmas, escenas, imágenes y relatos qué hábilmente vende a cuenta.

En esta breve reflexión vuelve parte de lo que Milner supone en El judío del saber, historia de verdades y equívocos que nos hizo pensar que muchos han querido ser judíos frente a la situación más habitual y más estudiada del ser judío como dificultad, rispidez o deseo de alejamiento. Quererse/pretenderse judío parece un movimiento menor aunque no ausente en muchos  autores, quizá en el deseo informe de ver que en lo judío pasa algo y que no todos están dispuestos a perdérselo y que Libertella ilustra concretamente en su uso de ciertos términos más o menos conocidos del idish en una literatura muy trabajada como neovanguardista. Aproximación que hemos rechazado numerosas veces pero que ayuda a proponer en ese canon literario justamente el entrechocante movimiento que opera al imbricar una lengua-folk, por decirlo inicialmente de algún modo, una lengua familiar en ese mundo de artificio que su movediza obra construye. Entonces, asimismo, la imbricación del idish interrumpiría su supuesta vanguardia, mote con que se lo suele presentar en programas, lecturas e interpretaciones varias. Queremos decir que, justo de modo inverso, podríamos pensar que la incrustación de idish nos llevaría a afirmar que su literatura pese a su cáscara formal tiene un corazón existencial, lo que hemos afirmado en muchas de nuestras aproximaciones anteriores del autor (El viaje del provinciano, Memoria irreversible, Libro Autor) de diverso modo.

Consideramos que los autores son justamente aquellos que inesperadamente trabajan la lengua creando más lengua. Asimismo y conjuntamente a ese movimiento específico de su poética escrituraria, Libertella ha inscripto su ética (4) . En este sentido, además, puede pensarse en toda la poética de la lectura que este autor arrastra en su producción en relación a la dimensión que el libro tiene en el imaginario judío –según muchas aproximaciones que repiten esto una y otra vez. Luego, la central ocurrencia de la figura «ghetto» en El árbol de Saussure y también de la «Torá» negra, muerta, invisible y visible a la vez. Ghetto es un término que se irradia hacia toda su obra indicando una comprensión muy singular de lo que podríamos definir como ´campo literario´ a partir de Pierre Bourdieu (5), un mercado literario en amplio sentido.

Nicolás Rosa decía que no hay que tener muchas ideas y refería el encuentro entre Einstein y Valery donde el científico le decía al poeta que solo había tenido una idea en su vida frente a las muchas del escritor francés… Por lo que aquí solo queremos referir brevemente una instancia más de análisis que dejaremos solo enunciada.

Nicolás Rosa también afirmaba que las imágenes, las figuras, los géneros, algunas formas simples (Jolles, https://monoskop.org/images/3/3e/Jolles_Andre_Las_formas_simples.pdf)  migraban. Migraban de serie literaraia en serie social, de generación en generación, de formas discursivas simples a otras más complejas. Así podríamos pensar muy sintéticamente el mecanismo que Bajtín proponía para la novela como encuentro dialógico de formas simples. De modo parecido ¿por qué no pensar que el idish, sus sintagmas, sus palabras portmanteau o palabras valija, migran a la manera de formas simples a ciertas escrituras? Alimenta esta suposición la lectura de Aby Warburg quien nos propone la supervivencia de las imágenes de una era a otra, de la Antigüedad al Renacimiento, como caso clave (La pervivencia de las imágenes). El conocido historiador del arte señaló que lo que denominó Pathosformel era una “fórmula expresiva”, una organización de formas sensibles y significantes (palabras, imágenes, gestos, sonidos) destinadas a producir en quien las percibe y capta una emoción y un significado, una idea acompañada por un sentimiento intenso que han de ser comprendidos y compartidos por las personas incluidas en un mismo horizonte de cultura. Todo Pathosformel tiene por lo tanto un origen histórico preciso, un tiempo en el cual se construyó y obtuvo su configuración más sencilla, eficaz y precisa, un devenir que lo despliega en la larga duración y lo ubica en el ámbito geográfico y cultural de una tradición de donde pasa o es elegido por otros tiempos y por otras formas artísticas. Esta última aproximación nos llevó a proponer aquí que las incrustaciones de idish de Héctor Libertella cual imágenes o figuras, porque así podemos entender esos segmentos de idish desviados como él mismo postuló la posibilidad de circulación de la crítica y la historia literaria en Ensayos o pruebas sobre una red hermética, son formas discursivas que extienden su vida al migrar a esos textos futuros.

1) Una vez, cuando me ayudaba con la solapa de César Aira. El realismo y sus extremos (1999), me dijo que ponga que yo escribía en “Mundo israelita”. Este artículo surge de un trabajo presentado en Capacitación UBA-Scholem: “Prácticas y poéticas de la judeidad argentina II, 2021”)

2) El término figura y luego imagen me sirven para marcar la concepción formal con que considero estas formas discursivas segmentadas del idish incrustado.

3) Es el caso de remitir a El Libro de Tamar de Tamara Kamenzsain, mujer de Héctor Libertella, donde ella refiere numerosos análisis que incluyen al idish que su padre traspuso en Héctor constituyendo mucho de lo que ella sería para él, incluso. “Héctor Libertellla (…) tuvo una relación con mi padre en la que lo judío, visto desde la mirada de un goi (o, en traducción, un ´gentil´) fue  la contraseña que los unió en el afecto. No es casual que en el libro Memorias de un semidiós haya un personaje llamado Tevie (el nombre idish para Tobías) y que tanto en este como en varios otros libros firmados por Héctor Libertella, aparezcan palabras en idish y hebreo que, me consta, mi padre le iba apuntando a lo largo de las enimáticas charlas que solían tener y a las que mi ex concurría con cuadernito y lápiz”

4) Aira recordó a Libertella por su ética, única en la literatura argentina: «En la distancia que hace posible la mirada veo nuestra juventud y nuestra vocación. Héctor fue un buen espejo de escritor, para muchos, Y con el tiempo llegó a ser el último que quedaba (…) Los escritores para entonces no sólo habíamos dejado de ser jóvenes. Uno tras otro nos fuimos adaptando, integrando, aburguesando. Llegó el día en que todos nos habíamos vuelto ciudadanos responsables, profesionales con cuentas de banco, empleos, cátedras, agentes. Por mi parte tuve que esperar a que Héctor se muriera para darme cuenta de que entonces ya no quedaba ninguno de la vieja raza, de los que preferían la miseria a concederle a la respetabilidad un sólo minuto de su vida» (C.Aira, «Sin Título», El efecto Libertella).

5) La referencia a ghetto y la mención de la Torá en El árbol de Saussure me la acerca la investigadora Silvana López quien tiene su tesis doctoral sobre Héctor Libertella.

* Trabaja en Letras(UBA), en Teoría Literaria desde 1992 y en Literaturas Eslavas desde 2003, participa en el Instituto de Artes del Espectáculo (UBA) en el Área de Judeidad. Escribió César Aira. El realismo y sus extremos (1999), Literatura rusa(2012), El viaje del provinciano (2018) y Memoria irreversible (2019)