Desde el momento que decidí encarar esta investigación sabía que la cuestión me iba a llevar a desafiar muchos obstáculos, propios y ajenos. La Shoá reviste una determinación distinta a otras materias de estudio. Es que uno tiene que escarbar entre la angustia y la tragedia de los sucesos, las cifras espeluznantes y la cuestión fundamental: lo humano.
Mi profesión de periodista deportivo y mi alma de docente se unieron para proponerme buscar algo más. Ingresar en los laberintos oscuros y poco explorados de la temática y a partir de allí generar una apertura hacia lo que luego terminó siendo tan real como inimaginable.
Los campos de concentración y exterminio nazis fueron diseñados con objetivos y métodos ya conocidos. Lo que mi interés fomentó fue tratar de entender hacia dónde me llevaban algunos archivos y testimonios que me contaban de partidos de fútbol allí dentro.
El primero que me acercó a testimonios por el estilo fue el mismo Primo Levi, quién en el libro “Si esto es un hombre” relata sobre lo que escucha en los primeros momentos que le toca sobrevivir en Auschwitz, porque la gente no vivía sino que sobrevivía en los campos. Primo Levi hace contacto con prisioneros que llevan más días que él en el Lager y los primeros relatos que le llegan -mientras habla con uno de ellos- contienen detalles inverosímiles. Con cierto escepticismo recuerda: “Dice que todos los domingos hay conciertos y partidos de fútbol en Auschwitz”. Yo también fui escéptico cuando leí esto por primera vez. Pero luego me convencí: mi investigación me llevó a eso.
Mientras tanto, los obstáculos propios comenzaron a aparecer: ¿Hasta dónde seguir? ¿Por qué hablar de fútbol dentro de tanta tragedia? Banalizar la temática fue uno de mis primeros miedos. Herir a sobrevivientes y familiares en el momento que me tocara conversar sobre ello en público y notar caras de descreimiento y exageración generaron temores
Fueron otros testimonios que fui sumando los que me quitaron parcialmente ese temor. Y digo parcialmente porque aún hoy cuando expongo la temática corren en mis pensamientos aquellos miedos que me hacen siempre esperar lo peor. Una reacción negativa que intente desacreditarme y me obligue a discutir con alguien a quien la Shoá le haya tocado de cerca.
Yosef Kleinman, judío checoslovaco y sobreviviente de Auschwitz Birkenau, se animó a atestiguar en el histórico juicio contra Adolf Eichmann en 1960. Allí en el estrado, siendo el testigo más joven de todo el juicio, frente a fiscales y jueces, contó cómo la “cancha de fútbol” estaba cercana al sector asignado a los gitanos. En ese espacio había dos arcos de fútbol improvisados que el propio Joseph Mengele utilizaba para medir a los prisioneros. El poste del arco de uno de ellos era la herramienta. Aquellos que no lograran superar una marca determinada de altura serían seleccionados para morir. Si por pocos centímetros lograbas superar esa marca, tu vida seguía su curso por unos días. Yosef recuerda esa situación en su testimonio y cómo él, sabiendo que no iba a superarlo, buscó una alternativa para escapar de esa selección.
Testimonio de Yosef Kleinman en el Juicio a Eichmann
De a poco escapé a la idea de estar banalizando la temática y me fui convenciendo que el fútbol dentro de los campos nazis existió y no sólo en Auschwitz. Desde 1933 a 1945 muchos campos vieron en sus terrenos libres lugares donde rodó algo parecido a un balón y a gente detrás de él. Aún hoy me sigue costando llamarle fútbol a eso.
¿Por qué se jugaba al “fútbol” en los campos nazis?
La primera explicación apunta directamente a los guardias nazis. El horrendo espectáculo humano del cual ellos fueron perpetradores y testigos no alcanzó para distraerlos. Necesitaron los domingos, un balón, camisetas y jugar. Sus ganas llegaron a tal punto que se formaron equipos de guardias SS que inclusive jugaban partidos fuera del campo contra rivales de torneos regionales, como fue la selección de guardias de Mauthausen (Austria). Todo un símbolo de la normalización a la que se había llegado en los Lager
La segunda cuestión tiene que ver con la propaganda y la necesidad de mostrar una realidad disfrazada que colabore con la intención de esconder lo vivido. En Terezín, el gueto/campo situado a 50 km de Praga, todo era ficticio. Todo colaboró con la simulación. Incluso una película documental, que nunca llegó a estrenarse, y que tuvo la intención de llamarse “La ciudad que Hitler le regaló a los judíos”, muestra partidos de fútbol jugados por judíos en excelente estado. Mujeres y niños riendo y disfrutando del espectáculo. Nadie lleva la cabeza rapada ni viste en harapos. Todo vale a la hora de mostrar la “otra realidad”
La última cuestión que me llevó a seguir adelante con la investigación y presentarla con convencimiento es aquella que cuenta sobre el fútbol como método de supervivencia.
Sobreviviendo…
Nos situamos otra vez en Mauthausen, el campo a que fueron enviados más de siete mil españoles capturados por los nazis en Francia y considerados apátridas por el Dictador Francisco Franco. Allí fue prisionero Saturnino Navazo, un excelente jugador de fútbol español que encontró en el juego de patear un balón su método de sobrevivir. Ante la atenta mirada de los guardias, este prisionero logró convencer a los jefes que podía organizar equipos y campeonatos de fútbol allí adentro. A cambio recibiría una ración mejor de comida y la posibilidad de evitar las tareas que lo podrían llevar a la muerte segura. Saturnino no sólo salvó su vida sino también la de un niño judío alemán que había quedado huérfano tiempo antes y que con poco resto logró llegar con vida a Austria luego de vivir bajo el cuidado de desconocidos en Auschwitz.

Saturnino lo tomó como su hijo adoptivo durante los últimos meses en Mauthausen, logrando que el niño sea el masajeador del equipo y quien lavara las camisetas que usaban para jugar. Tras la liberación del campo en mayo de 1945, ambos construyeron una vida juntos. Saturnino murió en 1986 y Luis Navazo en 2021
Puede leerse liviano, puedo estar obviando detalles dolorosos. Mi tarea desde 2018 al presente es comenzar al revés. Es una metodología que logré aceitar en la medida que el público se fue haciendo más heterogéneo. Esta investigación se plasmó en la exhibición “No fue un juego” y con ella he recorrido y recorro escuelas comunitarias, públicas, primarias, secundarias, clubes deportivos e instituciones religiosas. La diferencia de conocimiento de la Shoá en cada una con respecto a la otra es notoria. Por ello, en la mayoría de los casos, elijo comenzar a educar con el fútbol como excusa para luego generar interrogantes que me lleven a los detalles más difíciles de abarcar.

Latinoamérica, y Argentina en particular, son lugares propicios para utilizar la herramienta del fútbol para educar. Hacerlo con el Nazismo y el Holocausto judío también fue una constante prueba personal y profesional en la que fui conversando con obstáculos propios y ajenos. Ambos merecieron siempre el respeto suficiente como para dedicarles tiempo y una explicación convincente, que no escape de la realidad sino que la amplíe hacia un foco impensado, pero dolorosamente cierto.
Mis investigaciones y exposiciones me sirven para compartir el interrogante que sigue apareciendo. Así como Primo Levi se preguntó si aquellos eran hombres aludiendo a la falta de humanidad, yo continúo reflexionando… si aquello fue un juego. Aún no tengo respuesta.
Foto de portada: «Selección de guardias SS» en Mauthausen (Fuente: Archivo Nacional de Praga).
Para más información sobre el proyecto, se puede acceder al Instagram de «No Fue un Juego»