El mestizaje entre dos mundos

“Cronista de Dos Mundos” reúne textos periodísticos publicados por la escritora Alicia Dujovne Ortiz con la impronta siempre presente del mestizaje que caracteriza a la vida y la trayectoria de la autora, quien como cronista hace equilibrio entre los mundos que la constituyen, lo judío y lo no judío, lo europeo y lo americano, lo pretérito y lo presente.
Por Facundo Milman

Estamos frente a un nuevo acontecimiento literario y, por qué no, periodístico. Una compilación, sí, pero una compilación un tanto singular. El nuevo libro de Alicia Dujovne Ortiz tiene un ojo clavado en Argentina y otro en Francia; uno en las entrañas y otro en el progreso de las naciones; uno en el “Tercer Mundo” y otro en el “Primer Mundo”. Quizás la escisión y la dualidad sea una realidad en este texto, pero me gusta pensarlo como una terceridad o acaso ¿es uno u otro? ¿Es Argentina o Francia? ¿Es este mundo o el otro? Prefiero, como Hannah Arendt, Denken ohne Geländer: es uno y otro; es uno entre otro; estas entrevistas, crónicas y artículos son producto de una cultura de mezcla. Cronista de dos mundos (2021) de Alicia Dujovne Ortiz es el intersticio de una cultura de mezcla. Pero esta crónica de dos mundos conforma una tercera: la voz de la narradora que aparece de forma incesante en cada uno de los textos.
Si bien se menciona el entre, se habla entre un mundo (Argentina) y otro (Francia), se habla de una cultura y otra. En otras palabras, se habla de un mestizaje. Este problema va a predominar todo el libro. Una mestiza toma la palabra: con sus pros y sus contras, con sus logros y contradicciones, con sus aciertos y errores. En el prólogo, Dujovne Ortiz lo deja en claro: “Los dos mundos son evidentemente la Argentina y Francia. Pero, acaso debido a mi doble pertenencia, judía-no judía (…)”. El mestizaje de los mundos, en Alicia Dujovne Ortiz, también es una parte suya: judía-no judía. El judío mestizo y el mestizaje judío no es una novedad. Como retoma la misma escritora, Maimónides -el RaMBaM- ya sostenía que es mejor un judío converso que un judío muerto. Pero me interesa volver a un ejemplo más próximo, más prójimo, de nuestra propia tradición: Ismael Viñas. Viñas afirmaba que ser mestizo era la forma judía de ser más judío, una superación dialéctica para decirlo de forma marxiana, y que solo quien diga “yo soy esto” es quien está instalado en su seguridad. Por lo pronto, puedo visualizar una continuidad en Dujovne Ortiz. Ella continúa la herencia, y el judaísmo trata sobre herencias, de Ismael Viñas.
La entrevista que realiza a Juan L. Ortiz es el primer paso para el mestizaje. Juanele identifica a Alicia Dujovne Ortiz como una familiar, aunque no lo sean o no existiera ese lazo. Solo por compartir el apellido son familia y, aunque no exista ese pasado, él lo inventa. Lo mestizo se funde, se mezcla y crea una realidad que antes no existía. No importa si es verdad o mentira, es ficción. Vivimos entre ficciones. En ese sentido, Juanele dice que la poesía es narración de ciertos estados de ánimo. Este resto -verdadero, falso y ficcional- es poesía. El movimiento de Juan L. Ortiz no es para nada circunstancial, al contrario, hace de su apellido un antecedente. Va al pasado, cambia la realidad e incorpora a Dujovne Ortiz a su familia. La razón, quizás, también se encuentre en la narración de un estado ánimo y en que todos sus amigos estén muertos como él mismo lo dice.
En la entrevista a Sara Gallardo, vuelve a aparecer el problema del mestizaje, pero de otra forma -como todo lo que vuelve-. Gallardo dice que de chica siempre estaba enferma y eso quiere decir que nadie le hablaba, por ende, tenía tiempo para leer. Ella precisa que era “asmática bronquial histérica” y el mestizaje se cruza de otro modo porque Alicia Dujovne Ortiz, en el prólogo, relata que también tiene asma. Entonces volver al pasado para leer a Gallardo contando que, en su niñez, era asmático histérica y leer lo actual de Dujovne Ortiz, que también tiene asma. Lo uno (el pasado) y lo otro (el presente); lo paterno (el judaísmo) y lo materno (el no-judaísmo); lo dado (lo argentino) y lo adquirido (lo francés).
Hay un pasaje del Midrash que dice “todo el que desea errar, errará”. Siempre lo pienso en el doble sentido de la palabra: por un lado, la errancia y, por otro lado, equivocarse o no acertar al objetivo. En cualquier caso, la errancia siempre es desplazada y siempre es no acertada. Se erra porque se es judío y somos judíos porque nos movilizamos a través de la diáspora. En tal caso, me interesan dos entrevistas (y dos errancias) que aparecen en este libro: una a Edmond Jabès, uno de los pensadores judíos más enigmáticos del siglo XX, y la otra a Elie Wiesel, el escritor judío de la memoria.
Edmond Jabès es ese pensador judío que nació en Egipto, se trasladó a Francia y tenía pasaporte italiano. La errancia, en este caso, no es traslado, es ir de un libro a otro. Pero ese pasaje al acto puede ser ir de los libros al Libro, de lo secular a lo divino e ir de la vida hacia la muerte. Es por eso que el desierto es el lugar negativo del lenguaje, como matiza Dujovne Ortiz, y, a partir de la negatividad, solo se pueden hacer preguntas. Edmond Jabès lo dice: se le murió su hermana. En sus brazos. Él, a partir de entonces, empezó a errar a través del desierto. En el desierto, encontró la muerte, lo atravesó para metamorfosearlo en pregunta. La pregunta es la forma que adquiere la palabra en el desierto. Como David Viñas: decir no es empezar a pensar. La negatividad se transforma en pregunta y piensa por los márgenes de la historia. Si antes mencionamos la parte más mestiza, más no-judía, ahora surge lo judío. Jabès cuenta que el judío es el perseguido, el sin patria, en conclusión, el extranjero (porque extranjero fuiste en la tierra de Egipto). Alicia Dujovne Ortiz escucha a Jabès de forma atenta hasta que interviene para decirle: “yo no puedo evitar el placer de las palabras”. Jabès lo sabe: de las palabras no se puede adquirir placer por la simple razón que la palabra -siempre judía, siempre errante- es cuestionamiento. Y en el cuestionamiento, no hay placer, hay negatividad.
De una negatividad vamos hacia otra. Elie Wiesel: el olvido y la memoria. El recuerdo de Wiesel nos hereda una carga: la memoria de todos los sobrevivientes. Dujovne Ortiz escribe: “dejo de ser yo para convertirme en todos los judíos”, esa es la herencia que nos transmite Elie Wiesel. Cargar con cada ceniza del cementerio judío de Europa. Los golpes del pasado, de cada uno de nuestros ancestros, vuelven a resonar. Yo sé, alguien sabe, todos sabemos: nos van a venir a buscar y todo el dolor va a ser claro. Porque, en una potencia como la de la Dialéctica de la Ilustración (1947) de Adorno y Horkheimer, el acontecimiento Auschwitz (del siglo I hasta Auschwitz) y su sobre-vida (de Auschwitz hasta nuestra actualidad), el dolor de cada ceniza sigue en presente. La memoria de los muertos pesa y la mirada de Wiesel es esa carga que nos traspasa como herencia en sus libros. Memoria, memoria perseguirás. Por lo tanto, de una negatividad (la palabra, la muerte y la errancia) hacia otra (la herencia y su memoria) que nos devuelve al intersticio principal: lo mestizo.
El mestizaje es lo singular de América Latina, pero lo judío -como sostenía Josefina Ludmer-, es lo particular de Argentina en América Latina. El problema se presenta cuando lo judío se mezcla con lo mestizo. La premisa de este libro parecer ser esa: pensar lo particular de lo judío y lo mestizo en un mismo tiempo. Es, en esta intersección, en la que Alicia Dujovne Ortiz se pregunta qué podría relacionar al Inca Garsilaso de la Vega con un filosofó judío, el León Hebreo, que vivió en la misma época que Baruch Spinoza. El mestizaje, la vida del Inca Garsilaso, y el judaísmo, León Hebreo. La pregunta del mestizo es: ¿quién soy? Y el mestizo, según Ismael Viñas, no puede afirmar quién es porque nunca se siente seguro para decir qué es.
De este modo, la premisa del libro Cronista de dos mundo (2021) de Alicia Dujovne Ortiz se cumple: lo mestizo, lo católico se cruza y entreteje con lo singular y lo judío. No es uno o lo otro, es uno y lo otro. Buenos Aires es producto de la mezcla, París era (y es) el centro del mundo y la cronista se sitúa desde este lugar: un poco en Argentina y otro poco en Francia, mientras tanto, ella trata de hacer equilibro entre ambos mundos.