La aceptación de Hezbollah en el proceso electoral tras la retirada Siria suponía dos cosas para la organización islamista: adoptar como prioridad la reconstrucción social y económica del país y, en segundo lugar, el desarme y el desmantelamiento de sus milicias.
Ninguna de estas condiciones estaba dispuesta a cumplirlas. Para el Gobierno de Beirut, Hezbollah debía cesar en sus ataques a Israel para no provocar una respuesta destructora. Pero para el grupo al servicio de Irán, el apoyo de éste -al final- se ha demostrado más determinante que su interés por jugar a la política en el Líbano.
A Irán le interesa desatar la violencia en la zona en estos momentos y sus marionetas de Hezbollah no han hecho sino servir a sus intereses una vez más, por encima de los de El Líbano.
Es Hezbollah con sus acciones quien ha provocado la destrucción del país y en ese sentido, El Líbano es su víctima.
Pero el Gobierno de Beirut también es, a su vez, el verdugo de la situación. Su incapacidad para enfrentarse a las milicias de Hezbollah en la creencia de que era mejor dejarles actuar para ganárselos y no oponerse a ellos, ha llevado a que Hezbollah se convirtiera en un estado dentro del Estado. En términos de la ley internacional es el Gobierno de El Líbano el responsable de no permitir que su territorio sea utilizado para actividades que dañan a otro Estado. Cosa, que como muy bien dice el Gobierno de Israel, Beirut no ha sido capaz de garantizar. Es más, dejando crecer la red terrorista y haciendo la vista gorda frente a sus conexiones internacionales, el Gobierno libanés no ha hecho sino extender el número de objetivos legítimos a los ojos de las fuerzas de defensa israelíes.
Tras la ‘revolución de los cedros’, parecía haber una posibilidad de futuro para un Líbano estable y democrático. Sólo hubiera bastado que Hezbollah se hubiera comportado. Sin embargo, la evolución de El Líbano no ha podido escaparse a la tendencia general en la zona: una creciente influencia del extremismo islamista y del Irán de los ayatolás.
En ese contexto, se ha demostrado que Hezbollah era más fuerte que el Gobierno en Beirut.
De la misma forma, la dependencia de los islamistas libaneses de Teherán también ha dejado claro que no puede haber futuro democrático y pacífico para El Líbano con ellos. Ni tampoco para la región, porque Hezbollah, como también el Hamas, no son sino la expresión de un juego mucho más global, el islamismo frente a la modernidad.
El Líbano necesita la ayuda de la comunidad internacional. Pero no para defenderse de Israel, sino para acabar con Hezbollah y afines. Es su proyecto islamofascista, totalitario y profundamente antidemocrático el peor enemigo de El Líbano.
Ojalá que esta guerra sirva para desembarazarse de ellos y para liberar, definitivamente, a El Líbano del yugo al que lo tiene sometido, todavía, Siria.