El atentado contra Cristina Fernández

No fue un “lobo solitario”

No se trató de un acto aislado, ni de un “loquito suelto” que se inmola con arreglo a los valores en los que sólo él cree. El atentado contra Cristina Fernández de Kirchner ocurrido la noche del 1° de septiembre es la conclusión de una larga saga de erosión de los valores de la democracia, perpetrada por una porción importante del sistema político, de los medios de comunicación, y del poder judicial.
Por Mariano Szkolnik

Mil disparos, una imagen

Abonar un clima social y político de intolerancia, hartazgo, estigmatización y señalamiento de cuál es “el enemigo” responsable de las desgracias colectivas, conduce a que un conjunto no menor de la población acune la impresión de que “no hay salida alguna por los carriles institucionales”. Y la historia demuestra que ese, y no otro, es el caldo de cultivo de las “soluciones finales”.

La imagen televisada se repite una y otra vez, por la dificultad de asumir que el hecho fue cierto, y por la incerteza de cuales hubiesen sido las consecuencias colectivas de haberse expulsado el proyectil. A partir de la acusación a la ex presidenta de ser la jefa máxima de una asociación ilícita constituida para delinquir (sólo una de las cientos de causas que enfrenta Cristina ante un poder judicial que, selectivamente, absuelve a otros políticos por hechos ocurridos durante sus respectivas actuaciones públicas), se sucedieron manifestaciones de apoyo en las inmediaciones de las calles Juncal y Uruguay.

Se trató de un relanzamiento no inédito, pero sí espontáneo, de la figura pública de la actual vicepresidenta de la Nación, que concita el apoyo de una porción importante de la sociedad. La acusación de la fiscalía fue vivida por la oposición de derecha con ánimo tribunero, como si fuera un partido de futbol, con expresiones de goce que poco tienen que ver con la búsqueda de justicia, sino más bien con el amedrentamiento y la humillación del sector que apoya a Cristina; muy lejos estuvieron las principales figuras de Cambiemos de llamar a la unidad o convocar a la concordia: más se parecía a un “les robamos la bandera y los corrimos por la Paternal”. En un clima así de abonado (“son ellos o nosotros”, tuiteó el derechista López Murphi) y enrarecido, en una de las demostraciones callejeras en apoyo a Cristina, un joven se coló entre la multitud y extendiendo su brazo derecho, apuntó y gatilló a milímetros de la cabeza de la líder política. Desconocemos las razones técnicas por las cuales la bala no salió disparada. De lo que sí se tiene certeza es que se trataba de un arma real, cargada con cinco balas de plomo. Solo por obra del azar no se disparó. Otro hubiese sido entonces el contenido de esta columna en el día de hoy…

Un arma, muchos agresores

No es nuestra intención, nuevamente, señalar las responsabilidades políticas, mediáticas y judiciales en la generación de este clima de odio. En sucesivas columnas a lo largo de los años hemos analizado expresiones, discursos, declaraciones y publicaciones que han comparado a la figura política agredida con el demonio mismo, elevando mitos medievales y modernos a la altura de las certezas irrefutables, erigiendo a Cristina no como la representante de un sector político, uno más de los que componen el sistema democrático argentino, sino como la encarnación del mal absoluto, la cifra del atraso, la frustración colectiva, la delincuencia organizada y la desunión nacional. Se trata, en todo caso, de no ver en el agresor a un lobo solitario, sino a una persona sobre la cual se ha operado durante ya décadas, con sobredosis de declaraciones y opiniones televisivas, con comentarios en las redes, sin que la política le otorgue las herramientas críticas para poder analizar y sopesar los fenómenos que, para él y para muchos, ocurren sin ilación alguna. Andrés Sabag Montiel sólo fue el ejecutor, el infeliz y criminal que empuñó el arma, la cual estaba cargada no sólo de balas, sino de significantes elaborados y propalados durante muchos años, con muchas horas de exposición de muchas personas ante la pantalla. Sabag Montiel es aquel que quiso concretar los deseos de muchas personas públicas y anónimas, que esta mañana solamente lamentan que la bala no haya destrozado la cabeza de la principal líder política de las últimas décadas.