¿Cuándo se empieza a hablar el castellano por primera vez como una lengua diferenciada del latín y reconocible como nuevo idioma? No es posible fijar un momento exacto para el nacimiento del español, pero sí están documentadas las primeras manifestaciones escritas, donde se puede advertir que la lengua del pueblo ya no era el latín vulgar. Los testimonios escritos más antiguos de la variedad romance, que más tarde se llamaría “castellano”, datan del siglo IX.
Un avance gigante en la formación del idioma lo constituyeron la mal llamada Escuela de traductores de Toledo (siglo XIII) y el impulso dado por Alfonso X, llamado el Sabio.
Decía Carlos Fuentes, en el discurso inaugural del III Congreso Internacional de la Lengua Española, en Rosario: “Somos lo que somos y hablamos lo que hablamos porque los sabios judíos de la corte de Alfonso el Sabio impusieron el castellano, lengua del pueblo, en vez del latín, lengua de la clerecía, a la redacción de la historia y las leyes de Castilla”.
Lo confirma el gran estudioso de nuestra lengua, Ángel Alcalá (en “Los judeoconversos en la cultura y sociedad españolas”): “Resulta conmovedor enterarse de que alguno de los primeros buceos de la lengua castellana tiene sabor semita; no andaría errado en demasía quien propusiera la paradoja de que el castellano fue en buena parte bautizado en aguas judías”.
En efecto, los musulmanes escribían en árabe y los cristianos en la lengua culta de la época: el latín. A los judíos les estaba prohibido, por sus costumbres, utilizar la lengua santa del hebreo para los temas cotidianos, por lo que eligieron el español en formación para comunicar sus ideas. Es así que en los inicios del castellano fueron los judíos los primeros en escribir en el nuevo idioma.
El rey Alfonso X el Sabio se ocupó de reunir en Toledo a todos los eruditos judíos que habían sobrevivido a las matanzas y persecuciones. Los más ilustres rabinos de la España Central se congregaron en 1249 y al amparo del rey Alfonso, junto con los más notables sabios del cristianismo, crearon obras y proyectos científicos.
El rey contribuyó con el desarrollo de la vasta ciencia y la infatigable laboriosidad del pueblo judío. Hizo también traducir gran parte del Talmud y los libros de la Cabalá.
En su obra España en su historia (1948), Américo Castro señala que “lo único que ahora interesa es dejar bien en claro que el castellano comenzó a servir de instrumento de alta cultura gracias a los judíos que rodeaban a Alfonso X y fomentaron sus curiosidades afinadísimas; dos siglos más tarde, la situación sigue siendo la misma, pues son los judíos y no los cristianos quienes usan la lengua vulgar para el comentario de las Escrituras, la prosa filosófica y los estudios astronómicos”.
Algunos consideraron a Yehudá Haleví como el primer autor de versos en castellano, afirmación que hoy está en discusión. Sin embargo, fue Sem Tob, un judío de Carrión de las Condes (Palencia), quien escribió el primer libro de poesía en español, en el siglo XIV. Se trata de los llamados Proverbios morales (año 1365), donde se encuentran los siguientes versos:
“Cuando se seca la rosa que ya su sazón sale,
queda el agua olorosa, rosada, que más vale”.
En un poema que tiene seis siglos y medio de antigüedad, escrito con la ortografía propia de la época, expresa que todo tiene su antítesis.
“Non ay syn noche día,
Nin segar syn sembrar,
Nin sin caliente fría,
Nin reyr sin llorar
Nin ay syn después luego,
Nin tarde syn ayna,
Nin ay fumo syn fuego,
Nin syn somas farina.
Nin ganar syn perder,
Nin syn baxar altesa:
Salvo en Dios poder
No lo hay sin flaquesa”
A Sem Tob le siguieron muchos otros poetas dentro y fuera de España. Un ejemplo de esta expansión de judíos, autores de poesía en lengua española, la da tres siglos después, un cristiano español convertido al judaísmo, Daniel Levy de Barrios (siglo XVII), cuando desde Ámsterdam describía la curiosa geografía de América:
En dos grandes Penínsulas se parte
Hasta juntarse con el Istmo raro:
la Austral se denomina Peruviana
y la del norte queda Mexicana.
Este es solo uno de los tantos poetas y escritores sefarditas que siguieron escribiendo en español, fuera de España. Un caso especial digno de mencionarse es el de los escritores judíos de Ámsterdam, que competían con los peninsulares durante el Siglo de Oro.
Entre otros poetas establecidos en la ciudad de Ámsterdam se encontraban David Cohen de Lara, Miguel de Silveira, Uriel da Costa y las poetisas Isabel de Correa,
Bienvenida Cohen Belmonte e Isabel Enríquez.
Literatura conversa en el Siglo de Oro
Otro de los capítulos interesantes se refiere al aporte a la literatura española de los sefarditas ya convertidos al catolicismo. Américo Castro refiere que las obras satíricas del siglo XV suelen atribuirse a conversos, y cita a varios de ellos: Juan de Mena, Hernando del Pulgar, Rodrigo de Cota, Antón de Montoro. Además, plantea la posibilidad de que los autores de “El Lazarillo de Tormes” (anónimo, aunque se le atribuye a diferentes escritores) y “La Celestina” (Fernando de Rojas) hayan sido conversos. Hoy esa presunción ya está totalmente confirmada.
Antón de Montoro se reconoce judío, en un verso en que polemiza con otro escritor:
Tomaldo como lo digo/ como de parte de hermano,
Siguiera por los gentíos/ de aquellos rabís muy nuestros,
por ser vos y yo judíos.
En las últimas décadas se ha encontrado el origen judío o converso de decenas de hombres clave de la literatura española de los siglos XVI y XVII. Estas investigaciones se contraponen con las realizadas hasta el siglo XIX en que, el encontrar genealogías judías, constituía un oprobio para las familias sospechadas. Hoy, por curiosidad científica (y a veces por cierto sentimiento de culpa) se están investigando los orígenes de muchos nombres de primera línea, como conversos o descendientes de tales:
Ángel Alcalá señala, en la obra mencionada, que toda la literatura de los judeoconversos se caracteriza por un “pesimismo moral” producto de la situación conflictiva del converso, y agrega:
“Algunos de los máximos intelectuales y escritores eran por lo menos parcialmente de linaje judío converso: Fernando de Rojas, Francisco Delicado, Alfonso y Juan de Valdés, Francisco de Vitoria, Bartolomé de Las Casas, Miguel Servet, Fray Luis de León, Teresa de Jesús, Juan de Ávila. Creo que de esta casta ilustre –étnica o al menos moral y mental- fueron no solo Gracián, sino el propio Góngora y Cervantes”.
Los sefarditas guardianes del castellano
Luego de la expulsión de Castilla y Aragón, en 1492, los judíos sefardíes se llevaron el idioma castellano al exilio. Con los siglos se fue diferenciando del idioma de la península, conformando lo que hoy se llama “el judeoespañol”. La emigración masiva y la shoá redujeron notoriamente el número de hablantes de esta lengua.
Una curiosidad: hacia fines del siglo XVI el idioma español se hablaba en todos los continentes conocidos en la época. En la Península Ibérica, en América y en Filipinas, por influencia de los propios españoles. En Asia y África fueron los sefardíes los que lo utilizaron y quienes desarrollaron su literatura en un idioma hispánico (el judeoespañol).
Otro capítulo importante es el papel que desempeñaron los expulsados de la Península Ibérica como creadores de las primeras imprentas, tanto en el continente africano como en el asiático; se adelantaron dos siglos a la aparición de la primera imprenta turca.
Si salteamos varios siglos y llegamos a la actualidad, observaremos que en el Estado de Israel, el idioma castellano ocupa un cuarto o quinto lugar entre las lenguas más habladas. También podríamos considerar a los escritores judíos latinoamericanos que se expresan en castellano, tema que desarrollaremos en otra oportunidad.
En conclusión, hoy no hay dudas de la estrecha relación de los judíos con el nacimiento y desarrollo del idioma castellano, en todas sus etapas.
* Presidente del Centro de Investigación y Difusión de la Cultura Sefardí (Cidicsef)
Quienes deseen ampliar el tema pueden consultar Los judíos y el idioma español, compilado por María Cherro de Azar en http://c1240204.ferozo.com/LibroLosJudiosyelIdiomaEspanol.CIDICSEF.pdf