Israelíes y palestinos:

Somos todos prisioneros

El ejército israelí realizó un ataque aéreo contra la oficina del Primer Ministro palestino, Ismail Haniyeh, que no se encontraba en el lugar cuando impactaron los misiles. El premier israelí, Ehud Olmert, ordenó a su ejército actuar con toda la fuerza para rescatar al soldado secuestrado, Guilad Shalit. Las tropas israelíes se retiraron hace un aňo de la Franja de Gaza, reservándose el derecho a retornar si la situación así lo exigiera. El pasado miércoles regresaron. ¿A quién le conviene este agravamiento de la situación?

Por Alberto Mazor (Desde Israel)

El retorno de los militares israelíes se practicó, según fuentes oficiales, con el fin de liberar al soldado Guilad Shalit secuestrado por extremistas palestinos. Como condición de su liberación, éstos exigieron de Israel excarcelar a todos los detenidos menores de edad y mujeres palestinas. Otro rehén israelí, Eliahu Asheri, de 18 años, habitante del asentamiento Itamar en Cisjordania, fue encontrado muerto.
Esa trágica historia tiene muchos aspectos. La toma de rehenes se realizó pasados sólo unos días desde que el Primer Ministro Olmert y el Presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbás, al asistir en Jordania a una comida ofrecida en honor a los laureados con el Premio Nóbel, acordaron empezar a preparar un encuentro más sólido. Por primera vez desde que Hamas ganó las elecciones, ambos políticos pudieron verse. Antes se lo impedían las circunstancias. Ahora, su acuerdo de volver a reunirse ya no podrá realizarse. ¿Se tratará de una casualidad?
La responsabilidad por el secuestro de Guilad Shalit fue asumida por varios grupos, incluida el ala combativa del Hamas, las Brigadas Azeddín Al Kassam. Tanto Abbas, conocido como partidario de llegar a un acuerdo con Israel, como ciertos miembros de Hamas que forman parte del gobierno palestino, incluido el primer ministro Haniyeh, exigieron liberar al soldado secuestrado; pero lo hicieron antes de que el ejército israelí entrara en Gaza.
Ciertos medios de noticias informaron que Abbas y los mediadores egipcios que intentan hacer su aporte a la salvación del rehén israelí se dirigieron al presidente sirio Bashar Asad, pidiendo presionar sobre el jefe del comité político de Hamas, Haled Mashaal, residente en Damasco.
Asad aceptó, pero, según estos medios, sus conversaciones con Mashaal no dieron resultado.
Es difícil juzgar el grado de veracidad de esta historia que, al parecer, tiene su lógica. A los líderes árabes no les preocupa tanto el destino de Guilad Shalit como una escalada de tensión en la región. De producirse un desenlace trágico, se verán en peligro tanto los palestinos, que ya sin ello están viviendo una desastrosa situación económica y social como también Siria. Damasco no quiere aparecer a los ojos de la comunidad internacional como involucrado en cierto modo en algún posible asesinato de un rehén israelí. A la elite siria le sobran sus propios problemas.
Por el momento sólo se hace cada vez más evidente lo profundo del rompimiento operado en el campo de los islamistas; lo vienen a confirmar tanto la supuesta negativa de Mashaal a contribuir a la liberación del rehén, como las contradicciones existentes entre el ala combativa del Hamas y los líderes de ese movimiento que forman parte del gobierno.
La línea divisoria pasa entre quienes intentan inscribirse en el contexto político actual y aquellos que quieren seguir el camino de la resistencia armada hasta sus últimas consecuencias.
También el partido Al Fatah está atravesando una crisis análoga. Mientras su líder Mahmud Abbas intenta reanudar las negociaciones de paz con Israel, su ala combativa, las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa, lanza continuamente cohetes contra la ciudad israelí de Sderot y alrededores.
En Israel también hay discrepancias, aunque de otro nivel, dentro y fuera de la coalición gubernamental. A veces da la impresión de que a ciertos grupos de israelíes y palestinos les es más fácil llegar a un acuerdo entre ellos que encontrar comprensión mutua con sus compatriotas. Precisamente por ello, la situación actual en la región, de hecho, carece de perspectivas.
Fue la baja posibilidad de que los líderes palestinos logren que los extremistas liberen a Guilad Shalit, lo que impulsó a los israelíes a comenzar una nueva operación militar en Gaza.
El vocero del Ejército de Israel ha comentado esta decisión de las autoridades israelíes afirmando que dicha acción está llamada, primero, a demostrar que Israel no tiene ninguna intención de esperar infinitamente y, segundo, a impedir que los extremistas palestinos consigan sacar de Gaza al soldado secuestrado.
También existe el aspecto psicológico: desde ahora no son los israelíes quienes deben hacer concesiones, sino los palestinos. Al parecer la fórmula se ha modificado: la vida de Guilad Shalit no ya a cambio de la excarcelación de los presos palestinos, sino a cambio del abandono de Gaza por los israelíes.
Desde el punto de vista de una guerra global contra el terrorismo, puede tratase de una jugada acertada: la política de hacer concesiones sólo lleva a que los terroristas aumenten sus aspiraciones; pero la apuesta, concretamente, a corto plazo, puede resultar demasiado cara.
También surge otro interrogante: ¿porqué no se pretendió lograr la liberación de los presos palestinos con otros métodos, por ejemplo, por medio de sostener negociaciones en el marco de la mencionada reunión entre Abbas y Olmert?
Ahora la situación se ha agravado aún más; como de costumbre, a falta de diálogo y de negociación, por las dos partes aumenta tanto el número de las víctimas como de los presos.
Además, el proceder de los irreconciliables ha debilitado las posiciones de los partidarios de la paz entre palestinos e israelíes.
O sea que todos, israelíes y palestinos, no sólo Guilad Shalit, nos hemos convertido en prisioneros del terrorismo.
¿Tendremos la probabilidad de vernos libres?