¿Cómo analizar el BDS desde el paradigma de la complejidad?

El movimiento del BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones contra Israel), motorizado por ámbitos culturales e intelectuales, ubica al Estado de Israel como espacio colonial y racista al estilo apartheid sudafricano, logrando apoyos de instituciones internacionales académicas del Sur Global sin pensar la cuestión en forma dialéctica y problemática.
Por Ana Wortman

La política, la imagen de un país, su posicionamiento en relación a sus habitantes y al resto del mundo, su política exterior, no se reducen a las características de su sistema político exclusivamente.  Sabemos que la conformación de un poder, un sistema de dominación, la creencia en su legitimidad y su verosimilitud se fundan en cómo esa política es percibida, pensada y vivida por los habitantes de un país y, en un mundo globalizado, a cómo es visto por el mundo a partir del cual se tejen alianzas, aliados u oponentes.   Desde esta perspectiva podemos entender por qué a lo largo del siglo XX y en el Siglo XXI, eventos deportivos, festivales, artistas de teatro, de cine, conjuntos de rock, ensayistas etc. utilizan su lugar en la esfera cultural artística, su reconocimiento por el público, es decir su poder simbólico como arma de poder político.

Por ejemplo, en el siglo XX fue significativo el boicot a las Olimpiadas en Berlín en el contexto del ascenso del nazismo, con las llamadas Olimpiadas populares monitoreadas por partidos de izquierda, judíos y estadounidenses progresistas.  En los años setenta tuvo una amplia repercusión “El concierto para Bangla Desh”, en el cual se implicó George Harrison y el músico indio Ravi Shankar acompañando la lucha de Pakistán Oriental. Hay muchos ejemplos en ese sentido. También fue muy importante la lucha contra el apartheid en Sudáfrica y modelo de sucesivas situaciones de conflicto. En 1985 se formó un bloque denominado Artistis United against Apartheid in Sudáfrica que reunió un conjunto de músicos internacionales para grabar un disco emblemático Sun City en 1985. acompañando desde el escenario la lucha política.

Esta manera de intervención en la arena pública se denomina poder blando, o poder suave, (del inglés soft power), es la habilidad de un Estado para persuadir a otros países evitando el uso de la fuerza o la coerción, valiéndose de medios más sutiles, como su cultura, su modelo social o sus valores políticos. Este término fue creado en la década de los noventa por Joseph Nye, geo politólogo estadounidense de la Universidad de Harvard, en su libro Bound to lead: The changing nature of American Power, y se ha convertido en un concepto muy utilizado para analizar las relaciones internacionales.

Tomando ese modelo, en el año 2005 -y esto último nos lleva al tema que nos interesa reflexionar acá- surgió el BDS, Boicot, desinversión y Sanciones a Israel. Este movimiento palestino tiene diversos apoyos en Europa, América Latina, etc., y toma notoriedad por la adhesión de artistas e intelectuales de relevancia internacional   Este concepto nos puede ayudar a entender el imaginario que construyó del conflicto del Estado de Israel con Palestina, que despierta adhesiones en un sentido y odios y rechazos en el otro. Los voceros de esta intervención de poder cultural se apoyan en la idea de que el Estado de Israel utiliza la cultura para el dominio y la construcción de un imaginario de reconocimiento mundial.

Desde la lectura hegemónica del BDS, la existencia del Estado de Israel es un motivo de conflicto en la escena internacional: se asimila su compleja política en la región a la del apartheid de Sudáfrica, considerándolo un estado racista y colonial.  Así como hay artistas internacionales que, al manifestarse a favor de los pueblos oprimidos, ven en Israel a un estado opresor y racista (el más notorio es Roger Waters de Pink Floyd), también hay artistas como Scarlet Johanssen que al ser portavoz de la marca de una fábrica situada en Cisjordania debe abandonar una ONG, como Oxfam que ubica a Israel también en un lugar opresor.   O Matisyahu, el reconocido cantante de reggae neoyorquino, a quien en el año 2015 se le impidió actuar en un festival en Valencia, España si no adhería al BDS y se desdecía de unas declaraciones en favor de Israel.

En ese sentido, la creciente adhesión de artistas y figuras de reconocimiento internacional al BDS debe comprenderse también en las formas que adopta la izquierda en el mundo post caída del muro de Berlín; por ejemplo, en Alemania. Según puede leerse luego de la reunificación alemana ha surgido un movimiento denominado AntiDeutsch, que a partir de esta denominación manifiesta un rechazo a la reivindicación del histórico nacionalismo alemán, su identificación con el nazismo y un Estado racista. De esa manera reivindican un modelo de país multicultural como lo ha sido y lo es aún más en las últimas décadas.  Dentro de la izquierda alemana pueden advertirse dos posturas inconciliables en relación al conflicto del Medio Oriente y en consecuencia en su posición en relación con la cuestión judía.    Por un lado, hay una postura denominada antifascista y otra antiimperialista: la primera  se identifica con el Estado de Israel y lo reconoce como un espacio para cobijar a los sobrevivientes del Holocausto, y la otra coloca a Israel del lado de las potencias imperiales como EE.UU. y Francia en la lógica de la guerra fría, situando a Palestina y los países árabes como países sometidos por los imperios, empobrecidos, ubicándose en el ala de la Unión Soviética y ahora próximos a la política exterior de Rusia.  Todavía prima allí una idea de enfrentamiento a EE. UU. como en la época de la Guerra Fría.   Esta lectura de Palestina como pueblo oprimido y territorio atravesado por el apartheid se homologa con una mirada de pueblos oprimidos como son los del llamado Sur Global donde se ubica América Latina.

De este modo, el BDS surge desde distintos ámbitos académicos y culturales mundiales sobre el que se apoya Palestina para construir su imagen de territorio oprimido, sobre el cual se montan ciertas voces de izquierda al ubicar al Estado de Israel como espacio colonial y racista al estilo apartheid sudafricano.  Así, el BDS logra apoyos de instituciones internacionales académicas del Sur Global sin pensar la cuestión en forma dialéctica y problemática.

Frente a las palabras de Roger Waters, uno de los más intransigentes en relación con Israel, Dua Lipa y otros… nos preguntamos: ¿Cómo podemos intervenir para crear una mirada más compleja del conflicto en Medio Oriente? ¿Qué lentes debemos producir para recrear esta historia desde el llamado Soft Power?