Ber Kotlerman

“No fui yo quien eligió al ídish para escribir literatura, sino que el ídish me eligió a mí”

En la actualidad, el ídish está viviendo una expansión sorprendente tanto en ámbitos religiosos como laicos. Ber Kotlerman es uno de los escritores jóvenes dedicados a revitalizar la literatura ídish contemporánea. Hablante de ídish nativo, este originario de Birobidzan es titular de la Cátedra Sznajderman de cultura ídish y jasidismo en la Universidad Bar-Ilan, Israel, y también dicta cursos en las universidades más prestigiosas de Japón, Rusia y Estados Unidos. Invitado por Fundación IWO, Kotlerman visitó Argentina para dictar un seminario internacional de literatura ídish y dar una charla sobre teatro ídish soviético en el Instituto de Artes del Espectáculo de la UBA. Durante su estadía en Buenos Aires, también presentó “Samoyed”, su nuevo libro en ídish, de Editorial IWO.
Por Silvia Hansman *

Mazl tov por la publicación de «Samoyed», tu nuevo libro en ídish. Es un libro difícil de catalogar… ¿Con qué géneros literarios lo vincularías?
-Se trata de una prosa corta de estilo memorístico, o de una novela con muchos datos autobiográficos, un poco condimentada con realismo fantástico. El libro comienza con una carta a mi hijo, y luego se va desarrollando de manera cronológica desde la guerra civil en Ucrania, en el siglo pasado, hasta nuestros días. En el prólogo, Abraham Lichtenbaum, director de IWO Argentina, señala acertadamente el motivo de Pesaj que subyace mi libro: Vehigádeta lebinjá (Y narrarás a tu hijo). Eso es exactamente lo que yo tenía en mente: relatar fragmentos de nuestra saga familiar. Pero no sólo relatarla en ídish porque el ídish surge naturalmente, por ejemplo, en el cuento que lleva el enigmático título de “Setitsajoishej”, sobre las expresiones idiomáticas características de mi bisabuela; o en el relato “Los últimos días de verano”, sobre mi trabajo en el diario ídish Birobidzaner Shtern (Estrella de Birobidzan). A través de este libro quise traerle al lector moderno algo que no es tan evidente: la existencia de una “perspectiva ídish” en la actualidad.

-¿Cómo es el proceso creativo desde esa “perspectiva ídish”? ¿De dónde viene la inspiración? ¿Cuáles son tus modelos literarios?
-Lo cierto es que la labor de escritura me resulta difícil, de lo contrario ya habría escrito mucho más. Por el momento solo publiqué unas veinte obras dispersas en diferentes publicaciones en ídish, desde Varsovia hasta Nueva York. Siempre espero entrar en un estado de ánimo extraordinario, una oleada de ídish que me cautive de tal manera que me haga dejar de lado todas mis obligaciones académicas y me transporte a una realidad alternativa, una realidad que yo puedo crear con mi escritura y que a la vez me recrea a mí mismo como una persona-judía. La inspiración me llega cuando detecto de pronto esa “perspectiva-ídish” en alguna conversación, algún suceso o en algún texto. A veces llega desde un versículo de la Torá y otras veces de una fotografía antigua…
Con respecto a mis modelos literarios, siempre tengo en mente a Scholem Aleijem y a Der Nister. Acerca de ellos he redactado monografías académicas, pero ninguno de ellos constituye para mí un modelo a emular. Hay un relato en el libro, “Del lado del poeta”, en el que puedo señalar una influencia directa de un escritor, aunque no se trata de un escritor ídish. Es el argentino Julio Cortázar con su genial cuento “Axolotl”. Creo que se puede reconocer esa influencia en el fragmento traducido al español que publicamos aquí. Pero en este caso pensé no sólo en el solitario clamor existencial de un hombre, como en el cuento de Cortázar, sino en el destino histórico de Der Nister y de otros escritores judíos que pagaron con sus vidas por sus obras literarias.

-Hablás en muchos idiomas. ¿Por qué escribir en ídish?
-A decir verdad, mi paleta artística sólo tiene los colores del ídish; en otros idiomas no tengo ambiciones literarias. Tampoco existe un público en otros idiomas para el que quiera escribir. Se podría decir que no fui yo quien eligió al ídish para escribir literatura, sino que el ídish me eligió a mí. Se trata de un largo proceso que comenzó en mi antiguo hogar, en Birobidzan, y fue tomando forma mientras trabajaba como director administrativo en la Asociación de Escritores en Ídish de Israel a fines de la década de 1990. En esa época tuve la extraordinaria oportunidad de estar en contacto con decenas de escritores, entre ellos Abraham Sutskever, Mordejai Tsanin, Rivke Basman. Allí forjé una amistad, que mantengo hasta hoy, con Israel Rudnitsky, quien fue secretario de Itsik Manguer. Yo no soy heredero de sus estilos literarios, pero esa experiencia fue mí una verdadera escuela, y me dio la “perspectiva-ídish” que guía mi escritura.

-Mencionaste a tu público ¿Cómo imaginás a tus lectores y lectoras?
-Imagino personas que aman leer, personas exigentes, ávidas de leer un nuevo libro en ídish y también dispuestas a sorprenderse con un libro que, de cierto modo, rompa los modelos tradicionales de la literatura ídish. Para esas personas escribo con la esperanza de que puedan disfrutar, tanto de mis juegos de palabras y de los estratos eslavo y hebreo en el idioma, como de los eventos históricos y la estructura narrativa del libro. Me alegra mucho que se haya conjugado mi propia visión del libro con el concepto de la diseñadora Gabriela Kogan acerca de un libro en ídish como una obra de arte. Así debe entenderse actualmente la edición de un libro: el arte del ídish.

-Volviendo al libro, la palabra “Samoyed” tiene muchas capas de sentido. ¿Cómo surge el título?
-Fue el título de mi primer cuento en ídish. Lo escribí hace 20 años. En aquel momento intenté formular una especie de manifiesto personal. Significa “el que se devora a sí mismo”. Samoyedo es el nombre de una raza de perros originaria de Siberia, la mitológica tierra sin principio ni fin, completamente llana, con lejanos horizontes hacia todos lados, donde no hay nada ni nadie a quién comer, salvo a uno mismo: “Samoyed”. En otras palabras, este título es mi elaboración personal del concepto de “introspección”, del cual mi libro está colmado.

-Profesor universitario, investigador, escritor ídish, viajero y hombre de familia, ¿Cómo congenian esos roles?
-Todos esos roles están como enrollados en una especie de gran madeja. Tanto mis intereses académicos y mi producción literaria, como los lugares a los cuales viajo, trasladando conmigo a toda mi pobre familia, giran de una manera u otra, alrededor del ídish. Prácticamente no surgen conflictos entre esas actividades; tal vez nos hemos enfrentado a algunas dificultades logísticas, pero, hasta ahora, gracias a D´s, hemos logrado superarlas. Esperemos que todo continúe así en el futuro.

-Decidiste publicar tu libro con Editorial IWO y presentarlo en un Seminario Internacional de ídish en Buenos Aires. ¿Qué te une a Buenos Aires?
-En mi mapa cognitivo, Buenos Aires no se encuentra tan lejos de Birobidzan, donde yo crecí, y hacia donde emigraron centenares de judíos argentinos durante la década de 1930. Tampoco está tan lejos de Kamenetz-Podolsk, de donde proviene mi familia, y desde donde llegaron a Argentina los fundadores de Moisesville. Por eso sugerí titular “Cronotopos del ídish” al seminario que organizamos junto con Fundación IWO. En el concepto de cronotopos se pone de manifiesto que en el mundo del ídish existen vinculaciones especiales entre lugares y tiempos. En ese contexto, Buenos Aires es un lugar muy razonable para la edición de libros en ídish. Además, Buenos Aires fue uno de los mayores centros editoriales del mundo ídish durante la segunda mitad del siglo XX. También hoy, Buenos Aires desempeña un rol preponderante en el mundo judío: ¿Dónde más podría encontrar un socio como Fundación IWO, dispuesto a editar un libro en ídish en el contexto actual? Organizaciones con este compromiso con el ídish se pueden contar con los dedos de una mano y soy optimista sobre la labor editorial y de investigación que podamos desarrollar en el futuro.

* Directora de Patrimonio Cultural de la Fundación IWO Buenos Aires
Traducción del idish: Nejama Barad

 

«Del lado de los poetas», de Ber Kotlerman
(Fragmento)
Todos los días Orlando se pone un ajustado uniforme azul claro con solapas marrones, botas de charol negro, un sombrero de mosquetero de cuero marrón que hace juego con las solapas del uniforme de la época de Fernando e Isabel, y acude a su puesto en el cruce de las calles General Luna y Real, frente a la famosa Iglesia de San Agustín. […]
Orlando es un recreacionista histórico. De hecho, su principal tarea es crear, para los turistas, una sensación de historia viva. Aquí, en la antigua ciudad amurallada, la historia está en todas partes: en las sucias y estrechas callejuelas, en los caminos empedrados, en la imponente catedral y el lujoso antiguo Palacio, en los tranquilos rincones de los parques de estilo colonial y en los cañones de los antiguos fuertes… Aquí, entre las paredes del histórico barrio español de Intramuros, habita el alma de la inconmensurablemente vasta Metrópolis. […]
En los cursos, Orlando aprendió sobre el héroe nacional José Rizal, el poeta y mártir que fue ejecutado cerca de aquí, hace ciento veinte años. Para entretenimiento de los turistas, la ejecución de José Rizal se repite cada noche, con todos sus detalles históricos, frente a la Fuente de la Independencia. Antes de la ejecución, el poeta lee su clásico «Último adiós», escrito en la lengua de sus asesinos. Recita con gran emoción, con la cabeza alta, mientras el gigante Lapu-Lapu, aquel que en su tiempo masacró a Magallanes y aplazó por medio siglo la conquista española del archipiélago, mira con severidad desde el pedestal de mármol a su desafortunado heredero. Después, los soldados disparan, y el poeta cae como una piedra. A Orlando le encanta esta representación dramática, tan realista, tan llena de grandeza y significado. Tal como le enseñaron en los cursos de historia, todo país necesita sacrificios y mártires…
A decir verdad, a Orlando no le gusta el inútil y soñador José Rizal, prefiere a su compañero de armas, el militante Andrés Bonifacio, fundador de una organización patriótica secreta. También le gusta el general MacArthur, que prometió volver y cumplió.
Pero yo no estoy de acuerdo con Orlando, yo me pongo del lado del poeta. Con fervor romántico declaro que mucha gente, inclusive yo mismo, hubiera querido llevar una vida así de dramática y real… Pero las cosas, me responde Orlando, no son en absoluto lo que parecen a primera vista.[…].
Un pequeño caballito, adornado con flecos dorados, arrastra sin prisa una «kalesa» y se detiene justo frente a mí. En la ventanilla del carruaje se refleja por un momento el uniforme azul claro de nuestro recreador histórico. Rápidamente, como en una película muda, el uniformado se acerca al hombre flaco de camisa blanca con el cuello desabrochado que está sentado en la escalera, y lo pone de pie a sacudones. El hombre retuerce un papel arrugado en sus manos, lo despliega y, levantando la cabeza con orgullo, comienza a recitar un poema en español. Cada palabra suya me estremece por su transparente claridad:
Adiós, Patria adorada,
región del sol querida,
Perla del mar de Oriente,
¡Nuestro perdido Edén!
En el pelotón de fusilamiento, los soldados vestidos con el mismo uniforme azul claro que Orlando, levantan sus mosquetes. Al hombre de camisa blanca con el cuello desabrochado, le vendan los ojos, y yo ya no veo nada más… Una orden breve como un ladrido, y los soldados comienzan a disparar. Disparan y disparan, y en algún lugar detrás de las murallas, donde el héroe de piedra Lapu-Lapu se alza orgulloso apoyado en su enorme espada asesina, persiste un eco burlón.
Manila – Tel-Aviv. 2021.