Las arenas movedizas de Pesaj, entre la angustia y el regocijo de estar vivos

Pesaj o los rituales ordenadores frente al caos. Pesaj o el engaño de una libertad ilimitada. Pesaj o la fantasía de las decisiones racionales. Pesaj o la profunda soledad de hacerse cargo de uno mismo. Pesaj y su desierto, 40 años de dar vueltas creyendo que tenemos un destino. Pesaj, con kneidalaj, con canciones, con matzá…y ¿por qué no? Con mucha alegría…
Por Eial Moldavsky

Llega Pesaj, la primera de las fiestas mainstream. Algo del año se inaugura en Pesaj, lo ordenador de los rituales, la cosa que arranca, que se mueve. El tiempo, cuando no es esa línea vacía que solo avanza para adelante, orbita alrededor de los rituales.

Pesaj tiene un poco de lunes, un poco de martes. Marzo-abril, la rutina de volver a empezar, los tuppers, la matzá, las casas repartidas, los que no están del Pesaj pasado. El ritual, eso que se repite en la diferencia. Estar en contra de la rutina es como estar en contra del desayuno: son fundamentales y darse cuenta es cuestión de tiempo. Y después de dos años de golpes varios -los propios de la vida y los inesperados pandémicos- permítanme disfrutar de las fiestas que son como las tazas de café, dentro de todo lo que no sabemos que va a pasar, la paz de algo que se repite.

Llega Pesaj y lo primero que se nos viene a la cabeza es la libertad. Un concepto que anda de moda, dando vueltas. El deseo de ser libres, el deseo de realizarnos individualmente. Todo lo bueno se parece a la libertad: lo que no nos pueden robar, el pase libre a la vida soñada. El buen ejercicio de la libertad plena me lleva tan lejos como mis aptitudes me lo permitan, algo así sería el eslogan de la campaña de la libertad. Suena bien, no lo vamos a negar; dan ganas de poner Nino Bravo y salir a repartir panfletos. Pero en este mundo tan complicado que supimos construir, todo lo que suena demasiado fácil casi siempre esconde un engaño o es una estafa piramidal: traé dos amigos más y, si ellos son libres, al final del mes cobrás tu libertad en dólares. A ver los límites de la libertad.

Primer punto: las decisiones. Nada peor en el mundo que elegir alguna cosa. El problema más grande de elegir lo cuenta muy bien Renata Salcel: creemos que lo que nos separa de la vida que soñamos son las buenas decisiones. Algo así como que quienes viven mal eligieron peor. Esta idea esconde dos asuntos centrales: por un lado, no somos tan racionales a la hora de elegir. Fantaseamos que lo somos porque hay tanta información, tanto review de la vida dando vueltas, que pensamos que elegimos todo en base a datos. Y la verdad es que buena parte del tiempo elegimos copiando, mirando lo que eligió el resto y hasta tomando en cuenta lo que va a pensar el resto de mí cuando elija. No es que estén mal todas estas cosas, está muy bien; una vez fui a un restaurante de pastas y elegí ravioles dulces. Además del merecido bullying que me propinó mi familia, comí como el orto.

La ideología de la elección es muy efectiva para alimentar futuros idealizados, pero nos llena de culpa cuando eso no se cumple. Nacemos con un menú y elegimos con lo que hay, no tenemos tantas opciones como solemos creer. Pensar que la vida de nuestros sueños es una cuestión de elegir mejor, además de ocultar críticas sociales, nos vuelve autodestructivos.

Segundo punto: la soledad. Cualquier persona que se enfrentó a elegir alguna cosa en su vida sabe que las decisiones se toman en la más profunda soledad. Uno puede consultar, charlar, escuchar, hacer lo que sea. Pero la decisión se toma solo. Se habla mucho de la libertad y poco de la angustia que implica ser libre. Hacerse cargo de la libertad propia es, en algún lugar, saber que el sentido no se encuentra en el mundo si no en uno mismo. Y este no es el mensaje del final de la próxima serie que lleve Cris Morena a Israel -nadie hizo tanto por la comunidad argentina en Israel como Lali Espósito- sino la tremenda angustia de darnos cuenta de que el último eslabón en la cadena de sentidos que es la rutina, las cosas y el mundo, somos nosotros. Que la contracara de la libertad es la angustia de sentarnos al borde de la cama, mirando al piso, con la alarma sonando de fondo, pensando en qué hacer con nuestra vida. Esa es la libertad: la angustia de elegir sabiendo que nadie elige por nosotros y que el sentido no está afuera. Que, como dice Sartre, hasta cuando pedimos un consejo ya es tarde porque cuando elegimos a la persona a quien preguntarle, en el fondo ya elegimos lo que queremos escuchar. Por eso me parece razonable que en la mitad del desierto haya arrepentidos: porque elegir da miedo, no se sabe. Y también me parece razonable que haya becerro de oro: porque necesitamos narraciones para lidiar con el caos. Ficciones que nos organicen, que nos hagan sentir que se entiende algo que quizá no tenga ningún sentido. Lo ideal sería no encontrarnos con puntos finales: saber que nos transformamos y está bien que las ficciones cambien con nosotros. Si nuestra identidad se mueve ¿por qué no se tiene que mover el sentido?

Pesaj y su desierto, 40 años de dar vueltas creyendo que tenemos un destino, sin estar seguros de que vamos a llegar, que lo vamos a ver. Si estamos haciendo algo para nosotros o para nuestros hijos, para los que vengan después. Pesaj y la palabra de Rosenzweig: el judaísmo no está atado a su tierra sino a su gente, está en cada persona judía, corre y se reproduce mientras hacemos judaísmo, hablamos de tradición, enseñamos, renovamos la cultura. Una cena más de Pesaj, con kneidalaj, con canciones, con la matzá y el misterio de por qué nunca se corta recta, con la matzá con chocolate: otro milagro del chocolate, hacer rica la matzá. Pesaj y los que no están, algo no se repite donde hay una ausencia. Pesaj y los rituales, a pesar de todo, seguir acá, seguir cantando, seguir intentando atravesar el enorme desierto que es hacer el esfuerzo por ser felices juntos.

Jag Sameaj.