Israelíes y palestinos;

El camino hacia la insensatez

En su libro "La marcha de la locura", la historiadora americana Bárbara Tuchman (1912-1989), nos demuestra que conquistas, invasiones, derrocamientos o desmembramientos de territorios y grupos son constantes en la historia humana; éstos, en gran medida, se deben a que el mismo hombre, que ha logrado un dominio absoluto del mundo que lo rodea, y que ha sido capaz -incluso- de viajar al espacio exterior, no ha avanzado al mismo ritmo en lo que se refiere al gobierno que, al decir del segundo presidente de los Estados Unidos, John Adams, "apenas se practica un poco mejor hoy que hace 3000 ó 4000 años atrás".

Por Alberto Mazor (Desde Israel)

El mal gobierno, según Tuchman puede ser de cuatro tipos diferentes: tiránico, ambicioso, incompetente o insensato, pero siempre estará en contra del interés propio, del interés de los gobernados o del Estado mismo.
Esta hipótesis no hace sino confirmarse día a día en la manera en que se desarrolla actualmente el conflicto israelí-palestino.
La entrada del ejercito israelí a Gaza se ha desencadenado a causa de dos situaciones concretas: el caudal de cohetes Kassam lanzados desde la Franja de Gaza, cuyos objetivos principales son las poblaciones civiles de las ciudades de Sderot y Ashkelon -cerca de 600 cohetes han caído en Sderot desde la evacuación israelí de Gaza en agosto pasado-, y el secuestro del soldado Guilad Shalit luego de un operativo de las milicias de Hamas, que también se cobró la vida de otros dos soldados.
La decisión del gobierno de Olmert de iniciar el ataque obedece, además, a la inexistencia de posibilidades de negociación para detener la violencia, debido a la negativa de Hamas de reconocer la existencia del Estado de Israel.
Cerradas, pues, las vías diplomáticas y bajo presión de la opinión pública israelí, que reclama una reacción ante la escalada en los lanzamientos de los cohetes y el secuestro del soldado, las tropas israelíes han ingresado a Gaza.
Por supuesto que esto marca un peligroso incremento en las tensiones y de una situación en la que la población palestina sufre la peor parte.
En este caso, la irresponsabilidad del liderazgo de Hamas es determinate: su radicalismo ideológico y acciones violentas son, en esencia, lo que ha impedido que el retiro israelí de Gaza del año pasado, se convirtiera en un primer paso para la distensión y el eventual surgimiento de un Estado palestino independiente, el cual debería ser su principal interés.

Desconcierto

No menos determinante es la actual posición israelí; el Primer Ministro Ehud Olmert afirmó que la operación militar en la Franja de Gaza no está diseñada para castigar a los palestinos. Desde Gaza sólo hay dos formas de interpretar estas palabras: o los prestigiosos estrategas militares israelíes, que han preparado la ofensiva, se han equivocado, u Olmert necesita pasar un solo día en la franja para comprender qué significa castigar a toda una población. Porque, a falta de que algún centro de estudios estratégicos ilustre al millón y medio de habitantes de Gaza, dejar a más de 700.000 personas sin electricidad tras bombardear la única central eléctrica, destruir la precaria infraestructura de transporte y crear el pánico con aviones rompiendo la barrera del sonido no son, al parecer, medidas propias de una autodefensa.
La estrategia de la operación militar en Gaza está basada en el miedo. Las tropas israelíes recién hoy, una semana después de iniciadas las acciones, ocuparon las zonas del norte de la franja desde donde se disparaban los cohetes Kassam. Hasta ahora no atacaron directamente a los líderes de las facciones armadas ni emprendieron una operación directa de rescate del soldado secuestrado. La Fuerza Aérea destruyó tres puentes, cortando tres carreteras vitales.
La gran perjudicada, a pesar de las intenciones de Olmert, es la población; en los mercados ya empieza a notarse la falta de productos; muchos palestinos han abandonado sus hogares en las zonas fronterizas y en aquellas susceptibles de ser atacadas.
El vocero del ejército israelí dio a conocer que sus tropas han efectuado una operación limitada contra las infraestructuras terroristas. La central eléctrica parece ser una de esas «infraestructuras terroristas». Sus seis transformadores fueron destruidos quirúrgicamente; sin ellos es imposible distribuir la electricidad; serán necesarios más de tres meses para que el suministro eléctrico vuelva a la normalidad.
La historia de la planta eléctrica tiene otras variantes, surrealistas si no fueran tan dramáticas. La central suministra el 60% de la electricidad de la Franja de Gaza. El otro 40% lo compra la Autoridad Nacional Palestina a… Israel. La solución para salvar la situación es que la ANP, cuyos ingresos están congelados por la Unión Europea y Estados Unidos, le compre más electricidad al gobierno israelí, el mismo que destruyó la planta.
De más está decir que sin electricidad hay problemas de bombeo de agua en pleno verano y urgen generadores, para los cuales es necesario la gasolina que no llega a Gaza por el cierre israelí y que, de seguir así las cosas, pronto escaseará.

Más y más

Pero no acaba ahí el camino de la insensatez; los cohetes Kassam y los ataques de las milicias palestinas, han reducido el apoyo popular israelí a la política de la posible retirada de Cisjordania. La retórica de «la seguridad» está de nuevo cautivando el corazón de la opinión pública, aunque esa fórmula haya sido ensayada durante 40 años de ocupación y haya fallado siempre.
Toda táctica militar empleada por Israel ha dado lugar al nacimiento de una no menos creativa y mortífera táctica palestina.
Los reaccionarios de aquí y de allá siempre proponen la misma receta, aunque en dosis crecientes: si no logramos disuadirlos por la fuerza, tendremos que utilizar más fuerza; y si eso tampoco funciona, usaremos aún más fuerza.
Definitivamente, resulta inadmisible que Israel acepte que su población sea diariamente bombardeada por los cohetes palestinos; pretender que no reaccione ante tal situación es inaudito; pero también hay que considerar que el intento de derribar con tanques un gobierno electo y suprimir, deteniéndolos, a miembros de un Parlamento elegido, es también una política de agresión.
A largo plazo, Israel no tiene otra opción que retirarse de los territorios y finalizar la ocupación. El interés estratégico israelí es que los palestinos vivan en la abundancia y en el bienestar y no en situación de hambre y humillación.
No hay nada más insensato que destruir infraestructuras para que, al día siguiente, el Gobierno israelí solicite ayuda económica a la Unión Europea y a los Estados Unidos para repararlas.
Como enseña Bárbara Tuchman, en el conflicto israelí-palestino, al igual que en los más complicados choques de la historia, los gobernantes de ambas partes distan mucho de representar los verdaderos intereses de sus gobernados o de sus mismos Estados.
¿Cuánta sangre más se continuará derramando inútilmente en este interminable camino de insensatez?