Desafíos y peripecias del antifascismo argentino de entreguerras

La amenaza a la democracia, con el surgimiento del fascismo, generó en nuestro país un fuerte movimiento antifascista que, lejos de ser homogéneo, mostraría sensibles divergencias una vez superada la inicial reacción en común contra los regímenes de Mussolini y Hitler
Por Andres Bisso *

El antifascismo se encuentra entre los numerosos movimientos que vivenció nuestro país y que –como el antiimperialismo, el antiperonismo, el antimilitarismo o el anticomunismo- se pensó originariamente en oposición a un movimiento previamente existente.
En efecto, toda posición “anti” parece –a simple vista- construirse como reverso de otra a la cual se busca contrarrestar bajo todas las formas posibles. Detrás de esa percepción, la ecuación de construcción política se resuelve fácilmente, tal como un ilusionado Klaus Mann lo enunciaba –en el borrador del manifiesto que desde Zurich bosquejaba para la juventud alemana en 1935- al intentar construir valores “positivos” a partir de la mera negación del nazismo al que se oponía.
De esta manera, Mann escribiría: “El Humanismo socialista es la completa e integral oposición al fascismo. Difiere con él en cada uno de los objetivos a alcanzar […] El fascismo nos ilumina no obstante –por más paradojal que esto suene- la esencia y la visión de lo que queremos, haciéndolo evidente y claro. Nuestra visión será, punto por punto, lo opuesto a lo que el fascismo sostenga en la práctica. Lo que él destruya, el Humanismo socialista lo construirá; donde aquel violó, se educará; donde aquel mienta, se dirá la verdad. Donde aquel dividió, se unirá; donde él confundió, se sostendrá la claridad”.
Sin embargo, era cuando se precisaba el anhelado “contrario” del fascismo con un nombre definido (como el de “Humanismo Socialista”) o con un programa político “positivo” (como el de Frentes Populares de Dimitrov, por dar otro ejemplo también de 1935) que las cosas comenzaban a volverse más complejas, al aparecer las diferencias en torno de los acuerdos posibles. Así como los conservadores antifascistas no podían pensar en el socialismo como cura del fascismo, los anarquistas que combatían el totalitarismo pardo cuestionarían el papel conciliador y burgués que suponían los Frentes Populares.

Repercusiones locales

Carta del Comité Israelita pro ayuda al pueblo español (Fuente: Biblioteca del Club Max Nordau de La Plata)

También en nuestro país, con sus particularidades, la cuestión de los múltiples antifascismos estaría a la orden del día y las divergencias en torno a su efectiva construcción se volverían evidentes, una vez superada la inicial reacción en común contra los regímenes de Mussolini, Hitler y de otros tantos a los que se consideraba sus adláteres. Esta categorización tampoco dejaba de generar controversias, como sucedería con las luchas por la “catalogación” de los diferentes dirigentes políticos nacionales.
Tanto Severino Di Giovanni -el anarquista que irrumpió en el Teatro Colón en 1925 en protesta contra la presencia del embajador italiano Luigi Aldrovandi- como Marcelo Torcuato de Alvear -el acaudalado descendiente de próceres que era presidente en ese mismo momento y que acompañaba a Aldrovandi- supieron simbolizar -en diversas instancias y épocas- al antifascismo en nuestro país. Esto muestra que los sentidos de lo que se encuadra bajo el antifascismo fueron mutando a través del tiempo.
En efecto, incluso antes de instalado el fascismo en Italia, los periódicos comunitarios y los de izquierda como La Vanguardia expresaban la oposición a ese movimiento y el temor a que fuera seguido por los italianos residentes en el país. Sus temores se corroboraron con rapidez: ya en mayo de 1923 se fundaba en Buenos Aires una rama del Partito Nazionale Fascista.
Así las cosas, con unos dos millones de italianos establecidos, las crecientes peleas callejeras que se daban en diversas ciudades de nuestro país entre sostenedores y detractores del Duce no podían sorprender. Con todo, estas disputas cada vez más recurrentes y violentas seguían todavía hacia 1927 siendo consideradas –aunque peligrosas para la tranquilidad social – “ajenas” a la política local y llevadas a cabo por (según denunciaba el diputado socialista Nicolas Repetto) “milicias extranjeras”.
Como sabemos, el trayecto de la construcción del antifascismo en Argentina –es decir, capaz de efectivos usos locales en política- no puede estipularse de manera tajante y sin matices, pudiéndose rastrear varios intentos precedentes de conexión –en ese sentido- entre la esfera internacional y la nacional. Sin embargo, en líneas generales, hallamos que es en la década del treinta cuando se terminó de conformar un movimiento antifascista argentino que –en diálogo con las comunidades inmigratorias involucradas- comenzaría a movilizar internamente, centrándose en dos ideas fuerza: la lucha contra el “fascismo criollo” y la defensa de la “nación amenazada”.
Es que, luego de la experiencia uriburista, la fuerza del nacionalismo haría surgir partidos locales que se autodenominaban fascistas, sobre quienes el concejal Julio González Iramain diría ya en 1933 que querían “imitar a Mussolini, a Hitler, olvidando que este es un país muy distinto de aquellos”. En ese alegato, con todo, los seguidores de la solución “fascista” ya no se veían como “extranjeros díscolos” sino como “malos argentinos”. Bajo esa visión comenzaría a modularse el sentido del movimiento antifascista local.
A partir de allí, con la recepción “antifraudulenta” de la propuesta de Frentes Populares y el impacto “republicanista” de la Guerra Civil española, la construcción de un movimiento capaz de entrelazar las consignas internacionales con las estrategias de política nacional y la tradición histórica liberal quedará fraguada. Aunque sufriría constantes “golpes de cincel” con la Segunda Guerra Mundial, el recrudecimiento de la lucha antifraudulenta, la resistencia al golpe de 1943 y la campaña de la Unión Democrática en el verano 1945/46, los trazos generales de su discurso habían quedado, entonces, planteados.
El desarrollo mismo de la política argentina de esos años sirvió para fortalecer la vertiente “liberal-socialista” que, aunque en ocasiones fuera abiertamente desafiada por otros grupos (entre los que fluctuaban los comunistas, según los posicionamientos coyunturales), lograría presentarse finalmente como la corriente principal del movimiento, modelaría sus símbolos y posicionamientos más recorridos y alcanzaría altos grados de movilización y eficacia política (pensemos en la victoria del Partido Socialista en las elecciones porteñas de 1942).
Paradójicamente, en la posguerra, en momentos que parecía más eficaz como motor de movilización, terminó funcionando como un espejismo electoral para quienes confiaban que la sola enunciación de motivos construidos durante más de una década vencería a Perón.

*  Nacido en La Plata, en el año 1976. Es profesor y licenciado en Historia de la UNLP. Es doctor por la Universidad Pablo de Olavide (España). Investigador independiente del Conicet. Ha escrito sobre la temática aquí desarrollada, el libro “Acción Argentina. Un antifascismo nacional en tiempos de guerra mundial” y ha prologado y seleccionado la antología documental “El antifascismo argentino”.