Los 800 cohetes Kassam lanzados en el último año sobre la población civil en Sderot y sus alrededores, y el incidente del túnel excavado por milicianos palestinos hasta el kibutz Kerem Shalom, donde mataron a dos soldados de Israel y secuestraron a Guilad Shalit, fueron los resortes que desataron la ofensiva del ejército israelí contra Gaza.
Desde hace ya dos semanas buena parte de la infraestructura de la Franja ha sido blanco de ataques aéreos y terrestres, pero además han habido arrestos de altos funcionarios de Hamas integrantes del gobierno palestino, bajo la acusación de que se trata de personajes promotores de actividades terroristas que deben ser juzgados.
Mientras tanto, el soldado secuestrado sigue sin ser devuelto y los ataques con los cohetes Kassam continúan, no sólo sobre Sderot sino también sobre Ashkelon.
Múltiples elementos señalan que la agudización de esta crisis está llevando a la situación palestina-israelí a un callejón sin salida. Al sufrimiento de la población civil de Gaza se agrega el vacío de poder generado por la pulverización del gobierno del Hamas -que ha perdido a buena parte de su liderazgo- y por la multiplicación consecuente de milicias diversas que actúan de forma independiente, muchas veces bajo las órdenes de líderes como Khaled Mashal, quien se encuentra desde hace años asilado en Damasco, Siria, desde donde mantiene una injerencia significativa sobre lo que sucede en Gaza.
El aparente logro del Presidente de la Autoridad Nacinal Palestina, Mahmud Abbas, al conseguir la aprobación por parte de Hamas del llamado «documento de los presos», que incluye el reconocimiento del derecho a existir del Estado de Israel, y que debía serenar la relación de Abbas con los islamistas, no ha surtido efecto y, en su lugar, se ha vuelto a imponer la lógica de la guerra en un territorio devastado, aislado y sin recursos.
¿Quién mete las manos?
Así las cosas, ha fracasado el previsto panorama de distensión en la zona que supuestamente debía constituir uno de los resultados de la evacuación israelí de la Franja de Gaza de agosto pasado. A partir del triunfo de Hamas en las elecciones palestinas de enero, el incremento de los lanzamiento de cohetes y las correspondientes reacciones israelíes reactivaron el estado de guerra entre ambos contendientes, hasta llegar a un punto tan alto de descomposición que no se vislumbra por dónde, ni cómo, podría retomarse un proceso conducente al mantenimiento, al menos, de una tregua temporal. La fragmentación del poder político y militar en el entorno palestino hace mucho más difícil que el gobierno israelí pueda encontrar con quién acordar o negociar algo. Y, salvo por la mediación egipcia, ni los Estados Unidos ni los europeos parecen estar dispuestos a meter las manos.
Sin duda, el proyecto central con el que Ehud Olmert asumió el poder en Israel -el plan de desconexión o desenganche en Cisjordania- es otra de las víctimas de esta crisis.
Como se recordará, el mencionado plan de desenganche tenía como propósito retirar una gran parte de los asentamientos judíos de esa área, con el fin de replegar a la población judía dentro de los límites que determinaría la fijación de fronteras unilateral implícitas en tal retiro. En este proyecto, la zona evacuada pasaría a ser dominio total palestino, a la manera en que ocurrió con Gaza tras la salida israelí el año pasado. Sin embargo, la forma en que se han desarrollado las cosas en el caso de Gaza, hace que tal proyecto aparezca ahora, ante la sociedad israelí y también a ojos de muchos de los integrantes del actual gobierno, como amenazante y por tanto indeseable, en la medida en que podría convertirse en un nuevo polvorín capaz de generar un estado de guerra en un frente adicional.
Destinos fatales
Si en algún momento posterior a la desconexión de Gaza se abrigó alguna esperanza en cuanto a la normalización política del territorio, los sucesos de estos últimos días han consagrado la transformación de la Franja en una total anarquía, con el agravante de que el vacío de poder, derivado del bloqueo por Israel de una parte del Gobierno y el Parlamento palestinos en Cisjordania, ha dejado el campo libre en Gaza a los más radicales para adueñarse del territorio y gestionar la crisis a su gusto.
Nada puede estar más lejos de ser el embrión del futuro Estado palestino que la Gaza en llamas de hoy.
Como en una tragedia griega, la naturaleza radical del Hamas y la negativa del gobierno israelí a cualquier tipo de tregua -ni que hablar de negociación- van encaminando a los actores hacia un destino fatal del que les será cada vez más difícil escapar.
Al parecer, como es costumbre en esta región, sólo el alto e inútil precio de la sangre, en algún momento, llamará a recapacitar.