El domingo 30 de enero tuvieron lugar las elecciones legislativas en Portugal -la número 17 desde el retorno a la democracia- en las que fueron elegidos los 230 representantes para la Asamblea de la República. El resultado fue una victoria abrumadora para el Partido Socialista, con un 42% de los votos, con los que obtuvo 119 escaños y la mayoría absoluta en la cámara, que le permitirá gobernar en soledad a Antonio Costa, quien continuará al frente del país ibérico por hasta cuatro años más.
Con una elevada participación del 58% del padrón, diez puntos por encima de la elección inmediatamente anterior (de 2019), y con un avance de la variante Ómicron, los portugueses sufragaron en esta oportunidad como resultado de elecciones anticipadas, que fueron solicitadas en octubre pasado como respuesta al rechazo del presupuesto por parte del Parlamento -pero por sobre todas las cosas de los aliados de izquierda Bloco de Esquerda, el Partido Comunista y los Verdes-, lo que desató una virtual “paralización” legislativa y que requería de una nueva magistratura para mover la rueda.
El actual -y reelecto- primer Ministro Antonio Costa llegó al poder en 2015 con un acuerdo político denominado Geringonça, inédito en la historia del país, ya que logró dotar a todo el arco de izquierda con escaños (desde la Coalición Democrática Unitaria del Partido Comunista y los Verdes al Bloco de Esquerda, de tendencias socialistas revolucionarias varias), y así desbancar al gobierno de Pedro Passos Coelho, de la alianza centroderechista “Portugal al Frente” de los partidos Social Demócrata -y aliados- y el CDS Partido Popular.
En 2019 las elecciones parlamentarias le habían dado otro respaldo a la coalición parlamentaria liderada por el Partido Socialista, quien había incrementado su número de asambleístas a 108, pero le faltaban ocho para alcanzar la mayoría absoluta. Nuevamente requería el apoyo de la izquierda y contó con ello. Sin embargo, en esta oportunidad los aliados le exigieron “izquierdizar” la gestión y tildaron el presupuesto de “neoliberal”, en medio de los dificultosos momentos signados por el coronavirus en el oeste de la península. Sin embargo, en las recientes elecciones la población le restó aún más el apoyo a la izquierda, que pasó de treinta y seis parlamentarios a solo trece, haciendo crecer al socialismo pero también a otros partidos de derecha.
El continuismo portugués
A partir de la restauración de la democracia y la continuidad de la Tercera República (1974), la alternancia en el poder se sucedió mayoritariamente entre las dos principales agrupaciones: el Partido Socialista, de tendencia socialdemócrata (centro izquierda) y el Partido Social Demócrata, de centro derecha y de tendencia liberal a conservadora. La repartija solía ser -es- en los dos cargos elegibles, el del primer ministro y el de presidente con una distinción: los presidentes, es decir, el Jefe de Estado -pero no del gobierno- suelen reelegir para obtener un segundo mandato, mostrando un carácter de estabilidad y continuismo que marca directrices en la joven democracia portuguesa.
El Presidente nombra titulares de órganos del Estado, como el presidente de la Corte Suprema o embajadores-con anuencia parlamentaria-, puede declarar el estado de sitio, veta y firma leyes, entre sus facultades. Es el garante del funcionamiento de las instituciones de la República y hasta puede disolver la Asamblea, es decir, el órgano legislativo y de Gobierno. Es así desde la elección en 1976 del militar Antonio Ramalho Eanes, quien fundara el Partido Renovador Democrático (centrista) que todos los Jefes de Estado revalidaron su mandato una vez -máximo permitido por la ley portuguesa- más allá del color político, inclusive la última elección, donde el centroderechista Marcelo Rebelo de Sousa reeligiera nuevamente por cinco años más, con casi el 61% de los sufragios.
En el caso de los premier las reelecciones no son “automáticas”, ya que dependen de la aprobación de la gestión y los acuerdos en esta democracia parlamentaria. Aníbal Cavaco Silva del Partido Social Demócrata (PSD) fue electo en 1985 por primera vez junto al Partido Popular, pero un veto del centrista Renovador Democrático llevó a las urnas a la población portuguesa, que le daría 148 escaños y el 50% de los votos, pasando a gobernar en soledad durante ocho años, ya que en 1991 la ciudadanía revalidaría su mandato en las elecciones legislativas, con 135 asambleístas. El crecimiento económico de esos años le otorgó un fuerte respaldo, pero su negativa a continuar liderando su fuerza política lo llevó a perder 48 bancas en 1995, dejando paso a Antonio Guterres, hoy Secretario General de la ONU, quien fuera reelecto en 1999. Guterres renunció en 2002 por los malos resultados en las elecciones de 2001. Cavaco Silva luego fue electo presidente en 2006 y ocupó el cargo por dos mandatos.
Pedro Passos Coelho fue electo en el año 2011 tras elecciones anticipadas sucedidas por la crisis de deuda externa del gobierno del socialista José Sócrates, quien pese al “crash” internacional había sido reelecto en el año 2009 y debió dimitir dos años más tarde tras no aprobarse sus medidas de “ajuste económico”. En tres años hubo una fuerte política de austeridad, reducción del gasto público y alineamiento con el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional, debido al “rescate” de más de 90 mil millones de dólares que recibió el país. En 2015, la alianza de Passos Coelho -Portugal al Frente- ganó las elecciones, pero no obtuvo la mayoría absoluta, por lo que Antonio Costa dio el paso para el gobierno socialista de minoría -la Geringonça- y el fin de la austeridad, que llegaba al poder con 20% de pobreza, 15% de desempleo y recesión. El actual Jefe de Estado reedita una tercera magistratura como tuviera Cavaco Silva, con fuerte apoyo popular, con un crecimiento económico y mejora de los indicadores sociales, además de un gobierno en soledad.
La pírrica victoria de la derecha y los perdedores de las últimas décadas
El resultado electoral rompió todos los pronósticos de las encuestadoras portuguesas de la semana previa. Nadie pronosticaba la mayoría absoluta para el Partido Socialista; más bien, la mayoría la situaba en un “cabeza a cabeza” con el Partido Social Demócrata, con una eventual posibilidad de un gobierno de derecha. Pero estas legislativas llevaron al olvido al Parto Popular (CDS), histórico aliado del PSD en los gobiernos, de rasgos conservadores y nacionalistas, que se quedó fuera de la Asamblea de la República por primera vez desde su fundación.
Es así como las encuestadoras volvieron a fallar, rasgo identitario global. Y son las perdedoras de esta contienda debido no solo a las fallas en la predicción, sino porque quien cayó en esta trampa fue el presidente Rebelo de Sousa, quien habilitó un nuevo proceso electoral a expensas de un eventual crecimiento de la derecha debido a la supuesta “errónea” gestión de la pandemia en territorio luso. Si Rebelo de Sousa no hubiera mirado las intenciones de voto, probablemente hubiera permitido a Costa continuar por dos años más y no por seis tras estos sufragios.
Fue un mal cálculo. El PSD perdió tres bancas, dejando al secretario general del partido, Rui Río, con la renuncia sobre la mesa. En ese sentido, la campaña del socialismo apuntó a continuar con la senda del equilibrio y el crecimiento, con un estado fuerte y que ofrezca resultados. Al ser los “social demócratas” parte del sistema -para los libertarios, “casta”-, crecieron las alternativas de derecha que proponen “menos estado”. Chega, el “Vox” portugués, logró pasar de un magro 1,3% en 2019 a ser tercera fuerza y superar el 7% de los votos, con los que obtuvo 12 asambleístas. Iniciativa liberal, algo parecido al “Ciudadanos” español, también pasó del dichoso 1,3% al 5% actual y tendrá 8 bancas. Es decir, las “nuevas” derechas lusas pasaron de apenas dos escaños en 2019 a tener 20 tres años más tarde. Y las derechas tradicionales solo perdieron 7 parlamentarios, es decir que el crecimiento de las nuevas derechas fue a expensas de las izquierdas. Aunque hubo migración de extrema izquierda a extrema derecha, el incremento de la participación no solo motivó a los “viejitos” mayores de setenta años a votar al Partido Socialista, sino que también a los jóvenes desencantados por la política a elegir estas propuestas que van desde el centrismo liberal muy propagado en Europa hasta el libertarianismo duro de Chega.
Esta también puede considerarse una victoria para la derecha, aunque pírrica. Es común en la historia reciente portuguesa que cuando la ciudadanía se desencanta del socialismo pasa al PSD y viceversa, con lo cual, tanto Chega como Iniciativa Liberal van a estar con el mediomundo de eventuales desencantados de la gestión Costa III para en 2026 -o antes- buscar ser gobierno, como ha pasado en Austria, Polonia, Italia, Hungría y Ucrania, entre otros. La nueva derecha está de moda en el debate político y cada vez hay mayor desencanto en la población con una supuesta “agenda global”. Es allí donde movimientos conservadores y nacionalistas aprovechan su oportunidad, como lo hizo Chega en estas elecciones, para seguir creciendo.
¿Una nueva etapa para la socialdemocracia?
Si hace veinte años nos preguntábamos por el futuro de los partidos tradicionales europeos -socialdemócratas, liberal progresistas, democristianos, conservadores o comunistas-, hubiéramos respondido que serían gobierno de forma alternada ad eternum. Tras la crisis financiera internacional de 2008, una cantidad sorprendente de fuerzas políticas nació al calor de las protestas sociales y la opacidad de la democracia liberal.
Cinco años atrás quedaban esquirlas de socialdemocracia en Europa, donde gobernaba Portugal el mencionado Antonio Costa, la sociedad alemana del SPD junto a Merkel, parte de la coalición gobernante en Italia, el inefable Partido Socialdemócrata de Suecia, junto a pequeñas naciones. En Uruguay se sujetaba el Frente Amplio con Tabaré Vazquez a la cabeza. En África y Asia este fenómeno se manifestaba con particularidades locales, más lejos de las influencias de Brandt, Palme o hasta Giddens. Diversos analistas vaticinaban el fin de la alianza de la rosa.
Sin embargo, en 2022, hay un renacer de la izquierda liberal en el viejo continente. A la mencionada Portugal se le sumaron España con Pedro Sánchez en la alianza PSOE – Podemos; la conducción socialdemócrata de Olaf Scholz en la coalición semáforo -junto a verdes y liberales- luego de varios años de la Gran Coalición; el retorno de la triada escandinava de Dinamarca, Noruega y Suecia, donde también podemos sumar a Finlandia, con un gobierno pluripartidario, pero con el Primer Ministro socialdemócrata Antti Rinne; además de Albania, Malta y Macedonia del Norte que cuentan con extensas gestiones de gobierno de centroizquierda Las esperanzas están ahora puestas en el actual referente laborista inglés Keir Starmer -quién tomó el control del partido tras el Corbyngate y el antisemitismo- con su perfil menos personalista que crece permanentemente en la opinión pública, en la reconfiguración del espacio socialdemócrata italiano con unificaciones partidarias tendientes a recuperar los años de gloria del Partido Democrático y, entre otras, en la alianza en Grecia que sigue un continuo alza en las -cuestionadas- encuestas.
A pesar de que las fechas electorales no sean en el mismo año, la centroizquierda tiene una oportunidad derivada de la situación sanitaria, entre otras, que es la revitalización del Estado de Bienestar, ajustado al Siglo XXI pero con matices. Más nacionalista, más liberal o con tinte corporativista estatal, según la realidad. Gobernando con partidos de centro, populistas de izquierda o verdes. En un mundo tan polarizado en los extremos, los miembros de la Declaración de Frankfurt tienen en el muy activo calendario electoral de 2022 la gran oportunidad tanto de ganar como de quedar nuevamente relegados.